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287. ¿Acabarán alguna vez las guerras?

Washington, Estados Unidos. De todas las formas que adopta la violencia humana, la guerra — violencia organizada, letal entre dos o más grupos — es la más profundamente destructiva. A lo largo de la historia, idealistas tan dispares como Immanuel Kant y Martin Luther King Jr. han vaticinado el fin de la guerra o de la amenaza de la guerra como medio de resolver conflictos entre naciones.
No obstante, en la actualidad, según encuestas que he realizado durante los últimos años, la mayor parte de la gente ha llegado a aceptar a la guerra y al militarismo como algo inevitable. A la pregunta “¿dejarán los hombres alguna vez de entablar guerras?” más de 90 por ciento de los estudiantes de mi universidad respondieron “no.” Cuando se les pidió que justificasen esta opinión, muchos de ellos respondieron que la guerra está “en nuestros genes.”
Las recientes investigaciones sobre la guerra y la agresión parecen, a primera vista, respaldar esta conclusión fatalista. El antropólogo Lawrence Keeley, de la Universidad de Illinois, calcula que más de 90 por ciento de las sociedades tribales preestatales guerrearon, al menos ocasionalmente, y muchas, lo hicieron constantemente. Los combates tribales solían consistir en escaramuzas y emboscadas, más que en batallas campales, pero con el tiempo, la lucha pudo alcanzar índices de mortalidad de hasta 50 por ciento. Según Keeley, estas conclusiones echan por tierra la tesis del filósofo francés del Siglo XVIII Jean Jacques Rousseau de que, antes de la civilización, los hombres eran “salvajes nobles” que vivían en armonía unos con otros y con la naturaleza.
Algunos científicos han seguido la trayectoria de la guerra hasta el antepasado común que compartimos con los chimpancés, nuestros parientes genéticos más cercanos. A partir de mediados de la década de 1970, investigadores que trabajan en África han venido observando que los chimpancés machos del mismo grupo se aúnan para patrullar su territorio y si encuentran a un chimpancé de otro grupo distinto, le golpean, a menudo hasta darle muerte.
El antropólogo de la Universidad de Harvard, Richard Wrangham, ha señalado que los índices de mortalidad a causa de la violencia entre chimpancés del mismo grupo son comparables a los observados entre los cazadores-recolectores humanos. “La violencia de la modalidad practicada por los chimpancés precedió y sentó las bases de la guerra humana”, afirma Wrangham, “lo que hace del hombre moderno el aturdido superviviente de un hábito de millones de años de agresión letal”.
Wrangham afirma que la selección natural ha favorecido a los primates machos, incluidos los humanos, que mostraban una predisposición a la agresión violenta. En apoyo de su tesis cita estudios de los yanomamo, tribu polígama de la selva amazónica. Los hombres yanomamo, de distintos poblados, a menudo realizan redadas y contrarredadas letales. El antropólogo de la Universidad de California, Napoleon Chagnon, que ha observado a los yanomamo durante decenios, ha podido comprobar que los hombres que mataban a otros tenían, por término medio, el doble de mujeres y el triple de hijos en relación a los que nunca mataron a nadie.
Pero Chagnon rechaza enérgicamente la idea de que son sus instintos agresivos los que obligan a los yanomamos a luchar. Los que están realmente obsesionados con matar encuentran la muerte muy pronto y no viven lo suficiente para tener muchas mujeres e hijos.
Según Chagnon, los guerreros yanomamos con ascendiente en el grupo suelen ser calculadores y están en control de sí mismos; luchan porque es la forma en que un hombre adquiere prestigio en su sociedad. Además, muchos yanomamos han confesado a Chagnon que aborrecen la guerra y desearían desterrarla de su cultura — y, de hecho, los índices de violencia han disminuido radicalmente en los últimos decenios, después de que los poblados yanomamos han adoptado las leyes y costumbres del mundo exterior.
Impropia de la naturaleza humana
De hecho, la intermitencia con que se produce ha llevado a muchos investigadores a rechazar la idea de que la guerra es una consecuencia inevitable de la naturaleza humana. “Si la guerra está profundamente arraigada en nuestra biología, va a estar ahí permanentemente”, argumenta el antropólogo Jonathan Haas, del Field Museum de Chicago. “Y no es así”. La guerra, añade, ciertamente no es característica innata en el mismo sentido que el lenguaje, que se ha demostrado que siempre han tenido todas las sociedades humanas.
