México, Distrito Federal. Cada vez es más difícil encontrar personas
que estén satisfechas y piensen que la democracia funciona bien en México. El
sistema democrático corre el riesgo objetivo de morir de inanición debido a la
escasa capacidad de las autoridades para elevar el nivel de vida de millones de
mexicanos y traducir en mejoría económica las ventajas del pluralismo político.
Los datos que acaba de anunciar el Latinobarómetro 2013 deberían encender todas
las alarmas debido a la magnitud del deterioro democrático por el que está
atravesando el país. Van algunas cifras, para ilustrar la debacle en la que
estamos metidos.
Latinobarómetro ha estudiado el apoyo hacia
la democracia que la gente de América Latina manifiesta. Mientras que entre
1995 y 2013 ese apoyo ha aumentado 16% en Venezuela, 10% en Ecuador o bien 8%
en Chile, en México ha retrocedido un 12%. Es decir, parece que vamos como los
cangrejos.
Un 37% de los mexicanos, según la encuesta de
2013, dice que da lo mismo vivir en una democracia que en un sistema
autoritario y un 16% de plano prefiere un sistema autoritario. La democracia
tiene pocos adeptos, como se puede ver.
Quizá el escaso apoyo que recibe la
democracia depende del fracaso educativo en el que está sumido el país. En
América Latina 54% de quienes tienen apenas estudios de secundaria apoya la
democracia; pero ese porcentaje se eleva hasta 70% cuando se trata de personas
que cuentan con una educación superior completa. Es decir, a mayor nivel
educativo, mayor compromiso y aprecio por la democracia.
Otro factor que posiblemente incide en el
poco apoyo a la democracia es el bajo nivel de vida de muchos mexicanos, que en
un porcentaje relevante siguen viviendo en la pobreza. Por ejemplo, durante
2013 55% de los mexicanos dijo haberse quedado sin dinero para comprar comida
en los últimos 12 meses. Esa cifra en Brasil es de apenas 19%, lo que viene a
reforzar la necesidad de estrategias que incrementen el acceso de la gente a
alimentación, tal como lo ordena el artículo 4 de nuestra Carta Magna.
Cuando se le pregunta a la gente si cree que
la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, 56% dice estar
de acuerdo en general, en América Latina, pero esa cifra baja hasta un escaso
37% en México, que ocupa el último lugar entre todos los países del
subcontinente.
Con la afirmación “La democracia puede tener
problemas, pero es el mejor sistema de gobierno”, 79% de latinoamericanos dice
estar de acuerdo. Pero solamente sostiene lo mismo 66% de los mexicanos, lo que
nos deja en el penúltimo lugar, con apenas un punto más que El Salvador.
De hecho, es posible que el escaso apoyo a la
democracia se base también en la desconfianza que sentimos hacia ciertos
actores institucionales que están severamente desprestigiados. Por ejemplo, un
45% de mexicanos piensa que puede haber democracia sin partidos políticos. Ese
es el porcentaje más alto en toda América Latina.
Por otro lado, pero en íntima relación con el
dato anterior, 38% dice que puede haber democracia sin congreso, de modo que no
les importaría despedir a todos nuestros diputados y senadores.
Por todo lo anterior no sorprende (pero sí
preocupa, y mucho) que solamente 21% de mexicanos esté satisfecho con la
democracia. Cuando casi 80% de la población se muestra insatisfecho con una
determinada forma de gobierno, significa que algo se está haciendo muy mal. Se
trata de un problema severo, que debe atenderse inmediatamente.
El gran reto que tenemos enfrente todos —no
solamente las autoridades o el gobierno— es hacer que la democracia funcione
mejor y que los ciudadanos perciban que el gobierno de la gente sirve para
elevar su nivel de vida. Todo lo demás que se diga queda en un plano puramente
retórico. La democracia debe servir para hacer que las personas sean más
libres, tomen mejores decisiones, estén mejor informadas, tengan acceso real a
bienes y servicios, cuenten con protección para sus derechos, puedan aspirar a
incrementar su nivel de vida, etcétera.
Nadie piensa que el sistema democrático es
una suerte de varita mágica que haga que países con grandes problemas de pronto
y sin esfuerzo accedan al desarrollo. No se trata de ser ingenuos. Pero sí creo
que debemos ser suficientemente exigentes como para no dejar que el discurso
democrático se agote en la celebración de elecciones cada tres años y en la
rotación de los partidos en el poder. Eso es de una mediocridad increíble y su
único efecto es nutrir las bases de quienes prefieren el autoritarismo. Hay que
aspirar a tener una democracia de calidad, que permita que todos tengan las
mismas oportunidades para trabajar y vivir mejor. De eso se trata, y no de otra
cosa.
Miguel
Carbonell. Investigador del IIJ de la UNAM
Miguel Carbonell. El Universal.com.mx. 14/12/13
http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2013/11/67414.php