El novelista ruso del siglo XIX Fyodor Dostoyevsky creó
personajes que justificaban matar en nombre de sus ideologías. Por esta razón,
argumenta el filósofo John Gray, siguió siendo relevante durante el surgimiento
de los Estados totalitarios del siglo XX y hasta ahora, en las "guerras
contra el terrorismo".
Cuando Fyodor
Dostoyevsky describió en sus novelas cómo las ideas tienen el poder de cambiar
las vidas humanas, sabía de qué estaba hablando.
Nacido en 1821, el
escritor ruso tenía algo más de 20 años de edad cuando se unió a un grupo de
intelectuales radicales en San Petersburgo que estaban fascinados con las
teorías socialistas utópicas francesas.
Un agente de policía
que había infiltrado el grupo reportó las discusiones a las autoridades.
Crimen y castigo
El 22 de abril de
1849, Dostoyevsky y los otros miembros del grupo fueron arrestados y, tras unos
meses de investigación, encontrados culpables de planear la distribución de
propaganda subversiva y condenados a muerte.
El castigo se conmutó
por una sentencia de exilio y trabajos forzados, pero la autoridad del tsar de
decretar vida o muerte fue confirmada forzando a los prisioneros a experimentar
una ejecución simulada.
En una puesta de
escena cuidadosamente preparada, en la mañana del 22 de diciembre de 1849,
Dostoyevsky y el resto del grupo fueron llevados a un lugar en el que se había
erigido un andamio y decorado con crepé negro. Sus delitos y sentencia fueron
leídos y un sacerdote ortodoxo les pidió que se arrepintieran.
Tres del grupo fueron
amarrados a los postes, listos para la ejecución. Al último minuto, sonaron los
tambores y el pelotón de fusilamiento bajó sus rifles. Habiendo sido
indultados, los prisioneros fueron esposados y enviados al exilio en Siberia.
Dostoyevsky debía cumplir cuatro años de trabajos forzados seguidos de servicio
obligatorio en el ejército ruso.
Al borde de la eternidad
En 1859, un nuevo
tsar le permitió a Dostoyevsky finalizar su exilió en Siberia y un año más
tarde estaba de vuelta en el mundo literario de San Petesburgo.
La experiencia lo
alteró profundamente. No modificó de opinión respecto a que la sociedad rusa
necesitaba cambiar radicalmente. Siguió creyendo que la institución de la
servidumbre era profundamente inmoral, y hasta el final de sus días detestó a
la aristocracia. Pero su experiencia de haber estado al borde de la muerte,
como lo consideraba, le dio una nueva perspectiva respecto al tiempo y la
historia.
Muchos años más tarde
señaló: "No recuerdo haber estado tan feliz como ese día".
De ahí en adelante,
se dio cuenta de que la vida humana no era el movimiento de un pasado
deficiente a un futuro mejor, como lo había creído o medio creído cuando
compartió las ideas de los intelectuales radicales. En cambio, pasó a creer que
cada ser humano estaba en todo momento parado en el borde de la eternidad.
Como resultado de esa
revelación, Dostoyevsky empezó a desconfiar cada vez más de la ideología
progresiva que lo había atraído cuando era joven.
Despreciaba
particularmente las ideas con las que se encontró en San Petersburgo a su
regreso de una década de exilio en Siberia.
Una nueva generación
de intelectuales rusos estaba cautivada por las teorías y filosofías europeas.
El materialismo francés, el humanismo alemán y el utilitarismo inglés se
fundían en una combinación peculiarmente rusa que terminó llamándose "nihilismo".
Tendemos a pensar que
alguien nihilista es alguien que no cree en nada, pero los nihilistas rusos de
la década de 1860 eran muy distintos. Creían fervientemente en la ciencia, y
querían destruir las tradiciones religiosas y morales que habían guiado a la
humanidad en el pasado para abrirle el camino a un mundo mejor.
Hoy en día hay mucha
gente que cree en algo similar.
Demonios
La condena de
Dostoyevsky del nihilismo es presentada en su gran novela "Demonios".
Publicado en 1872, el libro ha sido criticado por su tono didáctico, y no hay
duda de que el autor quería mostrar que las ideas dominantes de su generación
eran dañinas.
Pero la historia que
cuenta Dostoyevsky también es una comedia negra, cruelmente cómica en su
descripción de los nobles intelectuales que jugaban con las nociones
revolucionarias sin entender lo que significa una revolución en la práctica.
La historia es una
versión de eventos que ocurrieron mientras Dostoyevsky estaba escribiendo el
libro.
