La Haya, Holanda. Nelson Mandela pertenece a la rara y selecta estirpe de
los grandes estadistas del siglo 20. Por su ética social y por sus convicciones
políticas logró instaurar, en África del Sur, un sistema democrático
multirracial en donde antes existía un régimen de opresión.
Por su ascendiente moral, por su genio negociador y por su capacidad de
persuasión, logró implantar un mecanismo de reconciliación nacional, en donde
antes una minoría blanca reprimía y privaba de sus legítimos derechos a una
mayoría negra.
Mandela logró la hazaña suprema de unir a una nación dividida en sus
entrañas, apelando al imperativo de cimentar a una comunidad de intereses
humanitarios que adhiriera y congregara a la sociedad sudafricana.
Mandela destacó que el apartheid no solo negaba al oprimido; también
deshumanizaba al opresor. El perdón y no la venganza, la reconciliación y no el
castigo y el odio, fueron para Mandela las fórmulas para lograr que una
sociedad sudafricana co-existiera en paz.
La gran virtud de Nelson Mandela fue desmantelar, por la vía pacífica,
mediante las artes de la negociación, el sistema del apartheid, política de
Estado impuesta por el Partido Nacional de África del Sur, que a partir de 1948
promulgó una legislación radical destinada a segregar y discriminar a las razas
negras, mulatas y mestizas de la nación africana.
Desde un principio, Mandela, junto con el African National Congress (ANC),
repudió tajantemente la institucionalización del apartheid.
No aceptó la segregación de razas en áreas públicas. Se opuso a la
imposición de diferentes estándares educativos para cada raza. Objetó que los
trabajadores negros tuviesen restricciones para obtener cierto tipo de empleos
o que se les prohibiese sindicalizarse. Luchó en contra de que se proscribiera
la participación de la población negra en el Gobierno nacional. Abogó en contra
del establecimiento de los bantustanes, reservas territoriales destinadas a
separar y acorralar, por tribus, a la población negra, privándola de sus
derechos políticos nacionales.
Para Mandela y el African National Congress la situación se tornó
explosiva. Las medidas de segregación racial y de discriminación política y
económica dieron origen, en 1961, a un movimiento de protesta en Sudáfrica, con
boicots y huelgas generalizadas.
Para 1962, esos movimientos se radicalizaron en el seno del ANC y su
liderazgo adoptó la lucha armada como método para lograr el cambio político.
Derrotados, los dirigentes del ANC fueron apresados y acusados de participar en
acciones sediciosas. Mandela fue sentenciado a cadena perpetua por cometer
sabotaje y conspirar para derrocar al gobierno.
En condiciones infrahumanas, el preso número 466/64 fue encarcelado durante
diez y ocho años en Robben Island. Prácticamente incomunicado, esa soledad se
convierte en un periodo enriquecedor para la reflexión política de Mandela y
para el replanteamiento de los términos de una estrategia que ponga fin al
apartheid.
Debe haber dejado volar la imaginación. Un adiós a las armas tuvo que ser
una primera y profunda convicción. A partir de esa difícil definición, debió
iniciar una larga y accidentada marcha para madurar y digerir un nuevo
concepto, que atraviesa por el pedregoso camino de una recomposición política y
un ajuste ideológico al interior del ANC.
Continúa el camino evolutivo de un renovado pensamiento, repleto de baches
y de topes, con una potencial reestructuración de las condiciones esenciales de
la negociación entre la mayoría blanca y la mayoría negra. Todo ello tendría
que culminar, necesariamente, con una fórmula que conduzca a la reconciliación
en el seno de la sociedad y del Estado de África del Sur.
Es en la soledad de Robben Island donde forja una admirable disciplina y
una paciencia que posteriormente serían instrumentos invaluables en sus
negociaciones. Es probable que ahí defina con toda claridad los objetivos que
deberá alcanzar en los pactos políticos que emprenda, sin ceder un ápice. Es
también probable que advierta en esas reflexiones que una negociación es
verdaderamente magistral cuando el negociador convence a la otra parte que, si
esta otorga una concesión, esa parte habrá obtenido un notable triunfo. Esa es
la magia de buen negociador.
