Madrid, España. Apunten esta fecha: 7 de septiembre
de 1910. Pocas semanas antes de morir en la estación de tren de Astapovo, Lev
Tolstói escribe la última de sus cartas a Mahatma Gandhi. El futuro padre de la
independencia de la India vivía entonces en Sudáfrica, controlada por las
metrópolis europeas, donde luchaba por los derechos de los indios que
trabajaban en ese país.
"Requerir que
cese toda aplicación obligatoria de impuestos, así como la abolición de todas
las instituciones legales y de la policía y, por encima de todo, de las
instituciones militares". Esas eran algunas de las recetas del escritor
ruso, pero no sólo para ese país africano, sino para todo el mundo. Para
entendernos: Tolstói estaba echado al monte.
El autor de Guerra
y paz se había radicalizado en los últimos años de su vida, como
demuestra la lectura de El
reino de Dios está en vosotros (1890-1893), ensayo casi inédito en
España (la anterior traducción se hizo en 1902) que la editorial Kairos publica
ahora. "Su lectura me abrumó.
Me marcó para siempre", admitió Gandhi, cuya primera carta a Tolstói,
recogida en la nueva edición del ensayo, data de 1901.
De la nobleza a la
barricada
Lo curioso es que nada hacía presagiar que el novelista,
descendiente de la más antigua nobleza rusa (su padre era conde y su madre
princesa), pudiera acabar influyendo decisivamente en el pensamiento del
célebre revolucionario indio.
Tras pasar por el
Ejército y dedicarse con tremendo éxito a la literatura, Tolstói sufrió una
"terrible crisis existencial y espiritual que lo sume en una profunda
depresión, y que lo lleva al borde del suicidio", recuerda Joaquín
Fernández-Valdés, traductor de El reino de Dios está en vosotros.
"Siente un abismo y necesita encontrar un sentido a la vida. Busca
frenéticamente respuestas en la ciencia y en la filosofía primero, y en la
Iglesia ortodoxa después. Muy decepcionado por lo que halla en todas ellas,
investiga entonces en la fuente original del cristianismo: las sagradas
escrituras", apunta Fernández-Valdés.
Ahí surgió el
chispazo en la cabeza del escritor. El autor de La muerte de Iván Ilich
concluyó que las enseñanzas pacifistas que Cristo impartió en el Sermón de la
Montaña fueron traicionadas por la Iglesia. Preso de ira, abandonó
progresivamente la ficción y se centró en la publicación de panfletos de
agitación político-religiosa. Su descomunal fama no evitó que El reino de
Dios está en vosotros fuera censurado en Rusia "aunque corrió de mano
en mano clandestinamente", apunta su traductor- y que se publicara con
éxito en países como Inglaterra, Francia, Alemania y EEUU.
Tolstói arremetió
en el libro contra la Iglesia, por conciliar violencia y religión, y el Estado,
que sólo sirve para oprimir a la población en beneficio de unos pocos. "Ni
la banda del malhechores más despiadada es tan terrible como una organización
estatal", escribió sin tapujos.
Influido por el
ensayo Henry David Thoreau La desobediencia civil, plasmó también su
particular visión sobre la doctrina de la no violencia, convirtiéndose en una
mezcla de filósofo anarcopacifista e ideólogo cristiano libertario. "El
auténtico cristianismo la doctrina de la resignación, del perdón a las ofensas
y el amor y el Estado con toda su pompa, su violencia, sus ejecuciones y sus
guerras son dos conceptos irreconciliables. La profesión del auténtico
cristianismo no sólo excluye la posibilidad de reconocer el Estado, sino que
destruye sus cimientos", bramó el novelista ruso.
La lectura del
libro inflamó el pensamiento de Gandhi. La correspondencia entre ambos se
inició el 10 de noviembre de 1901. Gandhi le escribe desde Londres para
hablarle sobre la lucha de los indios en la provincia sudafricana de Transvaal,
donde ya se estaba cocinando el experimento sudafricano conocido posteriormente
como Apartheid.
Y ya puestos pidió a Tolstói que utilizara "su
influencia" para popularizar el movimiento de resistencia. "De tener
éxito no sólo sería un triunfo de la religión, el amor y la verdad sobre la
irreligión, el odio y la falsedad, sino que muy probablemente sirviera como
ejemplo para los millones de seres que viven en la India, o para gentes en
otras partes del mundo que pudieran estar oprimidas, y que ciertamente
significaría un avance de cara a acabar con la violencia, al menos en la India.
