Guatemala, Guatemala. Johann Galtung, fundador de los estudios de paz, desarrolló una serie de modelos, usualmente en forma de triángulos equiláteros, para explicar fenómenos de violencia y conflictividad.
El primer triángulo consiste en la descripción de los componentes de un conflicto, y sitúa en cada esquina los siguientes elementos: contradicción, actitudes y comportamientos. Según el autor, todo conflicto nace con una contradicción básica entre personas o grupos. El asunto se complica cuando las contradicciones son provocadas por actitudes, como los prejuicios, y escaladas a través de comportamientos, como los insultos y la violencia física.
El segundo triángulo es el que define los tipos de violencia que existen. La violencia directa es la que mejor conocemos, se ejerce como violencia física y psicológica. Menos conocida es la violencia cultural, que consiste en la codificación que hacemos de ciertos patrones a través de la cultura. En Guatemala, las expresiones machistas y sexistas usadas por muchos de los varones pueden considerarse como una expresión de la violencia cultural. La violencia estructural es la que ejercen los Estados y las sociedades sobre las poblaciones excluidas o especialmente vulnerables. En Guatemala ejercemos esta violencia sobre los pueblos originarios, las mujeres y los jóvenes, al negarles las oportunidades de estudio, trabajo, salud, recreación y participación política que se merecen.
El tercer triángulo es el de las formas de atender la violencia y el conflicto. Peace making se refiere al proceso de negociación y la creación de acuerdos entre las partes, desde un acuerdo amistoso de divorcio hasta unos acuerdos de paz como los firmados en Centroamérica el siglo pasado. El mantenimiento de la paz o peace keeping se refiere a todo lo que se hace después de alcanzado un acuerdo para no regresar a la violencia. Las intervenciones de paz de las Naciones Unidas son un excelente ejemplo del proceso de peace keeping. La construcción de la paz o peace building es tal vez el elemento menos atendido, porque se refiere a la transformación profunda de las estructuras (económicas, políticas, de racismo, etcétera) que dieron o dan lugar a los conflictos.
Con base en lo anterior podemos ahora definir dos tipos de paz, la paz negativa (el cese de la violencia directa entre dos o más grupos armados) y la paz positiva (la construcción de una paz duradera en función de la atención a las violencias cultural y estructural). En Guatemala, el proceso de paz fue exitoso porque se atendió un acuerdo, la desmovilización y el desarme y la normalización de las relaciones entre las partes. ¿Pero hasta qué punto se atendieron las dimensiones de la violencia estructural y cultural imperantes en el país? El racismo, la pobreza, la violencia de género y hasta nuestro modo violento de conducir son reflejo de cuánto nos falta para llegar a una auténtica paz positiva.
Sin menospreciar la importancia de la seguridad operativa (patrullajes policiales, investigación criminal, procesos judiciales) debo afirmar, con la literatura de mi disciplina como evidencia, que los países que gozan de una auténtica paz lo hacen porque supieron atender las dimensiones culturales y estructurales de la violencia, invirtiendo en salud, educación, arte, ciencia y recreación. Recientemente atendí un curso en la Universidad de Uppsala, Suecia. En la charla inicial el ex diplomático Jan Eliasson y el académico Peter Wallenstein discutieron la importancia que tuvo para la construcción de la paz en Suecia la transformación de la mentalidad violenta y guerrerista que tuvo como nación durante mucha parte de su historia hacia un imaginario centrado en la educación y la paz. ¿Cuándo haremos esta reflexión en Guatemala?
Andrés Álvarez Castañeda. El Periódico de Guatemala. 31/Ago/2010