México, Distrito Federal. Aturdido
por la ensordecedora vorágine que produce el ruido de la guerra antinarco,
México ha cerrado los ojos y ha obviado y soslayado su cara más pacífica; una
faceta que está ahí, presente y silenciosa… y la mayor parte del tiempo,
silenciada por la violencia. Pero desde hace varios años, ciudadanos y
movimientos de todo el país han comprendido que “la paz es mucho más que la
ausencia de guerra” y han combatido a enemigos públicos menos visibles pero más
letales, y que, en los últimos seis años, causaron el doble de víctimas que el
crimen organizado. Hoy, a 20 años del nacimiento del “pacifismo mexicano” hay
un resurgimiento nacional que pide un cambio de paradigma, donde la paz se
convierta en un verdadero derecho constitucional para los mexicanos.
Una de las grandes trampas de la
guerra es el estruendo que produce. Y es verdad que resulta difícil, muy
difícil, no caer en su ruido. Por el contrario, una de las características que
mejor define a la paz es su andar silencioso, su manera de esconderse en lo cotidiano
y de recrearse a sí misma aún en medio de los peores escenarios. Quizá porque
la paz, a diferencia de la violencia, sí se ha comprobado que es inherente al
ser humano, por lo menos en lo individual.
Pero es curioso, nótese que,
tanto en la paz como en la violencia, siempre –siempre– nos acompañan las
mismas preguntas: ¿Qué la genera? ¿Dónde y por qué comienza? ¿Cuándo y cómo
termina? ¿Se aprende, o se nace con ella? ¿Es posible contagiarse de su
esencia? ¿Podremos –de verdad– olvidarnos algún día de su existencia?
Las cuestiones fundamentales
sobre la guerra, la paz y la violencia son tan ancestrales como modernas. Pero
una cosa es cierta: la guerra siempre merece mucha más atención por su terrible
poder de romper lo cotidiano. Y, sin embargo, quienes estudian
científicamente la paz y sus fenómenos –formalmente desde hace apenas unos 50
años–, coinciden en afirmar que una sociedad (y quizá todo un mundo) pueden
educarse positivamente para lograr vivir inmersos en lo que se conoce como una
“Cultura de Paz”; un concepto que ha ido extendiéndose en el mundo, y que en
México –sí, en este México sumido en la violencia actual–, comienza a conocerse
y a aplicarse, paulatina pero certeramente.
México: el grito de guerra que detonó las primeras voces de Paz
En lo que ahora parece un lejano
2006, durante su primer mensaje oficial como presidente electo de México,
Felipe Calderón Hinojosa pronunciaba unas incendiarias palabras para un país ya
dolido: “Frente a la fuerza de quienes apuestan por la violencia, (hoy) ha
ganado la fuerza de los pacíficos”.
En su momento, muchos criticaron
aquella “soberbia” del discurso de un Presidente que está a punto de entregar
una de las peores crisis humanitarias que haya enfrentado el país en su
historia reciente. Las cifras –las oficiales y las no oficiales, según quién
las emite–, tal vez no son del todo confiables, pero en cualquier caso, sí
resultan terribles: entre 50 y 150 mil muertes violentas en apenas seis años;
lo que equivale a afirmar que México es actualmente, uno de los países más
mortíferos que cualquier nación con un conflicto armado “formal” en el mundo.
Negar esta realidad, la realidad
“de guerra” que actualmente enfrenta el país, resulta poco menos que imposible.
Pero igualmente imposible debería resultar para los mexicanos negar los muchos
esfuerzos de solución pacífica que llevan años –algunos de ellos largas
décadas– operando en las raíces más oscuras y profundas de esta crisis social
mexicana que –de mala y peligrosa manera–, sólo se atribuye al narcotráfico y
al crimen organizado.
Sin embargo, así ha sido: aturdidos por la
ensordecedora vorágine que produce el ruido de esta “guerra antinarco”, México
ha cerrado los ojos y ha obviado y soslayado la paz que día a día, también nos
acompaña.
Sí. Porque aunque la mayoría
seamos ciegos a esta “otra realidad mexicana”, lo cierto es que a lo largo de
nuestra historia como país (pasada y reciente) miles de ciudadanos realizan
titánicos esfuerzos pacíficos, enfrascados en un silencioso pero contundente y
prolongado trabajo, dedicado a mejorar las condiciones sociales y de vida; y en
algunos casos, esos esfuerzos se hacen apenas para continuar con la vida… que
no es poco.
