Un proceso con padres
de familia, estudiantes y profesores está construyendo estrategias para superar
el conflicto.
“A mí una vez me
pegaron un poco de niñitas, después las cogí a una por una y uhm”. “Cuando mis
papás pelean tan feo, yo llamo a la policía. Pero esos son unos miedosos y como
no les gusta meterse en peleas…”. Estas frases resultaron de una investigación
adelantada con 11 mil estudiantes de municipios ubicados en zonas de conflicto
armado: Pradera y Florida, en Valle del Cauca, y Caloto, Corinto, Miranda,
Santander de Quilichao y Toribio, en Cauca.
Encuestas y grupos
focales revelaron que la mayoría de los jóvenes viven en contextos violentos en
los que predominan las riñas entre vecinos y familiares. Este estudio hace
parte de “Habilidades para la vida, la paz y la reconciliación”, una de las
acciones del programa de gobierno Colombia Responde.
En mayo de 2014 arrancó
la etapa de caracterización de los jóvenes, en la que se evidenciaron dos
situaciones preocupantes: el 30 por ciento de quienes han tenido relaciones
sexuales lo hicieron sin consentimiento, y el 20 por ciento no sabía si había sido una relación sexual
consentida. Para Víctor Hugo Viveros, coordinador, “este es un dato que asusta,
porque un quinto de ellos no tiene claro o no desea develar el escenario en que
se dio. Esto puede ser un indicador de que en su entorno familiar o social el
abuso sea algo tan recurrente que no sabe si fue con autorización o no”.
También identificaron
el consumo de sustancias psicoactivas, participación en grupos ilegales y
embarazos en la adolescencia. ¿Cómo empezar a construir una cultura de paz en
una zona históricamente en conflicto? Esa era la tarea del proyecto.
La receta
Se crearon escuelas de
formación ciudadana y derechos humanos en las que se trabajaron tres conceptos
clave: decisión, responsabilidad y proyecto de vida. Todo esto tiene que ver,
según Viveros, con la comprensión del cuerpo como un territorio con límites.
“Cómo me dejo tratar,
cómo uso mi tiempo libre, cómo accedo a una relación sexual, cómo el consumo de
drogas puede afectar el futuro y cómo afecta los derechos de otros. ¿Ingreso a
un grupo ilegal? Empezaron a soñar qué querían ser y eso permite que uno se
programe con el futuro”, explica Viveros.
En las primeras
sesiones los alumnos estuvieron dispersos y algunos fueron agresivos
verbalmente. Después se volvieron más receptivos. ¿La estrategia? Escucharlos y
fomentar el trabajo en equipo para generar confianza y conocimiento sobre lo
que les pasa a otros compañeros.
“El trato con el otro
cambia, empezaron a ser empáticos. Al final ganaron comunicación asertiva,
escucha, discurso, capacidad argumentativa, rendimiento académico y fortalecen
prácticas de convivencia y resolución de conflictos”, recuerda el coordinador
del proyecto.
Leonela, de 16 años,
experimentó transformaciones sociales y familiares. “Siempre buscaba las formas
agresivas. Un día me puse a pelear con una niñita a los golpes, pero entré en
razón, le pedí disculpas a la niña y ahí mis compañeras y yo empezamos a
cambiar todas juntas. Con mi madrastra también tenía conflictos. Mi mamá
falleció y ella ocupó ese lugar. Mi papá vivía muy triste porque yo le peleaba
a ella. Ahora sé que nos quiere ayudar porque hablo más con ella. Cuando voy a
alegar, salgo y al rato vuelvo y me contento”.
Leonela también
descubrió que quería ser psicóloga y ayudarles a las personas a transformar sus
mentalidades, como le pasó a ella. “Quiero ser una persona paciente, dialogar
con las personas”.
¿Y los profes?
Los docentes tuvieron
un proceso paralelo al de sus alumnos. Aprendieron que el manual de convivencia
debía respetar la diversidad y garantizar los derechos, y generaron proyectos
pedagógicos para incorporarlos a sus instituciones.
“La primera sesión fue
muy confrontadora porque ven la diferencia como una amenaza. Les pasamos
imágenes homosexuales, de niñas en embarazo con el uniforme, todo lo que genera
ruido en un colegio y saltaron todos los prejuicios y estereotipos”. En las
sesiones siguientes los profesores entendieron que un manual de convivencia no
tiene que estar centrado en la sanción, sino estimular la convivencia.
Sobre el trabajo con
los estudiantes, la coordinadora de una de las instituciones, Adriana María
Campo, dice que los jóvenes dejaron conductas como la agresión física y verbal.
“El proyecto tuvo una metodología que genera cambios rápidamente y nosotros
queremos adoptarla porque los niños son más disciplinados y rinden
académicamente, se les ve motivados”.
Semana.com. 18/08/05