Los antropólogos Carol y Melvin Ember también afirman que las teorías biológicas no pueden explicar las modalidades de guerra entre las sociedades preestatales o estatales. Los Embers supervisan los archivos del sector de relaciones humanas de la Universidad de Yale, base de datos sobre unas 360 culturas del pasado y del presente. Aunque más de 90 por ciento de estas sociedades han entablado guerras al menos una vez, algunas luchan constantemente y otras, en raras ocasiones. Los Embers han encontrado correlaciones entre índices de guerra y factores ambientales, en particular sequías, inundaciones y otras catástrofes naturales que hacen temer una escasez.
El arqueólogo Steven LeBlanc, de Harvard, está de acuerdo en que la causa básica de la guerra es la lucha malthusiana por los alimentos y otros recursos. “Desde tiempos inmemoriales”, dice, “los seres humanos han sido incapaces de vivir en equilibrio ecológico. No importa dónde vivamos en la Tierra, al fin acabamos por agotar el medio ambiente. Este hecho siempre ha conducido a la competición como medio de supervivencia, y la guerra ha sido la consecuencia inevitable de nuestra tendencia ecológico-demográfica”. En su opinión, dos factores clave para evitar los conflictos en el futuro son el control del crecimiento demográfico y el hallazgo de medios baratos para sustituir a los combustibles fósiles.
Estudios de los primates no humanos también han revelado la importancia de los factores ambientales y culturales. Frans de Waal, catedrático de comportamiento de los primates de la Universidad Emory, ha demostrado que los macacos rhesus, que normalmente parecen incurablemente agresivos, son mucho menos belicosos cuando son criados por monos rabones dóciles. De Waal también ha logrado reducir los conflictos entre monos y simios al aumentar su interdependencia — por ejemplo, forzándoles a cooperar para conseguir comida — y asegurar su acceso equitativo a los alimentos.
Al aplicar estas lecciones a los seres humanos, de Waal ve promesas en alianzas tales como la Unión Europea, que promueven el comercio y los viajes y, por ende, la interdependencia. Dice, “Fomentar los lazos económicos y la causa de la guerra, que suelen ser los recursos, probablemente desaparecerá”.
Tal vez la estadística más prometedora y sorprendente que ha surgido de la guerra moderna es que la humanidad en general, es ahora mucho menos belicosa que solía ser. La primera y la segunda guerras mundiales y los horrorosos conflictos del Siglo XX se han saldado con la muerte de menos de 3 por ciento de la población mundial. Este orden de magnitud es muy inferior al índice de muertes violentas de varones en la sociedad primitiva media, cuyo arsenal se componía exclusivamente de palos y lanzas, no ametralladoras y bombas.
Si definimos la guerra como conflicto armado que causa al menos 1.000 muertes al año, en los últimos 50 años ha habido relativamente pocas guerras internacionales, y el número de guerras civiles ha disminuido radicalmente desde que alcanzó su cota máxima a principios de la década de 1990.
La mayor parte de los conflictos consisten ahora en guerrillas, insurgencias y terrorismo — lo que el especialista en ciencias políticas John Mueller, de la Universidad del Estado de Ohio, llama “vestigios de guerra”. Mueller rechaza las explicaciones biológicas de la tendencia, ya que “los niveles de testosterona parecen ser tan altos como siempre”. Muller señala que las democracias rara vez, si acaso, entablan guerras entre sí y atribuye el declive de la guerra desde la Primera Guerra Mundial, al menos en parte, al aumento del número de democracias del mundo.
Más civilización
El psicólogo Steven Pinker, de la Universidad de Harvard, señala otros posibles motivos del reciente declive de la guerra y otras formas de violencia. En primer lugar, la creación de estados estables con regímenes jurídicos y fuerzas policiales efectivas ha eliminado la anarquía Hobbesiana de todos contra todos. En segundo lugar, nuestra creciente esperanza de vida hace que estemos menos dispuestos a arriesgarnos a perder la vida si nos entregamos a la violencia. Tercero, como resultado de la mundialización y las comunicaciones, hemos pasado a ser más interdependientes y a compenetrarnos más con otros que no pertenecen a nuestra tribu inmediata. Pinker concluye diciendo que, aunque la humanidad puede “fácilmente retroceder a la guerra”, “las fuerzas del modernismo están haciendo las cosas cada vez mejor”.