“Con nosotros se sentaba la
muerte, tan cotidiana, tan nuestra, que acabamos por dejar de tenerle miedo…
(…) porque todos los muertos, nuestros muertos, se iban así nomás, sin que
nadie llevara la cuenta, sin que nadie dijera por fin el ¡YA BASTA! Que
devolviera a esas muertes su sentido, sin que nadie pidiera a los muertos que
regresaran a morir otra vez, pero ahora, para vivir”.
Hoy, este México sumido en las
profundidades del miedo inmediato, parece haber olvidado por completo la fuerza
desgarradora de aquellos discursos zapatistas escritos hace ya una década,
cuando Chiapas nos despertó a todos de golpe con una insurgencia armada
conformada por indígenas –nuestros 15 millones de indígenas–, que pedían a su
propio país “Paz, Dignidad y Justicia”. La memoria colectiva es corta y la
urgencia de la guerra la acorta aún más, pero lo cierto es que todavía hoy le
debemos a Chiapas un fuerte despertar social mexicano en nuestro incipiente
pacifismo a la mexicana.
(A partir del levantamiento
zapatista) “Un conjunto de acciones y movimientos ciudadanos aparecieron con
propuestas : para una economía diferente, de reformas al Estado, de política
social, de caminos y estrategias para lograr la paz (…) ahí se fue conformando
un acercamiento a la Cultura de Paz; (por primera vez) se abrieron horizontes y
expectativas sobre los problemas vivos que planteaban la guerra y la paz (…)”,
afirma el investigador especializado en la sociedad civil Rafael Reygadas
Robles en su libro Abriendo veredas, iniciativas públicas y sociales de las
redes de organizaciones civiles.
Efectivamente, fue la presencia
de la guerra lo que impulsó en el país las primeras discusiones serias sobre la
paz en diversos ámbitos. Hace 10 años, el término “paz” comenzó a echar raíces
en México. Con desconocimiento a veces. Con intenciones veladas algunas otras.
Con intereses, con politizaciones, y hasta con hipocresía en muchos de los
discursos oficiales… pero también con deseos y propuestas para que realmente
pudiera sembrarse en el país una nueva semilla.
Y sí: muchos de aquellos
esfuerzos fracasaron o fenecieron al paso del tiempo, algunos se cansaron y a
otros tantos, el interés se les vino abajo. Pero por fortuna, ciertos
movimientos pacíficos de principios de los 90 no sólo siguen hoy en pie, sino
que, en este nuevo escenario mexicano donde el ruido de la guerra amenaza con
ensordecernos, la paz está volviendo a emerger en el territorio nacional, y
esta vez, lo hace con más experiencia.
Lo que no nombra, simplemente no existe...
“En 1994, la guerra en Chiapas
nos impactó a todos, pero a los jóvenes creo que ese golpe nos llegó con más
fuerza (…) aunque sólo unos pocos de nosotros entendimos desde entonces que la
violencia no era ni la única ni la mejor vía para pedir justicia. Por
desgracia, vimos con tristeza que la mayoría de nuestros compañeros
estudiantes, por las condiciones imperantes en aquel momento de la historia
mexicana, pensaban que ya no quedaban más salidas para expresar el descontento…
para intentar cambiar al país (…) pero todavía hoy, yo estoy convencido de que
es posible la transformación pacífica, y que para México, especialmente en este
momento, es necesario y urgente aplicar las salidas pacíficas”.
Originario de Jalisco, Hiram
Valdéz Chávez dirigía un movimiento liberal juvenil y estaba por cumplir 19
años en el momento del levantamiento zapatista. Actualmente es un abogado de 39
años y nunca en estas dos décadas dejó de trabajar por y para la “paz posible
de México”:
“Inspirados por la llamada de
Chiapas, y través de una organización civil en la que convergían movimientos
estudiantiles de todo el país, realizamos durante varios años encuentros de
jóvenes por la paz en Querétaro, Nuevo León, Colima, Zacatecas, Jalisco y el
Distrito Federal… y entre más pasaba el tiempo, y más se recrudecía la
violencia, más nos convencíamos de la necesidad de un cambio orientado hacia la
paz, y esto –ahora lo sé con certeza–, sólo se logra a través de un nuevo
paradigma, a través de la llamada ‘Cultura de Paz’”.
