E.U./Cuba: Nueva
política de Obama hacia Cuba
La anterior política
era contraproducente para los derechos humanos
La
decisión histórica del Presidente Barack Obama de modificar sustancialmente la
política estadounidense con respecto a Cuba es un paso crucial hacia la
eliminación de un obstáculo clave al progreso de los derechos humanos en la
isla, señaló Human Rights Watch.
Obama anunció que
Estados Unidos normalizaría las relaciones diplomáticas con Cuba y reduciría
las restricciones a los viajes a la isla y al comercio con esta. El presidente
instó al Congreso a considerar la posibilidad de levantar el embargo económico
impuesto hace más de 50 años.
“A lo largo de los
años, se ha hecho evidente que los esfuerzos estadounidenses por promover
cambios en Cuba mediante trabas comerciales y restricciones de viaje han sido
un fracaso costoso y desacertado”, observó José Miguel Vivanco, director para
las Américas de Human Rights Watch. “En lugar de aislar a Cuba, el embargo ha
aislado a Estados Unidos, marginando a los gobiernos que, de lo contrario,
podrían denunciar la situación de los derechos humanos en la isla”.
La Asamblea General
de la ONU ha instado reiteradamente a Estados Unidos a concluir el embargo
estadounidense. En octubre de 2014, 188 de los 192 Estados Miembros votaron a
favor de una resolución que condena esta política.
A pesar de algunas
reformas positivas implementadas en los últimos años, el gobierno cubano sigue
estando involucrado en abusos sistemáticos destinados a castigar a críticos e
impedir el disenso.
En 2010 y 2011, el
gobierno de Cuba liberó a decenas de presos políticos a cambio de que aceptaran
exiliarse. Desde entonces, el gobierno cubano ha apelado con menos frecuencia a
sentencias prolongadas para castigar el disenso, y ha distendido las
draconianas restricciones para viajar que dividían familias e impedían que
críticos pudieran salir de la isla y regresar a esta.
No obstante, el
gobierno cubano continúa reprimiendo a individuos y grupos que critican al
gobierno o reivindican derechos humanos fundamentales. En los últimos años, los
arrestos arbitrarios y las detenciones breves han aumentado significativamente,
lo cual impide habitualmente que defensores de derechos humanos, periodistas
independientes y otras personas puedan reunirse o trasladarse libremente. A
menudo se practican detenciones preventivas para evitar que las personas
participen en marchas pacíficas o en reuniones para debatir sobre política. Es
común que los detenidos sufran golpizas, reciban amenazas y permanezcan
incomunicados durante horas o días.
El gobierno controla
todos los medios de comunicación existentes en Cuba y restringe fuertemente el
acceso a información que provenga del extranjero, cercenando gravemente el
derecho a la libertad de expresión. Apenas una proporción ínfima de la
población cubana tiene posibilidad de leer páginas web y blogs independientes,
debido al acceso limitado a Internet y su elevado costo.
“El embargo ha
impuesto privaciones indiscriminadas a los cubanos, pero no ha contribuido en
absoluto a que cesen los abusos”, manifestó Vivanco. “El gobierno de Obama debería
asegurar que los derechos humanos sean el eje de su política hacia Cuba, pero
debería también identificar mecanismos más efectivos – incluida la cooperación
con otras democracias en la región – para presionar al gobierno cubano para que
respete los derechos fundamentales”.
Hrw.org. Nueva York, Estados Unidos. 18/12/14
E.U.-Cuba, el
principio del fin de un histórico enfrentamiento
En esta columna
Joaquín Roy, catedrático de relaciones internacionales en la Universidad de
Miami, escribe que el anuncio de la normalización de las relaciones entre
Estados Unidos y Cuba implica una decisión realista ante la evidencia de que el
embargo decretado en los años 60 fracasó en su objetivo esencial: derribar el
régimen de Cuba. El gran perdedor de este largo impase ha sido sistemáticamente
el pueblo cubano, tanto los que fueron impelidos al exilio como la mayoría que
ha residido en la isla, y que ha respaldado por la represión o voluntariamente
al sistema, sin alternativas por los canales tradicionales de elecciones.
El espectacular anuncio,
el 17 de este mes, de una nueva relación entre Washington y La Habana, incluido
el posible restablecimiento de amplias relaciones diplomáticas, puede ser (si se cumplen los plazos de la
agenda anunciada por el presidente Barack Obama) el principio del fin de un
enfrentamiento histórico que ha tenido durante varias décadas solamente un
ganador y un principal perdedor.
El embargo decretado
en los años 60 solo ha beneficiado predominantemente al gobierno
(políticamente, claro) de Cuba. Así ha conseguido justificar casi todas sus
carencias económicas y políticas culpando al bloqueo de Estados Unidos.
Durante décadas,
hasta el final de la Guerra Fría, Washington justificaba su acoso económico
como represalia por las confiscaciones de la Revolución Cubana en las
propiedades, omnipotentes desde la independencia.
