México, Distrito Federal. Cuando se habla de igualdad de género, suelen compararse las cifras de educación, empleo, salarios y representación política de hombres y mujeres. En esta óptica, el panorama en México evidencia grandes avances en los últimos treinta años, así como algunos puntos oscuros (violencia, aborto, representación en la dirigencia empresarial y política).
Los avances son claros: cada vez más mujeres completan estudios, trabajan fuera del hogar, tienen ingreso propio, controlan su fertilidad, y juegan un papel en la vida pública y empresarial.
Pero, aun en estas áreas, hay zonas de sombra: las mujeres trabajan en empleos menos remunerados y más precarios; en promedio, ganan el 10% menos que los hombres; sólo el 2.3% de ellas son empleadoras.
Persiste la división del trabajo por género, en la cual las ocupaciones de mayor influencia y remuneración son reservadas a los hombres. La toma de decisiones en la vida empresarial y pública sigue concentrada, muy ampliamente, en los hombres. En términos generales, sin embargo, la situación económica y social de la mayoría de las mujeres ha mejorado significativamente en las últimas décadas.
Lo que ha mejorado muy poco, en cambio, es la profunda desigualdad que sigue prevaleciendo en la vida privada. En ese nivel, las cifras revelan que las costumbres no están cambiando con el mismo dinamismo de la vida social y económica.
Aun cuando las mujeres trabajan fuera del hogar por un número similar de horas (40 contra 50 horas por semana), sigue recayendo en ellas casi todo el trabajo doméstico: le dedican más de 40 horas por semana, en comparación con 9 horas de los hombres.
Esto significa que su carga total de trabajo, dentro y fuera del hogar, es de 76 horas, mientras que la de los hombres es de 58 horas por semana. Las mujeres con dos o más hijos pequeños dedican el 23% de su tiempo al cuidado de los niños, enfermos y ancianos, comparado con el 6% para los hombres. Y, en promedio, los hombres mexicanos gozan de una hora más de tiempo libre al día. Una sutil, pero importante diferencia.
Sin embargo, estas cifras no reflejan todas las asimetrías que subsisten en la vida privada, en las reglas del juego que rigen la comunicación y la vida familiar, emocional y sexual. Por ejemplo, los hombres gozan de una libertad de movimiento mucho mayor: salen, ven a sus amigos, gastan su dinero, disponen de su tiempo, sin tener que darle explicaciones a nadie.
Dejan a las mujeres las tareas más pesadas, no sólo del hogar sino de la vida emocional, como resolver los problemas que surjan en las relaciones familiares, en la pareja y en los hijos. En la comunicación, establecen los parámetros del diálogo: de qué se habla y de qué no, cuándo y cómo. Existen muchos ejemplos de esta asimetría, que es una de las facetas del machismo hoy día. No ha sido erradicado en casa.
¿Dónde nos puede llevar esta dicotomía entre los indicadores y las costumbres o, dicho de otra manera, entre lo público y lo privado? Es ilustrativo el caso de algunos países que, como México, han visto avances importantes en la situación educativa, laboral y económica de las mujeres, pero sin cambiar a la par los roles de género tradicionales, como sucede hoy día.
En Italia, Grecia, España, las mujeres ya no quieren tener hijos, y su tasa de fertilidad ha bajado catastróficamente a 1.3 hijos por mujer, muy por debajo de la tasa de reemplazo de 2.1 hijos.
Resulta que las mujeres que trabajan fuera del hogar tienen mayores índices de fertilidad (como en los países escandinavos); en cambio, donde dejan de trabajar al volverse madres y se les carga más del 75% de las labores domésticas y cuidado de los hijos, tienen menos hijos.
Por otra parte, se ha estimado que la incorporación de las mujeres al mercado laboral, a la par de los hombres, en estos países podría elevar hasta en 20 puntos el PIB, por una mayor producción de bienes y servicios, mayor consumo y base tributaria. No despreciemos estos números.
México está, o estará pronto, en esta disyuntiva. Ojalá tomemos el camino correcto, que pasa no sólo por la plaza pública sino por el hogar de cada uno de nosotros.
Del machismo hemos dicho en otras obras que para ejercerlo no es necesario ser hombre ni recurrir a la violencia física, pues dicha conducta envuelve sutilmente, como una maraña invisible, todas las relaciones humanas e impide el desarrollo personal y social.
Tal invisibilidad es una de las razones principales por las que subsiste en México y otros países, con grandes costos sicológicos, sociales y económicos que afectan por igual a varones y mujeres. Toda la sociedad es víctima.
Lo difícil del machismo es que no se reduce a la violencia física o económica, sino que forma parte de una serie de reglas del juego que operan en la vida cotidiana sin que nadie las cuestione; de ahí el concepto de in visible. Esto es el reto de lo que hay por cambiar en el futuro, en las décadas por venir.
Marina Castañeda. "Por la igualdad de géneros". El Universal. 17/Sept/2010 http://www.eluniversal.com.mx/notas/709436.html