Por mandato de las Naciones
Unidas, cada 21 de septiembre se celebra desde 1981 el “Día Internacional de la
Paz”, una jornada que ha ido tomando fuerza en diversas partes del mundo, pero
que también –como sucede con muchas fechas conmemorativas– este día suele
perder su verdadero sentido para disfrazarse momentáneamente de palomas,
pancartas alusivas, fondos blancos y discursos cándidos… formas varias sin
mucho contenido.
Fue hasta casi 20 años después,
en 1999, cuando por iniciativa del científico español Federico Mayor Zaragoza
–en ese tiempo Director General de la UNESCO–, el mundo comenzó a conocer este
nuevo paradigma social llamado “Cultura de Paz”, un concepto que las Naciones
Unidas define como “una serie de valores de total rechazo a cualquier tipo de
violencia en todos los niveles, y que previene los conflictos mediante el
diálogo y la negociación, pero sobre todo, a través de la atención a las causas
primeras de los problemas sociales”.
Y es precisamente este paradigma
social, el que un sinnúmero de organizaciones de la sociedad civil mexicana han
adoptado en la base de sus acciones. Sí, porque a pesar de que la paz sea mucho
(mucho) menos visible que la violencia, lo cierto es que desde hace tiempo, y
aún con más fuerza durante estos últimos años “en pie de guerra”, ciudadanos
tanto mexicanos como extranjeros, en lo individual y en lo colectivo, han
trabajado y siguen trabajando para insertar en este México violento y
violentado, los principios de una “Cultura de Paz”.
Son movimientos que tal vez no se
notan, pero su labor es larga y continuada: organizaciones de todo el país,
desde el norte hasta el sur están ahí, algunas hace ya mucho tiempo, algunas
apenas nacen, algunas están creciendo y otras están multiplicándose y
comunicándose entre sí… tal vez no se notan, y tal vez, (sólo quizá), muchas de
ellas ni siquiera son conscientes de que su trabajo de fondo, está impregnado
de “Cultura de Paz”, de este nuevo paradigma poco comprendido por los
mexicanos; pero lo cierto es que infinidad de grupos de todas las formas y
tamaños, están labrando un camino pacifista en un país que –todavía- prefiere
centrarse en su faceta más violenta.
Esta “otra vía” que la mayor
parte del tiempo no se nota tanto, permite que las organizaciones trabajen con
el silencio que la paz necesita… Pero, ¡atención! No es lo mismo ser silencioso
que estar silenciado, pues como dice Johan Galtung (4), uno de los más
relevantes estudiosos de la paz en el mundo: “La ausencia de información sobre
la solución pacífica de conflictos, puede a su vez, estimular la ausencia de
paz”… o ,dicho de otro modo: “lo que no se nombra, parece que simplemente no
existe”, y esto es justamente lo que le sucede a La Paz de México.
Más que una caravana... la Paz es un largo camino
El Movimiento por la Paz con
Justicia y Dignidad, encabezado prioritariamente por el poeta Javier Sicilia,
es actualmente el más visible de los grupos que invoca a la paz en México; y
aunque esta organización está conformada a su vez por otros movimientos
sociales, lo cierto es que está muy lejos de ser el único. Es, eso sí, el que
más cobertura mediática ha logrado por su identificación con las víctimas de la
violencia desatada por la “guerra antinarco”; es decir que, una vez más y como
en el caso de Chiapas, la irrupción de la guerra, es lo que provoca en el país
un llamado por la paz.
Y precisamente para que “los
pacíficos se noten más”, entre el 12 y el 21 de septiembre de 2012 (este
viernes que se conmemora el Día Internacional por la Paz), el movimiento hasta
hace poco liderado por Javier Sicilia ha convocado a las organizaciones de la
sociedad civil y la ciudadanía en general, a salir a las calles para celebrar
“10 días por la paz y los derechos humanos” en todo el territorio nacional.
