Señoras y
Señores:
Una vez
más, siguiendo una tradición de la que me siento honrado, el Secretario General
de las Naciones
Unidas ha invitado al Papa a dirigirse a esta honorable Asamblea de las
Naciones. En nombre propio y en el de toda la comunidad católica, Señor Ban
Ki-moon, quiero expresarle el más sincero y cordial agradecimiento. Agradezco
también sus amables palabras. Saludo asimismo a los Jefes de Estado y de
Gobierno aquí presentes, a los Embajadores, diplomáticos y funcionarios
políticos y técnicos que les acompañan, al personal de las Naciones Unidas
empeñado en esta 70ª Sesión de la Asamblea General, al
personal de
todos los programas y agencias de la familia de la ONU, y a todos los que de un
modo u otro participan de esta reunión. Por medio de ustedes saludo también a
los ciudadanos de todas las naciones representadas en este encuentro. Gracias
por los esfuerzos de todos y de cada uno en bien de la humanidad.
Esta es la
quinta vez que un Papa visita las Naciones Unidas. Lo hicieron mis predecesores
Pablo
VI en 1965,
Juan Pablo II en 1979 y 1995 y, mi más reciente predecesor, hoy el Papa emérito
Benedicto XVI, en 2008. Todos ellos no ahorraron expresiones de reconocimiento
para la Organización, considerándola la respuesta jurídica y política adecuada
al momento histórico, caracterizado por la superación tecnológica de las
distancias y fronteras y, aparentemente, de cualquier límite natural a la
afirmación del poder. Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico,
en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de
producir tremendas atrocidades. No puedo menos que asociarme al aprecio de mis
predecesores, reafirmando la importancia que la Iglesia Católica concede a esta
institución y las esperanzas que pone en sus actividades.
La historia
de la comunidad organizada de los Estados, representada por las Naciones
Unidas, que
festeja en
estos días su 70 aniversario, es una historia de importantes éxitos comunes, en
un período de inusitada aceleración de los acontecimientos. Sin pretensión de
exhaustividad, se puede mencionar la codificación y el desarrollo del derecho
internacional, la construcción de la normativa internacional de derechos
humanos, el perfeccionamiento del derecho humanitario, la solución de muchos
conflictos y operaciones de paz y reconciliación, y tantos otros logros en
todos los campos de la proyección internacional del que hacer humano. Todas
estas realizaciones son luces que contrastan la oscuridad del desorden causado
por las ambiciones descontroladas y por los egoísmos colectivos. Es cierto que
aún son muchos los graves problemas no resueltos, pero es evidente que, si
hubiera faltado toda esa actividad internacional, la humanidad podría no haber
sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades. Cada uno de
estos progresos políticos, jurídicos y técnicos son un camino de concreción del
ideal de la fraternidad humana y un medio para su mayor realización.
Rindo por
eso homenaje a todos los hombres y mujeres que han servido leal y
sacrificadamente a toda la humanidad en estos 70 años. En particular, quiero
recordar hoy a los que han dado su vida por la paz y la reconciliación de los
pueblos, desde Dag Hammarskjöld hasta los muchísimos funcionarios de todos los
niveles, fallecidos en las misiones humanitarias, de paz y de reconciliación.
La
experiencia de estos 70 años, más allá de todo lo conseguido, muestra que la
reforma y la adaptación a los tiempos es siempre necesaria, progresando hacia
el objetivo último de conceder a todos los países, sin excepción, una
participación y una incidencia real y equitativa en las decisiones. Tal
necesidad de una mayor equidad, vale especialmente para los cuerpos con efectiva
capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos
financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las
crisis económicas. Esto ayudará a limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo
con los países en vías de desarrollo. Los organismos financieros
internacionales han de velar por el desarrollo sustentable de los países y la
no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover
el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión
y dependencia.
