México,
Distrito Federal. Van muy pocos meses desde que
hicimos la caravana del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) a
Estados Unidos y en este tiempo ha cambiado mucho el contexto de nuestro
movimiento, o mejor dicho, de nuestros movimientos.
Hemos visto la
toma de posesión de dos nuevos gobiernos—el de Enrique Peña Nieto aquí en
México, y aunque Barack Obama empieza un segundo periodo, está haciendo algunos
reacomodos, lanzando algunas nuevas iniciativas, profundizando otras y tenemos
nuevos Congresos.
Así que hay
cambios importantes en los dos lados de la frontera, y éstos, junto con los
cambios al interior del movimiento, hacen necesario repensar dónde estamos
parados, por dónde podamos caminar hacia adelante, y qué obstáculos vamos a
encontrar en este camino.
Nos unen los
propósitos de: verdad y justicia para las víctimas, y cambio de política de
seguridad hacia una visión de la seguridad humana. Son dos propósitos, pero
un sólo camino: sabemos que no hay paz sin justicia, tampoco hay seguridad sin
justicia, pues la seguridad se basa en la justicia y en nuestros lazos
comunitarios, no en las armas.
En cuanto a la
política de seguridad, Enrique Peña Nieto llega con una gran necesidad de
distanciarse de la guerra de Calderón, que fue un factor innegable en el descalabro
del Partido Acción Nacional (PAN) en las elecciones. Desde la campaña, empieza
hablar de modificar la estrategia de “guerra”, de enfocarse más en la seguridad
pública y disminuir la violencia, y no tanto en la lucha contra las drogas.
En su gobierno,
ahora hablan de “construir la paz” en lugar de seguir la guerra. Hay frases
incluso que repiten casi textualmente del mensaje de nosotros. Suena bien.
Y hay algunas
acciones concretas que van más allá del cambio en el discurso, como la
aprobación de la Ley de Víctimas, que tendría un impacto real en la situación
que viven miles de familias de víctimas.
Entonces, la
primera pregunta es: ¿Estamos frente a un verdadero cambio del modelo de
seguridad a nivel nacional? Desgraciadamente, existen muchos elementos que
indican que la respuesta es no.
Como un buen
prestidigitador, el gobierno de Peña Nieto está apostando a que nos quedemos
viendo como se muevan sus labios, mientras con manos ocultas hace sus trucos.
II.
Porqué pensar que no habrá cambio de modelo
1.-
El nuevo gobierno, quiénes son y de dónde viene
Nosotros sí
tenemos memoria. El PRI no es una incógnita. Muchos nombres en el nuevo
gabinete, empezando con el del presidente, están ya asociados con el
autoritarismo de la vieja escuela, con el machismo y con la represión.
Es un partido
experto en el control social, por múltiples vías: la manipulación del sistema
de justicia, la cooptación, la división y la violencia. Y la guerra contra el
narco -con la militarización de grandes partes del territorio nacional- es un
sistema de control social disfrazado. Les sirve.
Para dar sólo un
ejemplo clave: Eduardo Medina Mora. Recordamos que Medina Mora fue el
Procurador General en el gobierno de Felipe Calderón hasta el 2009. Este
político que fue vocero de la guerra de Calderón y apologista de la injusticia
nacional, fue nombrado embajador a Estados Unidos por el gobierno de Peña
Nieto. El mismo que anunció en 2008, como titular de la PGR -aparentemente sin
ironía-: “Estamos en la guerra para recuperar la paz”; y el que la embajada de
Estados Unidos definió como “un jugador clave” en la Iniciativa Mérida -según
un cable de Wikileaks, ahora está en Washington a cargo de la relación
binacional cuyo eje sigue siendo la Iniciativa Mérida.
2.
El presupuesto militar
El presupuesto
2013 sostiene e incrementa el modelo militarizado contra el narco. Tal como fue
aprobado, el presupuesto a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) es de
60 mil 810 millones; esto duplica el presupuesto del año 2007 y es 5 mil
millones de pesos más que en 2012 bajo el periodo de Calderón. Los recursos se
destinan a equipo de vigilancia y de ataque, puestos de control en todo el
país, etcétera, y su justificación se centra en la guerra interna con los
objetivos de “el acotamiento de los grupos armados en todo el territorio
nacional, y mejorar los esquemas de operación en el combate integral al
narcotráfico, para hacer más eficientes las actividades que se realizan en las
vertientes de erradicación, intercepción y lucha contra la delincuencia
organizada”.
3.
La Gendarmería.
Esta propuesta
de Peña Nieto no es en la práctica una forma de desmilitarización. Se contempla
la creación de una fuerza inicial de 10 mil efectivos, mayoritariamente
militares, con algunos policías. En efecto, y en la ausencia de un verdadero
cambio de modelo, es el mismo esquema con diferente nombre.
