Mujica hace un
llamado urgente a la paz y contra el incremento de la tensión internacional
El Presidente de la
República de Uruguay, José Mujica, lanzó un llamado urgente a los líderes de las principales
potencias del mundo para que detengan la creciente ola de tensiones y amenazas
a la paz mundial y dediquen sus esfuerzos a atender los dramáticos problemas
que afligen al mundo.
“Es hora. Los
poderosos del mundo pueden y deben actuar ya para detener el aumento de la
tensión internacional, para garantizar la paz y una gobernanza global que el
mundo necesita como nunca, para fortalecer los mecanismos de diálogo,
cooperación y acción común, a todos los niveles”.
“Pueden hacer posible
que el mundo se concentre en las tareas urgentes y esenciales que tiene por
delante: proteger el ambiente y evitar que sigamos destruyéndolo en esta loca
carrera al consumo; asegurar comida, salud y educación dignas para todos los
habitantes del planeta; garantizar la autodeterminación de cada pueblo, y
defender la libertad, la democracia y
los derechos humanos dentro de cada país; construir un mundo de paz para
nuestros contemporáneos y para las generaciones que les seguirán”, añadió.
El mensaje del
mandatario uruguayo está contenido en un artículo escrito para la revista
“International Policy Journal”, de próxima aparición, y toma estado público a
pocas horas del comienzo de las reuniones de alto nivel de la Asamblea General
de la Organización de las Naciones Unidas, en el año en el que se celebra el
centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial.
Mujica recuerda que
quienes convivieron con la llamada Guerra Fría, se habituaron a vivir en ese
clima de tensión, “y sabemos cuánto sufrió el mundo, y cuánto pagaron nuestros
pueblos por esos enfrentamientos”.
Pero si antes quienes
se enfrentaban eran dos grandes potencias, advierte, “ahora tenemos, en el
frente de batalla o detrás de bambalinas, a un grupo grande de nuevos
aspirantes a ocupar los primeros lugares del poder global, todos con enorme
poder político y económico y aspiraciones de seguir creciendo, casi todos con
armamento nuclear a disposición”.
Y pronostica que
arriesgamos enfrentarnos a “una multiplicación de enfrentamientos sangrientos,
de sanciones y de embargos, de limitación del comercio y de las políticas de
desarrollo, de ulteriores retrasos en el cumplimiento de las metas básicas que
garanticen una vida digna a todos los habitantes del planeta”.
Puede ser aún peor,
siguió el Presidente, “si el clima se sigue enrareciendo y las tensiones
aumentan, no habrá ya un teléfono rojo como el que vinculaba a las dos
superpotencias del siglo XX, y las posibilidades de detener, aunque más no
fuera in extremis, una hecatombe, se reducirán drásticamente”.
presidenciadeuruguay.com.
20/09/14
http://www.presidencia.gub.uy/comunicacion/comunicacionnoticias/mujica-paz
Un llamado urgente a
la acción
Han pasado tres años
desde Rio+20, nos acercamos a toda marcha a 2015, el año en el que los gobernantes
de todos los países del mundo indicaron como límite para erradicar la pobreza extrema
y el hambre, para asegurar educación y salud básica para todos, para garantizar
la sostenibilidad del medio ambiente, para fomentar una alianza global para el
desarrollo, los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio.
En Rio+20 se aprobó
un documento, titulado “El futuro que queremos”, en el que todos propusimos “un
ambicioso marco de desarrollo sostenible para satisfacer las necesidades de las
personas y del planeta, proporcionando la transformación económica y la
oportunidad para ayudar a las personas a salir de la pobreza, la promoción de
la justicia social y la protección del medio ambiente”.
Los organismos de
Naciones Unidas están trabajando para lanzar en 2015 una agenda global de desarrollo
sostenible para la siguiente década.
No pretendo minimizar
los esfuerzos que muchos han hecho a todo nivel para avanzar en el cumplimiento
de las metas, ni esconder que algunos logros de mucha importancia se han alcanzado.
En nuestra propia
región, en la desigual e injusta América Latina, decenas de millones de personas
han superado en estos años la pobreza, han accedido a la educación y a la
salud, han alcanzado aquella utopía del Presidente brasileño Lula da Silva,
cuando prometía que todos los brasileños comerían tres veces por día, algo
quizás de poca importancia para muchos, pero que era una consigna
revolucionaria para millones que en Brasil y fuera de él, esas tres comidas no las
tenían garantizadas.
Y así fue para la
educación, y la salud, y los derechos, para muchos millones, en nuestra región
y en el mundo.
No olvido tampoco que
según datos de Naciones Unidas, la esperanza de vida promedio mundial en los
años ‘50 era de 47 años, mientras que en 2005-2010 fue de 65-68 años para los
hombres y de 70 para las mujeres.
