Los 17
Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y sus 169 metas se aprobaron en la
mayor cumbre de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en presencia de
presidentes, primeros ministros y el papa Francisco, entre otras luminarias, en
Nueva York.
El fin es
que los ODS abarquen la paz mundial, el ambiente, la igualdad de género, la
erradicación de la pobreza y el hambre y mucho, mucho más.
La adopción
de los ODS generó diversas reacciones, desde un total rechazo pasando por una
aceptación a regañadientes hasta una euforia total.
La gran
parte del escepticismo tiene que ver con que son objetivos ambiciosos en
relación con la muy variable, y en muchos casos limitada, capacidad de los
países en desarrollo para alcanzarlos.
Un análisis
publicado por The Economist el 19 de septiembre los ridiculiza diciendo que son
difusos, “sobredimensionados” e “inmanejables”, aunque reconoce un cambio en la
forma de pensar el desarrollo.
El aporte
profundo y duradero de los Objetivos de Desarrollo de Milenio es que mejoraron
la consciencia sobre las múltiples privaciones que afligían a una vasta mayoría
de personas en los países en desarrollo y sobre los desafíos de las políticas
que enfrentaban a gobiernos, organismos multilaterales y donantes.
Los ODS no
solo ampliaron su perspectiva, sino que la enriquecieron concentrándose en la
sostenibilidad.
Como
subrayó Amartya Sen, en el marco de la atención universal de la salud, no es
tanto una cuestión de falta de asequibilidad, sino de no reconocer la capacidad
de los países pobres (como Ruanda) y de estados (como Kerala en India) para
movilizar y utilizar los recursos de forma efectiva.
A medida
que disminuyó la pobreza, también se achicó la brecha entre la pobreza rural y
la urbana. Pero todavía tres de cada cuatro personas pobres viven en áreas
rurales; es claro que la pobreza global sigue siendo un problema rural.
La
insistencia de estudios recientes en que la urbanización es la principal
estrategia para un desarrollo sostenible desestima la capacidad de la
agricultura y de la economía rural no agrícola para impulsar el crecimiento y
la reducción de la desigualdad y la pobreza, pues una vasta mayoría de los
campesinos todavía dependen de ellas para sobrevivir.
Hubo
cambios estructurales tanto en la agricultura como en la economía rural no
agrícola. Algunos de los elementos que cambiaron en la primera son la
comercialización, el surgimiento de cadenas de valor en los alimentos asociado
a los cambios demográficos, a la urbanización y al creciente flujo y
crecimiento de las exportaciones agrícolas.
Hay quienes
cuestionan la importancia de la agricultura de pequeña escala como forma de
erradicar la pobreza. En especial, critican el argumento del Informe sobre el
Desarrollo Mundial de 2008 sobre que incentivar el crecimiento agrícola es
“vital para estimular el crecimiento de otros sectores de la economía” y que
los pequeños agricultores son el eje de esa estrategia.
La
omnipresencia de los pequeños agricultores en la cadena de alto valor de los
alimentos en diferentes regiones, en especial en materia de verduras, frutas,
lácteos y carne, es muy superior a la que se suele esperar.
Pero
también hay barreras: la falta de acceso a la tecnología, a los mercados de
crédito, a las economías de escala en el mercadeo y a formas de cumplir con los
estrictos estándares de calidad de los alimentos. La agricultura por contrato
es una opción.
Las
asociaciones de productores también contribuyen a superar algunas de esas
limitaciones. En ese sentido es central inculcar capacidades empresariales en
los pequeños agricultores, en especial entre hombres y mujeres jóvenes,
asegurándose de que la tierra, el trabajo, el crédito y la producción funcionen
de forma más eficiente.
Numerosos
estudios han destacado en los últimos tiempos cómo la productividad laboral en
la agricultura obstaculiza el desarrollo de la agricultura sostenible, pero
rara vez reconocen que esas son manifestaciones de la “inversión insuficiente”
y de imperfecciones del mercado (como el predominio de prestamistas locales que
cobran tasas de interés exorbitantes a los pequeños agricultores).