La otra razón de
dudar de un cambio real de modelo de seguridad en este gobierno tiene que ver
con su agenda de reformas estructurales anti-populares, una serie de políticas
dirigidas al mal-llamado “desarrollo” basado en privatizaciones de los recursos
y las tierras nacionales. La imposición de este tipo de reformas se apoya en la
militarización para despoblar zonas de interés, para reprimir comunidades y
grupos que defienden sus territorios, y para intimidar o de plano eliminar
sectores en resistencia.
Otra razón es la
dependencia que México tiene con Estados Unidos y el gran interés del gobierno
de Estados Unidos en continuar la guerra.
Estados
Unidos: En Washington también se ha dicho que el Plan
Mérida se ha modificado para tener un enfoque más integral. Sí es cierto que el
financiamiento militar directo (FMF) ha disminuido mucho, el modelo de guerra
sigue siendo lo mismo y en muchos aspectos se está intensificando. Los
siguientes puntos son indicadores:
1.
Las declaraciones de John Kerry, el nuevo
Secretario de Estado, al Senado hace unos días. Dijo que México está “bajo
sitio” y ofreció redoblar esfuerzos. Afirmó que “el presidente (Enrique) Peña
Nieto está tratando de mover esto en otra dirección” (menos militarizado) y que
por eso es más importante que nunca el apoyo. Incluso fue más lejos,
insistiendo en que en cualquier discusión de recortes de presupuesto no se
tocara a la iniciativa Mérida: “así que creo que vamos a necesitar convencer a
nuestros colegas de la importancia de esta iniciativa”, puntualizó, sin ofrecer
una sóla crítica a un modelo que ha dejado más de 100 mil muertos y
desaparecidos.
2.
La ayuda a México: Si seguimos el dinero y no la
retórica, vemos que el modelo sigue sin cambios. El financiamiento del
Operaciones en el Exterior (el Departamento de Defensa es otra fuente aparte de
ayuda a la guerra en México) en el 2013 contempla 7 millones de dólares a las
Fuerzas Armadas, 199 a la lucha contra las drogas, 8 millones para programas
contra el terrorismo, y sólo 35 en apoyo económico a un país en el que casi la
mitad de la población vive en la pobreza. Eliminan la ayuda en rubros como
salud global y se reduce el apoyo al desarrollo. A la vez, las de por si
débiles estipulaciones sobre derechos humanos desaparecen.
3.
La expansión del entrenamiento militar para efectivos mexicanos en el Comando
Norte. El Pentágono está activamente ampliando los
programas de entrenamiento de las fuerzas armadas mexicanas en la guerra. Creó
un nuevo cuartel de operaciones especiales en Colorado Springs, la sede del
Comando Norte, para entrenar a militares mexicanos -en nombre de la guerra
contra el crimen organizado- en técnicas utilizadas en Irak. Según la revista Proceso
este entrenamiento en Estados Unidos ha incluido “espionaje, tortura, ataques
sorpresa y secuestro.” Se enfoca en operaciones de
contrainsurgencia-contraterrorismo-contra drogas, que ya empiezan a fundirse en
el discurso y en la práctica expansiva de la guerra, lo cual aumenta la
criminalización de la protesta. El propósito expreso del nuevo centro es la
guerra contra el narco “para que el presidente mexicano Enrique Peña Nieto
establezca una fuerza militar enfocada en las redes criminales…” (esto se
supone sería la gendarmería). Los militares estadounidenses habían llevado a
los mexicanos a visitar centros de operaciones especiales en Balad Irak y
Fort Bragg, NC. La agencia de noticias AP reporta el 17 de enero que
están entrenando a los mexicanos en tácticas para capturas, como se aplicaron
para capturar, es decir para matar, a Osama Bin Laden. Esto llama la atención
porque todos los estudios que tenemos indican que esta estrategia de captura de
capos (Kingpin strategy) lleva a una explosión de la violencia en el
lugar de los hechos, y no funciona para ni para mejorar la seguridad pública ni
para reducir el tráfico de las sustancias ilícitas, y mucho menos para la
construcción de una paz duradera.
Para que no
quede duda de la relación entre estos esfuerzos y el plan hacia México diseñado
por Bush y ampliado por Obama, la AP lo deja claro: “las operaciones especiales
de entrenamiento del Mando en la actualidad se derivan de la Iniciativa Mérida,
formalizada en 2008 para proporcionar asistencia militar amplia a México”.
La imposición
del paradigma contra el terrorismo en México tendrá terribles repercusiones.
Cuando el gobierno de Calderón empezó a redefinir a los narcotraficantes como
un amenaza a la seguridad nacional y no sólo como criminales, los carteles
empezaron a actuar, efectivamente, más como una amenaza a la seguridad
nacional, se desataron batallas por control de territorio, aumentaron su
injerencia en la vida civil y los actos de corrupción de instituciones,
desafiando o cooptando el Estado en distintas regiones del país. A la vez, se
extiende la presencia y control de Estados Unidos en territorio mexicano en
franca violación del concepto de soberanía nacional, y muy probablemente de las
leyes nacionales.