Pero sin menospreciar
todo esto, si miramos al planeta en su conjunto, si miramos a nuestra especie
¿qué hemos logrado?, ¿en qué punto estamos? ¿Podemos decir que estamos mejor?
No, definitivamente no. Los mismos acuciantes problemas que se denuncian desde
la década del ’70 del siglo pasado siguen presentes y se han seguido agravando,
alcanzando en muchos casos niveles de extrema alarma. Y otros muchos nuevos se
han sumado a la lista.
No hemos hecho nada
para frenar la alocada carrera del modelo de producción y consumo. Cada día es
mayor la producción y la generación de riqueza, pero las injusticias aumentan.
Cada día es mayor el gasto desenfrenado de los recursos finitos del planeta, y
los daños al ambiente. Se están cumpliendo las peores previsiones científicas
con relación al cambio climático y el calentamiento global. Cada día, la
aceleración, y la cercanía del abismo, es mayor.
Y no hay que buscar
mucho, ni inventar nada, para demostrarlo. Alcanza enumerar algunos datos que
los expertos de los organismos internacionales han expuesto al mundo.
·
El
daño causado por los efectos del clima podría ser de 1 a 2% del Producto
Interno Bruto (PIB) mundial para 2100 si las temperaturas registran un aumento
de 2,5°C por encima de los niveles preindustriales. Esta estimación de los
daños aumenta a 2-4% del PIB mundial para un aumento de 4°C.
·
Durante
la última década, las emisiones de CO2 a partir del consumo de combustibles fósiles
han seguido la más pesimista de las proyecciones ampliamente utilizadas en el
Informe Especial sobre los Escenarios de Emisiones del Panel Intergubernamental
sobre Cambio Climático (IPCC 2000).
·
La
desertificación avanza a un ritmo de entre 50.000 y 70.000 kilómetros cuadrados
al año y 38 millones de kilómetros cuadrados, o alrededor de una cuarta parte
de las tierras del mundo, ya son desiertos. (IV Foro Internacional de
Desiertos, Kubuqi, norte de China)
·
El
nivel del mar promedio a nivel mundial, relativamente constante durante casi
tres mil años, registró un aumento de aproximadamente 170 mm durante el siglo
XX (IPCC 2007b), y se estima que se elevará por lo menos otros 400 mm (±200 mm)
para el año 2100. (IPCC 2007a).
·
El
mundo perdió más de 100 millones de hectáreas de bosques entre 2000 y 2005, y también
ha perdido el 20% de los hábitats de praderas marinas y manglares desde 1970 y
1980, respectivamente. En algunas regiones se ha perdido hasta el 95% de los
humedales. Los arrecifes coralinos se han degradado en un 38% a nivel mundial
desde 1980.
·
Entre
1960 y la actualidad, se ha triplicado la cantidad de granos (trigo, arroz,
soja, etc.) producidos en el mundo, mientras que la población mundial se ha
multiplicado por 2, o sea que la cantidad de alimentos producidos per cápita ha
aumentado un 50%.
·
Entre
el 30% y el 50% de los 4.000 millones de toneladas de alimentos que se generan
en el mundo son desechados o no se utilizan. Mientras, cerca de mil millones de
seres humanos pasan hambre.
·
De
los más de 800 millones de personas con hambre en el mundo, el 80% viven en
zonas rurales. Según la FAO, el año 2008, año de la crisis alimentaria, fue año
récord de producción de alimentos.
·
Ochenta
y cinco personas acumulan más riqueza que más de 40 por ciento de la humanidad.
·
La
tasa de mortalidad infantil en Europa y América del Norte es de 6 por cada mil nacidos
vivos. En Africa llega a 74.
·
De
los 925 millones de personas desnutridas en el mundo, 578 millones están según
la FAO en las regiones de África y Asia y el Pacífico, y en el África
subsahariana eran en 2010 el 30% de la población total.
·
Más
del 95% de las muertes relacionadas con desastres naturales entre 1970 y 2008 ocurrieron
en países en vías de desarrollo.((Los datos de los párrafos en los que no se
especifica la fuente fueron extraídos del Geo-5, Informe ambiental
global 2012 del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente)).
El Informe ambiental
global 2012 recuerda que hace ya muchos años, en la década del ’70, U Thant,
por ese entonces Secretario General de la ONU, decía a la Asamblea General del organismo:
“Al observar la puesta del sol, noche tras noche, a través de la niebla sobre
las aguas envenenadas de nuestra tierra natal, debemos preguntarnos seriamente
si realmente queremos que algún futuro historiador del universo, en otro
planeta, diga sobre nosotros: «Con toda su inteligencia y toda su habilidad, se
quedaron sin previsión, sin aire, ni alimentos, ni agua y sin ideas”.