La labor de
las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros
artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la
promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito
indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. En este
contexto, cabe recordar que la limitación del poder es una idea implícita en el
concepto de derecho. Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de
justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar
omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de
las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución
fáctica del poder (político, económico, de defensa, tecnológico, etc.) entre
una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de
las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama
mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y –a la vez–
grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder:
el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos. Dos
sectores íntimamente unidos entre sí, que las relaciones políticas y económicas
preponderantes han convertido en partes frágiles de la realidad. Por eso hay
que afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y
acabando con la exclusión.
Ante todo,
hay que afirmar que existe un verdadero “derecho del ambiente” por un doble
motivo.
Primero,
porque los seres humanos somos parte del ambiente. Vivimos en comunión con él,
porque el mismo ambiente comporta límites éticos que la acción humana debe
reconocer y respetar. El hombre, aun cuando está dotado de “capacidades
inéditas” que “muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y
biológico” (Laudato si’, 81), es al mismo tiempo una porción de ese ambiente.
Tiene un cuerpo formado por elementos físicos, químicos y biológicos, y solo puede
sobrevivir y desarrollarse si el ambiente ecológico le es favorable. Cualquier
daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad. Segundo, porque cada
una de las creaturas, especialmente las vivientes, tiene un valor en sí misma,
de existencia, de vida, de belleza y de interdependencia con las demás
creaturas. Los cristianos, junto con las otras religiones monoteístas, creemos
que el universo proviene de una decisión de amor del Creador, que permite al
hombre servirse respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y
para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos está
autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente es un
bien fundamental (cf. ibíd., 81).
El abuso y
la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable
proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de
bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles
como a excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea por tener
capacidades diferentes (discapacitados) o porque están privados de los
conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente capacidad
de decisión política. La exclusión económica y social es una negación total de
la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al
ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple
grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a
vivir del descarte y deben sufrir injustamente las consecuencias del abuso del
ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente
consolidada “cultura del descarte”.
Lo
dramático de toda esta situación de exclusión e inequidad, con sus claras
consecuencias, me lleva junto a todo el pueblo cristiano y a tantos otros a
tomar conciencia también de mi grave responsabilidad al respecto, por lo cual
alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y
efectivas. La adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la
Cumbre mundial que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza.
Confío también que la Conferencia de París sobre cambio climático logre
acuerdos fundamentales y eficaces.
No bastan,
sin embargo, los compromisos asumidos solemnemente, aun cuando constituyen un
paso necesario para las soluciones. La definición clásica de justicia a que
aludí anteriormente contiene como elemento esencial una voluntad constante y
perpetua: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi.
El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica,
constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el
ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y
económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de
órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo
esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y
crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones y el
grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de
caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las
conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas
en la lucha contra todos estos flagelos.
La
multiplicidad y complejidad de los problemas exige contar con instrumentos
técnicos de medida. Esto, empero, comporta un doble peligro: limitarse al
ejercicio burocrático de redactar largas enumeraciones de buenos propósitos
–metas, objetivos e indicadores estadísticos–, o creer que una única solución
teórica y apriorística dará respuesta a todos los desafíos. No hay que perder
de vista, en ningún momento, que la acción política y económica, solo es eficaz
cuando se la entiende como una actividad prudencial, guiada por un concepto
perenne de justicia y que no pierde de vista en ningún momento que, antes y más
allá de los planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los
gobernantes, que viven, luchan y sufren, y que muchas veces se ven obligados a
vivir miserablemente, privados de cualquier derecho.
Para que
estos hombres y mujeres concretos puedan escapar de la pobreza extrema, hay que
permitirles ser dignos actores de su propio destino. El desarrollo humano
integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden ser impuestos.
Deben ser edificados y desplegados por cada uno, por cada familia, en comunión
con los demás hombres y en una justa relación con todos los círculos en los que
se desarrolla la socialidad humana –amigos, comunidades, aldeas y municipios,
escuelas, empresas y sindicatos, provincias, naciones–. Esto supone y exige el
derecho a la educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes–,
que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de
las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de agrupaciones sociales
a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos.