En resumen, muchas investigaciones desmienten el mito de que la guerra es una constante de la condición humana. Estos estudios también permiten suponer que — en contra de lo que propone el mito del salvaje noble y pacífico — la civilización no ha creado el problema de la guerra; está contribuyendo a resolverlo. Necesitamos más civilización, no menos, si queremos erradicar la guerra.
La civilización nos ha dado instituciones jurídicas que resuelven controversias mediante el establecimiento y la aplicación de leyes y acuerdos de negociación. Estas instituciones, que van de juzgados municipales a las Naciones Unidas, han reducido enormemente el riesgo de violencia dentro de las naciones y entre ellas. Es evidente que nuestras instituciones están lejos de ser perfectas. Naciones de todo el mundo todavía mantienen ingentes arsenales, incluso armas de destrucción en gran escala, y los conflictos armados todavía causan estragos en muchas regiones. Por tanto, ¿qué debemos hacer para promover la paz, además de las propuestas mencionadas anteriormente?
El antropólogo Melvin Konner, de la Universidad de Emory, propone la educación de la mujer como otro factor clave para reducir el conflicto. Señala que numerosos estudios han demostrado que un aumento de la educación de la mujer conduce a un descenso de las tasas de natalidad. El resultado es una población estabilizada, con la consiguiente reducción de la demanda de servicios gubernamentales y médicos y del agotamiento de los recursos naturales y, por ende, de la probabilidad de malestar social.
Las tasas más bajas de natalidad también reducen lo que algunos demógrafos llaman “ramas desnudas” — varones jóvenes, solteros, desempleados, relacionados con índices más altos de conflicto violento, tanto dentro de las naciones, como entre ellas. Según Kunner, “la educación de las niñas es, con creces, la mejor inversión que se puede hacer en un país en desarrollo”.
La aceptación de la paz
Es obvio que acabar con la guerra no será fácil. La guerra, justo es decirlo, es superdeterminada; es decir, puede estallar por muy distintas causas. La paz, para ser permanente, también tiene que ser superdeterminada.
Los científicos pueden contribuir a promover la paz por dos medios: primero, rechazando públicamente la idea de que la guerra es inevitable; y segundo, intensificando sus investigaciones de las causas de la guerra y la paz. El objetivo a corto plazo de estas investigaciones sería hallar medios de reducir el conflicto en el mundo de hoy, dondequiera que se presente. El objetivo a largo plazo sería señalar a la humanidad medios de lograr el desarme permanente: la eliminación de ejércitos, armas e industrias de armas.
El desarme mundial parece ahora una posibilidad remota. Pero, ¿podemos realmente aceptar ejércitos y armamentos, incluso armas de destrucción en gran escala, como características permanentes de la civilización? Todavía a finales de la década de 1980, la guerra nuclear parecía una clara posibilidad. Después, de manera increíble, la Unión Soviética se disolvió y la guerra fría terminó pacíficamente. El régimen de apartheid también terminó en Sudáfrica sin demasiada violencia, y la causa de los derechos humanos avanza en todas partes del mundo. Si la capacidad de librar guerras está en nuestros genes, como muchos parecen temer actualmente, también lo están la capacidad y el deseo de paz.
John Horgan. Periodista especializado en temas científicos y director del Center for Science Writings del Instituto de Tecnología Stevens de Hoboken, Nueva York. Entre sus obras se puede mencionar The End of Science, The Undiscovered Mind, y Rational Mysticism (El fin de la ciencia, la mente no descubierta y el misticismo racional).
John Horgan. America.gov. 9/3/2009

El fin de la guerra en Iraq

Declaraciones del Presidente Barack Obama, Discurso sobre Iraq desde la Oficina Oval de la Casa Blanca.
August 31, 2010
Buenas noches. Hoy quisiera hablarles acerca del fin de nuestra misión de combate en Irak, los desafíos de seguridad que todavía enfrentamos y la necesidad de reconstruir nuestra nación aquí en casa.
