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1176. Nueva relación entre E.U y Cuba

E.U./Cuba: Nueva política de Obama hacia Cuba
La anterior política era contraproducente para los derechos humanos
La decisión histórica del Presidente Barack Obama de modificar sustancialmente la política estadounidense con respecto a Cuba es un paso crucial hacia la eliminación de un obstáculo clave al progreso de los derechos humanos en la isla, señaló Human Rights Watch.
Obama anunció que Estados Unidos normalizaría las relaciones diplomáticas con Cuba y reduciría las restricciones a los viajes a la isla y al comercio con esta. El presidente instó al Congreso a considerar la posibilidad de levantar el embargo económico impuesto hace más de 50 años.
“A lo largo de los años, se ha hecho evidente que los esfuerzos estadounidenses por promover cambios en Cuba mediante trabas comerciales y restricciones de viaje han sido un fracaso costoso y desacertado”, observó José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch. “En lugar de aislar a Cuba, el embargo ha aislado a Estados Unidos, marginando a los gobiernos que, de lo contrario, podrían denunciar la situación de los derechos humanos en la isla”.
La Asamblea General de la ONU ha instado reiteradamente a Estados Unidos a concluir el embargo estadounidense. En octubre de 2014, 188 de los 192 Estados Miembros votaron a favor de una resolución que condena esta política.
A pesar de algunas reformas positivas implementadas en los últimos años, el gobierno cubano sigue estando involucrado en abusos sistemáticos destinados a castigar a críticos e impedir el disenso.
En 2010 y 2011, el gobierno de Cuba liberó a decenas de presos políticos a cambio de que aceptaran exiliarse. Desde entonces, el gobierno cubano ha apelado con menos frecuencia a sentencias prolongadas para castigar el disenso, y ha distendido las draconianas restricciones para viajar que dividían familias e impedían que críticos pudieran salir de la isla y regresar a esta.
No obstante, el gobierno cubano continúa reprimiendo a individuos y grupos que critican al gobierno o reivindican derechos humanos fundamentales. En los últimos años, los arrestos arbitrarios y las detenciones breves han aumentado significativamente, lo cual impide habitualmente que defensores de derechos humanos, periodistas independientes y otras personas puedan reunirse o trasladarse libremente. A menudo se practican detenciones preventivas para evitar que las personas participen en marchas pacíficas o en reuniones para debatir sobre política. Es común que los detenidos sufran golpizas, reciban amenazas y permanezcan incomunicados durante horas o días.
El gobierno controla todos los medios de comunicación existentes en Cuba y restringe fuertemente el acceso a información que provenga del extranjero, cercenando gravemente el derecho a la libertad de expresión. Apenas una proporción ínfima de la población cubana tiene posibilidad de leer páginas web y blogs independientes, debido al acceso limitado a Internet y su elevado costo.
“El embargo ha impuesto privaciones indiscriminadas a los cubanos, pero no ha contribuido en absoluto a que cesen los abusos”, manifestó Vivanco. “El gobierno de Obama debería asegurar que los derechos humanos sean el eje de su política hacia Cuba, pero debería también identificar mecanismos más efectivos – incluida la cooperación con otras democracias en la región – para presionar al gobierno cubano para que respete los derechos fundamentales”.
Hrw.org. Nueva York, Estados Unidos. 18/12/14

