Páginas de Cultura de Paz y No Violencia

204. El poder de los movimientos no violentos


San Francisco, Estados Unidos. La insurgencia armada cobra un alto precio en vidas humanas. Los movimientos no violentos de “poder popular” alcanzan el éxito cuando despiertan la atención general de la represión oficial, ganando el apoyo de los indecisos.
Las campañas de acción no violenta, un componente de la vida política desde hace miles de años, cuestionan los abusos de las autoridades, han emprendido reformas sociales, exigido el fin de un régimen colonial, y protestado contra el militarismo y la discriminación.
Mohandas Gandhi, en la India, y Martin Luther King Jr., en Estados Unidos, brillantes pensadores estratégicos e importantes líderes morales, son quizás las figuras más reconocidas del movimiento no violento. El compromiso de ambos con este movimiento se debía a su efectividad en sus respectivas luchas, y se fundamentaba en la profunda convicción de la acción no violenta como principio ético. Sin embargo, en muchos aspectos, el empeño de Gandi y King con el principio de la no violencia era raro, ya que la gran mayoría de movimientos no violentos y sus líderes no fueron pacifistas, sino que más bien adoptaron la acción no violenta como un medio estratégico ideal para impulsar sus causas.
De hecho, las luchas mayormente no violentas libradas en las últimas décadas no sólo han logrado importantes reformas políticas y sociales a favor de la causa de los derechos humanos, sino que también han derrocado del poder a regímenes represivos y obligado a sus líderes a cambiar su forma de gobernar. Como consecuencia de ello, la resistencia no violenta ha ido evolucionando de una estrategia adecuada, fundada en principios religiosos o éticos, hasta convertirse en un método de lucha bien ideado, e incluso ya bien establecido.
En los últimos treinta años hemos sido testigos de un notable y rápido ascenso de insurrecciones populares no violentas contra dirigentes autocráticos. Los movimientos no violentos del “poder popular” han sido los responsables del avance del cambio democrático en unos 60 países durante este mismo período y del consecuente y obligado inicio de importantes reformas en muchos países. No obstante el hecho de ser suprimidas, otras luchas también plantearos serios desafíos a otros déspotas.
A diferencia de la lucha armada, la insurrección no violenta es un movimiento organizado de resistencia popular contra la autoridad del gobierno que, de manera consciente o por necesidad, optan por no recurrir al uso de las armas de la guerra moderna.
A diferencia de los movimientos políticos convencionales, las campañas no violentas suelen utilizar recursos tácticos que no se atienen a las normas generalmente observadas en los procesos de electoralismo y cabildeo político. Entre estos recursos figuran huelgas, boicots, protestas en masa, ocupación de espacios públicos, rechazo a pagar impuestos, destrucción de símbolos de la autoridad gubernamental (como puede ser el documento oficial de identidad), desacato de edictos oficiales (como toque de queda), y la creación de instituciones alternas para la legitimación política y la organización social.
El por qué del éxito de la no violencia
La opinión que por muchos años prevaleció era que los regímenes autocráticos sólo podían ser derrocados por medio de la lucha popular armada o la intervención militar extranjera. Sin embargo, cada vez más se ha tomado conciencia del poderoso efecto de la acción no violenta sobre la acción violenta. Un estudio académico de reciente elaboración, que analizó 323 importantes insurrecciones a favor de la autodeterminación y la eliminación de un régimen autocrático en el siglo pasado, reveló que importantes campañas no violentas fueron exitosas un 53 por ciento de las veces, mientras que las campañas mayormente violentas lo fueron sólo un 26 por ciento.1
Son varias las razones que explican por qué los insurgentes se han apartado de la lucha armada a favor de la acción no violenta. Una es el creciente reconocimiento de que la guerra de insurgencia es cada vez más costosa. En los últimos años, la tecnología ha dado a los poderes establecidos una ventaja mayor para la derrota o neutralización, como mínimo, de la insurgencia armada. Aun cuando un movimiento revolucionario armado sea exitoso, su victoria llega acompañada del desplazamiento de grandes segmentos de la sociedad, de la destrucción de haciendas y aldeas, el deterioro de la infraestructura de las ciudades y de gran parte del país, la ruina de la economía y la devastación general del entorno natural. El resultado de estas experiencias es el creciente reconocimiento de que el costo de librar una insurrección armada supera sus beneficios.
Otro factor a favor de la no violencia es la tendencia a que, una vez en el poder, los movimientos armados que han ganado la victoria en la lucha contra una dictadura no establezcan un sistema político pluralista, democrático e independiente capaz de apoyar el desarrollo social y económico y de favorecer los derechos humanos. Estas deficiencias son, en parte, consecuencias de una contrarrevolución, de desastres naturales, de una intervención extranjera, de embargos comerciales y de otras circunstancias fuera del control del movimiento popular victorioso.
