La destrucción del
Patrimonio cultural por parte de los yihadistas busca aniquilar la posibilidad
de reconciliación en Siria y Irak
La guerra de los
yihadistas del Estado Islámico contra los vestigios arqueológicos no tiene nada
que ver con el pasado; sino con el presente. Los daños al patrimonio que padece
Oriente Próximo, sobre todo en Siria e Irak aunque también en Yemen, son para
los historiadores los peores que ha sufrido el mundo desde la II Guerra
Mundial. Nunca desde aquel cataclismo que partió el siglo XX se había atacado
de forma tan sistemática y eficaz la historia.
"Cuando las
matanzas se detengan, la sangre se seque y los sirios traten de construir algo
desde los escombros, necesitarán símbolos. Mutilar el pasado del país destruye
también su futuro. No sólo están amenazadas piedras milenarias", señala el
historiador Tom Holland en respuesta a una pregunta sobre por qué se concede
tanta importancia a los daños que están sufriendo las piedras en un conflicto
que ha costado la vida a 220.000 personas y provocado 3 millones de refugiados
y 6,5 millones de desplazados (la mitad de la población del país). Este
británico, autor de libros como A la sombra de las espadas o Fuego persa,
prosigue: "Es terrible además porque Oriente Próximo es el lugar donde
nació la cultura urbana y, cuando esas antigüedades son destruidas, también lo
es el patrimonio global de la humanidad".
Stephennie Mulder,
profesora de arte y arquitectura islámica en la Universidad de Austin (Texas),
que ha trabajado durante una década en la ciudad medieval siria de Balis,
asegura por su parte: "No hay nada tan importante como las vidas de los
seres humanos y nadie propone que se rescaten piedras antiguas antes que
personas. Pero la cultura es una parte esencial de nosotros como seres humanos.
Parece difícil imaginar cómo, pero algún día acabará esta guerra y las personas
sin historia, que se han quedado sin vestigios de su pasado, estarán doblemente
traumatizadas. Algún día los iraquíes, los sirios y los yemeníes reconstruirán
sus países y también reconstruirán su sentido de pertenencia. El patrimonio
cultural es una de las formas más poderosas para entender quiénes somos como
seres humanos".
La destrucción que ha
sufrido el patrimonio cultural de Oriente Próximo en los últimos años resulta
difícil de evaluar todavía en medio de la guerra, y los peores destrozos no se
deben sólo a los yihadistas, sino a los combates y bombardeos. Cuatro de los
seis sitios sirios declarados por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad
han padecido daños considerables y alguna de las ciudades habitadas de forma
continua más antiguas del mundo, como Alepo, yacen en ruinas. La semana pasada
un bombardeo en Yemen, atribuido a Arabia Saudí aunque las autoridades de Riad
lo niegan, destruyó varios edificios centenarios del casco histórico de Saná.
Aún así, el mayor impacto internacional ha sido provocado por las imágenes de
los bárbaros del Estado Islámico destruyendo con martillos industriales la
ciudad asiria de Nínive, el museo de Mosul o las ruinas partas de Hatra.
El periodista y experto
en Islam Javier Martín, que acaba de publicar Estado Islámico. Geopolítica del
caos (La Catarata) y corresponsal de la agencia Efe en el Magreb, explica que
"así como Mahoma destruyó todos los ídolos de piedra que se adoraban en la
península arábiga, los radicales como el Estado Islámico creen que toda figura
y cultura anterior al Islam representa la herejía y, por tanto, debe ser
destruida". "Pero hay un segundo componente", prosigue Martín,
"y es que el Estado islámico es consciente del impacto propagandístico que
tiene en Occidente la destrucción del patrimonio histórico. Arrasar sitios
arqueológicos es una forma de provocación a Occidente, pero también de
reafirmación ante sus seguidores de la concepción del Islam que
defienden".
El hecho de que sobre
Palmira, una ciudad siria que resume entre sus columnas la historia antigua de
Oriente Próximo, ondee la bandera negra de los yihadistas desde hace un mes o
que sigan ganando terreno en Libia, donde se encuentran las ruinas de Cirene,
Lepsis Magna o Sabratha, hace temer que lo peor esté todavía por llegar.
Algunos expertos creen
que la destrucción de vestigios difundida a través de las redes sociales no es
más que una pantalla para ocultar las verdaderas intenciones del EI: el tráfico
de antigüedades, que es una de sus formas de financiación. Hussein Rashid,
responsable iraquí de antigüedades, aseguró recientemente a la prensa
estadounidense que la destrucción de Nimrud, difundida por sus canales de
propaganda, era una forma de encubrir el saqueo anterior.