La educación, así concebida, es la base para la realización de la Agenda 2030 y
para recuperar el ambiente.
Al mismo
tiempo, los gobernantes han de hacer todo lo posible a fin de que todos puedan
tener la mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad y para
formar y mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier
desarrollo social. Ese mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres:
techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual: libertad del espíritu,
que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y los otros
derechos cívicos.
Por todo
esto, la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento de la
nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato,
para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda
propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua
potable; libertad religiosa, y más en general libertad del espíritu y
educación. Al mismo tiempo, estos pilares del desarrollo humano integral tienen
un fundamento común, que es el derecho a la vida y, más en general, lo que
podríamos llamar el derecho a la existencia de la misma naturaleza humana.
La crisis
ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede
poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas
consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado
solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa
reflexión sobre el hombre: “El hombre no es solamente una libertad que él se
crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero
también naturaleza” (Benedicto XVI, Discurso al Parlamento Federal de Alemania,
22 septiembre 2011; citado en Laudato si’, 6). La creación se ve perjudicada
“donde nosotros mismos somos las últimas instancias [...] El derroche de la
creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de
nosotros, sino que solo nos vemos a nosotros mismos” (Id., Discurso al Clero de
la Diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 agosto 2008; citado ibíd.). Por eso, la
defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de
una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la
distinción natural entre hombre y mujer (cf. Laudato si’, 155), y el absoluto
respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones (cf. ibíd., 123; 136).
Sin el
reconocimiento de unos límites éticos naturales insalvables y sin la actuación
inmediata de aquellos pilares del desarrollo humano integral, el ideal de
“salvar las futuras generaciones del flagelo de la guerra” (Carta de las
Naciones Unidas, Preámbulo) y de “promover el progreso social y un más elevado
nivel de vida en una más amplia libertad” (ibíd.) corre el riesgo de
convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que
sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una
colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida
anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término,
irresponsables.
La guerra
es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si
se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar
incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y entre los
pueblos.
Para tal
fin hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable
recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la
Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental. La
experiencia de los 70 años de existencia de las Naciones Unidas, en general, y
en particular la experiencia de los primeros 15 años del tercer milenio,
muestran tanto la eficacia de la plena aplicación de las normas internacionales
como la ineficacia de su incumplimiento. Si se respeta y aplica la Carta de las
Naciones Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como
un punto de referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para
disfrazar intenciones espurias, se alcanzan resultados de paz. Cuando, en
cambio, se confunde la norma con un simple instrumento, para utilizar cuando
resulta favorable y para eludir cuando no lo es, se abre una verdadera caja de
Pandora de fuerzas incontrolables, que dañan gravemente las poblaciones
inermes, el ambiente cultural e incluso el ambiente biológico.
El
Preámbulo y el primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas indican los
cimientos de la construcción jurídica internacional: la paz, la solución
pacífica de las controversias y el desarrollo de relaciones de amistad entre
las naciones. Contrasta fuertemente con estas afirmaciones, y las niega en la
práctica, la tendencia siempre presente a la proliferación de las armas,
especialmente las de destrucción masiva como pueden ser las nucleares. Una
ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente
de toda la humanidad– son contradictorios y constituyen un fraude a toda la
construcción de las Naciones Unidas, que pasarían a ser “Naciones unidas por el
miedo y la desconfianza”. Hay que empeñarse por un mundo sin armas nucleares,
aplicando plenamente el Tratado de no proliferación, en la letra y en el
espíritu, hacia una total prohibición de estos instrumentos.
El reciente
acuerdo sobre la cuestión nuclear en una región sensible de Asia y Oriente
Medio es una prueba de las posibilidades de la buena voluntad política y del
derecho, ejercitados con sinceridad, paciencia y constancia. Hago votos para
que este acuerdo sea duradero y eficaz y dé los frutos deseados con la
colaboración de todas las partes implicadas.