Si aguantáramos hasta el final, como creo que seremos capaces de hacer, tengo
pocas dudas acerca del éxito final", escribe Gandhi sobre una lucha sin
cuartel que desafiaba abiertamente las leyes racistas con actos de
desobediencia pacífica reprimidos a lo bestia por las autoridades coloniales.
Vía revolucionaria
Lev Tolstói, que a lo largo de su vida escribió nada menos que
10.000 cartas a personajes tan variopintos como el zar Nicolás II, el poeta
Rainer Maria Rilke y al escritor George Bernard Shaw, no tardó en responder a
Gandhi. "¡Que Dios ayude a nuestros queridos hermanos y colegas del
Transvaal! También entre nosotros se deja sentir intensamente esa lucha entre
gentileza y brutalidad, entre humildad y amor, orgullo y violencia, sobre todo
en el choque entre deber religioso y las leyes del Estado, expresado en la negación
a prestar el servicio militar. Esas negaciones se producen cada vez con mayor
asiduidad", escribió aludiendo a los rusos que se negaban a servir en el
Ejército de su país.
En la larguísima carta que puso fin en septiembre de 1910 a la
correspondencia entre los dos hombres, Lev Tolstói disertó a fondo sobre la
táctica que popularizaría Gandhi años después en la India ocupada: la
resistencia no violenta. "La vida de las naciones cristianas presenta una
contradicción entre el amar, que debería prescribir la ley de conducta, y el
uso de la fuerza, que puede reconocerse bajo diversas formas, como gobiernos,
tribunales y ejércitos, que se aceptan como necesarios y apreciados",
escribe. ¿Y contra las porras y la represión? Una buena dosis de amor, concluyó
enfebrecido el novelista ruso: "Lo que denominamos la renuncia a toda
oposición mediante la fuerza, simplemente implica la doctrina de la ley del
amor no pervertida por sofismas la ley del amor deja de ser válida si se
defiende por la fuerza".
Tolstói zanjó su incendiaria misiva profetizando que la no
violencia acabará convirtiéndose en el arma revolucionaria que haría tambalear
a los poderosos: "Los gobiernos saben de dónde procede la mayor de sus
amenazas y permanecen en guardia y ojo avizor, no sólo para preservar sus
intereses, sino también para proteger su propia existencia". Lo que sonaba
a bravata y a idealización ingenua del amor y la resistencia pasiva, acabaría
transformándose en un movimiento de masas que, liderado por Mahatma Gandhi, se
llevaría por delante al todopoderoso Ejército británico que ocupaba la India.
Quizás las autoridades británicas se arrepintieran a posteriori de no haber
controlado la correspondencia de Gandhi.
Carlos Prieto. Público.es. 06/02/12
Para saber más:
Lev Tolstói. El reino de dios está en vosotros. Editorial
Kairós. Barcelona. 2010
Contiene la correspondencia completa en español entre Tolstói y
Gandhi
Leon
Tolstoi, un hombre santo a más de 100 años de su muerte
Lima, Perú. Presentamos una
breve lectura de la vida y obra del novelista y moralista ruso, Leon Tolstoi
(1828-1910) a más de 100 años de su muerte. El libro "Todos los Santos" de
Robert Elisberg nos muestra a Tolstoi, en su aspecto positivo, y donde
enseña un cristianismo depurado basado en la creencia en un Dios interior "muy
activo en el corazón de nuestro corazón", Dios interior que se manifiesta
como espíritu de amor y que, como tal, está presente en el espíritu de cada ser
humano.
El conde Leon Tolstoi nació en el año 1828 en el seno de una familia
adinerada y aristocrática. A los dieciséis años abandonó su fe ortodoxa de la
niñez. Según lo narró él mismo, pasó gran parte de su juventud en persecución
del placer, la gratificación sensual y vanas distracciones. Luego de servir
como oficial militar en la guerra de Crimea, y de viajar al extranjero, se estableció
con su esposa, Sonia, en la propiedad de su familia, Yasnaya Polyana. Allí se
dedicó a la escritura que habría de traerle tanta fama y aún mayor riqueza. Sus
“La guerra y la paz” y “Ana Karenina” fueron aclamadas de inmediato como obras
de un genio, entre las más grandes novelas escritas.