En el marco
de la diversificación de la economía rural, la economía rural no agrícola
adquirió mayor importancia pues comprende una diversidad de actividades, desde
cerámica, pasando por comercio, hasta la elaboración con distintas
rentabilidades.
La
evidencia disponible indica que hay una gran “superposición” entre pequeños
agricultores y quienes participan en la economía rural no agrícola utilizando
datos de disposición de tiempo. También hay pruebas de que una porción
significativa de quienes fueron clasificados dentro de la economía no agrícola
viven en zonas rurales, pero trabajan en ciudades, lo que plantea una gran
dicotomía rural-urbana.
Otros
asuntos que merecen mayor atención incluyen un mercado laboral más rígido y
mayores salarios, menor vulnerabilidad de la agricultura a los golpes
climáticos, a la volatilidad de precios y el establecimiento de relaciones más
estrechas con pequeños pueblos secundarios.
Para
expandir la economía rural no agrícola es central volverla más atractiva, no
solo para quienes tienen un papel activo en la agricultura y en la economía no
agrícola, sino también para quienes la abandonaron en busca de oportunidades
más rentables en otro lugar.
La
inculcación de capacidades gerenciales, créditos más eficientes y mercados de
productos, así como mejoras en la infraestructura rural para permitir un mejor
acceso a los mercados de productos puede frenar el flujo de la migración
rururbana y, al mismo tiempo, el rápido crecimiento de asentamientos precarios.
Para
reducir la pobreza, algunas formas de desigualdad son más importantes que
otras, como la desigualdad en la distribución de bienes, en especial la tierra,
el capital humano y el financiero y el acceso a bienes públicos como
infraestructura rural.
En términos
generales, una agenda a favor de los más desfavorecidos debe incluir medidas
para moderar la actual desigualdad de ingresos, al tiempo que facilita el
acceso a bienes capaz de generarlos, y otras para promover oportunidades
laborales para los pobres.
La mayoría
de la evidencia comparativa entre países apunta a los beneficios que tiene la
profundidad financiera en vez de buscar ampliar la inclusión financiera.
El Informe
Global de Desarrollo Financiero de 2014, del Banco Mundial, defiende esa última
alternativa arguyendo que cada vez se comprueba más su potencial de
transformación para acelerar los beneficios del desarrollo mediante un mayor
acceso a recursos para invertir en educación, capitalizar oportunidades de
negocios y hacer frente a los golpes.
De hecho,
la mayor diversificación de la clientela mediante la inclusión financiera probablemente
permita una mayor resiliencia y una economía más estable.
A media que
cada vez más países se convierten en economías de medianos ingresos y mejora la
calidad institucional, el flujo de capitales privados se vuelve más importante.
Un ambiente
macroeconómico estable e incentivos para las asociaciones público-privadas
promoverán el crecimiento y la reducción de la pobreza; son fundamentales una
mayor transparencia de los contratos y el mejor cumplimiento de las normas.
No solo las
instituciones nacionales, sino también las locales, son de gran importancia
para una transformación rural sostenible y para la disminución de la pobreza.
También es
necesario fortalecer la respuesta institucional a los riesgos mediante
instituciones comunitarias, así como ampliar y profundizar el alcance de las
instituciones financieras y ofrecer protección social a las personas más
vulnerables.
Cuando
están bien diseñadas y bien enfocadas, esas instituciones y programas ayudan a
los hogares más pobres a consolidar su resiliencia frente a los riesgos y las
severas dificultades.
Las
organizaciones locales (de productores, de mujeres, etc.) no solo ayudan en el
uso igualitario de recursos naturales escasos dentro de la comunidad, sino que
facilitan el acceso al crédito y a otros mercados.
De hecho,
al contrario del gran pesimismo, los ODS reflejan un renovado compromiso y
optimismo en relación con la posibilidad de mejorar la “vida desagradable,
corta y brutal” de los pobres, desfavorecidos y vulnerables en un futuro próximo.
Vani S. Kulkarni. Departamento de sociología de la
Universidad de Pensilvania. Raghav Gaiha. Programa global de
envejecimiento de la Facultad de Salud Pública de Harvard.
Vani S.
Kulkarni y Raghav Gaiha. IPSNoticias.net. 02/10/15