Bogotá, Colombia. Mario Vargas Llosa siempre ha sido
un polemista y su último libro, La civilización del espectáculo, no es la
excepción. Poco después de que fuera publicado, en abril pasado, sus ideas
sobre la banalización de la cultura, la política y la religión encendieron un
debate en el mundo de las letras hispanoamericanas. De un lado, encabezados por
el escritor mexicano Jorge Volpi, estaban quienes afirmaban que en su
disertación Vargas Llosa defendía “una aristocracia” intelectual, “una élite
cultural”. Del otro, escritores como el peruano Alonso Cueto, para quienes se
trataba de “una de las protestas más inteligentes y hermosas a un tema esencial
en nuestro tiempo”.
Intelectuales en
ambas orillas de la discusión, sin embargo, siempre defendieron la forma como
está escrito. El libro, escogido por el diario El País, de España, como uno de
los mejores ensayos en lengua española publicados en el 2012, es una minuciosa
descripción del cambio de valor de las ideas y de la figura del intelectual en
la era de las comunicaciones, y una crítica a la industria del entretenimiento
en los tiempos que corren.
Es la primera vez que el autor viene al país tras haber recibido
el máximo galardón de las letras. A los 75 años, su presencia y sus argumentos son
contundentes. Durante esta charla, una decena de mujeres se fue acercando, en
silencio, a la mesa donde Vargas Llosa se encontraba para escucharlo. “Un
auditorio, ¡qué se cree usted!”, exclamó él.
Su libro ‘La
civilización del espectáculo’ ha generado mucho debate. Hay quienes dicen que
usted se lamenta del fin de la figura del intelectual.
Bueno, que se estén
acabando y que lo lamento muchísimo, es verdad. Y no solamente la desaparición
del intelectual. Hoy, las ideas parecen no ser el motor de los cambios, de las
transformaciones sociales o culturales. Los descubrimientos y avances
tecnológicos se consideran el motor del progreso y de la vida cultural. Y creo
que esa es una gravísima equivocación. Es convertir a los especialistas en el
motor del desarrollo, pero el especialista no es un hombre de ideas. Es alguien
que forma parte de un mecanismo, de un engranaje, y aunque es una pieza
esencial de ese engranaje, lo fundamental es quién maneja al engranaje, qué
orientación le da, qué piensa sacar de él. Y esa es la función de la cultura,
salvo que se convierta en espectáculo. No estoy diciendo que la cultura vaya a
desaparecer. Lo que digo es que se ha convertido en la preocupación de una
minoría y con una influencia decreciente en la vida y el conjunto de la
sociedad.
Y si han sido
alienados del debate público, ¿por qué ha persistido usted?
Porque yo me formé
así. Descubrí mi vocación en una época en la que la mayoría de jóvenes que
descubrían la literatura, la cultura, las actividades creativas pensaban que
cierta participación en la vida cívica era inseparable de una vocación
literaria, creativa o artística. En mi época teníamos la sensación de que las
ideas importaban, la cultura tenía una influencia muy grande, no solamente en
el desarrollo de una sociedad, sino en sus valores sociales, culturales,
políticos y espirituales. Eso hoy no se cree, ha pasado a ser una cosa
obsoleta. Los jóvenes artistas y escritores piensan que su participación no
puede ser decisiva para cambiar la historia y la vida. Se han confinado en
especialidades de la cultura y, además, con una visión muy inmediatista.
Pero hoy los
líderes de opinión están en las redes sociales. ¿Qué piensa de esto?
Los líderes de
opinión hoy no proceden del mundo de las ideas ni de la cultura. La influencia
que tienen los pensadores es muy indirecta, muy relativa y, en la mayoría de
los casos, insignificante. ¿Cuáles son las figuras públicas hoy? Ciertos
artistas, deportistas y gente del mundo mediático, cuyas opiniones tienen una
repercusión enorme. Por ejemplo, las opiniones de Oprah Winfrey tienen un
enorme efecto en la sociedad norteamericana. Los libros que entran a su
programa ya tienen un auditorio ganado. Esa es la civilización del espectáculo:
todo lo que es espectáculo ha pasado a ser un factor determinante, no solamente
de la vida política y social, sino de la vida cultural.
Usted ha hablado
sobre la función de leer ficción para crear un pensamiento crítico. ¿Qué cree
que pasará con esta tradición en la cultura mediática actual?