En ese
sentido, no faltan duras pruebas de las consecuencias negativas de las intervenciones
políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad
internacional. Por eso, aun deseando no tener la necesidad de hacerlo, no puedo
dejar de reiterar mis repetidos llamamientos en relación con la dolorosa
situación de todo el Oriente Medio, del norte de África y de otros países
africanos, donde los cristianos, junto con otros grupos culturales o étnicos e
incluso junto con aquella parte de los miembros de la religión mayoritaria que
no quiere dejarse envolver por el odio y la locura, han sido obligados a ser
testigos de la destrucción de sus lugares de culto, de su patrimonio cultural y
religioso, de sus casas y haberes y han sido puestos en la disyuntiva de huir o
de pagar su adhesión al bien y a la paz con la propia vida o con la esclavitud.
Estas
realidades deben constituir un serio llamado a un examen de conciencia de los
que están a cargo de la conducción de los asuntos internacionales. No solo en
los casos de persecución religiosa o cultural, sino en cada situación de conflicto,
como en Ucrania, en Siria, en Irak, en Libia, en Sudán del Sur y en la región
de los Grandes Lagos, hay rostros concretos antes que intereses de parte, por
legítimos que sean. En las guerras y conflictos hay seres humanos singulares,
hermanos y hermanas nuestros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y
niñas, que lloran, sufren y mueren. Seres humanos que se convierten en material
de descarte cuando solo la actividad consiste en enumerar problemas,
estrategias y discusiones.
Como pedía
al Secretario General de las Naciones Unidas en mi carta del 9 de agosto de
2014, “la más elemental comprensión de la dignidad humana (obliga) a la
comunidad internacional, en particular a través de las normas y los mecanismos
del derecho internacional, a hacer todo lo posible para detener y prevenir
ulteriores violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas” y
para proteger a las poblaciones inocentes.
En esta
misma línea quisiera hacer mención a otro tipo de conflictividad no siempre tan
explicitada pero que silenciosamente viene cobrando la muerte de millones de
personas. Otra clase de guerra viven muchas de nuestras sociedades con el
fenómeno del narcotráfico. Una guerra “asumida” y pobremente combatida. El
narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas, del
lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras
formas de corrupción.
Corrupción
que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar,
artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que
pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones.
Comencé
esta intervención recordando las visitas de mis predecesores. Quisiera ahora
que mis palabras fueran especialmente como una continuación de las palabras
finales del discurso de Pablo VI, pronunciado hace casi exactamente 50 años,
pero de valor perenne: “Ha llegado la hora en que se impone una pausa, un
momento de recogimiento, de reflexión, casi de oración: volver a pensar en
nuestro común origen, en nuestra historia, en nuestro destino común. Nunca,
como hoy, (...) ha sido tan necesaria la conciencia moral del hombre, porque el
peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia, que, bien utilizados, podrán
(...) resolver muchos de los graves problemas que afligen a la humanidad”
(Discurso a los Representantes de los Estados, 4 de octubre de 1965). Entre
otras cosas, sin duda, la genialidad humana, bien aplicada, ayudará a resolver
los graves desafíos de la degradación ecológica y de la exclusión. Continúo con
Pablo VI: “El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos
cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas
conquistas” (ibíd.).
La casa
común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta
comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de
cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los ancianos,
de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los
abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más
que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe
también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la
naturaleza creada.
Tal
comprensión y respeto exigen un grado superior de sabiduría, que acepte la
trascendencia, renuncie a la construcción de una elite omnipotente, y comprenda
que el sentido pleno de la vida singular y colectiva se da en el servicio
abnegado de los demás y en el uso prudente y respetuoso de la creación para el
bien común. Repitiendo las palabras de Pablo VI, “el edificio de la
civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos
capaces no sólo de sostenerlo, sino también de
iluminarlo”
(ibíd.).