Sé que esta histórica ocasión viene en momentos de gran incertidumbre para muchos estadounidenses. Hemos pasado casi una década en guerra. Hemos soportado una recesión larga y penosa. Y a veces, en medio de estas tormentas, el futuro que estamos tratando de construir para nuestra nación, un futuro de paz y prosperidad duraderas, parece estar fuera de nuestro alcance.
Pero este momento histórico debe servir como recordatorio para todos los estadounidenses de que el futuro está en nuestras manos si avanzamos con confianza y determinación. Y también debe servir como un mensaje al mundo de que Estados Unidos de América tiene la intención de retener y afianzar su liderazgo en este joven siglo.
Desde este despacho, hace siete años y medio, el Presidente Bush anunció el inicio de operativos militares en Irak. Mucho ha cambiado desde esa noche. Una guerra para desarmar a un estado se convirtió en una lucha contra la insurgencia. El terrorismo y la pugna sectaria amenazaron destrozar a Irak. Miles de estadounidenses perdieron la vida; decenas de miles fueron heridos. Nuestras relaciones exteriores se vieron afectadas. Se puso a prueba la unidad nacional.
Éstas son las aguas tormentosas que encontramos en el curso de una de las guerras más largas de Estados Unidos. Sin embargo, ha habido una constante en esas mareas cambiantes. En todo momento, los hombres y mujeres que visten el uniforme de Estados Unidos prestaron servicios con valentía y determinación. Como Comandante en Jefe, siento orgullo por los servicios prestados. Como a todos los estadounidenses, admiro su sacrificio y los sacrificios de sus familiares.
Los estadounidenses que prestaron servicios en Irak completaron todas las misiones que se les encargaron. Derrotaron a un régimen que aterrorizaba a su pueblo. Junto con los iraquíes y los aliados de la coalición que hicieron sacrificios enormes, nuestros soldados lucharon calle por calle para ayudar a que Irak pudiera aprovechar la oportunidad de un futuro mejor. Cambiaron de táctica para proteger al pueblo iraquí; capacitaron a las Fuerzas de Seguridad de Irak, y eliminaron líderes terroristas. Gracias a nuestros soldados y civiles, y gracias a la fortaleza del pueblo iraquí, Irak tiene la oportunidad de aspirar a un nuevo destino, aunque queden muchos desafíos.
Entonces, esta noche, anuncio que la misión de combate de Estados Unidos en Irak ha concluido. La Operación Libertad Iraquí ha terminado, y el pueblo iraquí ahora tiene la responsabilidad primordial de la seguridad de su país.
Ésa fue mi promesa al pueblo estadounidense como candidato a la presidencia. En febrero pasado, anuncié un plan para la salida de las brigadas de combate de Irak a la vez que redoblábamos nuestros esfuerzos para consolidar a las Fuerzas de Seguridad de Irak y apoyábamos a su gobierno y a su pueblo. Eso es lo que hemos hecho. Ya han salido casi 100,000 efectivos estadounidenses de Irak. Hemos cerrado o trasferido cientos de bases a los iraquíes. Y hemos trasladado millones de piezas de equipo fuera de Irak.
Esto completa la trasferencia de responsabilidad a Irak de su propia seguridad. Las tropas estadounidenses salieron de las ciudades iraquíes el verano pasado, y las fuerzas de Irak tomaron el mando con considerable destreza y compromiso para con sus conciudadanos. Incluso a pesar de que Irak sigue sufriendo ataques terroristas, el número de los incidentes de seguridad ha sido entre los más bajos registrados desde que empezó la guerra. Y las fuerzas de Irak han llevado la lucha a Al Qaida, derrotando a muchos de sus líderes en operativos encabezados por iraquíes.
Este año también se vio que Irak tuvo elecciones dignas de crédito que atrajeron a muchos electores. Ahora hay un gobierno interino mientras los iraquíes forman un gobierno basado en los resultados de esa elección. Esta noche, aliento a los líderes de Irak a que avancen con carácter de urgencia en la formación de un gobierno inclusivo que sea justo, representativo y que rinda cuentas ante el pueblo iraquí. Y cuando el gobierno asuma el mando, no debe caber duda: el pueblo iraquí tendrá un aliado leal en Estados Unidos. Nuestra misión de combate ha terminado, pero no nuestro compromiso con el futuro de Irak.
