Madrid, España. Muchos de
nosotros conocemos la historia bíblica que hace referencia a la Torre de Babel.
Los hombres, hace muchos años, comenzaron a construir una torre que había de
llegar hasta el mismo cielo. Cuando estaban sumidos en tan magna obra
arquitectónica, algo asombroso les ocurrió. Todos ellos empezaron a hablar en
lenguas tan distintas que les resultaba
imposible entenderse. Por eso la Torre de Babel jamás se completó.
Este tipo de
historias puede interpretarse al menos, de tres formas diferentes:
1º- Se trata de
un relato verdadero desde el punto de vista histórico.
2º- Es una pura
fantasía.
3º-
Independiente de que sea un relato histórico o un relato fantástico, nos quiere
transmitir una lección de gran valor.
La reflexión que
me gustaría que usted, apreciado lector, y yo hiciéramos, está enfocada en la
tercera forma de interpretar el relato.
La Torre de
Babel está llena de símbolos. Cuando el
ser humano aspira a ser un dios, se llena de arrogancia, soberbia y
autosuficiencia. Además, lejos de ver a los demás como a otros dioses,
les ve como utensilios para sus propios fines. De este ansia de poder hablaba
mucho el filósofo alemán Nietzsche cuando
decía: “El hombre es voluntad de poder”.
Cuando nos
invade la soberbia, exigimos ser escuchados y perdemos el interés en escuchar
para comprender. ¿Para qué escuchar a aquellos a quienes en esos momentos
estamos viendo como simples utensilios?
Todos sabemos
que cuando nos escondemos tras la armadura de nuestra autosuficiencia, también
estamos escondiendo lo que de verdad sentimos y necesitamos. Nuestros
sentimientos y nuestras necesidades nos convierten en seres vulnerables que
necesitan de la ayuda de los demás. Sin embargo, es en el reconocimiento de
esta vulnerabilidad y de esta menesterosidad donde radica nuestra verdadera
fuerza. La fuerza de la unión, la
fuerza de la cooperación y la fuerza de la visión compartida emanan de
la comprensión profunda de que todos los seres humanos mientras sigamos vivos,
tendremos sentimientos y tendremos necesidades.
Cuando nuestro
corazón se endurece, nuestro lenguaje simplemente agrede y por eso acabamos
recibiendo aquello mismo que emitimos. Quien siembra vientos, recoge
tempestades. Esta es una conversación suicida, y es suicida porque nos va
aniquilando poco a poco al condenarnos a la soledad y al aislamiento.
Hemos de volver
a recuperar el lenguaje de la vida,
un lenguaje de sentimientos y de necesidades y deshacernos de una vez por todas
del lenguaje que se usa cuando se está detrás de la armadura. Todos sin distinción,
queremos lo mismo, sufrir menos y ser más felices. Para poder conseguirlo,
necesitamos equilibrar nuestros sentimientos y cubrir nuestras necesidades.
Hay una preciosa
fábula de alguien al que se le permitió visitar el Cielo y también visitar el Infierno.
A aquel invitado le sorprendió ver que en el Cielo a todos se les veía
perfectamente nutridos, mientras que los habitantes del Infierno estaban todos escuálidos y demacrados.
El invitado le preguntó al Guardián del Cielo por la razón de aquello:
–¿Es que acaso
los habitantes del Cielo tienen todo lo que necesitan para comer y los
habitantes del Infierno no tienen nada?
–En absoluto,
contestó el Guardián del Cielo. Todos tienen la misma cantidad de alimentos.
–Entonces, no
entiendo por qué los habitantes del Infierno están tan desnutridos.
–Ven a la hora
de la comida y lo entenderás.
Aquel visitante,
acudió a la hora de comer tanto al Cielo como al Infierno. Observó que los
habitantes de ambos mundos, sólo podían comer utilizando unos palillos muy largos.
Los habitantes del Cielo, los utilizaban para dar de comer a otras personas,
mientras que los habitantes del Infierno, se empeñaban en usar los palillos
para, alimentarse así mismos. Aquellos palillos eran tan largos, que la comida nunca llegaba a sus bocas.
Cuando no
ayudamos a los demás a cubrir sus necesidades y no nos dejamos ayudar por otros
para cubrir las nuestras, todo nuestro ser se debilita. Tal vez la armadura que
ponemos ante los demás nos de una sensación de protección. Sin embargo, yo creo
que lo que de verdad hace es separarnos, inmovilizarnos y hacernos enfermar.
Mario Alonso Puig. El Confidnecial.com. 02/04/2013