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893. Nelson Mandela: el triunfo del preso 466/64


La Haya, Holanda. Nelson Mandela pertenece a la rara y selecta estirpe de los grandes estadistas del siglo 20. Por su ética social y por sus convicciones políticas logró instaurar, en África del Sur, un sistema democrático multirracial en donde antes existía un régimen de opresión.
Por su ascendiente moral, por su genio negociador y por su capacidad de persuasión, logró implantar un mecanismo de reconciliación nacional, en donde antes una minoría blanca reprimía y privaba de sus legítimos derechos a una mayoría negra.
Mandela logró la hazaña suprema de unir a una nación dividida en sus entrañas, apelando al imperativo de cimentar a una comunidad de intereses humanitarios que adhiriera y congregara a la sociedad sudafricana.
Mandela destacó que el apartheid no solo negaba al oprimido; también deshumanizaba al opresor. El perdón y no la venganza, la reconciliación y no el castigo y el odio, fueron para Mandela las fórmulas para lograr que una sociedad sudafricana co-existiera en paz.
La gran virtud de Nelson Mandela fue desmantelar, por la vía pacífica, mediante las artes de la negociación, el sistema del apartheid, política de Estado impuesta por el Partido Nacional de África del Sur, que a partir de 1948 promulgó una legislación radical destinada a segregar y discriminar a las razas negras, mulatas y mestizas de la nación africana.
Desde un principio, Mandela, junto con el African National Congress (ANC), repudió tajantemente la institucionalización del apartheid.
No aceptó la segregación de razas en áreas públicas. Se opuso a la imposición de diferentes estándares educativos para cada raza. Objetó que los trabajadores negros tuviesen restricciones para obtener cierto tipo de empleos o que se les prohibiese sindicalizarse. Luchó en contra de que se proscribiera la participación de la población negra en el Gobierno nacional. Abogó en contra del establecimiento de los bantustanes, reservas territoriales destinadas a separar y acorralar, por tribus, a la población negra, privándola de sus derechos políticos nacionales.
Para Mandela y el African National Congress la situación se tornó explosiva. Las medidas de segregación racial y de discriminación política y económica dieron origen, en 1961, a un movimiento de protesta en Sudáfrica, con boicots y huelgas generalizadas.
Para 1962, esos movimientos se radicalizaron en el seno del ANC y su liderazgo adoptó la lucha armada como método para lograr el cambio político. Derrotados, los dirigentes del ANC fueron apresados y acusados de participar en acciones sediciosas. Mandela fue sentenciado a cadena perpetua por cometer sabotaje y conspirar para derrocar al gobierno.
En condiciones infrahumanas, el preso número 466/64 fue encarcelado durante diez y ocho años en Robben Island. Prácticamente incomunicado, esa soledad se convierte en un periodo enriquecedor para la reflexión política de Mandela y para el replanteamiento de los términos de una estrategia que ponga fin al apartheid.
Debe haber dejado volar la imaginación. Un adiós a las armas tuvo que ser una primera y profunda convicción. A partir de esa difícil definición, debió iniciar una larga y accidentada marcha para madurar y digerir un nuevo concepto, que atraviesa por el pedregoso camino de una recomposición política y un ajuste ideológico al interior del ANC.
Continúa el camino evolutivo de un renovado pensamiento, repleto de baches y de topes, con una potencial reestructuración de las condiciones esenciales de la negociación entre la mayoría blanca y la mayoría negra. Todo ello tendría que culminar, necesariamente, con una fórmula que conduzca a la reconciliación en el seno de la sociedad y del Estado de África del Sur.
Es en la soledad de Robben Island donde forja una admirable disciplina y una paciencia que posteriormente serían instrumentos invaluables en sus negociaciones. Es probable que ahí defina con toda claridad los objetivos que deberá alcanzar en los pactos políticos que emprenda, sin ceder un ápice. Es también probable que advierta en esas reflexiones que una negociación es verdaderamente magistral cuando el negociador convence a la otra parte que, si esta otorga una concesión, esa parte habrá obtenido un notable triunfo. Esa es la magia de buen negociador.
