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1050. "Los poderosos del mundo pueden y deben actuar para garantizar la paz que el mundo necesita como nunca": José Mujica

Mujica hace un llamado urgente a la paz y contra el incremento de la tensión internacional
El Presidente de la República de Uruguay, José Mujica, lanzó un llamado urgente a los líderes de las principales potencias del mundo para que detengan la creciente ola de tensiones y amenazas a la paz mundial y dediquen sus esfuerzos a atender los dramáticos problemas que afligen al mundo.
“Es hora. Los poderosos del mundo pueden y deben actuar ya para detener el aumento de la tensión internacional, para garantizar la paz y una gobernanza global que el mundo necesita como nunca, para fortalecer los mecanismos de diálogo, cooperación y acción común, a todos los niveles”.
“Pueden hacer posible que el mundo se concentre en las tareas urgentes y esenciales que tiene por delante: proteger el ambiente y evitar que sigamos destruyéndolo en esta loca carrera al consumo; asegurar comida, salud y educación dignas para todos los habitantes del planeta; garantizar la autodeterminación de cada pueblo, y defender la libertad, la democracia y   los derechos humanos dentro de cada país; construir un mundo de paz para nuestros contemporáneos y para las generaciones que les seguirán”, añadió.
El mensaje del mandatario uruguayo está contenido en un artículo escrito para la revista “International Policy Journal”, de próxima aparición, y toma estado público a pocas horas del comienzo de las reuniones de alto nivel de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, en el año en el que se celebra el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial.
Mujica recuerda que quienes convivieron con la llamada Guerra Fría, se habituaron a vivir en ese clima de tensión, “y sabemos cuánto sufrió el mundo, y cuánto pagaron nuestros pueblos por esos enfrentamientos”.
Pero si antes quienes se enfrentaban eran dos grandes potencias, advierte, “ahora tenemos, en el frente de batalla o detrás de bambalinas, a un grupo grande de nuevos aspirantes a ocupar los primeros lugares del poder global, todos con enorme poder político y económico y aspiraciones de seguir creciendo, casi todos con armamento nuclear a disposición”.
Y pronostica que arriesgamos enfrentarnos a “una multiplicación de enfrentamientos sangrientos, de sanciones y de embargos, de limitación del comercio y de las políticas de desarrollo, de ulteriores retrasos en el cumplimiento de las metas básicas que garanticen una vida digna a todos los habitantes del planeta”.
Puede ser aún peor, siguió el Presidente, “si el clima se sigue enrareciendo y las tensiones aumentan, no habrá ya un teléfono rojo como el que vinculaba a las dos superpotencias del siglo XX, y las posibilidades de detener, aunque más no fuera in extremis, una hecatombe, se reducirán drásticamente”.
presidenciadeuruguay.com. 20/09/14
http://www.presidencia.gub.uy/comunicacion/comunicacionnoticias/mujica-paz

Un llamado urgente a la acción
Han pasado tres años desde Rio+20, nos acercamos a toda marcha a 2015, el año en el que los gobernantes de todos los países del mundo indicaron como límite para erradicar la pobreza extrema y el hambre, para asegurar educación y salud básica para todos, para garantizar la sostenibilidad del medio ambiente, para fomentar una alianza global para el desarrollo, los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio.
En Rio+20 se aprobó un documento, titulado “El futuro que queremos”, en el que todos propusimos “un ambicioso marco de desarrollo sostenible para satisfacer las necesidades de las personas y del planeta, proporcionando la transformación económica y la oportunidad para ayudar a las personas a salir de la pobreza, la promoción de la justicia social y la protección del medio ambiente”.
Los organismos de Naciones Unidas están trabajando para lanzar en 2015 una agenda global de desarrollo sostenible para la siguiente década.
No pretendo minimizar los esfuerzos que muchos han hecho a todo nivel para avanzar en el cumplimiento de las metas, ni esconder que algunos logros de mucha importancia se han alcanzado.
En nuestra propia región, en la desigual e injusta América Latina, decenas de millones de personas han superado en estos años la pobreza, han accedido a la educación y a la salud, han alcanzado aquella utopía del Presidente brasileño Lula da Silva, cuando prometía que todos los brasileños comerían tres veces por día, algo quizás de poca importancia para muchos, pero que era una consigna revolucionaria para millones que en Brasil y fuera de él, esas tres comidas no las tenían garantizadas.
Y así fue para la educación, y la salud, y los derechos, para muchos millones, en nuestra región y en el mundo.
No olvido tampoco que según datos de Naciones Unidas, la esperanza de vida promedio mundial en los años ‘50 era de 47 años, mientras que en 2005-2010 fue de 65-68 años para los hombres y de 70 para las mujeres.
