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1099. Por una Cultura de Paz

La filosofía moderna pudo consolidarse en el momento en el cual concibió la relación entre los hombres como una cruenta lucha por la conservación de la vida. De hecho, se trata de una interpretación que presupone la "natural" contraposición entre los individuos -comprendidos como átomos, separados los unos de los otros- y las estructuras políticas, en medio de la llamada concurrencia de los intereses. Semejante concepción atiende al nombre de "Iusnaturalismo". Diseño conceptual que terminó por convertirse, con el tiempo, en el fundamento mismo de las relaciones contractuales que sostienen la soberanía del Estado moderno.
Resultado del desgaste sufrido por el modelo filosófico y político precedente, que rigió las relaciones humanas durante la Antigüedad y buena parte de la Edad Media, la "lucha por la autoconservación" fue progresivamente ganando terreno, hasta convertirse en el indiscutible modelo "natural" que rige el comportamiento "racional" de las formas políticas, sociales y económicas. Y sin embargo, antes de su aparición -es decir, durante el extenso período que comienza con Aristóteles y termina con el Derecho Natural cristiano- los hombres habían sido considerados no como individuos aislados entre sí, sino como seres sociales, cabe decir, como 'Zoon Politikòn', según la definición hecha por el gran filósofo de la Antigüedad clásica. Sólo en la comunidad, dentro de la cual conviven los individuos conscientemente, y por medio de ella, los hombres son capaces de conquistar su pleno desarrollo, de realizar sus méritos y de consolidar sus virtudes, más allá de las relaciones basadas en el mezquino interés, en el egoísmo utilitario, que parte del juego de las relaciones estrictamente mercantiles y, en última instancia, lucrativas.
Cristalizada la nueva perspectiva conceptual en el crisol de las nuevas rutas comerciales, la manufactura, la imprenta y la progresiva acumulación de capital, hasta convertirse en una sólida ideología de vida, acompañada además por nuevos códigos e instituciones, que justifican la compatibilidad del nuevo esquema, poniéndolo "a derecho", y con la sucesiva consolidación de las ciudades comerciales, las instituciones públicas se vieron desbordadas, incapacitadas para proteger las "viejas" normas y costumbres. Las ahora vencidas 'virtudes republicanas' dieron paso al desnudo interés individual y al "frío calculo egoísta". Como señala Maquiavelo en El Príncipe: "los hombres, arrastrados por un deseo insaciable a nuevas estrategias de un comercio orientado al beneficio, recíprocamente conscientes del egoísmo de sus intereses, se enfrentan unos a otros, en una actitud ininterrumpida de atemorizada desconfianza".
Sólo cuenta el poder y la recíproca agresión que le es inmanente, como fundamento de la propia conservación, en esta "guerra de todos contra todos", que transforma al -según Hobbes- 'hombre en el lobo del hombre'. La desconfianza y el temor recíprocos como único modo de vida. La paz, bajo tales determinaciones, sólo puede mantenerse en la tranquilidad de los sepulcros: "Paz a su alma", rezan los obituarios. La paz detenida quimera y desiderato, mero "deber ser". Y el Estado, garante del "contrato", se convierte en el aparato que administra la violencia, como resultado del cálculo instrumental de los intereses particulares, sea del signo político que sea. De nuevo, y en este contexto, la paz se traduce por 'tregua'. El autoritarismo, en efecto, es la mordaza de la paz.
Superar la atomización social y vencer el egoísmo que sirve como 'caldo de cultivo' para la confrontación de intereses y la violencia, es, quizá, la tarea más importante de nuestro tiempo. Ello no es posible sin la urgente introducción de toda una reforma moral e intelectual, capaz de construir una formación cultural y un nuevo 'bloque histórico', una nueva "filosofía de la unidad" y del reconocimiento, vital para la concreción de una sociedad auténticamente pacífica, tolerante y democrática. En una expresión, se trata de la consolidación de la auténtica Cultura de Paz.
