Bogotá Colombia. Los
psicólogos llevamos años encontrando evidencia del papel determinante que
juegan las emociones en los procesos de pensamiento y de construcción de relaciones
sociales, hoy tenemos suficientes datos que demuestran estas relaciones
(Gottman, 1993; Damasio, 1994; Webster-Stratton & Reid, Eyberg y cols.,
2008; Havighurst y cols., 2010) y sustentan cómo el desarrollo de competencias
cognitivas, en el que los países invierten cuantiosos recursos con el propósito
de asegurar el funcionamiento de las economías, no son suficientes para contar
con sociedades sustentables y en paz.
Los trabajos del
premio nobel de economía James Heckman y su equipo de investigación han
confirmado -desde otras preocupaciones asociadas a la formación para el empleo-
que además de hacer inversiones en aspectos como la nutrición y el desarrollo
de competencias cognitivas en la niñez, es necesario invertir en el desarrollo
socio afectivo. Las competencias cognitivas se expresan en temas básicos como:
leer, escribir, hacer cálculos matemáticos y operar con ideas e información;
esto permite vivir en lo que denomina Castell la sociedad de la información.
Sin embargo, este sesgo cognitivo que exige el mundo en el que vivimos ha
mostrado que no es suficiente para la convivencia y menos para desarrollar
prácticas culturales pacíficas.
Las violencias se
multiplican en sociedades en guerra y sus diversas expresiones agravan las
dimensiones del conflicto, la incrementan y reproducen en diversos ámbitos de
la vida destruyendo el tejido social; la encontramos en la familia, la escuela,
la comunidad y el trabajo. Las violencias se convierten así, en práctica
cotidiana que es generalizada; con frecuencia se despliegan contra las
comunidades más vulnerables las mujeres, los niños, los ancianos y los jóvenes
que están en condición de exclusión.
Es claro que en
condiciones de exclusión y desprotección las comunidades y los individuos no
siempre cuentan con recursos psicosociales que les permitan comunicarse con las
habilidades emocionales y cognitivas para expresar en forma adecuada el
desacuerdo, el disgusto, el sufrimiento, la compasión, la ira o la frustración,
con sus seres cercanos, sus vecinos e incluso con quienes no se quiere
convivir; lo que las investigaciones han mostrado es que estas condiciones no
se heredan, es decir, no contamos con una determinación genética para la
violencia, sino que estas se construyen y es la cultura la que las reproduce,
sostiene y desarrolla.
Ahora bien, quienes
son privilegiados con recursos y con poder reproducen en sus familias las
estrategias de mantenimiento del mismo, incluso si implican un desprecio por la
vida de los otros o las consideran como instrumentos para incrementar su poder
o sus recursos, seguramente esto se copiará en otras esferas de sus vidas y sus
hijos repetirán la falta de consideración y cuidado por los otros, así como las
dificultades para aprender a percibir, valorar y expresar emociones de los que
los rodean. Hoy tenemos múltiples casos registrados de problemas de manejo de
las emociones en los estratos altos de la sociedad que se expresan en agresión
y violencia contra sus seres queridos; imaginemos, lo que hacen los actores con
poder si son capaces de usar la violencia contra los que dicen amar, qué
podemos esperar que hagan con sus pares, subalternos o contra ciudadanos
desconocidos?; por otro lado, no nos engañemos detrás de un aparentemente buen
padre de familia, se pueden esconder asesinos, ya tenemos ejemplos de estos
modelos, el tema, por tanto, es cómo construir relaciones de cuidado que puedan
extenderse a toda la sociedad.
Los procesos de
reparación de esa guerra deben incluir estrategias y acciones de intervención y
acompañamiento psicosocial tanto a las víctimas como a los victimarios. Para
reconstruir nuestro país necesitamos que todos los actores sociales
participemos en procesos de aprendizaje socioemocional y aprendamos a recibir y
dar afecto, a escuchar y considerar al otro, a incorporar el cuidado por
nosotros y por los otros, a perdonar y a pedir perdón, a convivir con el
principio básico de cuidar la vida de todos.
Los estudios
explican que estas competencias psicosocioemocionales se aprenden y
desaprenden, debemos desaprender la cultura de la violencia que hemos
incorporado a nuestra vida, aprender, reaprender y seguramente rescatar las
prácticas de nuestras culturas pacíficas.
Por ejemplo,
aprender a ser padre implica identificar estilos de crianza, modificar lo que
se evidencia es generador de agresión o incapacidad para afrontar la vida
cuidando de los otros; investigaciones como las de Sanders (2012), Denham,
Basset, Mincic, Kalb, Way, Wyatt y Segal, (2011); Wyatt-Kaminski, Valle, Filene
& Boyle (2008) han mostrado que desarrollar programas para padres, en los
que estos aprendan a ser comprensivos, expresar sus emociones y al mismo tiempo
directivos (no autoritarios), resultan determinantes en la prevención del
maltrato y la violencia en la familia. De igual forma, los programas de
convivencia escolar que involucran intervenir en las relaciones maestros
alumnos y entre pares, resultan críticos y necesarios para disminuir la
violencia escolar. Trabajar en todos los niveles de la sociedad (desde los
medios de comunicación, el mundo del trabajo, el de la política y en las comunidades)
sobre cómo comunicarnos mejor, saber escuchar, expresar ideas y sentimientos
sin dañar a los otros, respetar las ideas de los otros y saber controvertirlas,
sin usar la amenaza o la agresión, serán recursos indispensables para una
cultura de paz.
Transformar las
espirales asociadas a la violencia y la inequidad (en sus dos caras la del
abuso de poder y vulneración de los más débiles) que se reproducen por
generaciones implica buscar cambiar las condiciones socioeconómicas,
sociopolíticas, sociojurídicas y también las psicosociales; estas últimas,
requieren invertir todos los esfuerzos en instaurar prácticas culturales de
aprendizaje psico-socioemocional que permitan reconstruir los tejidos rotos y
restablecer una cultura sustentable para la paz.
Wilson López López. Grupo Lazos sociales y Culturas de Paz. Profesor asociado Pontificia
Universidad Javeriana. Editor Universitas Psychologica.
Semana.com. 19/03/13