Hoy podríamos coincidir
plenamente con ese lúgubre pronóstico, agravado por los años de inacción y de
agravamiento de la realidad. Pero hoy sabemos mucho más, podemos prever, tenemos
más elementos culturales y de investigación, y como nunca antes el mundo
dispone globalmente de una masa de recursos gigantesca, suficiente para
enfrentar la emergencia.
¿Dónde está el
problema? ¿Qué provoca la parálisis, la falta de respuesta?
Lo he repetido ya
muchas veces. A mi juicio nuestro problema fundamental no es con el ambiente,
aunque tengamos una crisis ambiental. La causa que explica que no podamos enfrentarla
es política, tenemos un problema político, el problema del medioambiente es consecuencia
de un problema de orden político.
Hemos entrado en una
etapa de la humanidad en que tenemos necesidad de empezar a razonarcomo
especie, no solo como país. Hay que defender la vida como especie. Necesitamos
un pensamiento globalizado que cubra toda la tierra y no tenemos gobernanza, lo
único que tenemos es una lucha despiadada de intereses económicos, y estamos
sin brújula.
La economía
globalizada no tiene otra conducción que el interés privado de muy pocos y cada
Estado mira su propio interés. Nuestro sistema productivo está preso en la caja
de los bancos, que son la verdadera cúspide del poder mundial.
Los gobiernos, aún
los de las mayores potencias, miran con mirada de corto plazo, a los políticos les
preocupa principalmente el resultado de las próximas elecciones. Mientras
tanto, nadie se preocupa de mirar a la humanidad como un todo, nos cuesta mirar
y pensar como especie.
Cuando un puñado de
mujeres africanas camina cinco kilómetros para conseguir dos baldes de agua, no
es un problema de África, es un problema de la humanidad entera.
¿Hasta cuándo
deberemos aceptar que la economía mundial, que todo lo que producimos, sea regido
por una moneda como el dólar, que es como un metro de goma, que se estira o se
encoge por decisión de un grupo de señores banqueros?
El mundo reclama a
gritos reglas globales. Se precisa hoy definir las horas de trabajo, la posible
convergencia de las monedas, cómo se financia la lucha global por agua y contra
la desertificación, cómo y qué se recicla y cómo se presiona contra el
calentamiento global.
Hemos entrado
aceleradamente en una nueva época, pero con políticos, atavíos culturales, partidos
y jóvenes, todos viejos, inermes ante la pavorosa acumulación de cambios. No
podemos manejar la globalización porque nuestro pensamiento no es global, no
sabemos si por una limitante cultural o porque hemos llegado a límites
biológicos. Estamos asistiendo a una expansión brutal de las fuerzas
productivas, a una acumulación de capital y de conocimiento como nunca ha visto
la historia de la humanidad, nunca hemos tenido las herramientas intelectuales
que hoy tenemos.
No podemos tampoco
decir que no hay dinero, gastamos en el mundo dos millones de dólares por
minuto, cinco mil millones diarios, en presupuestos militares.
Tenemos dinero, el
asunto es cómo y para qué lo estamos gastando. No sólo gastamos en armamento,
hemos montado una civilización basada en el despilfarro, en usar y tirar, una civilización
que exige gastar y usar e inventar cosas para tirarlas inmediatamente y comprar
otras.
Y cuando me opongo a
esa cultura del despilfarro, del producir para tirar, no estoy proponiendo que
dejemos de crecer y de producir, no es que haya que paralizar la economía o
nacionalizarlo todo: hay un mercado de carácter gigantesco esperando.
¿Qué pasaría si nos
planteásemos eliminar la pobreza, y en primer término, la indigencia, pero no
en un país, a escala universal? ¿Qué pasaría si millones de hambrientos de
Africa tuvieran la posibilidad de alimentarse, de consumir? ¡Qué dinamismo le
darían a la economía mundial!
Sería imperioso
lograr grandes consensos para desatar solidaridad hacia los más oprimidos, castigar
impositivamente el despilfarro y la especulación. Movilizar las grandes
economías no para crear productos descartables sino bienes útiles, sin
frivolidades ni obsolescencias calculadas, para ayudar al mundo pobre.
Mucho más redituable
que hacer guerras es volcar un neo keynesianismo útil de escala planetaria para
abolir las vergüenzas más flagrantes del mundo.
Nuestro mundo precisa
menos organismos mundiales, que organizan foros y conferencias que sólo sirven
a las cadenas hoteleras y a las compañías aéreas, y que en el mejor de los
casos producen declaraciones que nadie recoge, ni actúa por sus decisiones.
Ni los grandes
estados nacionales, ni las trasnacionales, y menos el sistema financiero,
deberían gobernar el mundo. Necesitamos a la alta política entrelazada con la
sabiduría científica en el poder, esa ciencia que no apetece el lucro, sino el
porvenir. La inteligencia y no el interés en el mando.