No cabe duda que
cuando escalan la guerra contra el narco a una guerra contra el terrorismo con
el apoyo de los Estados Unidos, los narcos van a empezar a actuar más como
terroristas, que no son. Además, la guerra contra el terrorismo se caracteriza
por el uso de la tortura, la matanza de civiles -sobre todo mujeres y niños-con
drones y golpes indiscriminados, por el odio y el racismo. ¿Acaso es esto lo
que queremos en México? ¿Queremos ser el reemplazo de la guerra en Irak para la
industria de guerra en Estados Unidos?
Todo eso nos
pone frente una situación de simulación que en muchos sentidos es más
peligrosa. Hay un esfuerzo para maquillar la guerra, al mismo tiempo que se
intensifica. Existe una enorme distancia entre el discurso y la realidad.
Si no seguimos
llamando la atención a la realidad de la guerra–como el Movimiento por la Paz
con Justicia y Dignidad ha hecho desde que nació–dejaremos en la indefensión a
las víctimas actuales y a las víctimas futuras, de una guerra que oficialmente
se ha declarado terminada. El nuevo contexto puede llevar a mayor aislamiento,
mayor vulnerabilidad y mayor simulación; ya varios periodistas han reportado
políticas editoriales de suprimir notas sobre la violencia (que no ha
disminuido) porque contradicen el afán del nuevo gobierno de mejorar la imagen.
Es importante
señalar que el hecho de que siga la guerra no quiere decir que no habrá nuevos
espacios y oportunidades para el movimiento contra guerra. Sergio Alcocer,
subsecretario para América del Norte, anunció una evaluación de la iniciativa
Mérida: “y en función de eso se decidirá como continuar o que continuar dentro
de la iniciativa u otro proceso que se establezca.” Es el momento de exigir
transparencia y participación ciudadana. En Estados Unidos los recortes abren
la posibilidad de cuestionar a fondo la iniciativa Mérida y la aplicación del
paradigma contra el terrorismo al tráfico de sustancias ilícitas, y la
probabilidad de crear otra guerra costosa y amenazante, y enfatizar las
alternativas.
En los dos lados
tenemos propuestas constructivas frente a la destrucción. El movimiento ha
elaborado los documentos sobre seguridad humana, tejido social y corrupción, y
en Estados Unidos las organizaciones tienen propuestas de regulación de las
drogas, derechos de migrantes y desmilitarización de la frontera, etcétera.
III.
Nos une el propósito de poner fin a la guerra, la violencia y la injusticia
Si al lado de la
violencia están la estrategia de control social del gobierno mexicano, los
políticos autoritarios, las instituciones corruptas, el crimen organizado, el
Pentágono, el gobierno del Estados Unidos, algunos empresarios… ¿Qué está del
otro lado?
Nosotros.
Nosotras.
Las comunidades
indígenas en Chiapas y Michoacán que luchan por vivir en paz y cuidar a la
Madre Tierra como han hecho por siglos. Los padres y madres que con el corazón
partido luchan por la justicia y para que no se olviden de sus hijos. Las
defensoras y los defensores de derechos humanos en comunidades y ciudades en
todo el país, que por su trabajo se vuelven blancos de la violencia. Los
campesinos en Chihuahua que se oponen al modelo Narco-NAFTA de terror y
usurpación de sus tierras. Los jóvenes de Ciudad Juárez que viven y resisten en
la sombra de la militarización.
Y en Estados
Unidos las y los activistas migrantes que dicen que nadie es ilegal y que los
muros matan. Las organizaciones de africano-americanos que protestan contra el
encarcelamiento de sus hijos por la guerra contra las drogas en Estados Unidos.
Las comunidades de la frontera que protestan por la militarización. Los grupos
que exigen un fin a la sangrienta política exterior de hegemonía que es el Plan
Mérida.
Somos nosotros,
que nos hemos encontrado en el camino, que vamos encontrando más. Sería muy
forzado pensar en tener una agenda común. Somos diversas organizaciones y
movimientos en Estados Unidos, con agendas propias, y México y Estados Unidos
enfrentan contextos nacionales muy distintos. Y es importante que cada quién
mantenga su enfoque.
Sin embargo, nos
une un propósito: poner fin al modelo de guerra que domina en nuestros países,
y para algunos, en nuestras comunidades. Las alianzas y los propósitos comunes
y mecanismos de coordinación son esenciales. El reto no es necesariamente
seguir con planes conjuntos o crear plataformas en cada uno de los 5
ejes–armas, reforma de las políticas hacia las drogas, fin de ayuda militar
para la guerra contra el narcotráfico y política exterior, contra el lavado de
dinero, y derechos de migrantes—que trabajamos en la Caravana, sino entender
cómo se entrelazan en este modelo de guerra que sufrimos y cómo las luchas de
todos y todas pueden reforzarse mutuamente para parar esta guerra.
Laura
Carlsen. Desinformémonos.org. 04/02/13