Madrid, España. Las escenas eran desgarradoras. Una viuda que grita de pena, mientras el
verdugo de su marido confiesa, entre lágrimas, cómo lo mató y quemó su cuerpo.
O un anciano que con un hilo de voz señala al policía que lo torturó hasta
dejarlo inválido. Y el niñito zulú que cuenta que de su padre sólo recuerda la
imagen de un hombre apaleado en el suelo por tres policías blancos.
Un
día tras otro, durante tres años, 21.000 personas construyeron el mayor relato
de las atrocidades de casi 50 años de segregación y represión en Sudáfrica. Fue
una de las jugadas más significativas de Nelson Mandela cuando llegó al poder
tras pasar 27 años en prisión por motivos políticos: promover la justicia sin
venganza.
"Vamos
a mirar al monstruo a los ojos", les dijo Mandela, con el tono solemne que
usaba para las ocasiones trascendentales, a la veintena de personalidades que
convocó en 1995 para la delicada misión de lidiar con el pasado traumático del apartheid.
Con
el arzobispo Desmond Tutu como presidente, nacía la Comisión de la Verdad y la
Reconciliación, una corte itinerante que, entre 1996 y 1998, recorrió ciudades,
pueblos y aldeas para escuchar a las víctimas y también a los verdugos. Quienes
confesaran públicamente los crímenes políticos y dieran toda la información que
estuviera en su poder quedarían en condiciones de solicitar una amnistía.
"No
era la justicia como la conocíamos. La clave era el perdón y no el castigo.
Algo había que hacer con los crímenes del apartheid. La amnistía no era una
solución y abrir una catarata de juicios podía impedir el gran objetivo de la
unificación de Sudáfrica", recuerda la argentina Mary Burton, radicada en
Sudáfrica en los años 60, a quien Mandela nombró en aquella comisión en
gratitud por décadas de lucha contra el apartheid.
Las
audiencias de la comisión se limitaron a los crímenes cometidos entre 1960,
cuando se radicaliza la represión del régimen de segregación a la mayoría
negra, y el inicio de la democracia, en 1994. Las víctimas contaban sus
historias delante de la comisión y de los verdugos que se prestaban a
participar del proceso.
El
arzobispo Tutu recorrió el país y escuchó todos los testimonios. Se llevaba
cada tanto las manos a la cabeza y lloraba, desbordado por la maldad. "Mi
trabajo era estrangularlos y después quemarlos para que no se supiera nada más
de ellos", relató el policía Joe Mamasela en una de las audiencias, en
Port Elizabeth.
Delante
de él, estaban los familiares de los Pebco Three, tres famosos activistas
antiapartheid desaparecidos en 1985 y cuyos cuerpos pudieron ser hallados tras
las audiencias. Ésa y centenares de escenas parecidas se veían a diario en la
TV. Horas y horas de confesiones, llanto y horror.
"El
corazón se me iba con las mujeres -recuerda Pumla Gobodo, otra de las
integrantes de la comisión-. Ellas llegaban allí a contar la pérdida de sus
hijos, de sus esposos, pero pocas veces hablaban de ellas. Cuando les
preguntábamos terminaban contándonos las vejaciones a las que ellas mismas eran
sometidas."
Mandela
siguió obsesivamente el desarrollo de las audiencias. Fue enfático en la
directiva de abrir procesos contra los activistas de su partido que habían
cometido atentados y violaciones de los derechos humanos en la lucha contra la
tiranía racial.
Aplicó
el ubuntu, la filosofía ancestral de los xhosa, su etnia. Una forma de entender
al ser humano en relación con los demás: "Yo soy lo que soy en función de
lo que todos somos", podría ser una traducción de ese principio rector de
la política que instauró Mandela.
La
comisión fue criticada por muchos sectores que consideraban que no podía haber
perdón sin castigo. También suele marcarse el incumplimiento de otro de los
objetivos: la indemnización a las víctimas. Los defensores de la idea siempre
destacaron el alivio que significó, para una sociedad oprimida durante décadas,
contar sus dramas. "Fue un ejercicio tremendamente sano que, entre otras
cosas, obligó a los blancos a entender todas las atrocidades que se hicieron
para defender sus privilegios. Y les dio a las víctimas la oportunidad de
recuperar el equilibrio", resume el escritor británico John Carlin.
Antes
de dejar el poder, Mandela recibió de Tutu libros con el contenido de las
audiencias de la comisión. "Juntos hemos superado el legado de nuestro
pasado violento e inhumano", dijo el líder aquel 29 de octubre de 1998. Y
lo coronó con una promesa que hasta el día de su muerte pudo cumplir:
"Nunca, nunca, nunca más esta bella tierra será sometida a la opresión de
unos sobre otros"
Martín
Rodríguez Yebra. La Nacion.com.ar. 06/12/13
http://www.lanacion.com.ar/1645147-justicia-sin-venganza-su-leccion-para-superar-la-violencia-del-pasado