"Mientras no haya castigos, cualquiera mata mujeres en esta ciudad porque simplemente se puede hacer y nadie te hace nada".
-Marisela Ortiz
Activista
México, Distrito Federal. Brenda es la hija
y no la madre de una muerta de Juárez. Su vida cambió en 1998 cuando
encontraron el cadáver de su madre debajo de la cama de un motel.
Al momento del
crimen, la niña tenía 7 años. Debido a que no contaba con su padre, la recogió
su abuela, quien en medio del luto tuvo que pedir trabajo en una maquila para
sostener a la menor.
Nada le aseguraba a
esa niña un porvenir dichoso: la miseria la rondaba, el deterioro de la
sociedad y la impunidad avanzaban a pasos agigantados, y parecía inevitable que
los chacales llegaran a su vida en una ciudad donde, a decir de una compañera
de secundaria, "las niñas cumplen siete, ocho años y los de las pandillas
las comienzan a manosear".
En el 2005,
Marisela Ortiz, fundadora junto a Norma Andrade Nuestras Hijas de Regreso a
Casa, era su maestra en la secundaria e intentó integrarla a La Esperanza,
proyecto para niños y adolescentes cuyas madres fueron asesinadas o
desaparecidas, y que consiste en que profesionales les ayuden a superar el
trauma.
"Quiero acabar
la secundaria, la prepa, la universidad", decía Brenda, de 13 años.
"Quiero ser Presidenta de México".
Ocho años después,
Marisela habla del itinerario de esa pequeña de tez blanca y ojos verdes.
"La mayoría de
esa generación está todavía trabajando en La Esperanza, pero al tiempo con esta
chica sucedió algo contra lo que no pudimos: fue levantada.
"Estuvo
desaparecida un año. La abuelita decía que estaba repitiendo la historia de su
madre (era prostituta), pero la realidad es que se la llevó un grupo de la
delincuencia a trabajar a otro estado en una red de trata. Cuando escapa,
regresa embarazada a Ciudad Juárez, tuvo una niña, pero ya tenía otra visión de
las cosas".
"Puedes
trabajar en una tienda, en la maquila", dijo Marisela.
"¿Dónde voy a
ganar lo que ganaba allá?", contestó Brenda, adolescente adicta a las
drogas. "Allá tenía carro, mucho dinero".
"Todo se quedó
allá", le insistió la activista. "No es real porque no lo tienes.
Empieza de nuevo".
Imposible. El narco
vino por ella y, al no hallarla, tiroteó la casa de la abuela. Hoy, ambas se
han ido de Ciudad Juárez.
"Está bien,
pero dada la impunidad con la que se mueve el crimen, la van a seguir buscando".
Marisela fundó
Nuestras Hijas de Regreso a Casa en el 2001, cuando su alumna Lilia Alejandra,
hija de la otra fundadora Norma Andrade, fue secuestrada y asesinada en Ciudad
Juárez.
Otra agrupación en
la difusión y litigio de feminicidios en esta ciudad es Justicia para Nuestras
Hijas, fundada en el 2002 por Norma Ledezma tras el secuestro y asesinato de su
hija Paloma.
Marisela describe
la ruta de Nuestras Hija de Regreso a Casa.
"Han sido años
de lucha intensa bajo mucho riesgo, pero creo que los logros no se han
concretado en el objetivo que es terminar con el feminicidio, lograr justicia
para las asesinadas y parar las desapariciones".
Sin embargo, la
visibilidad del fenómeno fue asegurada por grupos como el suyo, que nació luego
de ocho años de asesinatos.
"Era un
problema ignorado incluso por nosotras mismas, porque muchas creíamos lo que
decían las autoridades de que sólo asesinaban a prostitutas o de que eran
crímenes pasionales".
Los delitos contra
la mujer en esta ciudad de desierto como camposanto tienen todos los factores
nocivos imaginables: asesinos seriales, mucho dinero, autoridades coludidas,
drogas, desintegración familiar. Esta combinación ha engendrado a miles de
víctimas.