Michael Danti, profesor
asistente de arqueología en la Universidad de Boston y experto en Oriente
Próximo que ha trabajado 20 años en Siria, es uno de los impulsores de la
Syrian Heritage Initiative, un proyecto de varios académicos para tratar de
proteger el patrimonio de este país. "En Siria e Irak están destruyendo el
futuro a través de la destrucción del pasado. Arrasar el patrimonio es una
forma de ampliar el conflicto. También, borrando el pasado, pretenden trazar un
nuevo mapa de Oriente Próximo", afirma Danti, quien cree que se trata
"de la peor crisis cultural desde la II Guerra Mundial".
Nada al Hassan,
responsable de la unidad de países árabes dentro del Centro para el Patrimonio
Mundial de la Unesco, cree que se trata de un nivel de destrucción inédito
desde la II Guerra Mundial. "Alepo se encuentra como Berlín o Varsovia en
1945", asegura. "Cuando nos preguntan sobre por qué concedemos tanta
importancia al patrimonio, nuestra respuesta es que los seres humanos son más
importantes que cualquier cosa material. Pero la pérdida del patrimonio
representa un trauma para las personas, porque es una pérdida de su memoria, de
su identidad histórica, de sus raíces".
La historia de la
guerra ha estado siempre marcada por la aniquilación de la cultura del otro y
la Convención de La Haya de 1954, que ha sido ratificada por cerca de 100
países, tiene como objetivo la protección de los bienes culturales durante los
conflictos armados. Fue promovida después de la II Guerra Mundial, durante la
que muchas ciudades que forjaron la historia de Europa, como Varsovia, fueron
borradas del mapa. Al final de las guerras púnicas, Roma aniquiló Cartago y
sembró sal sobre sus ruinas. El Holocausto estuvo acompañado de la destrucción
de cementerios y sinagogas; los nazis planificaron la aniquilación física de
los judíos europeos, pero también quisieron borran sus huellas culturales, como
si nunca hubiesen existido —como ocurrió en España tras la expulsión de 1492—.
La destrucción de la
cúpula de la mezquita dorada de Samarra en 2006 desató la guerra civil entre
chíies y suníes en Irak. Durante la guerra de Bosnia (1992-1995), el patrimonio
musulmán fue un objetivo militar constante de los serbios, no sólo con la
destrucción de la biblioteca de Sarajevo, sino con atrocidades culturales como
la voladura en 1993 de la mezquita de de Ferhadija en Banja Luka, uno de los
edificios islámicos más importantes de Europa construido en el siglo XVI. Su
reconstrucción en 2001 provocó una revuelta por parte de ultranacionalistas
serbios. El más inmediato precedente es la voladura por los talibanes afganos
de los budas de Bamiyán.
En todos los casos, la
violencia contra la cultura representaba sólo una parte de la destrucción
sistemática de un pueblo. Para James Gelvin, profesor de historia moderna de
Oriente Próximo en la Universidad de California y experto en Siria, "el
vandalismo del Estado Islámico es una metáfora de los horrores que está perpetrando
este grupo". "No es cierto que la indignación o la tristeza que nos
provoca la destrucción de vestigios arqueológicos de primera categoría nos
distraiga de los horrores que están padeciendo los sirios", señala.
"Podemos estar horrorizados por el enorme sufrimiento humano, pero también
por la pérdida de sus lazos con el pasado".
La destrucción de Alepo
Resulta difícil evaluar
cuál es el peor destrozo al patrimonio que ha provocado la guerra en Siria,
porque las zonas bajo control del Ejército Islámico están casi totalmente fuera
del radar de los expertos. Sin embargo, como explica la profesora de Austin
Stephennie Mulder, seguramente sea en el casco histórico de Alepo, patrimonio
de la humanidad de la Unesco, donde se han producido daños más irrecuperables.
"Una de las mezquitas más antiguas y más bellas del Islam, edificios
administrativos del periodo otomano, baños medievales y uno de los zocos
cubiertos más importantes del mundo han sido destruidos", explica Mulder.
Sin embargo, en este caso no se trata de acciones del Ejército Islámico, sino
de ataques del Gobierno sirio. "Aunque el EI siempre ocupa los titulares,
es muy importante descatar que el Gobierno sirio ha sido, sin duda alguna,
mucho más destructivo que los yihadistas cuando se trata de ataques intencionados
contra el patrimonio cultural".
Guillermo Altares. ElPaís.com. Madrid, España. 18/06/15