Por encima de las presuposiciones de toda "condición natural" y de la ficción de una "naturaleza humana" violenta y agresora, la mirada retrospectiva de la historia devela -la "cura" heideggeriana- el hecho de que la superación del modo de vida actual se basa en la "educación estética de la humanidad" y no en la simple instrucción y capacitación propias de la 'ratio técnica'. El compromiso consiste en crear una cultura para la civilidad y la paz.
José Rafael Herrera. Miamidiario.com 02/10/2014
http://www.miamidiario.com/opinion/paz/cultura/filosofia/jose-rafael-herrera/egoismo/329523

992. Las guerras y los intelectuales

El asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria el 28 de julio de 1914 fue el detonante que hizo estallar la Gran Guerra –más tarde conocida como la Primera Guerra Mundial–, uno de los conflictos bélicos más brutales que ha sufrido la humanidad. Dejó un saldo de 16 millones de muertos, 20 millones de heridos, y profundos cambios geopolíticos. Las consecuencias se reflejaron incluso en las letras. Brotó con fuerza una literatura de la guerra.
En España, que se mantuvo neutral, Vicente Blasco Ibáñez se convirtió en defensor de la democracia contra la tiranía del militarismo germánico. La primera entrega de sus cuadernos, Historia de la guerra europea, se publicó en noviembre de 1914. Dos años después comenzó a salir en forma de folletín su novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Henri Barbusse, que peleó en el ejército francés, volcó sus experiencias con crudo naturalismo en El fuego, y formó parte del movimiento pacifista. En 1929, Erich Maria Remarque, que sufrió la guerra desde las trincheras de las fuerzas alemanas, describió con inclemente realismo y sensibilidad el sufrimiento causado por la conflagración en Sin novedad en el frente. Ese mismo año Ernest Hemingway publicó Adiós a las armas, un relato igualmente amargo, basado en las experiencias del novelista como conductor de ambulancias en el ejército italiano. Un veterano de la Primera Guerra, sumido en la desilusión, es el protagonista de El filo de la navaja, del afamado autor inglés Somerset Maugham.
Algunos intelectuales denunciaron los horrores de la guerra no sólo con sus plumas, sino con acciones. Stefan Zweig, judío austriaco, pese a su patriotismo, se negó a tomar las armas y sostuvo una actitud pacifista, al igual que su amigo el autor francés Roman Rolland, merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1915.
Algunas sostuvieron la esperanza de que por su propia magnitud la Primera Guerra Mundial sería la guerra que terminara todas las guerras. No fue así. Poco más de 20 años después, los cadáveres volverían a ensangrentar los campos de batalla. Muchos intelectuales fueron perseguidos por los nazis, como Remarque y Zweig. El austriaco, aunque a salvó en Brasil, no pudo resistir la soledad del destierro y el espanto que sufría Europa. Se suicidó junto a su esposa en 1942.
El pacifismo tiene raíces en culturas muy antiguas, tanto en las doctrinas de Confucio que lo entiende como el amor a la vida, como en el hinduismo y la tradición judeocristiana. Los escritores contemporáneos que se han opuesto a las guerras y participado en movimientos pacifistas provienen de diversas tendencias ideológicas.
A un siglo de la Gran Guerra, y pese a los extraordinarios avances en los campos de la medicina y la tecnología, el mundo está de nuevo enfermo de violencia. Ucrania, Israel, Gaza, Irak, Siria, Afganistán, Irán muestran los efectos de hondas divisiones étnicas y religiosas. La ambición de poder de los hombres asoma su rostro cruel. Algunos culpan la política exterior de Estados Unidos para lidiar con disputas regionales y el terrorismo. Los demócratas acusan a George W. Bush y los republicanos a Barack Obama. La realidad es mucho más compleja.
Los intelectuales del siglo XXI no parecen seguir el ejemplo de sus antecesores en la denuncia de los horrores de la guerra y la búsqueda de una filosofía sobre la cual construir la paz. Tal vez la cultura de la imagen –el cine, la televisión, la Internet– nos ha hecho perder la capacidad de discernir entre realidad y ficción. La humanidad permanece insensible ante las crueldades más espantosas. Asusta.