La llamada Caravana por la Paz
con Justicia y Dignidad realizó desde el 12 de agosto y hasta el 12 de
septiembre, una trayectoria por una veintena de ciudades de Estados Unidos. La
intención principal de este recorrido de más de 9 mil kilómetros fue la de unir
esfuerzos con la sociedad civil estadounidense para contrarrestar los daños
mortales que causa el flujo armamentístico desde EU, donde operan alrededor de
100 mil permisionarios legales, sin contar con las muchas armas que llegan a
México por la vía ilegal desde el vecino país del norte.
Se trata de un gran esfuerzo
pacifista mexicano cruzando las fronteras, pero esta marcha que centró la
atención de la prensa nacional e internacional, no es la única que se ha
realizado en el país. Las primeras caminatas pidiendo “paz y justicia”, las
realizaron los indígenas de México en busca de la atención de sus propios
gobernantes y ciudadanos.
Hace exactamente 10 años, otros
caminantes por la paz declaraban:
“Con los pies cargados de
ampollas pero con el corazón entero y firme, llegamos por fin a la capital de
México (…) y sin que nos diéramos cuenta, nuestros pasos lograron abrir también
los corazones de miles de hermanos y hermanas de la República que nos vieron
pasar (…) y entendimos cómo era el camino que andábamos: un camino largo, un
camino que hay que andarlo despacio y que sólo se puede lograr si lo caminamos
juntos…”.
Se trataba de la caravana Xi’
Nich’ que en 1992 (dos años antes del levantamiento zapatista) recorrió más de
mil kilómetros en 52 largos días desde Palenque hasta Ciudad de México. Luego,
durante 2000, Xi’ Nich’ volvió a caminar por la paz, esta vez desde Acteal
hasta la Basílica de Guadalupe… Y décadas después, muy pocos saben que estos
caminantes pacíficos no sólo existen todavía, sino que su actividad sigue
vigente, tal vez más ahora que entonces, pues la guerra que antes fue de los
indígenas, y que a muchos mexicanos nos pareció ajena, hoy se ha generalizado
en el país, atizada por las mismas razones que hace ya 20 años “los hombres de
la selva” vaticinaron mucho más allá del narcotráfico: injusticia y desigualdad
social, pobreza extrema, agravios ancestrales, exceso de presencia y acción
militar, y sobre todo, indiferencia social…
“Lo que hemos estado viviendo no
sólo en México, sino en el mundo: abusos, guerras, corrupción, violencia y todo
tipo de injusticias, es porque hemos puesto el énfasis en la separación y no en
la unidad. Nuestras culturas ancestrales vivían de otra manera y hoy ha llegado
el momento de darnos cuenta, de recuperar la visión y la sabiduría de quienes
nos antecedieron. Los abuelos de mis abuelos sabían que entre 1992 y 2012 sería
el inicio del cambio. Lo que nosotros llamamos un ‘katún’, es un periodo de ‘no
tiempo’ que dura 20 años del tiempo occidental, y donde será posible potenciar
aquello en lo que decidamos poner nuestra atención: ya sea en la violencia y la
guerra, o bien, en la paz y en la unidad. Esa es nuestra meta.”
Ac Tah, mejor conocido por la
mayoría como “El Caminante Maya”, es un heredero de la tradición mayaab que
proviene del linaje “Tah Baak y Ac Canche” del oriente de Yucatán. Actualmente
tiene 45 años y desde 2008 se ha dedicado a recorrer el país, cuyo territorio
entero ha abarcado más de dos veces en estos últimos cuatro años. La caminata
de Ac Tah, su caravana personal por la paz, tiene como finalidad “transformar
la energía de los mexicanos”, a través del movimiento denominado “Un minuto por
México”
“El nuestro es un país especial.
A nivel energético somos, por decirlo así, el lugar geológicamente elegido para
liderar un despertar de consciencia. No es casualidad que nuestra cultura
piramidal sea tan amplia (…) estos sitios son en realidad puntos capaces de
activar la esperanza, pero para eso tenemos que despertarla en nosotros. Yo en
mis recorridos me he encontrado un México hermoso, con muchísima –pero
muchísima– más gente buscando la paz que deseando la guerra (…) En nuestras
tradiciones no existen seres humanos ‘negativos o malos’, sino personas que
carecen del conocimiento, que no saben cómo actuar (…) a veces lo único que se
nos ocurre es protestar o violentarnos (…) a veces encerramos el término paz en
la religión o la política, pero es algo mucho más amplio a lo que todos podemos
acceder”, explica.
