Monterrey,
Nuevo León. Mucho se ha escrito sobre la crisis de inseguridad que ha vivido la
ciudad durante los últimos años. La pregunta obligada parece ser: ¿ya pasó? El
2013 apunta en esa dirección: los temas de la agenda pública -y las causas
ciudadanas- se han diversificado, en general los delitos han disminuido y cada
vez hay más personas conviviendo en espacios públicos. Sin embargo, si
realmente buscáramos la respuesta, nos estamos haciendo la pregunta equivocada.
En su lugar, debemos preguntarnos ¿La crisis de inseguridad nos ha
transformado? Si verdaderamente hemos logrado transformarnos a partir de la
crisis, lo peor habrá pasado. No por la situación en sí misma sino por lo que
seremos capaces de lograr. La inseguridad nos ha obligado a replantearnos la
relación que mantenemos con nuestras autoridades y preguntarnos dónde inicia
nuestra responsabilidad como ciudadanos. Muchas de nuestras decisiones sobre el
tema que consideramos “racionales” fueron realmente motivadas por la emoción:
miedo a la violencia, odio a los criminales e indignación frente a la
incompetencia del gobierno. En general, hemos enfrentado el problema de la
inseguridad a partir de un paradigma en el cual la intervención del Estado es
la única alternativa, ya sea para contenerlo (coacción) o para prevenirlo,
principalmente mediante programa sociales. ¿Dónde queda la responsabilidad del
ciudadano?
En los
últimos años hemos aprendido que ese enfoque, aunque necesario, es limitado. La
participación social es indispensable y sin embargo, el ciudadano parece ser un
mero espectador a merced de las decisiones gubernamentales que se tomen para
reconducir la situación. En la publicación Antípodas de la violencia, Antanas
Mockus, Henry Murrain y María Villa (coordinadores) desarrollan un marco
conceptual útil para entender cómo el concepto de “seguridad ciudadana” es la
pieza necesaria para resolver de fondo el problema de la inseguridad. Una
antípoda es algo que se encuentra en la posición totalmente opuesta. Lo
contrario a la inseguridad, en palabras de Jorge Melguizo, es la convivencia.
Una
política de cultura ciudadana busca transformar el comportamiento cívico. Para
lograrlo, se debe remediar el divorcio sistemático entre los diferentes
sistemas normativos que nos rigen y construir hábitos en los que logremos
ampliar el espectro de lo que nos preocupa: de pensar sólo en nosotros a pensar
en otros ciudadanos. La crisis ha sido un detonante para reconstruir una
relación de corresponsabilidad entre autoridades y ciudadanos. Desde la
sociedad organizada han surgido iniciativas que hace muchos años hubieran sido
impensables. En el cambio de paradigma está la verdadera transformación de una
ciudad. “Cuando el ciudadano se involucra activamente en las políticas de
seguridad ciudadana, las posibilidades de dar solución a los problemas de
seguridad, se amplían notablemente”.
Residente
Mty.com. 13/11/13
http://residentemty.com/vecino/de-la-inseguridad-a-la-convivencia