Nueva York, Estados
Unidos. He aquí una historia para romperle el corazón:
miles de niños afganos refugiados deambulan por Europa solos, sin padres, sin
ayuda suficiente de los gobiernos europeos y en riesgo de la indigencia, la
detención y la muerte.
Aunque
suena como una versión de Los juegos del hambre, es una situación
absolutamente real. En Human Rights Watch, hemos estado documentando los abusos
que sufren los niños migrantes no acompañados durante más de 10 años, y
personalmente he entrevistado a cientos de estos niños. Los niños que conocí
fueron enviados al extranjero en un último esfuerzo por encontrar una vida
mejor o escapar de la persecución. Por lo menos 10.000 niños no acompañados
entran a la Unión Europea cada año. Viajan con contrabandistas, en camiones, a
pie y en desvencijadas embarcaciones. Es posible que haya miles más, ya que los
niños tienen un fuerte incentivo para evitar ser registrados por cualquier
gobierno.
Muchos
niños afganos –una proporción sustancial de los niños que conocí— huyen de
situaciones horribles en casa: familiares asesinados, malos tratos y violencia
diaria e incluso hambre. Algunos habían sido reclutados como niños soldados.
La
historia de un niño afgano llamado Reza realmente se me quedó grabada. Conocí a
Reza (un pseudónimo) en una casa a medio construir y abandonada bajo un puente
cerca de Patras, una ciudad portuaria en Grecia. Para llegar a la casa,
atravesamos un paso subterráneo de gravilla, saltamos por encima de un desagüe
abierto y nos arrastramos a través de un agujero en una verja de alambre de
púas. En la casa vivía una docena de los solicitantes de asilo afganos. Dormían
en colchones en el suelo; no tenían agua corriente ni electricidad. Allí me
presentaron a Reza, un muchacho escuálido que presentaba las tenues huellas de
un incipiente bigote.
Reza,
de apenas 14 años, había llegado a Grecia por su cuenta. Su padre había muerto
y su madre y hermanas mayores decidieron que debían abandonar Irán, donde la
familia se había refugiado, y marcharse a Europa. Me contó que se fue a Europa
para ganar dinero para mantener a su madre y hermanas. Durante meses viajó por
tierra, hasta que cruzó la frontera con Grecia en la región de Evros. Ahí fue
interceptado por la policía griega. Lo metieron en la cárcel durante la noche,
pero al día siguiente lo dejaron en libertad, sin darle ningún tipo de ayuda o
cuidado especial, a pesar de tener la apariencia del niño que es.
“No
puedo quedarme aquí”, dijo Reza, refiriéndose a Grecia. “La policía viene por
la noche y tenemos que escapar… Tengo comida, pero no con regularidad”. Reza
tenía una lista –un mantra, en realidad— de los países a los que esperaba
llegar para encontrar seguridad. “(Quiero ir) a Suiza o Suecia. O Austria o
Alemania”. Sin embargo, el camino que Reza tenía por delante no era seguro: tendría
que esquivar a los guardias fronterizos y viajar clandestinamente por Europa,
quizás como polizón en barcos o colgado debajo de camiones durante días
enteros. Dejar allí a Reza después de escuchar su historia, sabiendo que
enfrentaba una amenaza real de daño e incluso la muerte, me rompió el corazón.
Me
entusiasmé cuando me enteré de que el programa de televisión estadounidense de
reportajes 60 Minutes quería mostrar la odisea que protagonizan estos
chicos que huyen a Europa, ya que sus historias son sumamente importante.
Espero que hayan tenido la oportunidad de ver el programa el 19 de mayo.
Adultos, padres: ¿pueden imaginar a su hijo haciendo un viaje como este,
durante meses, sin recibir noticias de ellos y sin tener ni idea de dónde
están? ¿O sin saber si están vivos o muertos? Y para los niños que miren el
reportaje: ¿imaginas la valentía que hay que tener para irse de casa y la
resistencia que se necesita para sobrevivir un viaje así y empezar una nueva
vida en solitario?
Si
yo me encontrara en esa situación, sólo puedo imaginar lo mal que tendrían que
estar las cosas en casa para sentir que la única alternativa es que mi hijo se
vaya y corra estos riesgos. Creo que no dejaría de esperar cada día –cada hora—
que alguien lo cuide y proteja. Sin embargo, los niños que llegan a Europa en
realidad no reciben mucha ayuda.
Los
gobiernos europeos tratan a estos niños como inmigrantes indocumentados que han
violado la ley y prestan poca atención a sus necesidades como menores.
Especialmente en Grecia –uno de los principales puntos de entrada a la Unión
Europea—, pueden enfrentar prolongadas detenciones y abusos de la policía, y
suelen ser tratados como adultos después de exámenes de edad poco fiables. Al
igual que Reza, pueden encontrarse sin techo, durmiendo donde pueden, sin
comida y sin acceso a escuelas o cuidados de salud. En última instancia, pueden
ser deportados de vuelta a Afganistán, independientemente de si sus familias
han podido ser localizadas.
Europa
debe hacer más. La Unión Europea ha dado algunos pasos positivos para abordar
el drama de los niños migrantes no acompañados, incluyendo mejoras en las
pruebas para determinar la edad. Sin embargo, se necesita mucho más para que
estos niños puedan tener una oportunidad justa. La UE debería proponer normas
para asegurar que los niños tengan mejores garantías, puedan defender sus
derechos y puedan impugnar decisiones del gobierno en materia de asilo y
deportación con la ayuda de tutores y abogados.
Todos
deberíamos ser conscientes de que para decenas de miles de niños migrantes,
cada día en Europa supone una lucha por la supervivencia. Y todos deberíamos
hacer más: si estuviéramos hablando de nuestros hijos, anhelaríamos mucho más.
Alice
Farmer. Investigadora de la División de Derechos del Niño de Human Rights
Watch.
Alice
Farmer. Hrw.org. 23
de Mayo de 2013