Yo creo que uno de
los efectos es que amodorra el espíritu crítico. Si los programas de televisión
pasan a cumplir la función que tenía antes la cultura, lo que genera es un
conformismo, una actitud de neutralidad, indiferencia o cinismo frente al statu
quo. A corto y a largo plazo, esto tiene un efecto muy nocivo para la
supervivencia del sistema democrático y sus instituciones, que defienden la
coexistencia en la diversidad, la libertad, la renovación de los gobiernos por
métodos pacíficos. En fin, todos los avances, las grandes conquistas de la
civilización están amenazadas sobre su base con ese deterioro de la vida
cultural en las sociedades.
Usted rompió su
relación con el diario ‘El Comercio’, de Lima, por su línea editorial durante
las últimas elecciones presidenciales en Perú. ¿Qué dice de la relación
periodismo y política?
Tradicionalmente ha
ocurrido, y va a seguir ocurriendo, que los políticos quieran llegar a un gran
público a través de la prensa. Y si pueden manipularla, desde luego que lo van
a hacer. Pero eso ya no depende de ellos, depende de la prensa, de si el
periodismo es capaz de mantener su independencia. Pero para eso es fundamental
que haya diversidad, que las ideas tengan órganos a través de los cuales
expresarse y que el periodismo tenga valores éticos para darle a la libertad de
expresión su verdadero sentido y contenido.
Ahora, no soy
pesimista. Creo que la situación en América Latina es muchísimo mejor que en el
pasado y que, incluso, en los países en los que hay problemas, todavía existe
un margen de libertad muy grande. Incluso en Argentina y en Venezuela, y es muy
admirable que haya órganos de prensa que han mantenido una actitud
independiente, crítica, pese a las amenazas y a los quebrantos económicos que
les infligen los gobiernos. Pero esos periódicos necesitan ese respaldo, porque
cada vez que en un país la libertad de prensa desaparece todos los otros países
están amenazados. Es un pésimo precedente y un pésimo ejemplo.
En este momento,
Colombia vive un proceso de paz que ha generado un distanciamiento entre
distintos sectores. ¿Cómo cree que la sociedad debería encararlo?
Creo que todo lo
que conduzca a una paz verdadera es positivo y debe ser apoyado. La del
Gobierno es una iniciativa audaz y arriesgada. En buena hora si llega a buen
puerto. Si las Farc se desarman, si el Eln se desarma y aceptan pasar de ser
grupos subversivos a partidos políticos y a respetar las reglas de juego de la
legalidad y la libertad, en buena hora. Soy un poco escéptico. No va a ser
fácil. Lo que representan esas minorías terroristas guerrilleras es una forma
de fanatismo que no congenia con el espíritu democrático.
Usted era un
crítico de la Iglesia y del catolicismo, en tanto que coartaban las libertades.
Pero en el 2011 defendió la gran marcha de jóvenes por la visita del Papa a
Madrid. ¿A qué se debe este cambio?
Fue una gran
ingenuidad la de los liberales del siglo XIX creer que la religión iba a
desaparecer con el progreso de la ciencia. La ciencia puede seguir avanzando
hasta extremos absolutamente fantásticos, pero los seres humanos no pueden
vivir sin cierta seguridad de que existe una trascendencia, de que no todo se
termina aquí. Solo unas minorías (y unas minorías muy exiguas) pueden
reemplazar la religión con la cultura, con el conocimiento. Esa es una realidad
que nuestro tiempo nos ha demostrado de manera flagrante. Mire el rebrote
religioso en los países de la Unión Soviética y en China.
Los grandes
pensadores liberales, muchos de ellos agnósticos, siempre vieron la necesidad
de una vida espiritual muy rica. Ellos temían que sin unos valores morales
fuertes, el capitalismo, que trae enorme progreso, podía degenerarse. La gran
crisis que estamos viviendo hoy viene, en buena parte, de la destrucción de
esos valores que sostenían al capitalismo. Por eso, yo defiendo la existencia
de una vida espiritual rica, pero al mismo tiempo creo que la religión no debe
identificarse con el Estado, pues las religiones creen en verdades absolutas,
no son tolerantes.
Después del Nobel
El ensayo ‘La
civilización del espectáculo’ es el primer libro que publica el autor tras
haber recibido el Nobel. Allí critica la excesiva importancia que se le da hoy
al entretenimiento.
María Alejandra
Pautassi. Eltiempo.com. 26/01/13