Ha pasado medio siglo desde el discurso de Martin Luther
King y en EU persisten el racismo y la desigualdad
Washington, Estados Unidos. El presidente de Estados
Unidos, Barack Obama, no podrá evitar evocar los logros y las luchas que aún se
libran en el terreno de los derechos civiles, cuando hoy se dirija a la
multitud desde el monumento dedicado a Abraham Lincoln para recordar a Martin
Luther King. Seguramente se presentará como el producto más acabado de esa
gesta que, en opinión de muchos, nació el mismo día en que el reverendo
pronunció el histórico discurso “Yo tengo un sueño”.
Para muchos, Obama es un heredero natural
de la inacabada lucha por los derechos civiles, que esta semana formará parte
central de su mensaje.
A 50 años de esa gesta, muchos se preguntan
si acaso aquella Marcha en Washington por el Trabajo y la Libertad, que nació
como un movimiento de protesta para demandar mejores salarios y oportunidades
para la comunidad afroestadounidense, no ha sido revisada y utilizada con fines
fácticos. Para algunos historiadores, la marcha del 28 de agosto de 1963 nunca
buscó convertirse en el hito o en el acontecimiento providencial que muchos
—entre ellos los herederos de Martin Luther King—, se han empeñado en presentar
como un acto de fe que hoy sigue inspirando a millones dentro y fuera de
Estados Unidos.
Sin embargo, cuando uno se asoma a los
eventos detrás de esa marcha resulta difícil no llegar a la conclusión de que
quienes fueron sus principales protagonistas jamás imaginaron que el futuro se
encargaría de reescribir el guión, que hoy se ha convertido en la historia
oficial de este acontecimiento que marcó un punto de inflexión en la lucha por
los derechos civiles.
Quienes defienden esta postura consideran
que la marcha fue un acto providencial en el que la figura de Luther King
pasaría a ser considerado como una especie de Apostol.
Para otros, sin embargo, la marcha del 28
de agosto de 1963 sólo puede considerarse como una entre muchas variables de la
lucha por los derechos civiles, que incluyó actos de desobediencia civil como
el de Rosa Parks, quien tuvo el valor de no ceder su asiento a un blanco en el
transporte público, resistiéndose así a al segregación racial en el transporte
público; los famosos freedoms rides (viajes de la libertad) que protagonizaron
estudiantes para desafiar el sistema segregacionista del sur de Estados Unidos
o los boicots de los jornaleros que lideró César Chávez contra los barones de
la uva en California.
En otras palabras, estaríamos ante un
concepto de historia cíclica de avances y retrocesos, muy similar al que alguna
vez imaginó el filósofo alemán Friedrich Nietzsche en su teoría del eterno
retorno. Una propuesta que parece ajustarse más a la realidad de un país en
donde, a pesar de tener a su primer presidente de raza negra, la discriminación
racial no ha sido desterrada.
O donde millones de inmigrantes
indocumentados aún siguen viviendo en un ambiente de persecusión, sin
reconocimiento de sus derechos civiles y en algunos casos condiciones de
semiesclavitud.
“Hoy mismo, si Martin Luther KIng estuviera
vivo, a sus 84 años, aún estaría al frente de las marchas elevando su voz
contra las injusticias que se siguen produciendo en este país”, dijo Peter
Dreier, académico y escritor, al considerar que la batalla de King contra la
segregación sólo fue el comienzo de una lucha mucho más ambiciosa por la
justicia humana.
Entre las señas de identidad de un evento
que no tuvo nada de providencial aquel verano del 63 se encuentran las muchas
dudas del entonces presidente John F. Kennedy, quien se resistió hasta el final
a la celebración de una marcha que, desde su punto de vista, podía haber desembocado
en actos de violencia.
“El presidente Kennedy había presentado su
iniciativa de ley de derechos civiles a la Cámara de Representantes con la
esperanza de encontrar el respaldo a favor del fin de la segregación en las
escuelas y el derecho al voto. Y temía que un brote de violencia podría
malograr sus esfuerzos”, señaló William Jones, historiador de la Universidad de
Wisconsin.
Al final, Kennedy no pudo asistir al
nacimiento del Acta de Derechos Civiles, pero no por culpa de los incidentes
violentos que imaginó en ese mes de agosto del 63, sino por una mano asesina
que terminó con su vida en noviembre de aquel mismo año.
Otro de los elementos a tomar en cuenta,
prosigue el historiador, es que el reverendo Martin Luther King, que ese mismo
año había sido detenido y maltratado durante una protesta en Birgmingham,
Alabama, no figuraba como orador principal de la marcha:
“Originalmente, el líder de la marcha y el
protagonista iba a ser el líder sindicalista negro Philip Randolph, quien
pronunció un discurso a favor de una mayor justicia económica que consideraba
indispensable para combatir la iniquidad racial. Pero, como el último orador
fue Luther King y, además, pronunció uno de sus mejores mensajes, podríamos
decir que se robó la tarde”, añadió Jones.
Desde entonces, la imagen y la popularidad
de Luther King, alcanzó proyección nacional. Hasta nuestros días, ese evento
sigue siendo considerado como el que permitió a la Historia hacer del reverendo
uno de sus hijos predilectos. Un mártir más dentro de esa sucesión de líderes
carismáticos que han luchado sin intermisión por el derecho a la igualdad en
Estados Unidos.
“Si King viviera hoy, seguramente estaría
muy satisfecho con la alianza que se ha forjado entre el movimiento que fundó
él y el de los millones de indocumentados que siguen viviendo en las sombras.
Seguro que le daría su bendición”, concluyó Dreier.
Jaime Hernández Corresponsal. El Universal.com.mx. 28/08/13
http://www.eluniversal.com.mx/primera-plana/2013/impreso/un-suenio-vivo-50-anios-despues-42867.html