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652. Las vivas de Juárez


"Mientras no haya castigos, cualquiera mata mujeres en esta ciudad porque simplemente se puede hacer y nadie te hace nada".
-Marisela Ortiz
Activista
 
México, Distrito Federal. Brenda es la hija y no la madre de una muerta de Juárez. Su vida cambió en 1998 cuando encontraron el cadáver de su madre debajo de la cama de un motel.
Al momento del crimen, la niña tenía 7 años. Debido a que no contaba con su padre, la recogió su abuela, quien en medio del luto tuvo que pedir trabajo en una maquila para sostener a la menor.
Nada le aseguraba a esa niña un porvenir dichoso: la miseria la rondaba, el deterioro de la sociedad y la impunidad avanzaban a pasos agigantados, y parecía inevitable que los chacales llegaran a su vida en una ciudad donde, a decir de una compañera de secundaria, "las niñas cumplen siete, ocho años y los de las pandillas las comienzan a manosear".
En el 2005, Marisela Ortiz, fundadora junto a Norma Andrade Nuestras Hijas de Regreso a Casa, era su maestra en la secundaria e intentó integrarla a La Esperanza, proyecto para niños y adolescentes cuyas madres fueron asesinadas o desaparecidas, y que consiste en que profesionales les ayuden a superar el trauma.
"Quiero acabar la secundaria, la prepa, la universidad", decía Brenda, de 13 años. "Quiero ser Presidenta de México".
Ocho años después, Marisela habla del itinerario de esa pequeña de tez blanca y ojos verdes.
"La mayoría de esa generación está todavía trabajando en La Esperanza, pero al tiempo con esta chica sucedió algo contra lo que no pudimos: fue levantada.
"Estuvo desaparecida un año. La abuelita decía que estaba repitiendo la historia de su madre (era prostituta), pero la realidad es que se la llevó un grupo de la delincuencia a trabajar a otro estado en una red de trata. Cuando escapa, regresa embarazada a Ciudad Juárez, tuvo una niña, pero ya tenía otra visión de las cosas".
"Puedes trabajar en una tienda, en la maquila", dijo Marisela.
"¿Dónde voy a ganar lo que ganaba allá?", contestó Brenda, adolescente adicta a las drogas. "Allá tenía carro, mucho dinero".
"Todo se quedó allá", le insistió la activista. "No es real porque no lo tienes. Empieza de nuevo".
Imposible. El narco vino por ella y, al no hallarla, tiroteó la casa de la abuela. Hoy, ambas se han ido de Ciudad Juárez.
"Está bien, pero dada la impunidad con la que se mueve el crimen, la van a seguir buscando".
Marisela fundó Nuestras Hijas de Regreso a Casa en el 2001, cuando su alumna Lilia Alejandra, hija de la otra fundadora Norma Andrade, fue secuestrada y asesinada en Ciudad Juárez.
Otra agrupación en la difusión y litigio de feminicidios en esta ciudad es Justicia para Nuestras Hijas, fundada en el 2002 por Norma Ledezma tras el secuestro y asesinato de su hija Paloma.
Marisela describe la ruta de Nuestras Hija de Regreso a Casa.
"Han sido años de lucha intensa bajo mucho riesgo, pero creo que los logros no se han concretado en el objetivo que es terminar con el feminicidio, lograr justicia para las asesinadas y parar las desapariciones".
Sin embargo, la visibilidad del fenómeno fue asegurada por grupos como el suyo, que nació luego de ocho años de asesinatos.
"Era un problema ignorado incluso por nosotras mismas, porque muchas creíamos lo que decían las autoridades de que sólo asesinaban a prostitutas o de que eran crímenes pasionales".
Los delitos contra la mujer en esta ciudad de desierto como camposanto tienen todos los factores nocivos imaginables: asesinos seriales, mucho dinero, autoridades coludidas, drogas, desintegración familiar. Esta combinación ha engendrado a miles de víctimas.
Sin embargo, Marisela detecta la raíz del conflicto: la cultura machista llevada al extremo.
"Eso de considerar a la mujer como punto nulo y abusar de ella siempre es el origen", afirma.
Para ejemplo, dos historias. Cecilia es alta, de pelo negro y corto. Vestía casualmente.
Habló sin lágrimas acerca del infierno que su padre erigió en torno a ella y sus 17 hermanos.
"Sí, fuimos 18... y a todos nos violó. No se le pasó ni uno", dijo Cecilia con los ojos entornados.
Por su parte, Ana Luisa vivía a unas calles de Cecilia, pero no la conocía.
"Papá nos violó a los 18, hombres y mujeres", repitió Cecilia. "Nos pegaba, igual a mamá. A mis hermanos, de 3 y 5 años, les daba a tragar cucharadas de chile picado".
Ana Luisa seguía impávida. Es robusta, de mirada triste, y arrastra el pie por la polio. Hoy rebasa los 40 años, como Cecilia, y ambas trabajan en la maquila, ésta de cocinera, aquélla en la manufactura de cables telefónicos.
Marisela ayudó a contactar en el 2005 a estas mujeres que, a la fecha, son dos de los casi 180 mil empleados en las maquilas que hay en Chihuahua y cuya mayoría está asentada en Juárez.
"Cuando mamá murió de cáncer en la matriz", prosiguió Cecilia, "empezó el infierno para mí, aunque ella todo el tiempo supo de los abusos contra mis hermanos grandes. De los 3 a los 8 años, papá me violó. Entonces fui con mis abuelos".
Allí no terminó el tormento. Más grande pudo entrar como empleada doméstica a la casa de unos ricos de la región, cuyo junior violó y golpeó con otros amigos a la prima de Cecilia.