En meses próximos, permanecerá en Irak una fuerza de transición con tropas estadounidenses cuya misión es diferente: asesorar y ayudar a las Fuerzas de Seguridad de Irak, apoyar a las tropas iraquíes en misiones antiterroristas específicas y proteger a nuestros civiles. Conforme con nuestro acuerdo con el gobierno de Irak, todas las tropas estadounidenses partirán para fines del próximo año. A medida que nuestras tropas transfieren responsabilidades, nuestros abnegados civiles –diplomáticos, trabajadores de asistencia humanitaria y asesores– asumen el liderazgo para apoyar a Irak mientras su gobierno se fortalece, resuelve sus disputas políticas, reubica a los desplazados por la guerra y forja lazos con la región y el mundo. Y ése es el mensaje que está llevando el Vicepresidente Biden al pueblo iraquí con su visita de hoy allá.
Este nuevo enfoque refleja nuestra alianza con Irak a largo plazo, una alianza basada en intereses mutuos y respeto mutuo. Por supuesto que la violencia no va a terminar junto con nuestra misión de combate. Los extremistas continuarán poniendo bombas, atacando a civiles e intentando instigar los conflictos sectarios. Pero al final, estos terroristas no podrán lograr sus metas. Los iraquíes son un pueblo lleno de orgullo. Han rechazado la lucha sectaria y no están interesados en destrucción interminable. Comprenden que, a fin de cuentas, sólo los iraquíes pueden resolver sus diferencias y patrullar sus calles. Sólo los iraquíes pueden construir una democracia dentro de sus fronteras. Lo que Estados Unidos puede hacer y hará es proporcionar apoyo al pueblo iraquí como amigo y como aliado.
Terminar esta guerra es de interés no sólo para Irak, sino también para nosotros. Estados Unidos ha pagado un enorme precio para poner el futuro de Irak en las manos de su pueblo. Enviamos a muchachos y muchachas a que hicieran enormes sacrificios en Irak, y gastamos vastos recursos en el extranjero en momentos en que nuestro presupuesto está ajustado. Hemos perseverado porque compartimos esta convicción con el pueblo iraquí: la convicción de que de las cenizas de la guerra puede nacer un nuevo inicio en esta cuna de la civilización. En este notable capítulo de la historia de Estados Unidos e Irak, hemos cumplido con nuestra responsabilidad.
Ahora es momento de pasar la página.
A medida que lo hacemos, se que la guerra de Irak ha sido un tema contencioso en nuestro país. En esto también, es hora de pasar la página. Esta tarde hablé con el ex Presidente George W. Bush. Es bien conocida nuestra discrepancia sobre la guerra desde el inicio. Sin embargo, nadie pone en duda el apoyo del Presidente Bush a nuestras tropas, su amor por nuestro país ni su compromiso con la seguridad. Como dije, fueron patriotas los que apoyaron esta guerra, y patriotas los que se opusieron a ella. Y todos nosotros nos unimos en reconocimiento a nuestros hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas, y en nuestra esperanza por el futuro de Irak.
La grandeza de nuestra democracia se basa en nuestra capacidad de superar nuestras diferencias y aprender de nuestras experiencias a medida que les hacemos frente a los muchos desafíos futuros. Y ningún desafío es más importante para nuestra seguridad que nuestra lucha contra Al Qaida.
Estadounidenses de todo el espectro político apoyaron el uso de la fuerza contra quienes nos atacaron el 11 septiembre. Ahora que se avecina el décimo año de combate en Afganistán, hay quienes con toda razón hacen preguntas difíciles sobre nuestra misión allá. Pero nunca debemos perder de vista lo que está en juego. En este preciso momento, Al Qaida continúa complotando contra nosotros, y sus líderes siguen apostados en la región fronteriza entre Afganistán y Pakistán. Combatiremos, desmantelaremos y venceremos a Al Qaida, y a la vez evitaremos que Afganistán vuelva a ser base para los terroristas. Y debido a nuestra menor presencia en Irak, ahora somos capaces de usar los recursos necesarios para ponernos a la ofensiva. De hecho, en los últimos 19 meses, casi una docena de líderes de Al Qaida y cientos de aliados extremistas a Al Qaida han sido eliminados o capturados en todo el mundo.