Sin embargo, la opción de recurrir a la lucha armada para conseguir el poder tiende a agravar estos problemas y a crear otros nuevos. Por una parte, la lucha armada a menudo fomenta el accionar de grupos secretistas y elitistas que minimizan la democracia y muestran poca tolerancia por el pluralismo. A menudo, desacuerdos que podían resolverse de manera pacífica con instituciones civiles, provocan luchas sangrientas entre diversas facciones. Algunos países han sufrido golpes militares, o guerras civiles, poco después de que un movimiento revolucionario haya derrocado el poder colonial o a un dictador autóctono. Otros han creado una dependencia extrema con la fuerza extranjera que les facilita las armas para mantenerse en el poder.
Asimismo, cada vez más se toma conciencia de que la resistencia armada tiene el efecto de movilizar a los elementos indecisos de la población, que recurren al gobierno para su seguridad. Si el gobierno enfrenta una insurgencia violenta, sus medidas represivas son fácilmente justificables. Sin embargo, el uso de la fuerza contra un movimiento de resistencia no armado genera una mayor solidaridad entre los opositores del gobierno. Algunos han comparado este fenómeno con el arte marcial de aikido, pues el movimiento opositor hace uso de la represión del poder oficial para sus propios objetivos.
A todo lo anterior se debe agregar que las campañas no armadas cuentan con muchos más participantes, aparte de los jóvenes capaces y sanos que integran las filas de las guerrillas armadas, ya que hacen usan bien el apoyo que su movimiento popular recibe de la mayoría de la población. La resistencia no armada también alienta la creación de instituciones alternas que debilitan aún más el estancamiento de la represión, y son la base de un nuevo orden independiente y democrático.
La resistencia armada suele fracasar cuando legitima el uso de tácticas represivas. A menudo sucede que la violencia de los grupos de la oposición es favorable a los gobiernos autoritarios, que incluso la incitan a ella por medio de agentes provocadores para justificar la represión del Estado. Sin embargo, no es raro que si toman medidas violentas contra los disidentes no armados se produzca un momento decisivo en el conflicto. Un ataque del gobierno contra manifestantes pacíficos puede hacer que las protestas periódicas se conviertan en una insurrección de envergadura.
Sembrando la discordia
Los movimientos de resistencia no armada tienden además a sembrar la discordia en los mismos círculos del gobierno. No es raro que haya una diversidad de opiniones sobre cómo hacer frente a la resistencia, ya que si el gobierno está poco preparado para abordar una revuelta pacífica, mucho menos lo está para suprimir una revuelta armada. Sin embargo, la represión violenta de un movimiento pacífico puede a menudo alterar la percepción que el pueblo y las élites tienen de la legitimidad del poder, razón por la que los funcionarios del Estado suelen recurrir menos a la represión contra los movimientos no violentos. Además, algunos elementos favorables a un gobierno no muestran mucho interés en las consecuencias de un compromiso pactado con los insurgentes, siempre que su resistencia no sea violenta.
Otro efecto de los movimientos no armados es que aumentan la probabilidad de deserciones y promueven la falta de cooperación de oficiales desmotivados de las fuerzas militares y de la policía, mientras que las revueltas armadas legitiman el poder de coacción del gobierno, lo que refuerza su auto percepción como protector de la sociedad civil. El poder moral de la no violencia es sumamente importante para la capacidad del movimiento de oposición de generar un nuevo contexto en la percepción de los segmentos claves de la población -- público general, élites políticas y militares –que incluso no tienen ningún reparo en apoyar el uso de la violencia en contra de insurrecciones violentas.
La eficacia de una resistencia no violenta que fomenta la discordia entre los partidarios del orden establecido es evidente, no sólo porque resta efectividad a las tropas del gobierno, sino porque también cuestiona las actitudes de toda una nación, e incluso de activistas extranjeros, que fue el caso de la lucha de los sudafricanos en contra del apartheid. Las imágenes transmitidas a todo el mundo de manifestantes pacíficos, entre ellos gente de raza blanca, clérigos y otros “ciudadanos respetables”, dieron legitimidad a las fuerzas antiapartheid y socavaron el gobierno sudafricano de una manera que no le hubiera sido posible a una rebelión armada. Según crecía la resistencia no violenta en el país, así aumentaba la presión de la comunidad internacional con sanciones económicas y otras tácticas solidarias, que elevaron el costo de mantener el sistema apartheid.
Dado los vínculos interdependientes de la comunidad mundial, el público extranjero interesado en un conflicto puede jugar un papel tan importante como el de la comunidad local. Así como Ghandi apelaba a los ciudadanos británicos en Manchester y Londres, los organizadores de los movimientos de derechos civiles en el sur de Estados Unidos difundían su mensaje a toda la nación, y ultimadamente a la administración del presidente John Kennedy.
La insurgencia en el bloque soviético fue divulgada por los noticieros de televisión en todos los países, legitimando las protestas locales que ya no eran vistas como incidentes aislados, organizados por un movimiento disidente de corta duración. En 1986, la función de los medios de comunicación de todo el mundo durante el movimiento popular contra Marcos fue decisiva para obligar al gobierno de Estados Unidos a reducir su apoyo al dictador de las Filipinas. A finales de la década del 80, la represión israelí contra las protestas no violentas de los palestinos, durante la primera Intifada, despertó la solidaridad sin precedente de la comunidad internacional con la lucha palestina contra la ocupación militar extranjera. Tal como observara Rashid Khalidi, erudito palestino-estadounidense, los palestinos “por fin lograron plantear la realidad de su victimización ante la opinión pública internacional”.