Sin embargo,
Marisela detecta la raíz del conflicto: la cultura machista llevada al extremo.
"Eso de
considerar a la mujer como punto nulo y abusar de ella siempre es el
origen", afirma.
Para ejemplo, dos
historias. Cecilia es alta, de pelo negro y corto. Vestía casualmente.
Habló sin lágrimas
acerca del infierno que su padre erigió en torno a ella y sus 17 hermanos.
"Sí, fuimos
18... y a todos nos violó. No se le pasó ni uno", dijo Cecilia con los
ojos entornados.
Por su parte, Ana
Luisa vivía a unas calles de Cecilia, pero no la conocía.
"Papá nos
violó a los 18, hombres y mujeres", repitió Cecilia. "Nos pegaba,
igual a mamá. A mis hermanos, de 3 y 5 años, les daba a tragar cucharadas de
chile picado".
Ana Luisa seguía
impávida. Es robusta, de mirada triste, y arrastra el pie por la polio. Hoy
rebasa los 40 años, como Cecilia, y ambas trabajan en la maquila, ésta de
cocinera, aquélla en la manufactura de cables telefónicos.
Marisela ayudó a
contactar en el 2005 a estas mujeres que, a la fecha, son dos de los casi 180
mil empleados en las maquilas que hay en Chihuahua y cuya mayoría está asentada
en Juárez.
"Cuando mamá
murió de cáncer en la matriz", prosiguió Cecilia, "empezó el infierno
para mí, aunque ella todo el tiempo supo de los abusos contra mis hermanos
grandes. De los 3 a los 8 años, papá me violó. Entonces fui con mis
abuelos".
Allí no terminó el
tormento. Más grande pudo entrar como empleada doméstica a la casa de unos
ricos de la región, cuyo junior violó y golpeó con otros amigos a la prima de
Cecilia.
La adolescente
falleció de las contusiones y el dolor en el alma. Un mes después, una prima la
siguió: murió de tristeza.
"Mi vida es
una novela, ¿verdad?", dijo Cecilia y asoma la sonrisa de la desgracia.
"Creo que si hubiera una palabra para calificar a mi padre sería el de
perro".
Al tiempo, ella se
enteró de lo inevitable: el perro se quedó solo, sin nadie que lo mantuviera,
por lo que cayó en la indigencia.
Un invierno atroz
le congeló las piernas, que le tuvieron que ser amputadas. Más tarde, en un
asilo público, al perro lo atacó un cáncer de garganta. Quedó mudo. Murió en el
olvido.
Nunca uno solo de
sus hijos lo fue a ver. Acaso alguno pagó su funeral. El funeral del perro.
"No crea,
cuando nos juntamos mis hermanos y yo lloramos, contamos cosas que los otros no
sabían. ¡Hasta nos reímos!".
Por todo esto,
Cecilia no dudó en acusar ante la justicia a uno más de los hombres que seguía
a diario a su hija en su regreso de la secundaria, susurrándole bajezas. Un
día, la mujer siguió a la niña, se ocultó y divisó al sujeto.
Era el padre de un
compañero de escuela de su hija.
"Estaba fuera
de mí. Yo misma lo agarré y llamé a la policía".
Fue de las pocas
que denuncian y de las poquísimas que, al denunciar, resisten transitar por el
humillante proceso penal.
Por su parte, para
ir a la maquila, Ana Luisa tenía que dejar a sus dos niñas al cuidado de su
mamá.
De la mamá, no de
la pareja. Aunque no es el padre de ellas, el hombre se ha portado bien, pero
no le tiene confianza.
"No me
separo... Papá también abusaba de nosotros, fuimos 12. Hizo lo que quiso. Igual
un hermano de él. Nos amarraba con cables a sillas, se daba gusto".