El gaucho
Martín Fierro, un clásico de la literatura en mi tierra natal, canta: “Los
hermanos sean
unidos
porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que
sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera”.
El mundo
contemporáneo, aparentemente conexo, experimenta una creciente y sostenida
fragmentación social que pone en riesgo "todo fundamento de la vida
social" y por lo tanto "termina por enfrentarnos unos con otros para
preservar los propios intereses" (Laudato si’, 229).
El tiempo
presente nos invita a privilegiar acciones que generen dinamismos nuevos en la sociedad
hasta que fructifiquen en importantes y positivos acontecimientos históricos
(cf. Evangelii gaudium, 223). No podemos permitirnos postergar «algunas
agendas» para el futuro. El futuro nos pide decisiones críticas y globales de
cara a los conflictos mundiales que aumentan el número de excluidos y
necesitados.
La laudable
construcción jurídica internacional de la Organización de las Naciones Unidas y
de todas sus realizaciones, perfeccionable como cualquier otra obra humana y,
al mismo tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para
las generaciones futuras. Lo será si los representantes de los Estados sabrán
dejar de lado intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el
servicio del bien común. Pido a Dios Todopoderoso que así sea, y les aseguro mi
apoyo, mi oración y el apoyo y las oraciones de todos los fieles de la Iglesia
Católica, para que esta Institución, todos sus Estados miembros y cada uno de
sus funcionarios, rinda siempre un servicio eficaz a la humanidad, un servicio
respetuoso de la diversidad y que sepa potenciar, para el bien común, lo mejor
de cada pueblo y de cada ciudadano.
La
bendición del Altísimo, la paz y la prosperidad para todos ustedes y para todos
sus pueblos. Gracias.
Papa Francisco
Clarin.com, 25/09/15
"Hay
que empeñarse por un mundo sin armas nucleares, hacia la total prohibición de
estos instrumentos"
"No
puedo sino unirme al aprecio de mis antecesores en la admiración a la
ONU", dijo Francisco al inicio de su discurso.
"El
poder de la tecnología en manos de ideologías falsas puede producir tremendas
atrocidades".
"Rindo
homenaje a todos los hombres y mujeres que han servido leal y sacrificadamente
a toda la humanidad en estos 70 años. En particular quiero recordar hoy a los
que han dado su vida por la paz y la reconciliación de los pueblos",
añadió.
"Si
hubiera fallado la actividad internacional la humanidad no podría haber
sobrevivido. La limitación del poder es una idea implícita en el concepto de
derecho. Ningún individuo o grupo se puede considerar omnipotente", dijo
Francisco.
"Para
todas la creencias religiosas el ambiente es un bien fundamental. El abuso y la
destrucción del ambiente al mismo tiempo van acompañados por un imparable
proceso de exclusión. Un afán egoísta e ilimitado de poder y bienestar familiar
lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a
los débiles. Ya sea por tener capacidades diferentes o porque están privados de
los conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente
capacidad de decisión política".
"La
exclusión económica y social es una negación de la fraternidad humana",
añadió.
El papa
también habló sobre narcotráfico, y dijo que por su propia dinámica, va
acompañado de la trata de personas y de la explotación infantil y debe
detenerse:
"El
mundo reclama de todos los gobernantes una acción inmediata para mejorar y
conservar el ambiente natural y mejorar cuanto antes la situación de exclusión
social".
"Hay
un imparable proceso de exclusión que impacta a los más débiles"
El papa
reforzó la importancia de la educación "también para muchas niñas que han
sido excluidas".
"La
educación es la base para la realización de la agenda 2030 y para recuperar el
ambiente"
Francisco
destacó los que considera que son los pilares del desarrollo humano:
"Vivienda
propia, trabajo digno y bien remunerado, alimentación adecuada, agua potable,
libertad religiosa y más en general de espiritualidad y educación, al mismo
tiempo estos pilares del desarrollo humano integral tiene un fundamento común
que es el derecho a vida y más en general el derecho a la existencia de la
misma naturaleza humana".