Basaba su oposición
política por el divorcio de credos de gobierno. El enfrentamiento ideológico
entre las dos grandes potencias (la Unión Soviética y Estados Unidos) sostenía
un status quo, reforzado por la ley Helms-Burton y otras legislaciones
punitivas , que todavía condicionan legalmente (hasta su eventual derogación)
el mantenimiento del embargo, sobre la base del rechazo al sistema político y
económico cubano.
Mientras tanto, el
gran perdedor de este largo impase ha sido sistemáticamente el pueblo cubano,
tanto los que fueron impelidos al exilio como la mayoría que ha residido en la
isla, y que ha respaldado por la represión o voluntariamente el sistema, sin
alternativas por los canales tradicionales de elecciones.
La amenaza de la
reimposición de la histórica hegemonía de Washington en Cuba, sensible factor
que se había instalado tempranamente en la siques cubana, ha seguido pesando
hasta la actualidad.
Ante la evidencia de
que el embargo había fracasado en su objetivo esencial (derribar el régimen de
Cuba) y el impacto de la evolución demográfica del exilio (que ya no se guía
exclusivamente por criterios ideológicos), el gobierno estadounidense no ha
conseguido pasar la frontera de encarar la total normalización de las
relaciones.
Esto se cimenta sobre
una razón esencial: ningún presidente estadounidense quería pasar a la historia
negativamente como el primero que había claudicado ante la tozudez de Fidel
Castro, y ahora de su hermano Raúl. Se predecía que en vida de ambos no habría
cambios sustanciales en la actitud de Washington, por el mantenimiento de los
cimientos fundamentales del régimen cubano.
El establecimiento de
un régimen marxista-leninista a un tiro de piedra de la localidad de Cayo
Hueso, en el estado de Florida, seguía siendo un insulto difícil de encajar, ni
siquiera con el paso del tiempo. Para la Casa Blanca, dar un paso más allá de
ligeras reformas migratorias y viajes familiares no le revertía votos
adicionales o le restaba apoyos.
Sin embargo, Cuba,
desde ya hace más de dos décadas, no suponía un peligro como antes: no apoyaba
a revolucionarios en otros países, no respaldaba terroristas, garantizaba
paradójicamente la seguridad de Guantánamo, no se implicaba en la criminalidad
organizada (como el tráfico de drogas) e incluso colaboraba en tareas de
mediación y pacificación (Colombia).
Uno a uno, los
líderes de América Latina (y del resto de mundo, desde China a Rusia) visitaban
La Habana. La Organización de las Naciones Unidas seguía sistemáticamente, año
tras año, condenando el embargo.
Mientras tanto,
aunque Cuba había mejorado sus operaciones económicas exteriores, y ha
reconvertido parte de su sistema en modesta competencia profesional, no era
todavía un competidor en inversiones o turismo en su zona natural del Caribe
ampliada.
A Washington lo único
que le interesaba es que no se convirtiera en un riesgo de seguridad al sufrir
más problemas internos que provocaran emigración descontrolada (como un segundo
Mariel, como se conoce la gran ola migratoria de 1980).
De ahí que los
militares y servicios de inteligencia estadounidenses confiaran en los cubanos
para mantener el orden en futuras épocas difíciles.
En ese panorama,
teniendo en cuenta la precaria situación económico-social de Cuba, había
llegado el momento de garantizar la estabilidad. Entre el viejo dilema
compuesto por dos argumentos aparentemente opuestos, pero en realidad
complementarios.
Por un lado persistía
la obsesión wilsoniana, en alusión al presidente Woodrow Wilson (1913-1921), de
“buen gobierno” y de misión civilizadora en el resto del continente, y de un
pudoroso intervencionismo, reforzado por
la insistencia en el respeto de los derechos humanos.
Por otro lado, se
imponía el pragmatismo de la alternativa práctica de la estabilidad. Washington
se decantaba inexorablemente por esta segunda opción.
El mundo hoy es mucho
más complicado que el anterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001. Ha
estado o todavía está en un par de guerras reales o virtuales, ante unos
enemigos difusos y más peligrosos. Necesita el flanco sur bien protegido.
Ante las
incertidumbres de América Latina, Obama ha jugado esta carta. Corre un riesgo y
ahora depende de la sabia correspondencia de Raúl Castro.
Sin embargo, en otros
capítulos de relativa calma en la relación entre Estados Unidos y Cuba, cuando
un acomodo se ha visto como factible, uno de los dos extremos (en
Washington-Miami y La Habana) ha optado por la táctica del descarrilamiento y
ha formado una coalición con su homónimo en el otro bando.
A uno o al otro, o
los dos unidos, les conviene la tensión. Está por ver si ese peligro se va a
repetir.
Joaquín Roy (Editado por Pablo
Piacentini), Ipsnoticias.net. Miami, Estados Unidos. 18/12/14
http://www.ipsnoticias.net/2014/12/eeuu-cuba-el-principio-del-fin-de-un-historico-enfrentamiento/