Un factor consecuente con la resistencia no violenta es la creación de estructuras alternas que proporcionen el soporte moral y práctico para lograr un cambio social fundamental. Las estructuras paralelas en la sociedad civil pueden restar fuerza al control del Estado, tal como sucedió en toda Europa Oriental hasta llegado el momento de los acontecimientos de 1989.
En Filipinas, Ferdinand Marcos no perdió el poder en 1986 por la derrota de sus tropas y el asalto al Palacio de Malacañang, sino porque perdió el apoyo que necesitaba para mantener su autoridad, y su palacio se convirtió en el único lugar donde podía ejercer efectivamente su control. El mismo día que Marcos tomaba posesión del cargo de presidente por otro mandato más en una ceremonia oficial del Estado, la candidata de la oposición, Corazón Aquino, viuda del asesinado opositor de Marcos, juramentaba de forma simbólica como presidenta del pueblo. Dado que muchos filipinos consideraban que la elección de Marcos era fraudulenta, la mayoría proclamó su lealtad a la presidente Aquino y no al presidente Marcos. Esta transferencia de lealtad, de una fuente de autoridad y de poder legítimo a otra, es clave para el éxito de un levantamiento popular no violento.
Si se da la circunstancia de que una revolución no violenta cuenta con la participación popular necesaria, es muy posible que en el transcurso hacia la victoria pueda arrancar la autoridad política de las manos del Estado y consignarla en las instituciones de la sociedad civil, según estas instituciones paralelas vayan adquiriendo mayor efectividad y legitimidad. Cabe pensar que el Estado se hará cada vez más impotente e irrelevante según las instituciones paralelas no gubernamentales vayan asumiendo un número cada vez mayor de las tareas de gobernar una sociedad, le proporcione servicios a la población y establezca equivalentes funcionales a las instituciones del Estado.
Raíces autóctonas
Al citar el apoyo financiero de algunas fundaciones, receptoras de fondos de algunos gobiernos occidentales, a los grupos de la oposición que participaron en las llamadas revoluciones de colores en las naciones de Europa Oriental y la ex Unión Soviética, algunos regímenes autoritarios han negado la legitimidad popular de estos movimientos favorables a la democracia, denunciándolos como meros “golpes suaves de Estado”, tramados por Estados Unidos y otras potencias occidentales. El financiamiento externo no es causa de una revolución no violenta, liberal y democrática, como no lo fue el apoyo financiero y material a movimientos izquierdistas para las revoluciones socialistas armadas del pasado Un activista birmano de derechos humanos comentó, al hablar sobre la tradición centenaria de resistencia popular en su país, que la mera idea de que sea un extranjero quién organice al pueblo birmano para una campaña de acción no violenta, equivale a “enseñarle a una abuela a pelar cebollas”.
El éxito de las revoluciones, no importa su orientación ideológica, es la consecuencia de una serie de condiciones objetivas. Ninguna cantidad de dinero puede obligar a cientos de miles de personas a abandonar sus puestos de trabajo, hogares, escuelas y familias para enfrentar a los tanques, a una fuerza policial fuertemente armada o a poner su vida en riesgo, a menos que sus motivos sean sinceros.
A lo largo de la historia se han dado casos de potencias extranjeras promoviendo el cambio con invasiones militares, golpes de Estado y otros tipos de derrocamiento instalando en el poder a una minoría no democrática. Contrario a ello, los movimientos no violentos de poder popular posibilitan el cambio de régimen al facultar a una mayoría que favorece la democracia.
No existe una formula establecida para el éxito que pueda ser aplicada por un gobierno extranjero, o una organización no gubernamental extranjera, porque las alineaciones históricas, culturales y políticas de cada país son únicas. Ningún gobierno extranjero, ni una ONG, puede reclutar o movilizar a la gran cantidad de ciudadanos que un movimiento requiere para desafiar efectivamente al liderazgo político establecido y, mucho menos, para derrocar un gobierno.
Por ello, la mejor esperanza de impulsar la libertad y la democracia entre las naciones oprimidas del mundo no surge de las luchas armadas ni de la intervención de potencias extranjeras, sino de las organizaciones de la sociedad civil comprometidas en acciones no violentas con fines estratégicos.
Stephen Zunes. Profesor de ciencias políticas en la Universidad de San Francisco, es coeditor principal del libro Nonviolent Social Movements (Movimientos Sociales No Violentos) (Blackwell, 1999) y presidente del comité de asesores académicos del Centro Internacional sobre Conflictos No Violentos.
1. Maria J. Stephan and Eric Chenoweth. “Why Civil Resistance Works: The Logic of Nonviolent Conflict.” International Security, vol. 33, no. 1, Summer 2008.