Cecilia la miraba
con asombro. Y con enorme tristeza.
La mamá de Ana
Luisa sabía de los hechos, pero no pudo hacer nada, cuenta la hija, porque las
golpizas se acrecentaban. Al poco se separó del hombre, vivió años lejos de él,
aunque la visitaba y la violaba a su antojo.
"Hoy mamá está
conmigo de nuevo porque papá en una de esas violaciones le pegó un virus...
¿cómo se llama? ¡Ése!". Papiloma humano.
Cecilia y Ana Luisa
vivían en el centro de Juárez. Antes de esto, se insiste, no se conocían.
Hoy, como miles de mujeres
en Juárez y en el País, comparten una misma historia y un mismo miedo: vivir en
una de las ciudades mexicanas más degradadas, donde todo puede suceder.
Todo. Incluso que
dos almas devastadas se encuentren.
La titular del
Centro de Derechos Humanos de las Mujeres de Chihuahua, Lucha Castro, advirtió
en el 2011 que tras la militarización la violencia creció, la indefensión de
los activistas se volvió extrema (un ejemplo es el crimen de Marisela Escobedo,
de quien Lucha fue abogada) y se agravó la invisibilización femenina.
"Si antes para
la autoridad las mujeres eran asesinadas por putas, ahora lo son por
narcas", afirmó entonces la también abogada de Justicia para Nuestras
Hijas.
"Cuando
empezamos a difundir con Esther Chávez Cano eran más o menos 50 asesinatos de mujeres
al año, pero el año pasado (2010) en Chihuahua mataban a una mujer cada 20
horas y, apenas el mes pasado (octubre del 2011), cada 14 horas".
Marisela Ortiz
señala que la impunidad es el freno de mano que ha impedido la disminución real
de los feminicidios.
"La
indiferencia oficial es tremenda. Me acuerdo que el gobierno de Juárez proveía
de silbatos para que las mujeres fueran quienes defendieran su integridad,
siendo que le corresponde al Estado ser garante de vida.
"En
television, la autoridad recomendaba cosas como 'si te van a violar, mete el
dedo en tu boca y vomita'. Estupideces.
"Dice el
Gobernador que Juárez se está recuperando, pero todos los días siguen
secuestrando chicas y las siguen matando. Mientras no haya castigos, cualquiera
mata mujeres en esta ciudad porque simplemente se puede hacer y nadie te hace
nada".
Pese a esto,
agrega, en épocas tan siniestras como ésta uno no puede perder la esperanza.
"Seguimos de
pie, pintando cruces en las calles, pero urge la justicia, restaurar el tejido
social, terminar con la impunidad".
Desde hace mucho
urge, insiste, dado que uno se entera de las mujeres asesinadas, pero no de los
niños que dejan.
"En cuanto
muere una mujer hay niños que quedan a la deriva, de los que no se vuelve a
saber".
Marisela trabaja
con esos niños, como Brenda, y con trabajadoras como Cecilia y Ana Luisa. La
historia de todas estas sobrevivientes coincide: intentos de secuestro por
desconocidos, de atropello por vehículos conducidos por hombres, acoso sexual
en la calle (o abuso), pavor de que algo les pase a sus hijas.
Narco y más narco.
Ineficacia y corrupción oficiales.
Todas aquellas con
las que Marisela se reúne saben o tienen cerca la historia de una asesinada en
Juárez a lo largo de estos 20 años en que ha sido registrada la era de
feminicidios.
Ellas, las vivas.
Las que, parafraseando los últimos versos de Ocaso, de la poeta y activista
asesinada en esta ciudad Susana Chávez, a quien se le atribuye la frase
"Ni una muerta más", van en sí mismas, perdiendo la cuenta de los
huesos, ésos que la autoridad busca desesperada en el desierto, porque no pudo
o no quiso encontrarlas con vida.
Daniel de la Fuente. El Norte.com. 08/03/13