Las decisiones, en cualquier caso, deben ser adoptadas después
de un concienzudo análisis y de haber recabado consejos por parte de
las personas más cualificadas en los distintos temas. De este modo se evitarían
medidas ejecutivas o directrices legislativas erróneamente adoptadas por
manifiesta incompetencia, lo que es especialmente grave cuando su aplicación
puede producir efectos irreversibles ("ética del tiempo").
A este respecto, he recordado con frecuencia el día en que, a
finales del año 1981, la Academia Pontificia, donde se me invitaba a menudo en
relación a la prevención de la subnormalidad infantil, el Papa Juan Pablo II
pidió disculpas por haber condenado a Galileo Galilei en cuestiones, como la
astronomía, en las que "La Iglesia no es competente”. Cada uno a lo
suyo. El Profesor Ochoa que, junto a otros premios Nobel, se hallaba
presente en el acto, manifestó su gran satisfacción por la declaración del
Papa.
Pues eso: cada uno a los suyo. He escrito en varias
ocasiones que cuando he visto a los parlamentarios -en el Europarlamento, en
España- debatir yvotar sobre temas como el cambio climático, las
células madre, las “vacas locas”, la capa de ozono, la
energía nuclear... he pensado que era indebido y peligroso,
porque había una notoria carencia conceptual y eran criterios
económicos los que normalmente prevalecían.
Los científicos deben hallarse siempre dispuestos a expresar su
consejo para hacer frente a un desafío... y, sobre todo, para prevenirlo.
Asesores y vigías. Junto al poder. Nunca subordinados a él.
Lo mismo pienso ahora debido a mi larga trayectoria bioquímica,
sobre el tema del "supuesto de malformación fetal" para la
interrupción voluntaria del embarazo. El derecho humano a la vida digna es el derecho
supremo. Y no evitar el sufrimiento que comporta una existencia que no reúne
los mínimos requisitos biológicos es propio de la obcecación y de una
interpretación temerosa y obtusa de la religión.
Cuando se indica que "hay que proteger a los
vulnerables", estamos todos de acuerdo. Pero en este caso son ya
"vulnerados" y, además, de forma irreversible.
La impresión que me produjo visitar en 1956 una institución
madrileña donde se atendía a niños afectos de profundas y permanentes alteraciones
mentales y físicas fue tal que pensé especializarme en la patología molecular
perinatal, para poder así evitar enfermedades genéticas o adquiridas que
cursan con gran deterioro neuronal. Y puse en marcha el CIAMYC
(Centro de Investigaciones de Alteraciones Moleculares y
Cromosómicas) en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Granada en
1967, donde se originó el Plan Nacional de la Subnormalidad Infantil
que, con la colaboración de neonatólogos y pediatras, ha permitido evitar
enfermedades metabólicas de manifestación pos-natal a muchos
miles de personas desde entonces.
La Dra. Magdalena Ugarte inició en este contexto las pruebas de
diagnóstico precoz y hoy sigue dirigiendo, en la Universidad Autónoma de
Madrid, el CEDEMC (Centro de Diagnóstico de Enfermedades Moleculares).
Por otro lado, la Dra. Martínez Frías se hizo cargo de las dismorfologías,
dirigiendo el ECEMC (Estudio Colaborativo Español de Malformaciones Congénitas)
y el CIAC (Centro de Investigaciones de Anomalías Congénitas), del
Instituto de Salud Carlos III.
Como ve, Sr. Ministro, hay profesionales de primera clase que podrían
aconsejarle debidamente.
Consulten, déjense asesorar en temas en los que debe
prevalecer el rigor científico. Y, sobre todo, no pretendan obligar a nadie a que se
comporte en cuestiones tan esenciales en virtud de criterios deformados
por el partidismo, el miedo o el dogmatismo.
Por el bien de todos, déjense ilustrar en materias en
las que, lógicamente, carecen de formación.
Federico Mayor Zaragoza. Doctor en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid, Ex Director General Adjunto de la UNESCO y Ex Director General de dicha organización. Presidente de la Fundación para una Cultura de Paz.