Y, sin embargo, a pesar de su éxito, Tolstoi estaba obsesionado por una
enfermedad subyacente: el ansia por encontrar un sentido más profundo de la
vida. Se hallaba afectado por la vieja sospecha de que estos sentimientos de
vacío eran desconocidos entre los campesinos. Emulando sus vidas de pobreza,
trabajo y simple fe, esperaba hallar el secreto de la felicidad que de otra
manera parecía eludir a los miembros de la clase privilegiada.
Así, Tolstoi profesó en forma pública su retorno a la fe ortodoxa. Éste
se reflejó de inmediato en la naturaleza de sus escritos. No sintió que fuese
apropiado, ya, escribir novelas "vanas". Sus escritos futuros debían
servir a sus convicciones religiosas. Pero se vio envuelto asimismo en
tensiones personales y públicas y controversias, comenzado por su vida
familiar, Sonia, la madre de sus trece hijos, que había servido fielmente como
asistente literaria tanto como esposa devota, halló imposible simpatizar con
sus obsesiones religiosas. Encontraba que Tolstoi estaba desatendiendo de
manera imprudente el bienestar y los intereses de su propia familia.
Esta discordia era sólo un íntimo reflejo de la lucha interna del propio
Tolstoi. Esta lucha por obtener coherencia entre sus ideales y su vida continuó
sin disminución por el resto de sus días. Su estudio de los Evangelios lo
llevó de manera creciente a la convicción de que la verdadera esencia del
cristianismo se hallaba recubierta por una costra debido al dogmatismo, al
ritual y la subordinación a la autoridad secular. El corazón del Evangelio, en
su opinión, había que hallarlo en el Sermón de la Montaña, con temas tales
como el de la presencia del Reino de Dios dentro de cada alma, el consejo de la
pobreza voluntaria y la no resistencia al mal, y la "ley del amor".
Atacó a la Iglesia ortodoxa por desatender estos principios y, como represalia,
fue excomulgado en el año 1901.
Tolstoi donó su propiedad a sus hijos, renunció a los derechos de sus
escritos religiosos, se vistió como un campesino y se dedicó a trabajar varias
horas por día en el campo. En su obra ¿Qué debe hacerse? había enunciado en
forma clara su filosofía de que era necesario ganarse la vida por medio del
trabajo, la convicción de que cada persona debía llevar a cabo alguna labor
física para mantener su existencia. La filantropía no era suficiente. Ésta
podía compararse, dijo, a un hombre montado sobre un caballo sobrecargado, que
intenta aligerar el peso del animal, sacando unas pocas monedas de su bolsa
cuando lo esencial seria desmontar.
Tolstoi escribió de forma extensa sobre la filosofía de la no violencia y la desobediencia civil. Entre sus ávidos lectores se encontraba un joven abogado indio de Sudáfrica, Mohandas Gandhi, que se volvería, indiscutiblemente, su discípulo e intérprete más efectivo. En cuanto a sí mismo, Tolstoi permaneció obsesionado por la noción de que él estaba meramente actuando su papel como cristiano.
Tolstoi escribió de forma extensa sobre la filosofía de la no violencia y la desobediencia civil. Entre sus ávidos lectores se encontraba un joven abogado indio de Sudáfrica, Mohandas Gandhi, que se volvería, indiscutiblemente, su discípulo e intérprete más efectivo. En cuanto a sí mismo, Tolstoi permaneció obsesionado por la noción de que él estaba meramente actuando su papel como cristiano.
El 28 de octubre de 1910, a los ochenta y dos años, Tolstoi escapó de su
hogar, acompañado sólo por el médico de la familia. En una nota a Sonia
escribió: "Hago lo que la gente de mi edad hace a menudo: abandonar el
mundo para pasar mis últimos días sólo y en silencio." Esta extraña huida
hacia la soledad no lo condujo lejos. El 10 de noviembre cayó enfermo mientras
viajaba en tren. Se detuvo en Astapova y fue llevado a la casa del jefe de
estación. Allí se descubrió su identidad rápidamente. En pocos días una
muchedumbre de discípulos, curiosos, periodistas y miembros de la familia
habían convergido en este oscuro pueblo para estar presente a lado del lecho de
muerte de un gran hombre. Sus últimas palabras fueron: "Buscar, siempre
buscar." Murió el 20 de noviembre de 1910.