Dentro de Afganistán, he dispuesto la movilización de soldados adicionales, quienes bajo el mando del general David Petraeus, están luchando para restarles impulso a los talibanes. Al igual que con el aumento de tropas en Irak, estos efectivos estarán allí por un tiempo limitado para dar cabida a que los afganos aumenten su capacidad y afiancen su propio futuro. Pero, como fue el caso en Irak, no podemos hacer por los afganos lo que, a fin de cuentas, ellos deben hacer por sí mismos. Por eso estamos capacitando a las Fuerzas de Seguridad de Afganistán y apoyando una solución política a los problemas de Afganistán. Y en julio próximo, iniciaremos la transición para que los afganos asuman la responsabilidad. Las condiciones del terreno determinarán el ritmo de nuestros recortes de soldados, y nuestro apoyo a Afganistán será duradero.
Pero que no quepa la menor duda: esta transición comenzará pues una guerra ilimitada no nos conviene a nosotros ni a los afganos.
De hecho, una de las lecciones de nuestro esfuerzo en Irak es que la influencia estadounidense en todo el mundo no es sólo una función del poderío militar. Debemos usar todos los elementos en nuestras manos –incluida la diplomacia, nuestro poder económico y el poder del ejemplo que da Estados Unidos– para proteger nuestros intereses y apoyar a nuestros aliados. Y debemos proyectar la visión de un futuro que se basa no solamente en nuestros temores, sino también en nuestras esperanzas, una visión que reconoce los verdaderos peligros que existen alrededor del mundo, como también las posibilidades ilimitadas de nuestros tiempos.
Hoy en día, viejos adversarios tienen buenas relaciones, y democracias emergentes son socios potenciales. Hay nuevos mercados para nuestros productos desde Asia hasta el continente americano. Mañana se iniciará aquí la nueva campaña por la paz en el Medio Oriente. Miles de millones de jóvenes quieren ir más allá de las cadenas de la pobreza y el conflicto. Como líder del mundo libre, Estados Unidos hará más que simplemente vencer en el campo de batalla a quienes ofrecen odio y destrucción; también seremos líderes de quienes están dispuestos a trabajar juntos para expandir la libertad y las oportunidades para todos los pueblos.
Ese esfuerzo debe comenzar dentro de nuestras propias fronteras. Durante toda nuestra historia, Estados Unidos ha estado dispuesto a asumir la carga de promover la libertad y la dignidad humana en el extranjero, pues entendía que están relacionadas con nuestra propia libertad y seguridad. Pero también hemos comprendido que la fortaleza e influencia de nuestro país en el extranjero debe basarse firmemente en nuestra prosperidad doméstica. Y la piedra angular de esa prosperidad debe ser una clase media en aumento.
Lamentablemente, en la década pasada, no hicimos lo necesario para fortalecer los cimientos de nuestra propia prosperidad. Hemos gastado más de un billón de dólares en la guerra y a menudo la hemos financiado con préstamos del extranjero. Esto, a su vez, ha reducido las inversiones en nuestro propio pueblo y ha contribuido a un déficit récord. Durante demasiado tiempo, hemos pospuesto decisiones difíciles sobre todo tipo de asuntos, desde nuestra base industrial hasta nuestra política energética y la reforma educativa. Como resultado, demasiadas familias de la clase media encuentran que trabajan más arduamente por menos, mientras que la competitividad a largo plazo de nuestra nación está en peligro.
Y entonces, en este momento, ahora que la guerra en Irak llega a su fin, debemos dedicarnos de lleno a estos desafíos que enfrenta nuestro país con la misma energía, determinación y reconocimiento del propósito común que vemos en nuestros hombres y mujeres de uniforme que prestaron servicios en el extranjero. Pasaron cada prueba que enfrentaron. Ahora nos toca a nosotros. Ahora es nuestra responsabilidad rendirles homenaje al unirnos todos nosotros y esforzarnos por afianzar el sueño por el que tantas generaciones han luchado, el sueño de una vida mejor para todo aquél que está dispuesto a trabajar por ella y aspirar a ella.