Además, el
papa habló sobre las armas nucleares: "Hay que empeñarse por un mundo sin
armas nucleares, hacia la total prohibición de estos instrumentos".
El papa
llegó este viernes a la sede de la ONU y sostuvo una reunión privada con el
Secretario General Ban Ki-moon antes de su intervención.
Minutos
antes, Francisco habló con los empleados de la ONU y les agradeció por su
labor.
"Su
trabajo tiene un gran significado personal porque manifiesta el tipo de
personas que somos", afirmó el pontífice.
Ban Ki-moon
y Francisco hicieron un minuto de silencio por los miembros de la ONU que han
perdido la vida cumpliendo sus labores.
Ban Ki-moon
comenzó el evento ante la Asamblea General con un discurso que habló de cambio
climático, pobreza y humildad.
"Usted
se siente mejor no en los palacios sino entre los pobres y olvidados", le
dijo Ban Ki-moon.
Cnn.com. 25/09/15
Sin la ONU la humanidad podría no haber
sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades
El Papa
Francisco elogió el papel de las Naciones Unidas y reafirmó la importancia
que la Iglesia Católica le concede y las esperanzas que pone en sus
actividades.
El Jefe del
Estado Vaticano fue acogido calurosamente por el plenario de la Asamblea General
y en sus palabras, en estos días que la Organización celebra su 70 aniversario,
destacó los éxitos por ella obtenidos.
Entre ellos
mencionó la codificación del derecho internacional, el perfeccionamiento del
derecho humanitario, la solución de muchos conflictos y las operaciones de paz
y reconciliación.
Sin
embargo, manifestó que todas esas realizaciones contrastan con el desorden
causado por las ambiciones descontroladas y por los egoísmos colectivos.
"Es
cierto que aún son muchos los graves problemas no resueltos, pero es evidente
que, si hubiera faltado toda esta actividad internacional, la humanidad podría
no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades".
En su
alocución, el papa hizo alusión a la reforma de la ONU y a la necesidad de que
se adapte a los tiempos para que avance hacia el objetivo de conceder a todos
los países, sin excepción, una participación y una incidencia real y equitativa
en las decisiones.
"Dar a
cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que
ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a
pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas
singulares o de sus agrupaciones sociales".
El Papa
señaló que el panorama mundial contemporáneo presenta, muchos falsos derechos,
y –a la vez– grandes sectores indefensos, víctimas de un mal ejercicio del
poder.
El Obispo
de Roma, por otro lado, pugnó por la protección del medio ambiente y expresó
sus esperanzas de que la conferencia sobre el cambio climático en Paris
concluya con resultados satisfactorios.
La amenaza
nuclear también ocupó un importante papel en su alocución y afirmó que la
existencia de esas armas contrastaba con el espíritu de la Carta de la ONU.
"Una
ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente
de toda la humanidad– son contradictorios y constituyen un fraude a toda la
construcción de las Naciones Unidas, que pasarían a ser «Naciones unidas por el
miedo y la desconfianza». Hay que empeñarse por un mundo sin armas
nucleares".
El Papa
subrayó que la casa común de todos los hombres debe continuar levantándose
sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de
la sacralidad de cada vida humana y de la naturaleza.
Un.org. 25/09/15
Francisco
en la ONU, crítico con "los sistemas que someten a la población a
pobreza"
El papa
Francisco dejó inaugurada hoy la 70º Asamblea General de la ONU con un llamado
a limitar "todo tipo de abuso y usura" por parte de grupos
financieros, alertó sobre la "sumisión asfixiante" ejercida por los
sistemas crediticios contra los países en desarrollo, al tiempo que dijo uno de
los versos más famosos del poema gauchesco argentino Martín Fierro, donde
incita a que "los hermanos sean unidos, porque esa es la ley
primera...".
