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337. Hacia la Cultura del Perdón

México, Distrito Federal. Eduardo Garza, escritor y profundo humanista, esperaba la asistencia de 150 personas cuando organizó la conferencia “Hacia una cultura política de perdón y reconciliación”, del colombiano Leonel Narváez, que tuvo lugar ayer en la Ciudad de México. Llegaron 500. Y es que este sociólogo y sacerdote misionero, cuyo papel ha sido determinante en el proceso de pacificación de su país como facilitador de las negociaciones entre el gobierno y las FARC, se atreve a proponer: “Contra la irracionalidad de la violencia, la irracionalidad del perdón”.
Como presidente de la Fundación para la Reconciliación, Narváez ofrece una alternativa no violenta de resolución de conflictos. Quitarle el monopolio “del perdón” al confesionario para transformarlo en herramienta social, política y espiritual es uno de los caminos indispensables de la pacificación duradera. Y sus Escuelas de Perdón y Reconciliación han capacitado a profesores de 450 escuelas colombianas y a 82 mil personas a lo largo de Latinoamérica.
Su compromiso es desarrollar una “agenda de las Américas para la reconciliación”, por lo que “iremos al barrio, a las instituciones educativas, a las organizaciones empresariales, a los grupos religiosos, a las comunidades étnicas, a la nación, a la cárcel… a todos los lugares en donde restaurar heridas y promover la reconciliación sea posible”.
La de Narváez, con posgrados en Cambridge, es una propuesta desarrollada con un grupo multidisciplinario en Harvard: “Sin perdón y reconciliación no hay paz, colectivo que no perdona se queda atrapado en el pasado”.
“Hoy asistimos a una mundialización de la rabia. La rabia que produce la inequidad social, la rabia de lo más pobres del planeta. En países como México, donde la desigualdad es escandalosa, el narcotráfico aprovecha la rabia de los pobres para hacerlos adictos, armarlos y crear grupos delincuentes”. Los grandes capos no matan, mandan a los otros a matar. Y lo más pavoroso, advierte, es la generación de una narcomentalidad: “Tener rápido, mucho y como sea”. Vencer esa mentalidad no es fácil, es un tema de educación y cultura cuyo proceso puede llevar de diez a 15 años.
Viene de Monterrey, en donde hace cinco años advirtió síntomas de lo que sucede hoy. Ahora que vio a la gente encerrada en sus casas les dijo: “El miedo es el peor consejero. Tenemos que salir a las calles y posesionarnos del espacio público. En segundo lugar: influyamos políticamente para que la policía, el Congreso y los jueces no sigan corrompiéndose”.
En Colombia, cuenta, hay en la cárcel 120 congresistas que estaban involucrados en el narcotráfico y en el paramilitarismo. Y sugiere: para los grandes capos, justicia implacable. Para los pequeños, beneficios jurídicos a cambio de que confiesen y entreguen las armas. La cárcel no es un éxito sino un fracaso y encerrar corruptos es sólo una parte de la solución. El gobierno y las empresas deben ir mucho más allá con obras significativas en las colonias pobres de las ciudades, obras que den trabajo a la gente.
El nivel de criminalidad de México, dice, es menor al de otros países de Latinoamérica, “pero es más estridente, más macabro, y llega a niveles de crueldad que ni en Colombia se han visto”. Por eso es fundamental la educación para la no venganza. En el proceso de perdón y reconciliación propone dar prioridad a la víctimas sobre los victimarios. Y es que las estadísticas muestran que buena parte de los victimarios fueron antes víctimas que no lograron elaborar sus rabias y odios.
“El perdón es un aseo cotidiano del corazón, una herramienta de altísima tecnología de comunicación y de refinamiento político. El que perdona se posesiona políticamente y puede decir que trascendió a su papel de víctima, que salió victorioso.”
Una Procuraduría de Atención a las Víctimas del Delito, como la recién creada por la Presidencia de México, corre dos riesgos a su manera de ver: el de que las víctimas se queden víctimas y se aprovechen del Estado indefinidamente. Y el de la revictimización, ante la posibilidad de que, a la larga, no se haga nada.
No hay perdón y reconciliación sin justicia y verdad, asegura Narváez con toda su experiencia a cuestas, incluyendo diez años en África.
En Colombia se ejercen cinco normas para la reconciliación política: saber la verdad (quién mató, por qué y dónde quedaron los restos de las víctimas); justicia, reparación y pacto de que nunca volverá a suceder. Cita a Hannah Arendt: “El perdón es liberarse de la irreversibilidad del pasado. Se hacen acuerdos para cancelar la impredictibilidad del futuro”.
La gran violencia es la suma de las pequeñas violencias de nuestras casas, escuelas, fábricas y calles. Narváez hace hincapié en el desarme del lenguaje y la necesidad de la palabra dulce, asertiva, que no cultiva el odio ni el resentimiento, que construye y asciende a la persona. Una mala educación también genera violencia o impide que se supere la memoria de una experiencia dolorosa. En el ejercicio del perdón, las personas con rabia cambian su narrativa y hasta su lenguaje corporal.
“Las aulas están llenas de posibles criminales y zetas en potencia a quienes urge la palabra dulce y el abrazo. Enseñemos matemáticas para aprender a perdonar y geografía para generar compasión”.
En Colombia la política de perdón y reconciliación ya dio resultados significativos. En México, “lo buenísimo de lo malísimo”, celebra Narváez, es la cantidad de iniciativas de paz que se están generando. Porque “la paz es mucho más que el silencio de los fusiles. La paz es sanar el corazón”.
Para el futuro de la humanidad, este sociólogo anuncia, con toda la seriedad posible: “la etapa de lo femenino”. Hoy en día, 80 por ciento de los científicos se dedican a crear armas y el mundo en manos de los “machos” ha generado guerras desde tiempos inmemoriales. Es hora, dice, de potenciar los valores femeninos que todos tenemos para iniciar una nueva etapa de justicia restaurativa. Una era de bondad y paz duradera.
Adriana Malvido. Cambio y fuera. 14/9/2011. adriana.neneka@gmail.com

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