“Un minuto por México” es otro de
los muchos movimientos poco visibles pero presentes, que a su manera, como lo
hace cada uno, promueve desde hace años “la pacificación de México”. Y en el
caso de Ac Tah, se hace a través de meditaciones masivas y de pequeños pero
significativos actos “de alegría” (como él los llama) que cada uno de los
participantes dedica al país para “elevar su energía”.
Sin determinarse por creencias
religiosas, la meditación ha sido desde hace por lo menos 5 mil años, una
herramienta muy utilizada para encontrar paz y equilibrio. De hecho,
experimentos avalados por científicos han comprobado su eficacia incluso para
reducir los niveles delictivos en algunas de las ciudades más violentas del
mundo, bajo la premisa de que “el pensamiento genera realidad” tanto en lo
individual como en lo colectivo.
Mexicanos al grito de... ¿Paz?
El pensamiento colectivo es lo
que genera un determinado paradigma social. Y el paradigma actual, pareciera no
poder evitar concentrarse con mucho mayor énfasis en la violencia, una atención
que –creámoslo o no– tiene serias consecuencias, según han comprobado diversos
estudios de la llamada Investigación para la Paz:
“Es lamentable observar cómo
generalmente el potencial humano para la paz es despreciado, mientras que la
violencia y la guerra se enfatizan y exageran. Al final, este énfasis en la
violencia y en la guerra termina por ‘normalizarla’, (…) y esto no sólo es
erróneo, sino que tiene pésimas consecuencias en nuestra vida social y
política, pues acaba por convertirse en una ‘profecía que se auto-cumple’”,
afirma el antropólogo Douglas P. Fry, especialista en resolución de conflictos,
y con un amplio trabajo de campo en México.
Sin duda, adentrarse en la
“Cultura de Paz” exige un verdadero cambio de modelo social, comenzando por lo
pequeño y por supuesto, por ‘los más pequeños’. Son ellos, los niños de hoy,
los que con más probabilidad podrán absorber las nuevas enseñanzas que propone
la denominada “Educación para la Paz”, una de las muchas aristas que comprende
el paradigma pacifista.
"Hace tres años, yo elaboré una
propuesta para crear las ‘bandas de paz’, que básicamente consistía en
transformar nuestras actuales ‘bandas de guerra’ de niños y jóvenes en un
modelo más pacífico, para que desde pequeños se fueran familiarizando con la
paz. Envíe esta propuesta a la Secretaría de Educación y Cultura de Sonora,
pero parece que no les gustó, o que no les pareció un buen momento político,
pues me respondieron –muy amablemente– que yo debía presentarla por mi cuenta
ante el Congreso de la Unión. Yo he aprendido a tener paciencia con estas cosas
(…) mi propuesta finalmente la retomó una organización internacional que está promoviendo
la paz desde España (…) y creo que ahora sólo hace falta que nuestras
autoridades también vean la importancia de estos gestos por la paz, sobre todo
entre nuestros niños, nuestro futuro”.
Ignacio Bussani es escritor,
poeta y periodista en su natal Sonora, y aunque la creación de “bandas de paz”
para sustituir los acordes de guerra que nos acompañan desde la infancia podría
parecer una propuesta ingenua, lo cierto es que proyectos similares ya se
desarrollan en otras latitudes. Ecuador por ejemplo, es un país que lo ha
retomado de lleno, consciente de la importancia de un cambio educativo desde
las raíces mismas, y desde cosas que –quizá– podrían antojarse nimias o
superficiales.
Pero es verdad. La llamada
“Educación para la Paz” es mucho más que eso, aunque su fondo, sí contempla “un
nuevo ritmo pedagógico”. Como dice una canción: “en la escuela nos enseñan a
memorizar fechas de batallas, pero poco nos enseñan de amor”. Esto mismo es lo
que dice el catedrático catalán Vicenç Fisas, especialista en el tema, cuando
afirma: “Tanto la guerra como la paz son frutos culturales; y podemos educarnos
para una cosa o para la otra”.