Nuestra época es
portentosamente revolucionaria, como no conoció otra la humanidad, pero falta en
el mundo una conducción global consciente.
La codicia, que fue
motor poderoso para empujar al progreso material, técnico y científico, nos está
precipitando a un abismo brumoso. Es como si las cosas tomaran autonomía y
sometieran a los hombres.
Estas contradicciones
que se acumulan y agravan tienen lógicas e inevitables consecuencias en el mundo
político, desde donde nos llegan nuevas y muy alarmantes señales de alerta.
Durante estos últimos
meses se han ido acumulando en la política mundial tensiones crecientes, el
clima político a nivel global y entre las principales potencias se ha
enrarecido, los episodios de guerra o conflictos graves, o de
desestabilización, que afectan a enteras regiones o a países, se han
multiplicado: Ucrania, Siria, el Medio Oriente, Irak y Afganistán, Corea, el
mar de China, Libia, Somalia, Sudán
y Nigeria. Podríamos seguir, y la lista sería interminable.
Conflictos que
estaban latentes explotan y se vuelven guerra declarada, otros, añosos, se gangrenan
y agravan. En todos los casos, con miles de víctimas inocentes que llaman a
nuestra conciencia y reclaman nuestra intervención.
Nos resistimos a
verlo, parece que no somos capaces de reconocer la realidad, pero tiempos que parecían
desaparecidos pujan por instalarse nuevamente en nuestras vidas, y lo hacen a
una velocidad creciente. Se interrumpen negociaciones por el desarme, se habla
nuevamente de planes de despliegue armamentístico, quienes hasta hace poco se
miraban como socios, o al máximo como competidores, ahora se vuelven a
considerar casi enemigos.
Quienes tenemos unos
cuantos años, y convivimos con la llamada Guerra Fría, nos habituamos en el
pasado a vivir en ese clima de tensión, y sabemos cuánto sufrió el mundo, y
cuánto pagaron nuestros pueblos por esos enfrentamientos.
Más aún, si antes las
que se enfrentaban eran dos grandes potencias, en un mundo perfectamente bipolar,
ahora tenemos, en el frente de batalla o detrás de bambalinas, a un grupo
grande de nuevos aspirantes a ocupar los primeros lugares del poder global,
todos con enorme poder político y económico y aspiraciones de seguir creciendo,
casi todos con armamento nuclear a disposición.
El panorama que
probablemente tendremos delante en los próximos meses o años será el de una multiplicación
de enfrentamientos sangrientos, de sanciones y de embargos, de limitación del comercio
y de las políticas de desarrollo, de ulteriores retrasos en el cumplimiento de
las metas básicas que garanticen una vida digna a todos los habitantes del
planeta.
Pero puede ser aún
peor. Si el clima se sigue enrareciendo y las tensiones aumentan, no habrá ya un
teléfono rojo como el que vinculaba a las dos superpotencias del siglo XX, y
las posibilidades de detener, aunque más no fuera in extremis, una hecatombe,
se reducirán drásticamente.
Los líderes de todo
el mundo renovaron, después de la Cumbre de Rio+20, sus compromisos de erradicar
la miseria extrema y asegurar educación y salud, contenidos en los Objetivos de
desarrollo del Milenio, y se preparan para aprobar en 2015 una agenda global de
desarrollo sostenible para la siguiente década.
Pero ¿será posible en
un escenario de tantas tensiones que los dirigentes de las naciones dediquen
sus fuerzas a mejorar la vida de sus congéneres? Y aunque lo hagan, ¿de qué
servirá disminuir la mortalidad infantil por hambre y enfermedades curables, si
luego los niños, los mismos niños pobres de siempre, mueren por miles en los
bombardeos de sus ciudades?
Este año se cumple el
centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial, y en pocos días la Asamblea General de
Naciones Unidas se reunirá y analizará como todos los años el estado del mundo.
Es hora. Los
poderosos del mundo pueden y deben actuar ya para detener el aumento de la tensión
internacional, para garantizar la paz y una gobernanza global que el mundo
necesita como nunca, para fortalecer los mecanismos de diálogo, cooperación y
acción común, a todos los niveles.
Pueden hacer posible
que el mundo se concentre en las tareas urgentes y esenciales que tiene por delante:
proteger el ambiente y evitar que sigamos destruyéndolo en esta loca carrera al
consumo; asegurar comida, salud y educación dignas para todos los habitantes
del planeta; garantizar la autodeterminación de cada pueblo, y defender la
libertad, la democracia y los derechos humanos dentro de cada país; construir
un mundo de paz para nuestros contemporáneos y para las generaciones que les
seguirán.