La adolescente falleció de las contusiones y el dolor en el alma. Un mes después, una prima la siguió: murió de tristeza.
"Mi vida es una novela, ¿verdad?", dijo Cecilia y asoma la sonrisa de la desgracia. "Creo que si hubiera una palabra para calificar a mi padre sería el de perro".
Al tiempo, ella se enteró de lo inevitable: el perro se quedó solo, sin nadie que lo mantuviera, por lo que cayó en la indigencia.
Un invierno atroz le congeló las piernas, que le tuvieron que ser amputadas. Más tarde, en un asilo público, al perro lo atacó un cáncer de garganta. Quedó mudo. Murió en el olvido.
Nunca uno solo de sus hijos lo fue a ver. Acaso alguno pagó su funeral. El funeral del perro.
"No crea, cuando nos juntamos mis hermanos y yo lloramos, contamos cosas que los otros no sabían. ¡Hasta nos reímos!".
Por todo esto, Cecilia no dudó en acusar ante la justicia a uno más de los hombres que seguía a diario a su hija en su regreso de la secundaria, susurrándole bajezas. Un día, la mujer siguió a la niña, se ocultó y divisó al sujeto.
Era el padre de un compañero de escuela de su hija.
"Estaba fuera de mí. Yo misma lo agarré y llamé a la policía".
Fue de las pocas que denuncian y de las poquísimas que, al denunciar, resisten transitar por el humillante proceso penal.
Por su parte, para ir a la maquila, Ana Luisa tenía que dejar a sus dos niñas al cuidado de su mamá.
De la mamá, no de la pareja. Aunque no es el padre de ellas, el hombre se ha portado bien, pero no le tiene confianza.
"No me separo... Papá también abusaba de nosotros, fuimos 12. Hizo lo que quiso. Igual un hermano de él. Nos amarraba con cables a sillas, se daba gusto".
Cecilia la miraba con asombro. Y con enorme tristeza.
La mamá de Ana Luisa sabía de los hechos, pero no pudo hacer nada, cuenta la hija, porque las golpizas se acrecentaban. Al poco se separó del hombre, vivió años lejos de él, aunque la visitaba y la violaba a su antojo.
"Hoy mamá está conmigo de nuevo porque papá en una de esas violaciones le pegó un virus... ¿cómo se llama? ¡Ése!". Papiloma humano.
Cecilia y Ana Luisa vivían en el centro de Juárez. Antes de esto, se insiste, no se conocían.
Hoy, como miles de mujeres en Juárez y en el País, comparten una misma historia y un mismo miedo: vivir en una de las ciudades mexicanas más degradadas, donde todo puede suceder.
Todo. Incluso que dos almas devastadas se encuentren.
La titular del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres de Chihuahua, Lucha Castro, advirtió en el 2011 que tras la militarización la violencia creció, la indefensión de los activistas se volvió extrema (un ejemplo es el crimen de Marisela Escobedo, de quien Lucha fue abogada) y se agravó la invisibilización femenina.
"Si antes para la autoridad las mujeres eran asesinadas por putas, ahora lo son por narcas", afirmó entonces la también abogada de Justicia para Nuestras Hijas.
"Cuando empezamos a difundir con Esther Chávez Cano eran más o menos 50 asesinatos de mujeres al año, pero el año pasado (2010) en Chihuahua mataban a una mujer cada 20 horas y, apenas el mes pasado (octubre del 2011), cada 14 horas".
Marisela Ortiz señala que la impunidad es el freno de mano que ha impedido la disminución real de los feminicidios.
"La indiferencia oficial es tremenda. Me acuerdo que el gobierno de Juárez proveía de silbatos para que las mujeres fueran quienes defendieran su integridad, siendo que le corresponde al Estado ser garante de vida.
"En television, la autoridad recomendaba cosas como 'si te van a violar, mete el dedo en tu boca y vomita'. Estupideces.
"Dice el Gobernador que Juárez se está recuperando, pero todos los días siguen secuestrando chicas y las siguen matando. Mientras no haya castigos, cualquiera mata mujeres en esta ciudad porque simplemente se puede hacer y nadie te hace nada".
Pese a esto, agrega, en épocas tan siniestras como ésta uno no puede perder la esperanza.
"Seguimos de pie, pintando cruces en las calles, pero urge la justicia, restaurar el tejido social, terminar con la impunidad".
Desde hace mucho urge, insiste, dado que uno se entera de las mujeres asesinadas, pero no de los niños que dejan.
"En cuanto muere una mujer hay niños que quedan a la deriva, de los que no se vuelve a saber".
Marisela trabaja con esos niños, como Brenda, y con trabajadoras como Cecilia y Ana Luisa. La historia de todas estas sobrevivientes coincide: intentos de secuestro por desconocidos, de atropello por vehículos conducidos por hombres, acoso sexual en la calle (o abuso), pavor de que algo les pase a sus hijas.
Narco y más narco. Ineficacia y corrupción oficiales.
Todas aquellas con las que Marisela se reúne saben o tienen cerca la historia de una asesinada en Juárez a lo largo de estos 20 años en que ha sido registrada la era de feminicidios.
Ellas, las vivas. Las que, parafraseando los últimos versos de Ocaso, de la poeta y activista asesinada en esta ciudad Susana Chávez, a quien se le atribuye la frase "Ni una muerta más", van en sí mismas, perdiendo la cuenta de los huesos, ésos que la autoridad busca desesperada en el desierto, porque no pudo o no quiso encontrarlas con vida.
Daniel de la Fuente. El Norte.com. 08/03/13

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