Blogpucp.edu. 19/11/10
La autoridad moral de Tolstói
Madrid,
España. Las epopeyas y la literatura de nuestro
mundo clásico fueron obras de auténticos maestros: hombres que poseían una
«autoridad moral». No escribían para entretener a un pueblo
ocioso y aburrido, sino para comunicar a sus lectores una experiencia de la
vida.
Presentar un debate sobre el Escritor como
Autoridad Moral sería un acontecimiento en este centenario de Tolstói, porque nadie parece saber ya lo que eso significa. Ahí
estamos los escritores, orgullosos de nuestros premios o nuestras cifras de
venta. ¿Qué significamos para la fe de los hombres? ¿Qué valores proponemos a
la sociedad? ¿Qué somos más que vendedores de historias de papel?
El mundo occidental, falto de fe y de
autoridad moral, va dejando inmensos desiertos de ideas y valores en el alma de
los hombres. Y esas landas áridas
de desengaño y aburrimiento son claramente visibles por cualquier enemigo que
tenga un mínimo de inteligencia y de fuerza. Los desiertos morales son siempre
«espacios conquistables». No es extraño que los fanáticos redoblen sus golpes y
sus asaltos en esos vacíos donde ven la flaqueza de su enemigo. Hace muchos
años, un camellero del Sahara me enseñó que los hombres del desierto transmiten
a sus hijos una sabia y prudente cautela: si el jeque no construye una
ciudadela en la roca más alta, la comarca será invadida, tarde o temprano, por
una tribu de bandidos.
La no
violencia
Cuando Gandhi inició la lucha por la independencia de la
India y la fundamentó en la no violencia, eligió la vía de la «autoridad
moral». Y Churchill y Mountbatten –sus adversarios políticos– se dieron cuenta
pronto de que estaban perdidos ante aquel profeta que vestía como un paria pero
que sabía ocupar las alturas de la ciudadela… Y así ocurrió que los propios
británicos fueron conquistados por la autoridad moral de Gandhi. He tenido en mis manos los libros que Gandhi enviaba a su maestro
Tolstói y que se conservan en la biblioteca de Iásnaia
Poliana.
Los británicos perdieron el Imperio en esa batalla
intelectual porque son un pueblo que entiende –o entendió siempre– el lenguaje
de la «autoridad moral». Y no habrían perdido jamás la batalla en una guerra
convencional. Hitler fue ajusticiado en una guerra con
Inglaterra y Estados Unidos, pero Gandhi no perdió la suya.
Gandhi
fue asesinado, sin embargo, por un fanático musulmán. Y hoy reaparece ese
problema que nos afecta tanto a nosotros como a los propios musulmanes
liberales. Hay unos fanáticos que se disfrazan de «autoridad moral» y
seducen a las masas. ¿Qué tenemos nosotros para oponerles?
El
materialismo nos destruye y nos arrastra en su caída por falta de valores. Y,
al otro lado, en nuestro desierto moral sin ciudadelas, el fanatismo siempre
encontrará supersticiones para exaltar a terroristas y kamikazes. No nos
servirán las bonitas razones del «sereno ateísmo racionalista» para luchar
contra esa barbarie.
Tolstói
fue ya un precursor en esta batalla, cuando se rebeló contra la frialdad
racionalista y la tibieza del relativismo moderno. Tenemos
que responder con nuestro corazón y nuestra fe. Este es un reto que, en estas
fechas del centenario de Tolstói, se plantea claramente a los jóvenes.
No
sé si un contemporáneo puede presumir de conocer mejor a un maestro por haberlo
tratado personalmente. Yo tuve que conformarme con leer pacientemente obras,
biografías y cartas de Tolstói, buscando a sus amigos y discípulos, recorriendo
su mundo y visitando muchas veces sus casas en Rusia.
La
oscuridad de los siglos
Me
dolía en el alma comprobar que mis coetáneos hablaban de Tolstói como si fuese
un resto arqueológico perdido en la
oscuridad de los siglos. Me apenaba ver cómo inculcaban a los jóvenes una
imagen lejana y empolvada del maestro, creando una falsa distancia que los
expertos del oscurantismo iban ahumando intencionadamente para crear un efecto
tenebroso. Me daba cuenta de que, en el escaparate del mundo materialista moderno,
hay expertos en ensombrecer y ocultar, igual que hay especialistas en iluminar.