E.U.-Cuba, el principio del fin de un histórico enfrentamiento
En esta columna Joaquín Roy, catedrático de relaciones internacionales en la Universidad de Miami, escribe que el anuncio de la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba implica una decisión realista ante la evidencia de que el embargo decretado en los años 60 fracasó en su objetivo esencial: derribar el régimen de Cuba. El gran perdedor de este largo impase ha sido sistemáticamente el pueblo cubano, tanto los que fueron impelidos al exilio como la mayoría que ha residido en la isla, y que ha respaldado por la represión o voluntariamente al sistema, sin alternativas por los canales tradicionales de elecciones.
El espectacular anuncio, el 17 de este mes, de una nueva relación entre Washington y La Habana, incluido el posible restablecimiento de amplias relaciones diplomáticas,  puede ser (si se cumplen los plazos de la agenda anunciada por el presidente Barack Obama) el principio del fin de un enfrentamiento histórico que ha tenido durante varias décadas solamente un ganador y un principal perdedor.
El embargo decretado en los años 60 solo ha beneficiado predominantemente al gobierno (políticamente, claro) de Cuba. Así ha conseguido justificar casi todas sus carencias económicas y políticas culpando al bloqueo de Estados Unidos.
Durante décadas, hasta el final de la Guerra Fría, Washington justificaba su acoso económico como represalia por las confiscaciones de la Revolución Cubana en las propiedades, omnipotentes desde la independencia.
Basaba su oposición política por el divorcio de credos de gobierno. El enfrentamiento ideológico entre las dos grandes potencias (la Unión Soviética y Estados Unidos) sostenía un status quo, reforzado por la ley Helms-Burton y otras legislaciones punitivas , que todavía condicionan legalmente (hasta su eventual derogación) el mantenimiento del embargo, sobre la base del rechazo al sistema político y económico cubano.
Mientras tanto, el gran perdedor de este largo impase ha sido sistemáticamente el pueblo cubano, tanto los que fueron impelidos al exilio como la mayoría que ha residido en la isla, y que ha respaldado por la represión o voluntariamente el sistema, sin alternativas por los canales tradicionales de elecciones.
La amenaza de la reimposición de la histórica hegemonía de Washington en Cuba, sensible factor que se había instalado tempranamente en la siques cubana, ha seguido pesando hasta la actualidad.
Ante la evidencia de que el embargo había fracasado en su objetivo esencial (derribar el régimen de Cuba) y el impacto de la evolución demográfica del exilio (que ya no se guía exclusivamente por criterios ideológicos), el gobierno estadounidense no ha conseguido pasar la frontera de encarar la total normalización de las relaciones.
Esto se cimenta sobre una razón esencial: ningún presidente estadounidense quería pasar a la historia negativamente como el primero que había claudicado ante la tozudez de Fidel Castro, y ahora de su hermano Raúl. Se predecía que en vida de ambos no habría cambios sustanciales en la actitud de Washington, por el mantenimiento de los cimientos fundamentales del régimen cubano.
El establecimiento de un régimen marxista-leninista a un tiro de piedra de la localidad de Cayo Hueso, en el estado de Florida, seguía siendo un insulto difícil de encajar, ni siquiera con el paso del tiempo. Para la Casa Blanca, dar un paso más allá de ligeras reformas migratorias y viajes familiares no le revertía votos adicionales o le restaba apoyos.
Sin embargo, Cuba, desde ya hace más de dos décadas, no suponía un peligro como antes: no apoyaba a revolucionarios en otros países, no respaldaba terroristas, garantizaba paradójicamente la seguridad de Guantánamo, no se implicaba en la criminalidad organizada (como el tráfico de drogas) e incluso colaboraba en tareas de mediación y pacificación (Colombia).
Uno a uno, los líderes de América Latina (y del resto de mundo, desde China a Rusia) visitaban La Habana. La Organización de las Naciones Unidas seguía sistemáticamente, año tras año, condenando el embargo.
Mientras tanto, aunque Cuba había mejorado sus operaciones económicas exteriores, y ha reconvertido parte de su sistema en modesta competencia profesional, no era todavía un competidor en inversiones o turismo en su zona natural del Caribe ampliada.
A Washington lo único que le interesaba es que no se convirtiera en un riesgo de seguridad al sufrir más problemas internos que provocaran emigración descontrolada (como un segundo Mariel, como se conoce la gran ola migratoria de 1980).
De ahí que los militares y servicios de inteligencia estadounidenses confiaran en los cubanos para mantener el orden en futuras épocas difíciles.
En ese panorama, teniendo en cuenta la precaria situación económico-social de Cuba, había llegado el momento de garantizar la estabilidad. Entre el viejo dilema compuesto por dos argumentos aparentemente opuestos, pero en realidad complementarios.
Por un lado persistía la obsesión wilsoniana, en alusión al presidente Woodrow Wilson (1913-1921), de “buen gobierno” y de misión civilizadora en el resto del continente, y de un pudoroso intervencionismo,  reforzado por la insistencia en el respeto de los derechos humanos.
Por otro lado, se imponía el pragmatismo de la alternativa práctica de la estabilidad. Washington se decantaba inexorablemente por esta segunda opción.
El mundo hoy es mucho más complicado que el anterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001. Ha estado o todavía está en un par de guerras reales o virtuales, ante unos enemigos difusos y más peligrosos. Necesita el flanco sur bien protegido.
Ante las incertidumbres de América Latina, Obama ha jugado esta carta. Corre un riesgo y ahora depende de la sabia correspondencia de Raúl Castro.
Sin embargo, en otros capítulos de relativa calma en la relación entre Estados Unidos y Cuba, cuando un acomodo se ha visto como factible, uno de los dos extremos (en Washington-Miami y La Habana) ha optado por la táctica del descarrilamiento y ha formado una coalición con su homónimo en el otro bando.
A uno o al otro, o los dos unidos, les conviene la tensión. Está por ver si ese peligro se va a repetir.
Joaquín Roy  (Editado por Pablo Piacentini), Ipsnoticias.net. Miami, Estados Unidos. 18/12/14
http://www.ipsnoticias.net/2014/12/eeuu-cuba-el-principio-del-fin-de-un-historico-enfrentamiento/

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