Los
disturbios que sacuden a la ciudad de Ferguson, Missouri, desde que Michael
Brown, un joven afroamericano de 18 años que no estaba armado, perdiera la vida
a causa de disparos policiales más de una semana atrás, no parecen estar
disipándose. La noche del domingo habría sido la más violenta, e incluyó el uso
policial de gases lacrimógenos, balas de goma y cañones de sonido contra
manifestantes. Y ahora el gobernador de Missouri, Jay Nixon, ha tomado la
determinación de movilizar a la Guardia Nacional.
La
actuación de la Policía la noche pasada resultó sorpresiva tanto para mí como
para muchos de los manifestantes con quienes tuve oportunidad de dialogar, no
solo porque se produjo mucho antes del comienzo del toque de queda, sino además
porque las personas que vi en la calle transmitían un profundo enojo, pero se
mostraban sin embargo pacíficas. No obstante, mientras me retiraba de la zona
de barricadas donde se desarrollan las protestas, pude ver que llegaban media
docena de vehículos policiales y a un grupo de agentes que se colocaban
máscaras antigás y se preparaban para ingresar al sector. La Policía afirma que
a su llegada fueron agredidos con disparos de armas de fuego y cócteles
Molotov. No podría decir con certeza absoluta que no haya sido así. Aunque eso
no es lo que me dijeron los manifestantes en el lugar: cuatro de ellos que
habían estado en la primera línea de la movilización indicaron que no habían visto
que se agrediera a policías, pero que estos igualmente comenzaron a arrojar
gases lacrimógenos cuando los manifestantes simplemente intentaron traspasar
una línea que la Policía les había advertido que no cruzaran. Vieron a algunos
manifestantes romper los cristales de un local de McDonald’s mientras se
retiraban, y arrojar de vuelta a la Policía algunos cartuchos de gases
lacrimógenos, pero esos hechos distan considerablemente de la violencia que
describió la Policía.
He hablado
con numerosos manifestantes desde que llegué a Ferguson el domingo por la
mañana. Todos expresaron indignación ante la actuación policial y una profunda
desconfianza de las autoridades locales, que sin embargo están latentes desde
mucho antes de la muerte de Brown. Mary Chandler, una madre de 36 años y
empleada pública que nunca había asistido a una manifestación por ningún motivo
antes de la semana pasada, se ha sumado a las movilizaciones todos los días
desde que murió Brown. Me dijo al respecto: “En cuanto a la Policía, pareciera
que siempre somos nosotros contra ellos”, y señaló que los policías “consideran
que son la ley y que, por lo tanto, cuando transgreden la ley no van a tener
ningún problema”.
La
implacable respuesta policial a las manifestaciones durante la última semana no
ha contribuido a revertir esa percepción. El domingo, Chandler acudió con su
hija de 15 años al epicentro de las protestas, en West Florissant Avenue,
adonde según dijo había manifestantes reunidos que iban y venían por la zona.
Contó que, cerca del atardecer, la Policía se presentó y les dio instrucciones
de que se dispersaran. Mientras ella y su hija intentaban irse del lugar, esta
última fue alcanzada por gases lacrimógenos. Desde entonces, asisten a otro
punto de encuentro menos multitudinario y más tranquilo en el aparcamiento de
una tienda de neumáticos, ubicado justo en frente de la dependencia policial de
Ferguson, a unas 2 millas de distancia. Dijo que el miércoles, tarde por la
noche, la policía se presentó en camionetas blindadas y con equipos de tipo
militar, y les ordenó que se retiraran: “Eran cerca de 40 ó 50 hombres con
vestimenta de estilo militar que nos apuntaban con [fusiles de asalto] M-16
directamente a la cara, y entonces dirigieron el arma al rostro de mi hija y
[nos dijeron que] estábamos en propiedad ajena”, contó. (Aseveró que habían
obtenido permiso del propietario de la tienda de neumáticos para estar allí).
Chandler vio cuando una mujer, una ministra religiosa, recibía un impacto de
bala de goma en el abdomen.
La versión
ofrecida por Chandler sobre lo vivido a lo largo de la última semana de
protestas —que es muy similar a muchas otras que escuché en las últimas 24
horas— sugiere que policías habrían aplicado la fuerza de manera innecesaria o
excesiva y otras tácticas de intimidación para disuadir a las personas de
ejercer sus derechos a manifestarse pacíficamente y expresar sus opiniones en
público. El despliegue de la Guardia Nacional añade ahora un nuevo motivo de
consternación, ya que esta rama de las fuerzas armadas carece de suficiente
capacitación y experiencia para intervenir en operativos de orden público.
Alba
Morales. hrw.org.es. 19/08/14