Entre 1982 y 1988 Mandela es encarcelado en Polismar Prison. Es ese un
período de gran violencia en África del Sur, con anuncios de guerra civil.
Mandela se ha convertido en un personaje con enorme autoridad moral en el
ámbito nacional e internacional.
El Presidente Botha le ofrece liberarlo, a condición de una renuncia
absoluta a la violencia. La respuesta de Mandela es célebre: "¿Cual es la
libertad que me otorga, si el pueblo se mantiene encadenado? Únicamente los
hombres libres tienen facultades para negociar. Quien se encuentra prisionero no
puede ni debe celebrar acuerdos".
La reacción de Botha fue dictar un Estado de emergencia con la
correspondiente represión. No obstante, durante los siguientes tres años, Botha
envió, en forma secreta, representantes gubernamentales que intentaron negociar
con el prisionero Mandela unos acuerdos que permitiesen distender la situación.
Aunque el ejercicio se frustró, Mandela percibió por esa vía los términos y
la disposición negociadora del Gobierno de la minoría blanca. Ante la presión
internacional, Mandela es trasladado a la Victor Vorster Prison, recibiendo
condiciones carcelarias más benignas. Al enfermar Botha, fue sustituido en la
Presidencia, en 1989, por F.W. de Klerk.
Las puertas de la guerra civil en África del Sur se cierran definitivamente
con la liberación de Nelson Mandela el 11 de febrero de 1990. Aparece
súbitamente, en público, después de 27 años de confinamiento carcelario, el
personaje heroico que posteriormente habría de conducir a Sudáfrica en un
proceso pacífico, en un lapso breve, empleando el método de la negociación
política y acudiendo a la reconciliación nacional, hacia un sistema
democrático, representativo y multirracial, desterrando sin violencia a un
gobierno dictatorial de minoría blanca.
De esta suerte, el régimen de apartheid fue reemplazado por un Gobierno
ajeno a todo género de discriminaciones étnicas. La tradición y la cultura de
la segregación desaparecen, eliminándose gradualmente los vestigios del
apartheid y sus secuelas.
Mandela es el emblema de este proceso, al ser electo democráticamente el
primer Presidente negro de Sudáfrica en 1994, a la edad de 77 años.
El legado de Mandela reivindica el derecho de la persona a una vida digna,
rodeado de todas las garantías que le son inherentes a su calidad de ser
humano.
Pero la herencia de Mandela es aún más rica e importante. Guarda relación
con los derechos individuales y colectivos de una sociedad y de un Estado, de
los derechos inalienables e imprescriptibles de la totalidad de una comunidad
que no pueden ser suprimidos ni eliminados por los actos arbitrarios de una
minoría dictatorial.
Son derechos soberanos que están indiscutiblemente imbricados en cada
persona que pertenece a una colectividad y que están adheridos por siempre a
esa colectividad en su conjunto, como un todo. La hazaña de Mandela fue
restaurar a la sociedad y al Estado de África del Sur los derechos que
originalmente les pertenecían.
En el desmoronamiento del apartheid, la presión internacional jugó un papel
necesario y útil. Naciones Unidas aplicó unas sanciones económicas que probaron
ser eficaces en las esferas empresariales y financieras sudafricanas.
Políticamente, el aislamiento del Gobierno de Sudáfrica erosionó seriamente
durante largos años su capacidad de acción en el exterior y minó su legitimidad
interna.
Timbre de orgullo de la política exterior de México es la conducción firme,
recta, invariable, que mantuvo su Gobierno en contra del régimen del apartheid,
condenando en Naciones Unidas y en todos los foros esa oprobiosa
discriminación.
Todo ello sucedió a pesar de las enormes presiones que, en el contexto de
la Guerra Fría, México recibió en los ochenta, invitándole a modificar, sin
ningún éxito, el sentido de sus votos en la ONU. México mantuvo sus valores y
sus convicciones, juzgando con dureza el sistema del apartheid.
Mandela existe y existirá por siempre en virtud de su vínculo perenne con
las mejores causas de la humanidad. Ese es el triunfo del preso numero 466/64.
Bernardo Sepúlveda. Vicepresidente de la Corte Internacional de Justicia.
Bernardo Sepúlveda. El Norte.com. 06/12/13