Pero sin menospreciar todo esto, si miramos al planeta en su conjunto, si miramos a nuestra especie ¿qué hemos logrado?, ¿en qué punto estamos? ¿Podemos decir que estamos mejor? No, definitivamente no. Los mismos acuciantes problemas que se denuncian desde la década del ’70 del siglo pasado siguen presentes y se han seguido agravando, alcanzando en muchos casos niveles de extrema alarma. Y otros muchos nuevos se han sumado a la lista.
No hemos hecho nada para frenar la alocada carrera del modelo de producción y consumo. Cada día es mayor la producción y la generación de riqueza, pero las injusticias aumentan. Cada día es mayor el gasto desenfrenado de los recursos finitos del planeta, y los daños al ambiente. Se están cumpliendo las peores previsiones científicas con relación al cambio climático y el calentamiento global. Cada día, la aceleración, y la cercanía del abismo, es mayor.
Y no hay que buscar mucho, ni inventar nada, para demostrarlo. Alcanza enumerar algunos datos que los expertos de los organismos internacionales han expuesto al mundo.
·         El daño causado por los efectos del clima podría ser de 1 a 2% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial para 2100 si las temperaturas registran un aumento de 2,5°C por encima de los niveles preindustriales. Esta estimación de los daños aumenta a 2-4% del PIB mundial para un aumento de 4°C.
·         Durante la última década, las emisiones de CO2 a partir del consumo de combustibles fósiles han seguido la más pesimista de las proyecciones ampliamente utilizadas en el Informe Especial sobre los Escenarios de Emisiones del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC 2000).
·         La desertificación avanza a un ritmo de entre 50.000 y 70.000 kilómetros cuadrados al año y 38 millones de kilómetros cuadrados, o alrededor de una cuarta parte de las tierras del mundo, ya son desiertos. (IV Foro Internacional de Desiertos, Kubuqi, norte de China)
·         El nivel del mar promedio a nivel mundial, relativamente constante durante casi tres mil años, registró un aumento de aproximadamente 170 mm durante el siglo XX (IPCC 2007b), y se estima que se elevará por lo menos otros 400 mm (±200 mm) para el año 2100. (IPCC 2007a).
·         El mundo perdió más de 100 millones de hectáreas de bosques entre 2000 y 2005, y también ha perdido el 20% de los hábitats de praderas marinas y manglares desde 1970 y 1980, respectivamente. En algunas regiones se ha perdido hasta el 95% de los humedales. Los arrecifes coralinos se han degradado en un 38% a nivel mundial desde 1980.
·         Entre 1960 y la actualidad, se ha triplicado la cantidad de granos (trigo, arroz, soja, etc.) producidos en el mundo, mientras que la población mundial se ha multiplicado por 2, o sea que la cantidad de alimentos producidos per cápita ha aumentado un 50%.
·         Entre el 30% y el 50% de los 4.000 millones de toneladas de alimentos que se generan en el mundo son desechados o no se utilizan. Mientras, cerca de mil millones de seres humanos pasan hambre.
·         De los más de 800 millones de personas con hambre en el mundo, el 80% viven en zonas rurales. Según la FAO, el año 2008, año de la crisis alimentaria, fue año récord de producción de alimentos.
·         Ochenta y cinco personas acumulan más riqueza que más de 40 por ciento de la humanidad.
·         La tasa de mortalidad infantil en Europa y América del Norte es de 6 por cada mil nacidos vivos. En Africa llega a 74.
·         De los 925 millones de personas desnutridas en el mundo, 578 millones están según la FAO en las regiones de África y Asia y el Pacífico, y en el África subsahariana eran en 2010 el 30% de la población total.
·         Más del 95% de las muertes relacionadas con desastres naturales entre 1970 y 2008 ocurrieron en países en vías de desarrollo.((Los datos de los párrafos en los que no se especifica la fuente fueron extraídos del Geo-5, Informe ambiental global 2012 del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente)).
El Informe ambiental global 2012 recuerda que hace ya muchos años, en la década del ’70, U Thant, por ese entonces Secretario General de la ONU, decía a la Asamblea General del organismo: “Al observar la puesta del sol, noche tras noche, a través de la niebla sobre las aguas envenenadas de nuestra tierra natal, debemos preguntarnos seriamente si realmente queremos que algún futuro historiador del universo, en otro planeta, diga sobre nosotros: «Con toda su inteligencia y toda su habilidad, se quedaron sin previsión, sin aire, ni alimentos, ni agua y sin ideas”.