Una nueva sociedad precisa
ciudadanos nuevos y esos ciudadanos requieren a su vez, de espacios nuevos.
Esto es lo que se ha planteado desde hace una década la organización
regiomontana “Enlazando Esfuerzos Conjuntos”, que entre sus muchos programas
contempla a la paz como un aspecto transversal, que atraviesa todos los campos
de acción social.
“Necesitamos una nueva versión
del mundo; México se merece un tiempo nuevo; todos lo merecemos. (Pero) nuestro
país no ha tenido nunca un encuentro puntual con la paz (…) y nunca se nos ha
enseñado cómo ejercitar la resolución de conflictos (…) no estamos educados en
este aspecto”, dice Mariela Manzano, fundadora de esta organización.
"Enlazando la Paz” es uno de
estos programas que arrancó en 2012 con un novedoso y atractivo proyecto
piloto, en donde participan varias escuelas públicas y privadas y otros
organismos civiles de Monterrey, Nuevo León, bajo la asesoría de instancias
internacionales expertas en Educación para la Paz
“Este proyecto que comenzó a
funcionar en Monterrey en este año escolar 2012, ha sido ampliamente probado en
más de 2 mil 200 escuelas de varios países y sus beneficios los han recibido
más de un millón y medio de alumnos en todo el mundo. Es una metodología única,
con alcances a largo plazo (…) Aquí no se contempla a la paz como una materia
extracurricular, ajena al programa de estudios, sino que permea dentro de toda la
educación que reciben los niños”, dice Adda Garza, directora de “La Paz
comienza con los niños”, una de las asociaciones locales que participan en este
peculiar y pacífico experimento social.
La metodología a la que se
refiere Adda Garza fue implementada por Dr. H.B. Danesh, fundador y presidente
del International Education for Peace Institute (Instituto Internacional de
Educación para la Paz) con sedes en Canadá y Suiza. La primera vez que este
programa se puso en marcha y probó sus frutos, fue nada más y nada menos que en
Bosnia-Herzegovina en 2000, tras el traumático paso por la guerra civil que
vivió la ex Yugoslavia a finales de los 90.
Y aunque queda gran trecho por
caminar, lo cierto es que México comienza a dar pasos firmes hacia este “nuevo
paradigma educacional”, y no sólo para los más pequeños. La Universidad Albert
Eisten, en el Estado de México, a la postre una de las entidades más violentas
en la actualidad, ofrece desde hace ya varios años la Maestría en Educación
para la Paz, con bastante éxito.
“Todos nuestros egresados salen
con una visión más ética del mundo; la mayoría de ellos han montado ya sus
propios esfuerzos sociales y pacifistas en organizaciones acordes con los
ideales que aquí se enseñan (…) No, nosotros no somos idealistas, somos muy
realistas. Prueba de ello es que habemos muchas personas trabajando para la paz
en nuestro país, aunque por ahora no se note tanto (…) después de todo, la paz
se hace, no se grita”, dice Héctor Manuel Vázquez Castillo, director de esta
peculiar maestría pacífica mexiquense.
Las balas que también matan, pero que no vemos
El mundo entero, y México no es
la excepción, está impregnado de una “narrativa de la violencia”. Ella y no la
paz, es la imagen con la que nos representamos cotidianamente, tal vez porque
efectivamente hay mucha ignorancia en lo que verdaderamente significa la paz. Y
la paz, dicen quienes la estudian, “la paz es mucho más que la ausencia de
guerra”; es erradicar y renunciar a todo tipo de violencias: física,
psicológica, cultural y sobre todo, económica, la llamada “violencia de las
estructuras”, la más letal de todas las violencias actuales.
Sí. La paz suele ser silenciosa
mientras actúa, y aunque sea “la guerra antinarco” lo que parece inundar
nuestro ánimo cotidiano, lo cierto es que el país está librando desde hace
tiempo otras guerras que no vemos ni escuchamos, y que son quizá, las que
deberían preocuparnos, provocar nuestro estupor y ocupar nuestras acciones. Y
ésta es precisamente la tarea que muchos –muchísimos– mexicanos se han impuesto
desde hace años para conseguir un México más pacífico, a largo y seguro plazo.
