Bogotá, Colombia. El desafío más grande de Colombia para el 2014 es continuar
avanzando en la construcción de la paz, para lo cual se debe lograr la firma del
acuerdo con la guerrilla que ponga fin al conflicto armado que ha asolado los
campos y la ciudades colombianos desde hace más de 60 años.
Pero no hay que ilusionarse ni tener falsas expectativas. Si se
firma ese acuerdo en La Habana y se logra que la guerrilla cambie los fusiles
por los votos y la lucha armada por la contienda democrática como camino para
cambiar la sociedad, se habrá dado un paso fundamental para acabar con la
violencia; pero la paz no estallará al otro día, ni por arte de magia desaparecerán
todas las causas que han alimentado el conflicto interno, ni se sanarán
milagrosamente las heridas de tantos años de guerra.
Construir la paz es un proceso largo y complejo que requiere
muchas acciones y políticas para lograr un manejo exitoso del post-conflicto.
Dos de estas, muy interconectadas, son la búsqueda de la justicia y el desarme
de los espíritus.
“Si vis pacem cole iustitiam”, decían los romanos. Si quieres la
paz cultiva la justicia. Es la verdad y la reparación a las víctimas, es decir
la justicia restaurativa que reconozca y compense las atrocidades de la guerra,
pero también la justicia social, porque mientras subsistan las enormes
desigualdades económicas que mantienen a millones de colombianos en la miseria
no habrá garantías de una paz duradera.
La otra cara de la moneda de la restauración, como lo enseñó
Mandela con su vida, es el perdón, es decir no solo dejar las armas sino
desarmar los espíritus para romper la espiral del conflicto: actos violentos de
venganza contra la violencia, que generan nuevos actos de revancha y así hasta
que la regla del “ojo por ojo” nos deje a todos ciegos
Para fortuna del país tenemos muchos ejemplos de personas que
han sido víctimas directas de las atrocidades de la guerrilla, pero que han
tomado la decisión de perdonar y jugársela por la paz.
Un Alejandro Eder, cuyo abuelo fue uno de los primeros
secuestrados y asesinados por la FARC y hoy dedica su vida a la reintegración a
la sociedad de guerrilleros y paramilitares; un Juan Fernando Cristo, cuyo
padre fue asesinado por el ELN y ha sido el gran impulsor de la reparación a
las víctimas y el marco jurídico para la paz; un Aníbal Gaviria, hermano del
gobernador de Antioquia asesinado por las FARC junto con Gilberto Echeverri
quién dio hasta su vida luchando por la paz, y que sigue trabajando por la no
violencia y la pacificación de su región.
Así como ellos, miles de víctimas exigen verdad y reparación,
pero están dispuestas al borrón y cuenta nueva que permita, como en Sudáfrica,
construir una patria en que todos puedan convivir. Pero también hay muchos que
mantienen su dolor a flor de piel y quieren continuar la guerra hasta acabar
con quienes lo causaron.
Mauricio Cabrera Galvis. Vanguardia.com. 29/12/13