Sergei Nechaev había
sido un profesor de divinidad y se había convertido en un
"terrorista" que fue arrestado y condenado por complicidad en el
asesinato de un estudiante. Nachaev había sido el autor de un panfleto,
"El catecismo de un revolucionario", que argumentaba que cualquier
medio (incluyendo el chantaje y el asesinato) era válido para promover la causa
de la revolución. El estudiante había cuestionado las políticas de Nechaev, por
lo que había sido eliminado.
Dostoyevsky indica
que el resultado de abandonar la moralidad en nombre de una idea de libertad es
un tipo de tiranía más extrema que cualquiera de las del pasado. Como uno de
los personajes de "Demonios" confiesa: "Me enredé en mi propia
información, y mi conclusión contradice directamente la idea original: partí de
la libertad ilimitada, concluí con el despotismo ilimitado".
Es difícil encontrar
una mejor descripción de lo que ocurriría en Rusia como resultado de la
revolución bolchevique casi 50 años más tarde.
Aunque lo criticaba
por depender demasiado en actos de terrorismo individuales, Lenin admiraba a
Nechaev por su disposición a cometer cualquier crimen si le servía a la
revolución. Pero como anticipó Dostoyevsky, el uso de métodos inhumanos para
lograr un nuevo tipo de libertad produjo un tipo de represión que tenía mucho más
alcance que las crueldades histriónicas del tsarismo.
Poseídos
La novela de
Dostoyevsky contiene una lección que le sirve no sólo a Rusia.
Las primeras
traducciones en inglés llevaban el título "Los poseídos", una lectura
equivocada de la palabra rusa cuyo significado más preciso es
"demonios". No obstante, el antiguo título quizás se acerca más a la
intención de Dostoyevsky. Aunque hay momentos en los que los retrata sin
misericordia, los revolucionarios no son los demonios: lo son más bien las
ideas que los esclavizan.
Dostoyevsky pensaba
que la falla en el corazón del nihilismo ruso era el ateísmo, pero uno no tiene
que estar de acuerdo con ese punto de vista para apreciar que cuando escribe
sobre las ideas demoniacas de poder está tratando un trastorno humano genuino.
Tampoco es necesario estar de acuerdo con la opinión política del autor, que
era una versión mística de nacionalismo muy manchada de xenofobia.
Lo que Dostoyevsky
diagnosticó –y lo que a ratos sufría en su propia carne- era la tendencia a
pensar que las ideas eran de alguna manera más reales que los mismos seres
humanos.
Igual de ilusos
Sería un error
imaginar que nosotros no hemos caído en esta suerte de pensamiento delirante.
Las guerras que
Occidente ha luchado en Medio Oriente durante más de una década a menudo son
criticadas por ser intentos de apropiarse de recursos naturales, pero yo estoy
seguro de que esa no es toda la historia. Ha sido igual de importante un tipo
de fantasía moral, lo que explica las repetidas intervenciones de Occidente y
su recurrente fracaso.
Nos imaginamos que
ideas como "democracia", "derechos humanos" y
"libertad" tienen un poder propio que puede transformar las vidas de
quien esté expuesto a ellas. Lanzamos proyectos de cambios de gobiernos cuyo
objetivo es hacer realidad estas ideas derrocando tiranos.
Sin embargo, exportar
la revolución de esa manera puede tener el efecto de fracturar al Estado -como
ha pasado en Libia, Siria e Irak- lo que conduce a la guerra civil, anarquía y
nuevos tipos de tiranía.
Nuestros propios demonios
El resultado es la
posición en la que nos encontramos en este momento.
La política
occidental ahora está impulsada por el miedo a las fuerzas e ideas que han
surgido del caos creado por la intervención occidental.
Lamentablemente, ese
temor no es infundado. El riesgo de que esos conflictos nos afecten cuando los
ciudadanos occidentales que han luchado en ellos regresen a casa es real.
Nos gusta pensar que
las sociedades liberales son inmunes al peligroso poder de las ideas. No
obstante, es una ilusión pensar que no tenemos nuestros propios demonios.
Poseídos por
conceptos grandiosos de libertad, hemos tratado de cambiar los sistemas de
gobierno de países que no entendemos.
Como los insensatos
revolucionarios de la novela de Dostoyevsky, hemos convertido nociones
abstractas en ídolos, e intentando servirlos, hemos sacrificado a otros y a
nosotros mismos.
John Gray. Bbc.co.uk. Reino Unido, 30/11/14