El desplazamiento interno a causa
de la violencia directa, por ejemplo, es uno de los temas recurrentes en la
actualidad; sin embargo, olvidamos que los éxodos en el país son
históricos, y no siempre causados por el narcotráfico. Al inicio de la década
de los 90, la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR) guardó un absoluto –e inexplicable– silencio acerca de una
situación que jamás se ha detenido y que con los años, no ha hecho más que
empeorar.
“Promover la paz con justicia
significa provocar un cambio de consciencia (…) significa descubrir las causas
estructurales que provocan los efectos de la guerra (…) Paz es tener
posibilidades de sobrevivir más allá de los primeros años de vida; paz es tener
qué comer dignamente y todos los días”. Estas palabras que suenan tan
actuales, fueron pronunciadas en 1995 por Samuel Ruiz, Obispo Emérito de San
Cristóbal de las Casas, Chiapas, fallecido apenas en 2011.
En el momento del discurso
pronunciado por el sacerdote, dos veces nominado al Premio Nobel de la Paz, en
Chiapas la mortalidad infantil por desnutrición ascendía a 10 mil niños por
año, mientras que en 1993, fuerzas armadas de diversas índoles habían asesinado
“en silencio” a más de 15 mil indígenas ante la casi total indolencia del resto
del país.
Hoy, en 2012 y de acuerdo a un
informe publicado por el Centro de Estudios e Investigación en Desarrollo y
Asistencia Social (CEIDAS), en los últimos seis años (2006-2012) en México
fallecieron 85 mil 343 personas por desnutrición severa, es decir: casi el
doble de muertes que reportan las cifras oficiales de la llamada “guerra contra
el narcotráfico” durante el sexenio calderonista.
Balas invisibles pero igualmente
mortales. De esto trata la “violencia de las estructuras”. De esto trata
comprender los verdaderos alcances de una guerra, para comprender la
profundidad de la paz que desea alcanzarse; una paz mucho más allá de la lógica
militar, puesto que ésta, sólo puede –acaso– prometer lo que los estudiosos
suelan llamar “la paz armada”, que poco o nada tiene que ver con la verdadera
seguridad. Conocer a los verdaderos enemigos que enfrentamos, es lo que
permitirá que México pueda, por fin, darle un nuevo significado a la paz que
tanto ansía.
Legislar la Paz y hacer de ella un Derecho Constitucional
Así, en la búsqueda de una paz
positiva y duradera, y en plena efervescencia de los discursos guerreros, a
mediados de 2011 varias organizaciones pacifistas con el apoyo de una veintena
de diputados, presentaron ante el Congreso de la Unión una propuesta para crear
formalmente en México una “Ley de Cultura de Paz y de No-Violencia”. Propuesta que
fue bloqueada por la Comisión de Gobernación, y que nunca llegó al pleno del
órgano legislativo, ni siquiera para discutir la viabilidad de “legislar la
paz” en nuestro país.
“¿Por qué la bloquearon? Por
desconocimiento del tema y quizá por intereses partidistas, porque no sólo es
una ley viable sino necesaria. El Centro de Finanzas Públicas de la pasada
legislatura realizó incluso un estudio de impacto presupuestal, y determinó que
crear esta comisión costaría unos 193 millones de pesos; una partida casi
irrisoria si tenemos en cuenta todo lo que podría hacerse con este órgano que
convertiría la cultura de paz en verdaderas políticas públicas con una guía
ética de fundamento legal, tal como se ha hecho en otras naciones, que ya han
elevado el Derecho a la Paz a rango constitucional”
Esto lo afirma Hiram Valdéz
Chávez, aquel estudiante golpeado por el estallido de la guerra en Chiapas y
convencido pacifista desde hace 20 años, quien hoy lidera el Consejo Nacional
para la creación de una Cultura de Paz y No Violencia en México (COMNAPAZ),
organismo ciudadano que agrupa a unas 80 organizaciones pacifistas de todo el
país.
Pero las 80 organizaciones que
conforman COMNAPAZ, y aún las organizaciones que se han unido al Movimiento por
la Paz antes liderado por Javier Sicilia, están lejos de ser todas las que
están. Pues por increíble que parezca, hoy resulta difícil dibujar un mapa
exhaustivo de “la paz en México”. Y esta ignorancia sobre los constructores de
paz, forma parte de la cultura violenta, el paradigma actual en el que todavía
nos movemos; ese que obvia y soslaya los esfuerzos individuales y colectivos de
quienes, de una u otra manera, han decidido enfrentar las muchas guerras
visibles e invisibles que libra el país desde hace mucho tiempo.