Uva de Aragón. Nació en La Habana, Cuba en 1944; reside en Estados Unidos desde 1959. Es graduada por la Universidad de Miami, Florida, donde obtuvo un doctorado en literatura española y latinoamericana. Ha recibido numerosos premios literarios entre los que se distingue el premio de cuentos Alfonso Hernández Catá, el de poesía Federico García Lorca, el periodístico Sergio Carbó, y el Simón Bolívar, por un ensayo crítico.
Uva de Aragón. elnuevoherald.com. 12/08/14

960. “La Paz no es un asunto de héroes y santos, sino de gente común y corriente”: Vicent Martínez Guzmán

Madrid, España. Vicent Martínez Guzmán es cálido, cordial, dueño de una fuerte convicción que transmite con la seguridad y sencilla erudición de sus palabras. “Los pacifistas somos los realistas”, dice, e insiste en que se equivocan quienes creen que la paz es un asunto de soñadores e ingenuos idealistas. Es Doctor en Filosofía y, además de ser profesor y conferencista habitual y de escribir libros sobre su especialidad, es director de la Cátedra Unesco de Filosofía de la Paz de la “Universidad Jaume I” de Castellón de la Plana (Valencia, España).
¿Qué es la Filosofía de las Paces?
Es la aproximación filosófica a la Investigación para la Paz, un campo de trabajo académico y de organizaciones de la sociedad civil desde los años 50. Como hablar de una sola “Filosofía de la Paz” sería impositivo, desde la Cátedra Unesco hablamos de “hacer las paces” para enfatizar en que no existe una única paz, sino que existen tantas posibilidades de hacer la paz como seres humanos y como plurales son las culturas. Partimos del principio de que, pese a que se nos tilde de ingenuos e idealistas, los pacifistas somos los realistas porque reconocemos que las competencias y capacidades de las personas son amplísimas: para destruirnos y también para reconstruirnos. Y eso no es ingenuo ni utópico, al contrario: denunciamos que los que afirman que esta situación de desigualdad es inmodificable son los idealistas en el sentido más negativo porque niegan cualquier alternativa posible. Nuestro compromiso es que los conflictos se solucionen por medios pacíficos.
¿Cómo podemos pasar del imperio del pensamiento belicista al pensamiento pacifista?
El pensamiento belicista dominante forma parte de lo que se ha llamado “la dominación masculina”. Un libro muy interesante de la investigadora feminista para la paz Betty Reardon, “Sexism and the War System”, (“Sexismo y Sistema de Guerra”) dice que es precisamente el miedo que tienen los hombres a reconocer su fragilidad y su dependencia de otros seres humanos el que hace que se construya un sistema de seguridad basado en la violencia y en las armas. Ese tipo de dominación se aplica desde el punto de vista institucional y no sólo personal. Gracias a esta perspectiva lo que reconocemos es que si el sentirnos dependientes de la otra o del otro, por una parte y desgraciadamente, nos puede poner a la defensiva y hacernos más violentos, por otra parte y de manera favorable puede hacer que asumamos nuestra fragilidad y que reconozcamos que somos seres relacionales.
Aparte del aporte de la perspectiva de género, ¿qué otros factores habría que tener en cuenta para la construcción y consolidación del pensamiento pacifista?
La Investigación para la Paz parte de un giro epistemológico, de un cambio en la manera en la que entendemos la ciencia, el conocimiento, el saber. Hemos heredado de la cultura del norte que debíamos ser neutrales, objetivos; en el cambio epistemológico que proponemos la neutralidad es imposible. Estamos a favor de unos valores muy concretos: los de la paz como justicia. La vieja fórmula latina de “si quieres la paz, prepárate para la guerra” es una contradicción: así como para cosechar tomates tienes que sembrar tomates, para construir la paz hay que sembrar la paz. Hay que cambiar el concepto de política que dice que quien tiene el poder es quien detenta el monopolio de la fuerza por uno en que, como dice Hannah Arendt, quien tiene el poder es quien tiene capacidad de concertación y de llegar a acuerdos.