Entre 1982 y 1988 Mandela es encarcelado en Polismar Prison. Es ese un período de gran violencia en África del Sur, con anuncios de guerra civil. Mandela se ha convertido en un personaje con enorme autoridad moral en el ámbito nacional e internacional.
El Presidente Botha le ofrece liberarlo, a condición de una renuncia absoluta a la violencia. La respuesta de Mandela es célebre: "¿Cual es la libertad que me otorga, si el pueblo se mantiene encadenado? Únicamente los hombres libres tienen facultades para negociar. Quien se encuentra prisionero no puede ni debe celebrar acuerdos".
La reacción de Botha fue dictar un Estado de emergencia con la correspondiente represión. No obstante, durante los siguientes tres años, Botha envió, en forma secreta, representantes gubernamentales que intentaron negociar con el prisionero Mandela unos acuerdos que permitiesen distender la situación.
Aunque el ejercicio se frustró, Mandela percibió por esa vía los términos y la disposición negociadora del Gobierno de la minoría blanca. Ante la presión internacional, Mandela es trasladado a la Victor Vorster Prison, recibiendo condiciones carcelarias más benignas. Al enfermar Botha, fue sustituido en la Presidencia, en 1989, por F.W. de Klerk.
Las puertas de la guerra civil en África del Sur se cierran definitivamente con la liberación de Nelson Mandela el 11 de febrero de 1990. Aparece súbitamente, en público, después de 27 años de confinamiento carcelario, el personaje heroico que posteriormente habría de conducir a Sudáfrica en un proceso pacífico, en un lapso breve, empleando el método de la negociación política y acudiendo a la reconciliación nacional, hacia un sistema democrático, representativo y multirracial, desterrando sin violencia a un gobierno dictatorial de minoría blanca.
De esta suerte, el régimen de apartheid fue reemplazado por un Gobierno ajeno a todo género de discriminaciones étnicas. La tradición y la cultura de la segregación desaparecen, eliminándose gradualmente los vestigios del apartheid y sus secuelas.
Mandela es el emblema de este proceso, al ser electo democráticamente el primer Presidente negro de Sudáfrica en 1994, a la edad de 77 años.
El legado de Mandela reivindica el derecho de la persona a una vida digna, rodeado de todas las garantías que le son inherentes a su calidad de ser humano.
Pero la herencia de Mandela es aún más rica e importante. Guarda relación con los derechos individuales y colectivos de una sociedad y de un Estado, de los derechos inalienables e imprescriptibles de la totalidad de una comunidad que no pueden ser suprimidos ni eliminados por los actos arbitrarios de una minoría dictatorial.
Son derechos soberanos que están indiscutiblemente imbricados en cada persona que pertenece a una colectividad y que están adheridos por siempre a esa colectividad en su conjunto, como un todo. La hazaña de Mandela fue restaurar a la sociedad y al Estado de África del Sur los derechos que originalmente les pertenecían.
En el desmoronamiento del apartheid, la presión internacional jugó un papel necesario y útil. Naciones Unidas aplicó unas sanciones económicas que probaron ser eficaces en las esferas empresariales y financieras sudafricanas. Políticamente, el aislamiento del Gobierno de Sudáfrica erosionó seriamente durante largos años su capacidad de acción en el exterior y minó su legitimidad interna.
Timbre de orgullo de la política exterior de México es la conducción firme, recta, invariable, que mantuvo su Gobierno en contra del régimen del apartheid, condenando en Naciones Unidas y en todos los foros esa oprobiosa discriminación.
Todo ello sucedió a pesar de las enormes presiones que, en el contexto de la Guerra Fría, México recibió en los ochenta, invitándole a modificar, sin ningún éxito, el sentido de sus votos en la ONU. México mantuvo sus valores y sus convicciones, juzgando con dureza el sistema del apartheid.
Mandela existe y existirá por siempre en virtud de su vínculo perenne con las mejores causas de la humanidad. Ese es el triunfo del preso numero 466/64.
Bernardo Sepúlveda. Vicepresidente de la Corte Internacional de Justicia.
Bernardo Sepúlveda. El Norte.com. 06/12/13

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