El discurso
del Papa, interrumpido 25 veces por los aplausos del auditorio y ovacionado de
pie al final, se caracterizó por sus numerosas alusiones a la necesidad de
promover mayor equidad y velar por el desarrollo sostenible de los países, al
considerar que las medidas implementadas en esa dirección ayudarán "a
limitar todo tipo de abuso o usura, sobre todo con los países en vías de
desarrollo".
En ese
sentido, destacó a la exclusión económica y social como "la negación de la
fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al
ambiente" y pidió "acciones urgentes y efectivas" contra la
pobreza.
"No
bastan los compromisos asumidos solemnemente. El mundo reclama a todos los
gobernantes una voluntad efectiva, práctica y constante, de pasos concretos e
inmediatos", advirtió.
Francisco
se convirtió así en el primer Papa en abrir una asamblea general del organismo
con sede en Nueva York, en una ceremonia en la que Ban Ki Moon, el secretario
general de la organización, lo definió ante los líderes mundiales como "un
hombre humilde".
"Usted
pretende cada día incluir a los excluidos, está cómodo entre los humildes, no
en las fotos oficiales sino en las selfies con los jóvenes", afirmo Moon.
El máximo
líder de la Iglesia Católica habló también de la necesidad de cumplir con una
"mínima base material y espiritual para ejercer la dignidad", en una
referencia concreta a la necesidad de ampliar el acceso a la "vivienda
propia, el trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua
potable".
"Los
más pobres son los que más sufren porque son descartados por la sociedad, son
obligados por la sociedad a vivir del descarte y deben injustamente sufrir las
consecuencias del abuso del ambiente", afirmó Francisco.
Además,
consideró a la adopción oficial de la agenda 2030 sobre desarrollo sustentable
por parte de la ONU como "una importante señal de esperanza" de cara
a la realización de la conferencia sobre cambio climático que tendrá lugar en
París en diciembre próximo, y alertó que "cualquier daño al medio ambiente
es un daño a la humanidad".
En el
inicio de su alocución, el Sumo Pontífice dio un lugar especial a sus
antecesores al recordar que su presencia marca "la quinta vez que un Papa
visita las Naciones Unidas", luego de las presencias de Pablo VI en 1965,
Juan Pablo II en 1979 y 1995, y Benedicto XVI en 2008.
"Todos
ellos no ahorraron expresiones de reconocimiento para la organización,
considerándola la respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico
caracterizado por la superación tecnológica de las distancias y fronteras, y
aparentemente a cualquier límite natural de la afirmación del poder",
expresó.
"No
puedo menos que asociarme al aprecio de mis predecesores reafirmando la
importancia que la Iglesia Católica concede a esta institución y las esperanzas
que pone en sus actividades", manifestó Francisco.
Telam.com.ar. 25/09/15
Las frases
más importantes del discurso del Papa en la ONU
El Papa
Francisco hizo un llamado a los líderes de la comunidad internacional desde la
Asamblea General de las Naciones Unidas, siguiendo con la gira papal a Cuba y
Estados Unidos estas son las principales frases de su discurso:
“Ningún
individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente”
“La guerra
es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente”
“El
ambiente es un bien fundamental”
“En las
guerras y conflictos hay hermanos y hermanas nuestros. Seres humanos que se
convierten en material de descarte”
“Narcotráfico:
Una guerra asumida y pobremente combatida”
“En las
guerras hay seres singulares… que lloran, sufren y mueren”
“El futuro
nos pide soluciones críticas de cara a los conflictos mundiales”
“Hago votos
para que este acuerdo sea duradero y eficaz”
El discurso
duró aproximadamente 50 minutos con una gran ovación y es la quinta vez que un
Santo Pontífice expresa un discurso en la ONU.
A juicio
del pontífice, los pobres sufren por la exclusión por un triple motivo: “Son
descartados por la sociedad, son obligados a vivir de descarte y deben
injustamente sufrir las consecuencias de los abusos del ambiente”.
Tatiana Guitiérrez, CrHoy.com, 25/09/15