A un año de mi llegada a México, tengo numerosas
experiencias que me desafían no sólo como funcionario internacional de derechos
humanos, sino también como ser humano.
Se trata de experiencias que me han sacudido, como los
encuentros con familiares de personas desaparecidas, de un estado al otro.
Desde el sufrido estado de Guerrero pasando por Coahuila, Chihuahua, Nuevo
León, Morelos, Jalisco, Tamaulipas, hasta las heroicas mamás de Veracruz que
lograron el macabro hallazgo de 254 cuerpos en las superficialmente idílicas
Colinas de Santa Fe.
Son también encuentros con víctimas de tortura, desde
mujeres torturadas sexualmente hasta un hombre que quedó ciego a causa de la brutalidad
de sus aprehensores.
Son encuentros con mujeres y hombres de las comunidades
indígenas a quienes la rapacidad de algunos y los “megaproyectos” roban hasta
la más humilde forma de sobrevivencia que han tenido hasta la fecha.
Son encuentros con las y los valientes periodistas y
defensores de derechos humanos. Fijo en mi memoria permanece un encuentro en
particular, con la periodista cuyo nombre, Miroslava, sugiere una ascendencia
proveniente de mi parte del mundo —Europa Central— Miroslava que me entrevista
y que muere pocos meses después, baleada.
Son encuentros con personas migrantes que se encuentran en
celdas por buscar una vida mejor, o con personas LGBTI que sufren ataques sólo
por ser quienes son.
Ni yo, ni mis colegas que se enfrentan a esta realidad desde
hace más tiempo, podemos normalizar todo esto. Ni la violencia, ni el abuso de
autoridad, ni el abandono de las víctimas.
Me surgen preguntas. ¿Por qué un país tan fascinante, con
tanta riqueza cultural, tanto potencial intelectual, falla tanto en la
procuración de justicia? ¿Por qué siguen encarcelados los torturados y no los
torturadores? ¿Cómo se puede vivir con una tasa de impunidad tan alta? Tal vez
no es coincidencia que algunos gobernadores y fiscales que ayer justificaban
las violaciones de derechos humanos en sus estados como parte de la estrategia
de “combate a la criminalidad” se encuentren hoy procesados por corrupción
masiva y otros delitos.
A veces, expresar críticas por las violaciones de derechos
humanos se sigue interpretando como una forma de “desprestigiar” a las
corporaciones que las cometen. Al mismo tiempo persiste una cultura de
desprestigio contra las víctimas. ¿A cuántos servidores públicos hemos
escuchado banalizar la desaparición diciendo que las víctimas se fueron con una
amante o estigmatizándolas, diciendo que si la desaparecieron o la torturaron,
pues era porque “en algo andaba”?
A pesar de lo anterior, hay también noticias esperanzadoras.
En los años recientes se han adoptado leyes que reflejan estándares internacionales
al nivel del siglo XXI: la Reforma constitucional en derechos humanos que
recién cumple seis años de vigencia; la Ley general de los derechos de niñas,
niños y adolescentes; la Ley general contra la tortura; o la Ley general contra
las desapariciones. Sin embargo, esos avances necesitan un gran esfuerzo para
lograr su total y efectiva implementación. No podemos aceptar con fatalismo que
en México se adopten buenas leyes para no cumplirlas.
Tenemos razones adicionales para albergar un optimismo
histórico. La narrativa de los derechos humanos está cada vez más presente en
los medios de comunicación. Hemos registrado un progresivo reconocimiento del
importante papel que desarrollan las y los defensores de derechos humanos. En
nuestro trabajo cotidiano, podemos dar fe de un creciente número de servidores
públicos competentes y comprometidos. Además, varios sectores de la academia se
comprometen cada vez más y ponen sus saberes al servicio de la causa, así,
nuevas generaciones de estudiantes están expuestas a la cultura de los derechos
humanos como nunca antes. Albergamos la esperanza de que ellos y ellas no
estarán dispuestos a tolerar las falsas excusas y justificaciones para violar
derechos humanos.
Quienes defendemos los derechos humanos sabemos que si bien
el hoy no es nuestro aún, el mañana sin duda lo será. La ONU-DH, junto con
múltiples actores, incluyendo a las agencias hermanas de las Naciones Unidas,
está plenamente comprometida con este cambio y trabaja perseverantemente para
lograrlo.
Jan Jarab. Representante en México del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos.
Jan Jarab, ElUniversal.com.mx, Ciudad de México,13/06/2017