Es muy fácil dirigir un foco a un escenario para dar fuerza a un figurante y,
por el contrario, oscurecer a una primera figura apagándole las luces. Ni
comunistas ni capitalistas, ni piadosos ni ateos amaban la figura de Tolstói,
el viejo profeta ruso que, leyendo el Evangelio de San Mateo, había
fundamentado una filosofía de la no violencia. Y, al final de su vida, muchos
le consideraban un viejo loco, más que un maestro; sobre todo desde que –a
causa de sus ideas místicas pero rebeldes– había sido excomulgado por la
Iglesia rusa.
Pero, a pesar de que el burdo materialismo del siglo XX
quería apartarnos del pasado espiritual de Europa y pretendía entretenernos con
fuegos artificiales, algunos nos dábamos cuenta de que Tolstói no estaba tan
lejos y que sus diatribas contra la caída de los valores y la falta de fe eran
apasionantes. Porque la «autoridad moral» no sólo es el
fundamento de la política sino también la base conmovedora de la gran
Literatura.
No todo el pasado se había hundido en las tinieblas y en
la lejanía, como querían hacernos creer los vendedores de «novedades». Alexandra
Lvovna Tolstaia –la hija de Tolstói– vivía en Valley Cottage
en 1972, cuando pude conocer a esta fiel compañera de su última y desesperada
fuga. Era ya casi nonagenaria, pero aún se ocupaba de los huérfanos
y de los emigrantes y, en la Tolstoy Foundation, mantenía vivos los ideales
pedagógicos, humanistas y morales de su padre. Fue ella quien ayudó a Nabokov y
a Rachmaninoff a huir de los bolcheviques.
Me conmovió la presencia del «pensamiento» de Tolstói in partibus infidelium, porque allí, en Estados
Unidos, estaban también los más fuertes y optimistas promotores de la nueva
revolución capitalista y los apóstoles del olvido de los valores del Viejo
Mundo. Occidente ha producido buena parte de la propaganda
materialista e inmoral que hemos consumido con avidez; sobre todo
desde que los títeres del Telón de Acero dejaron de representarse cuando se les
derrumbó el teatro.
Los muertos están muy vivos
Y, sin embargo, los norteamericanos no han
perdido sus símbolos de identidad cultural ni sus valores. Creen en sus precursores y en sus pioneros, mantienen su
fe y defienden hasta el heroísmo a un país gobernado democráticamente para que
la política no corrompa los ideales de la cultura…
«Grave and hesitating, grave y titubeando –leemos en Whitman–
escribo estas palabras: Los muertos están vivos. Quizá son los únicos vivos,
los únicos reales, y yo el aparecido, yo el fantasma.»
¿Sentiremos esa vergüenza los europeos al
conmemorar el centenario de Tolstói? ¿Tendremos la valentía de proclamar que nuestros muertos
también están vivos?
Quizá ya es tarde para Tolstói e, incluso, para Nietzsche,
que sería más duro con ciertos filántropos de la política (ahora les llaman
«buenistas»). Hemos perdido la idea del bien común que fue
tan importante para el cristianismo y para Tolstói: «El reino de
Dios está en vosotros». Pero el bien común implicaba deberes y derechos,
mientras que el «buenismo filantrópico» consistió siempre en dar lo que nos
pidan, sin responsabilidad ni criterio, para que nos dejen tranquilos…
No nos respetamos a nosotros mismos –diría Tolstói– y por
eso no sabemos amar… Hemos creado un mundo capaz de globalizar una enorme
riqueza material, pero somos incapaces de globalizar la
infinita riqueza moral y espiritual que tenemos en nuestra ciencia y en nuestra
cultura…
¿Esperamos acaso que la felicidad universal se parezca a
la posesión espasmódica de la riqueza material?… ¿Nadie lee ya el Evangelio de San Juan?: «El conocimiento de la verdad
es lo que os hará libres»… Medio mundo cree en verdades fanáticas sin libertad.
Y el otro medio busca una experiencia de la libertad sin verdad.
No son los políticos los que pueden recuperar los valores
de nuestra cultura, sino que se necesitan «autoridades morales»…
Mauricio
Wiesenthal. Autor del libro: “El viejo León Tolstói. Un retrato literario”.
Mauricio
Wiesenthal. abc.es. 19/11/10