La paz se ha usado ideológicamente, se ha impuesto una paz entendida sólo como ausencia de guerra y a menudo se ha instrumentalizado políticamente…
No sólo sucede con el concepto de Paz, sino con los de Derechos Humanos y Democracia. Hay quien en nombre de la defensa de los derechos humanos sigue colonizando; quien en nombre de la paz o en nombre de la seguridad atenta contra la seguridad de las personas. Los movimientos sociales tienen la responsabilidad de ver y denunciar si ese uso ideologizado de la paz encubre algún uso de la violencia, inversión en armamento, etcétera. Es bueno que la gente haga propuestas de paz, pero siempre sometidas a la interacción y al debate público de la sociedad. Debemos transformar el sentido de democracia para que también sea una democracia participativa, que tenga una incidencia en la transformación de las desigualdades. Si se cree que la democracia existe porque puede haber elecciones se reduce su definición al mínimo. La democracia, para funcionar, tiene que ir de la mano de la justicia.
A lo largo de la historia ha habido personajes mundialmente reconocidos por su lucha por lapaz, que han marcado un hito muy importante en la historia de la humanidad, como Gandhi o Luther King ¿Por qué parece que sus mensajes de paz no llegan lo suficiente a convencer sobre la necesidad de que la situación cambie?
Las de Gandhi y Luther King son bonitas reflexiones, pero ambos ya están muertos. En Sudáfrica, Mandela sigue vivo e intentando unos procesos de reconciliación que han sido muy importantes. Hay una especie de pensamiento dominante de que son héroes que han muerto por la causa pero creo que, aunque está muy bien estudiarlos y conocerlos, hay que ocuparse más de la paz de las personas y de los grupos humanos, de las posibilidades de paz local. Es muy importante que la gente se dé cuenta de que la paz es una tarea cotidiana de cada uno, hay que quitarle ese carácter heroico y extraordinario que hace que se piense que la paz es responsabilidad de otros. Ese mensaje es muy importante para que deje de verse la paz como algo utópico e imposible, un asunto de soñadores ingenuos e idealistas.
¿Cómo convencer a quienes no son conscientes de que la paz es una construcción cotidiana que nos compete a todos?
Creo que es fundamental el papel de los movimientos sociales para que la gente tome consciencia de su propia responsabilidad. Hay que superar esa tendencia a hacer diagnósticos negativos y a ver quién es más brillante haciéndolos y cambiarla por acciones propositivas concretas. Gramsci decía que la sociedad civil debía tener tres funciones: capacidad crítica, capacidad de resistencia y lucha pacífica por la emancipación de los seres humanos. Creo que eso deben hacerlo cada vez más los movimientos sociales.
¿Cuánto nos falta para construir la paz completa?
Siempre estaremos insatisfechos, las paces siempre serán imperfectas porque estaremos haciéndolas continuamente. No es sólo cuestión de que se consiga el fin de la guerra, es importante, pero no suficiente. Tenemos que continuar profundizando en la transformación de las desigualdades y la aceptación de la pluralidad. No es una imperfección decir que la paz es imperfecta, sino que siempre vamos subiendo escalones, logrando poco a poco llegar a un estado de bienestar que hay que ver si lo entendemos como crecimiento descontrolado y depredador o como espacio de oportunidades para todos. Se pueden establecer siempre medidas a corto y largo plazo, los trabajadores y trabajadoras para la paz siempre tendremos una tarea. Hay muchísimo trabajo por hacer.
Yovivodepreguntar.wordpress.com. 26/09/09                                  
http://yovivodepreguntar.wordpress.com/2009/09/26/la-paz-no-es-un-asunto-de-heroes-y-santos-sino-de-gente-comun-y-corriente/

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