Hoy podríamos coincidir plenamente con ese lúgubre pronóstico, agravado por los años de inacción y de agravamiento de la realidad. Pero hoy sabemos mucho más, podemos prever, tenemos más elementos culturales y de investigación, y como nunca antes el mundo dispone globalmente de una masa de recursos gigantesca, suficiente para enfrentar la emergencia.
¿Dónde está el problema? ¿Qué provoca la parálisis, la falta de respuesta?
Lo he repetido ya muchas veces. A mi juicio nuestro problema fundamental no es con el ambiente, aunque tengamos una crisis ambiental. La causa que explica que no podamos enfrentarla es política, tenemos un problema político, el problema del medioambiente es consecuencia de un problema de orden político.
Hemos entrado en una etapa de la humanidad en que tenemos necesidad de empezar a razonarcomo especie, no solo como país. Hay que defender la vida como especie. Necesitamos un pensamiento globalizado que cubra toda la tierra y no tenemos gobernanza, lo único que tenemos es una lucha despiadada de intereses económicos, y estamos sin brújula.
La economía globalizada no tiene otra conducción que el interés privado de muy pocos y cada Estado mira su propio interés. Nuestro sistema productivo está preso en la caja de los bancos, que son la verdadera cúspide del poder mundial.
Los gobiernos, aún los de las mayores potencias, miran con mirada de corto plazo, a los políticos les preocupa principalmente el resultado de las próximas elecciones. Mientras tanto, nadie se preocupa de mirar a la humanidad como un todo, nos cuesta mirar y pensar como especie.
Cuando un puñado de mujeres africanas camina cinco kilómetros para conseguir dos baldes de agua, no es un problema de África, es un problema de la humanidad entera.
¿Hasta cuándo deberemos aceptar que la economía mundial, que todo lo que producimos, sea regido por una moneda como el dólar, que es como un metro de goma, que se estira o se encoge por decisión de un grupo de señores banqueros?
El mundo reclama a gritos reglas globales. Se precisa hoy definir las horas de trabajo, la posible convergencia de las monedas, cómo se financia la lucha global por agua y contra la desertificación, cómo y qué se recicla y cómo se presiona contra el calentamiento global.
Hemos entrado aceleradamente en una nueva época, pero con políticos, atavíos culturales, partidos y jóvenes, todos viejos, inermes ante la pavorosa acumulación de cambios. No podemos manejar la globalización porque nuestro pensamiento no es global, no sabemos si por una limitante cultural o porque hemos llegado a límites biológicos. Estamos asistiendo a una expansión brutal de las fuerzas productivas, a una acumulación de capital y de conocimiento como nunca ha visto la historia de la humanidad, nunca hemos tenido las herramientas intelectuales que hoy tenemos.
No podemos tampoco decir que no hay dinero, gastamos en el mundo dos millones de dólares por minuto, cinco mil millones diarios, en presupuestos militares.
Tenemos dinero, el asunto es cómo y para qué lo estamos gastando. No sólo gastamos en armamento, hemos montado una civilización basada en el despilfarro, en usar y tirar, una civilización que exige gastar y usar e inventar cosas para tirarlas inmediatamente y comprar otras.
Y cuando me opongo a esa cultura del despilfarro, del producir para tirar, no estoy proponiendo que dejemos de crecer y de producir, no es que haya que paralizar la economía o nacionalizarlo todo: hay un mercado de carácter gigantesco esperando.
¿Qué pasaría si nos planteásemos eliminar la pobreza, y en primer término, la indigencia, pero no en un país, a escala universal? ¿Qué pasaría si millones de hambrientos de Africa tuvieran la posibilidad de alimentarse, de consumir? ¡Qué dinamismo le darían a la economía mundial!
Sería imperioso lograr grandes consensos para desatar solidaridad hacia los más oprimidos, castigar impositivamente el despilfarro y la especulación. Movilizar las grandes economías no para crear productos descartables sino bienes útiles, sin frivolidades ni obsolescencias calculadas, para ayudar al mundo pobre.
Mucho más redituable que hacer guerras es volcar un neo keynesianismo útil de escala planetaria para abolir las vergüenzas más flagrantes del mundo.
Nuestro mundo precisa menos organismos mundiales, que organizan foros y conferencias que sólo sirven a las cadenas hoteleras y a las compañías aéreas, y que en el mejor de los casos producen declaraciones que nadie recoge, ni actúa por sus decisiones.
Ni los grandes estados nacionales, ni las trasnacionales, y menos el sistema financiero, deberían gobernar el mundo. Necesitamos a la alta política entrelazada con la sabiduría científica en el poder, esa ciencia que no apetece el lucro, sino el porvenir. La inteligencia y no el interés en el mando.