Nuestra tarea más urgente es nuestra recuperación económica y hacer que millones de estadounidenses que han perdido su empleo vuelvan a trabajar. Para darle solidez a la clase media, debemos darles a todos nuestros niños la educación que merecen y a todos nuestros trabajadores la capacitación que necesitan para competir en la economía mundial. Debemos impulsar los sectores industriales que generan empleo y acabar con nuestra dependencia del petróleo extranjero. Debemos darle rienda suelta a la innovación que permite que las cadenas de producción saquen nuevos productos y nutre las ideas que surgen de nuestros empresarios. Será difícil. Pero en días futuros, debe ser nuestra misión central como pueblo y mi responsabilidad principal como Presidente.
Parte de esa responsabilidad es asegurarnos de cumplir nuestros compromisos con quienes se pusieron al servicio de nuestro país con tanto valor. Mientras sea Presidente, mantendremos la mejor fuerza de combate que el mundo ha conocido y haremos lo que sea necesario para atender a nuestros veteranos tan bien como ellos nos han servido. Es un deber sagrado. Por eso hemos otorgado uno de los mayores aumentos de fondos para veteranos en varias décadas. Estamos tratando las heridas típicas de las guerras actuales, estrés postraumático y trauma cerebral, a la vez que ofrecemos la atención de salud y los beneficios que se merecen todos nuestros veteranos. Y estamos financiando una ley de beneficios educativos para militares (GI Bill) posterior al 11 de septiembre que ayuda a nuestros veteranos y sus familiares a ir en pos del sueño de una educación superior. Así como la GI Bill ayudó a quienes lucharon en la Segunda Guerra Mundial, entre ellos mi abuelo, a convertirse en la columna vertebral de la clase media, hoy los hombres y mujeres de las fuerzas armadas deben tener la oportunidad de aprovechar su talento para que la economía de Estados Unidos se expanda, pues parte de concluir una guerra de manera responsable es respaldar a quienes lucharon.
Hace dos semanas, la última brigada de combate de Estados Unidos en Irak –la Cuarta Brigada Stryker del Ejército regresó a casa en la oscuridad que antecede el amanecer. Miles de soldados y cientos de vehículos hicieron el recorrido desde Bagdad y el último de ellos entró a Kuwait temprano en la mañana. Hace más de siete años, soldados estadounidenses y aliados de la coalición libraron batallas en carretera similares, pero esta vez no hubo disparos. Fue un convoy de valerosos estadounidenses que regresaban a casa.
Por supuesto que los soldados dejaron mucho atrás. Algunos eran adolescentes cuando se inició la guerra. Muchos tuvieron múltiples periodos de servicio, lejos de sus familiares, quienes también aguantaron una carga heroica y la falta del abrazo de un esposo o el beso de una madre. Lo que fue más doloroso es que desde el inicio de la guerra, 55 miembros de la Cuarta Brigada Stryker Brigade hicieron el máximo sacrificio, al igual que más de 4,400 estadounidenses que dieron la vida en Irak. Como dijo un sargento primero, “Sé que para mis camaradas de armas que lucharon y murieron, este día probablemente habría sido muy significativo”.
Esos estadounidenses dieron la vida por los valores que han persistido en el corazón de los estadounidenses durante más de dos siglos. Junto con casi 1.5 millones de estadounidenses que prestaron servicio en Irak, lucharon en un lugar lejano por personas que nunca conocieron. Vieron una de las más funestas creaciones humanas –la guerra– y ayudaron al pueblo iraquí a buscar la luz de la paz.
En una era sin ceremonias de capitulación, debemos ganar la victoria por medio del éxito de nuestros aliados y la fortaleza de nuestra propia nación. Todo estadounidense en las Fuerzas Armadas se suma a una línea ininterrumpida de héroes que va desde Lexington hasta Gettysburg; desde Iwo Jima hasta Inchon; desde Khe Sanh hasta Kandahar; estadounidenses que lucharon para que la vida de nuestros hijos fuera mejor que la propia. Nuestros soldados son el acero en el buque de nuestro Estado. Y aunque nuestra nación está en un mar agitado, nos dan la confianza de que nuestro curso es el acertado y de que tras la oscuridad que precede al amanecer, vienen días mejores.
Gracias. Que Dios los bendiga. Que Dios bendiga a Estados Unidos de Norteamérica y a todos quienes están a su servicio.
Barack Obama. Casa Blanca. 31/Ago/2010

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