Las cifras estructurales están
ahí, dispuestas a desvelarnos “los otros enemigos de México”, los que se mueven
entre nosotros casi tan silenciosos como la paz misma, pero precisamente en el
sentido inverso, en el sentido de violencia y guerra, disfrazados a veces de progreso
y seguridad.
De acuerdo al Instituto
Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en
inglés) México es actualmente el cuarto país de Latinoamérica que más recursos
destina al gasto militar, una partida que en 2012 ascendía a la nada despreciable
cifra de 4 mil 859 millones de dólares. En cambio, según el Banco Mundial,
durante el presente sexenio (2006-2012) el gasto por habitante en salud se
incrementó en menos de 0.2% y el presupuesto para educación no tuvo ningún
cambio. En estos seis años, durante lo que la mayoría identificamos como “la
guerra del narco”, en realidad el país era aniquilado por otra guerra paralela,
pues la cifra de personas en situación de pobreza aumentó en 10 millones.
Sí, ciertamente, es difícil
hablar de paz cuando se teme por la vida. Nombrarla en tiempos de guerra, se
convierte en un acto casi subversivo, pero es absolutamente necesario, pues
solemos pensar que los enemigos reales de la paz, son exclusivamente la guerra
y la violencia directa. Y nos olvidamos que también es enemigo de la paz aquél
que la omite o la silencia, o quien ignora las verdaderas causas que subyacen
bajo las acciones violentas.
“Hay mucha gente trabajando por la paz de
México, pero nos ha faltado unirnos y ser más visibles. Conformamos este
consejo precisamente para enmendar esas fallas, y vamos a insistir con esta
legislatura para lograr que la paz sea un derecho por ley. Sabemos que por
ahora el apoyo político es poco, porque hay mucho desconocimiento sobre el tema
y sobre todos los alcances transversales que tiene la paz (…) pero en un
momento como el que vive el país, es imprescindible dar pasos hacia una nueva
cultura, la Cultura de Paz. Aquí lo más importante es que la ciudadanía sí es
consciente de esta necesidad, y la existencia de la COMNAPAZ lo refrenda”, dice
Hiram Valdéz Chávez.
Ac Tha, el caminante maya lo
reafirma: “Lo que más me impacta y más me gusta de este tiempo es que las
personas de a pie lo están comprendiendo. Lo que estamos viviendo hoy, toda
esta violencia y miedo, es porque hemos puesto el énfasis en la separación y no
en la unidad. Yo creo que ha llegado el momento de que hagamos propuestas en
lugar de protestas. Nuestros antepasados nunca hablaron de destrucción, sino de
construir un tiempo nuevo. Hoy es el momento propicio para crear cosas
diferentes, y de verdad es fácil si cada uno colabora con la parte de país que
le toca”.
En nuestro paradigma actual
tendemos a pensar con desesperanza que las condiciones externas determinan
nuestra psicología, pero Gandhi, el pacífico entre los pacifistas, afirmaba
categóricamente que: “Un hombre y un pueblo, puede rehacer su psicología y con
ello, cambiar sus condiciones”. De esto precisamente se trata el paradigma que
propone la “Cultura de Paz”, un paradigma social que, seamos o no conscientes
de ello en este momento, ha comenzado en México a plantarle una cara pacífica a
los violentos.
Y tal vez, si nos decidimos a
mirar con más atención y a darle una oportunidad y una voz a la paz que se
mueve en México aún en medio de tanta violencia, aquél discurso inicial de
Calderón: “Frente a la fuerza de quienes apuestan por la violencia, ha ganado
la fuerza de los pacíficos”, podría convertirse quizá –y como dicen los
expertos– en una “profecía pacífica que se auto-cumple”… a pesar de que,
tristemente y casi con seguridad, el presidente saliente pase a la historia mexicana
como “el Presidente de la guerra”.
Cristina
Ávila-Zesatti. Sin
Embargo.mx. 21/09/12