Astrurias, España. Sebastián Marroquín tenía dieciséis años cuando su padre murió. Lo asesinaron a tiros, aunque hay teorías que apuntan a un posible suicidio. Su padre era Pablo Escobar, conocido por ser el mayor narcotraficante de todos los tiempos, el 'amo' de Colombia que se convirtió en mito aquel 2 de diciembre de 1993. Ese día, Sebastián amenazó públicamente a su país con vengar la muerte de su progenitor. «Se me subió el apellido a la cabeza», recuerda. Pero hizo balance, vio que sus pretensiones sólo acarrearían destrucción, entre otras la suya, y decidió tomar otro camino.
Y ayer, con 34 años, y una nueva identidad que se vio obligado a cambiar para huir de su pasado, visitó el Centro Penitenciario de Villabona para compartir una jornada con los internos de la Unidad Terapeútica y Educativa, un espacio libre de drogas del que deseó «que haya muchos como éste a nivel mundial». A su vez, los internos le contaron su experiencia y Serafín entrelazó sus vivencias con consejos. «Lo único que no te pueden quitar es lo que sabes», comentó.
Mario, colombiano, de 21 años, fue el primero en romper el hielo. A pesar de su corta edad, sabe que en otras prisiones «acabas en la marginalidad» y señaló que «en la UTE aprovechas cada hora, minuto y segundo; es casi perfecto». A otro interno, además, le unían lazos con Sebastián; «mi familia fue benefactora de su padre», le contó. Ambos se fundieron en un emotivo abrazo, al igual que ocurrió con el resto de intervinientes durante la charla.
«Es un privilegio ser el hijo de Pablo Escobar; aunque haya demostrado que escogió varios caminos que no hay que recorrer», apuntó Sebastián. Es consciente de lo que representó su padre para el mundo, pero también de lo que representó para él, una figura paterna entregada a su familia y a la que idolatra. Y sabe que podía haber escogido el camino de su padre, tal y como le planteó un interno, pero tomó otra alternativa. «No es sencillo ser un hombre de paz con todos los cárteles apuntando a tu cabeza y persiguiendo a tu familia», reconoció.
Tras pasarse años sin poder salir de Colombia, «presos en nuestra propia patria», porque nadie les vendía un pasaje a pesar de que contra ellos no pesaba ninguna orden judicial que lo impidiera, Serafín decidió hacer de la vida de su padre un documental. Para ello, contó con la ayuda de Nicolás Entel, director argentino, al que puso sólo una condición: «La única exigencia era contar las cosas tal y como sucedieron en la realidad».
Y así nació 'Los Pecados de mi padre', el canal por el que Sebastián decidió pedir perdón a los hijos y familiares de las víctimas de su padre. «Haber encontrado a familias que quieren abandonar la violencia me da esperanza de que el mundo puede cambiar a mejor», señaló. Y añadió: «Creo que con el tiempo han llegado a entenderme».
Sebastián también quiso desmentir que su familia llevara una vida de lujos y fantasías. «Lo triste es que el balance es muy negativo; no queda nada. Cambiaría todo lo que alguna vez tuve por estar con mi padre, aunque fuera durmiendo en la calle», aseguró.
Millones en efectivo
Y relató, como mensaje para los internos, el escaso valor del dinero cuando no se puede utilizar. «Estábamos escondidos en una casa en Medellín durante la persecución a mi padre con dos millones de dólares en efectivo pero nos empezamos a morir de hambre porque se instaló un control policial rutinario delante de la casa y se nos acabaron los víveres», recordó. «El dinero vale cuando lo puedes usar y, si lo ganas de manera lícita, tienes más posibilidad de utilizarlo a largo plazo», añadió.
Tras el coloquio, Sebastián Marroquín quiso destacar el trabajo de los internos de la UTE de Villabona y su funcionamiento. «Me alegraría que todas las cárceles del mundo fueran testigo de lo que pasa aquí», apuntó.
El Comercio.es. 23/7/11
