La filosofía moderna
pudo consolidarse en el momento en el cual concibió la relación entre los
hombres como una cruenta lucha por la conservación de la vida. De hecho, se
trata de una interpretación que presupone la "natural" contraposición
entre los individuos -comprendidos como átomos, separados los unos de los
otros- y las estructuras políticas, en medio de la llamada concurrencia de los
intereses. Semejante concepción atiende al nombre de "Iusnaturalismo".
Diseño conceptual que terminó por convertirse, con el tiempo, en el fundamento
mismo de las relaciones contractuales que sostienen la soberanía del Estado
moderno.
Resultado del
desgaste sufrido por el modelo filosófico y político precedente, que rigió las
relaciones humanas durante la Antigüedad y buena parte de la Edad Media, la
"lucha por la autoconservación" fue progresivamente ganando terreno,
hasta convertirse en el indiscutible modelo "natural" que rige el
comportamiento "racional" de las formas políticas, sociales y
económicas. Y sin embargo, antes de su aparición -es decir, durante el extenso
período que comienza con Aristóteles y termina con el Derecho Natural
cristiano- los hombres habían sido considerados no como individuos aislados entre
sí, sino como seres sociales, cabe decir, como 'Zoon Politikòn', según la
definición hecha por el gran filósofo de la Antigüedad clásica. Sólo en la
comunidad, dentro de la cual conviven los individuos conscientemente, y por
medio de ella, los hombres son capaces de conquistar su pleno desarrollo, de
realizar sus méritos y de consolidar sus virtudes, más allá de las relaciones
basadas en el mezquino interés, en el egoísmo utilitario, que parte del juego
de las relaciones estrictamente mercantiles y, en última instancia, lucrativas.
Cristalizada la nueva
perspectiva conceptual en el crisol de las nuevas rutas comerciales, la
manufactura, la imprenta y la progresiva acumulación de capital, hasta
convertirse en una sólida ideología de vida, acompañada además por nuevos
códigos e instituciones, que justifican la compatibilidad del nuevo esquema,
poniéndolo "a derecho", y con la sucesiva consolidación de las
ciudades comerciales, las instituciones públicas se vieron desbordadas,
incapacitadas para proteger las "viejas" normas y costumbres. Las
ahora vencidas 'virtudes republicanas' dieron paso al desnudo interés
individual y al "frío calculo egoísta". Como señala Maquiavelo en El
Príncipe: "los hombres, arrastrados por un deseo insaciable a nuevas
estrategias de un comercio orientado al beneficio, recíprocamente conscientes
del egoísmo de sus intereses, se enfrentan unos a otros, en una actitud
ininterrumpida de atemorizada desconfianza".
Sólo cuenta el poder
y la recíproca agresión que le es inmanente, como fundamento de la propia
conservación, en esta "guerra de todos contra todos", que transforma
al -según Hobbes- 'hombre en el lobo del hombre'. La desconfianza y el temor
recíprocos como único modo de vida. La paz, bajo tales determinaciones, sólo
puede mantenerse en la tranquilidad de los sepulcros: "Paz a su
alma", rezan los obituarios. La paz detenida quimera y desiderato, mero
"deber ser". Y el Estado, garante del "contrato", se
convierte en el aparato que administra la violencia, como resultado del cálculo
instrumental de los intereses particulares, sea del signo político que sea. De
nuevo, y en este contexto, la paz se traduce por 'tregua'. El autoritarismo, en
efecto, es la mordaza de la paz.
Superar la
atomización social y vencer el egoísmo que sirve como 'caldo de cultivo' para
la confrontación de intereses y la violencia, es, quizá, la tarea más
importante de nuestro tiempo. Ello no es posible sin la urgente introducción de
toda una reforma moral e intelectual, capaz de construir una formación cultural
y un nuevo 'bloque histórico', una nueva "filosofía de la unidad" y
del reconocimiento, vital para la concreción de una sociedad auténticamente
pacífica, tolerante y democrática. En una expresión, se trata de la
consolidación de la auténtica Cultura de Paz.
Por encima de las
presuposiciones de toda "condición natural" y de la ficción de una
"naturaleza humana" violenta y agresora, la mirada retrospectiva de
la historia devela -la "cura" heideggeriana- el hecho de que la
superación del modo de vida actual se basa en la "educación estética de la
humanidad" y no en la simple instrucción y capacitación propias de la
'ratio técnica'. El compromiso consiste en crear una cultura para la civilidad
y la paz.
José Rafael Herrera. Miamidiario.com 02/10/2014
http://www.miamidiario.com/opinion/paz/cultura/filosofia/jose-rafael-herrera/egoismo/329523