Nuestra época es portentosamente revolucionaria, como no conoció otra la humanidad, pero falta en el mundo una conducción global consciente.
La codicia, que fue motor poderoso para empujar al progreso material, técnico y científico, nos está precipitando a un abismo brumoso. Es como si las cosas tomaran autonomía y sometieran a los hombres.
Estas contradicciones que se acumulan y agravan tienen lógicas e inevitables consecuencias en el mundo político, desde donde nos llegan nuevas y muy alarmantes señales de alerta.
Durante estos últimos meses se han ido acumulando en la política mundial tensiones crecientes, el clima político a nivel global y entre las principales potencias se ha enrarecido, los episodios de guerra o conflictos graves, o de desestabilización, que afectan a enteras regiones o a países, se han multiplicado: Ucrania, Siria, el Medio Oriente, Irak y Afganistán, Corea, el mar de China, Libia, Somalia, Sudán y Nigeria. Podríamos seguir, y la lista sería interminable.
Conflictos que estaban latentes explotan y se vuelven guerra declarada, otros, añosos, se gangrenan y agravan. En todos los casos, con miles de víctimas inocentes que llaman a nuestra conciencia y reclaman nuestra intervención.
Nos resistimos a verlo, parece que no somos capaces de reconocer la realidad, pero tiempos que parecían desaparecidos pujan por instalarse nuevamente en nuestras vidas, y lo hacen a una velocidad creciente. Se interrumpen negociaciones por el desarme, se habla nuevamente de planes de despliegue armamentístico, quienes hasta hace poco se miraban como socios, o al máximo como competidores, ahora se vuelven a considerar casi enemigos.
Quienes tenemos unos cuantos años, y convivimos con la llamada Guerra Fría, nos habituamos en el pasado a vivir en ese clima de tensión, y sabemos cuánto sufrió el mundo, y cuánto pagaron nuestros pueblos por esos enfrentamientos.
Más aún, si antes las que se enfrentaban eran dos grandes potencias, en un mundo perfectamente bipolar, ahora tenemos, en el frente de batalla o detrás de bambalinas, a un grupo grande de nuevos aspirantes a ocupar los primeros lugares del poder global, todos con enorme poder político y económico y aspiraciones de seguir creciendo, casi todos con armamento nuclear a disposición.
El panorama que probablemente tendremos delante en los próximos meses o años será el de una multiplicación de enfrentamientos sangrientos, de sanciones y de embargos, de limitación del comercio y de las políticas de desarrollo, de ulteriores retrasos en el cumplimiento de las metas básicas que garanticen una vida digna a todos los habitantes del planeta.
Pero puede ser aún peor. Si el clima se sigue enrareciendo y las tensiones aumentan, no habrá ya un teléfono rojo como el que vinculaba a las dos superpotencias del siglo XX, y las posibilidades de detener, aunque más no fuera in extremis, una hecatombe, se reducirán drásticamente.
Los líderes de todo el mundo renovaron, después de la Cumbre de Rio+20, sus compromisos de erradicar la miseria extrema y asegurar educación y salud, contenidos en los Objetivos de desarrollo del Milenio, y se preparan para aprobar en 2015 una agenda global de desarrollo sostenible para la siguiente década.
Pero ¿será posible en un escenario de tantas tensiones que los dirigentes de las naciones dediquen sus fuerzas a mejorar la vida de sus congéneres? Y aunque lo hagan, ¿de qué servirá disminuir la mortalidad infantil por hambre y enfermedades curables, si luego los niños, los mismos niños pobres de siempre, mueren por miles en los bombardeos de sus ciudades?
Este año se cumple el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial, y en pocos días la Asamblea General de Naciones Unidas se reunirá y analizará como todos los años el estado del mundo.
Es hora. Los poderosos del mundo pueden y deben actuar ya para detener el aumento de la tensión internacional, para garantizar la paz y una gobernanza global que el mundo necesita como nunca, para fortalecer los mecanismos de diálogo, cooperación y acción común, a todos los niveles.
Pueden hacer posible que el mundo se concentre en las tareas urgentes y esenciales que tiene por delante: proteger el ambiente y evitar que sigamos destruyéndolo en esta loca carrera al consumo; asegurar comida, salud y educación dignas para todos los habitantes del planeta; garantizar la autodeterminación de cada pueblo, y defender la libertad, la democracia y los derechos humanos dentro de cada país; construir un mundo de paz para nuestros contemporáneos y para las generaciones que les seguirán.
José Mujica

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