En 2014
hubo mucha reflexión sobre la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que en
realidad fue en gran medida una guerra europea, aunque con profundas repercusiones
para el siglo pasado.
La Liga de
las Naciones del presidente estadounidense Woodrow Wilson (1913-1921) no pudo
asegurar las condiciones para la paz duradera. Con la perspectiva del tiempo,
el ensayo de John Maynard Keynes sobre las consecuencias económicas de la paz
resultó notablemente premonitorio.
Este 2015,
la atención se fijó en el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), hace
siete décadas. La desaparición gradual de la mayoría de los imperios coloniales
en las tres décadas posteriores al conflicto prometió una nueva era de justicia
internacional.
Ahora que
la comunidad internacional se esmera por poner en marcha la Agenda de
Desarrollo Posterior a 2015 y celebrar en diciembre un nuevo tratado sobre
cambio climático en París, es importante aprender rápidamente la lección del
fracaso de la Conferencia sobre la Financiación para el Desarrollo, celebrada
en Addis Abeba en julio, para abordar la justicia fiscal.
Sin avances
en materia fiscal o de ayuda, será casi imposible realizar los 17 Objetivos de
Desarrollo Sostenible, que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) deberá
aprobar este mes, debido a la falta de financiamiento adecuado.
Del mismo
modo, según señalaron varios líderes, como el papa Francisco y la expresidenta
de Irlanda, Mary Robinson, no habrá avances significativos con respecto al
cambio climático si el acuerdo de París no aborda la cuestión fundamental de la
justicia fiscal.
El consenso
de posguerra
El 10 de
mayo de 1944, antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, la Organización
Internacional del Trabajo adoptó la histórica Declaración de Filadelfia, que
reconoció que "la paz permanente solo puede basarse en la justicia social”.
Una
preocupación similar se expresó en la Conferencia de Bretton Woods, celebrada
en julio de 1944, que se comprometió a generar las condiciones para la paz
permanente mediante la reconstrucción de posguerra y el desarrollo poscolonial,
con crecimiento sostenido, pleno empleo y la reducción de la desigualdad.
Bretton
Woods creó al Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de
Reconstrucción y Fomento (BIRF).
El FMI
ayudaría a los países a superar sus dificultades de balanza de pagos y a
“dirigir las políticas económicas y financieras hacia el objetivo de fomentar
el crecimiento económico ordenado con una razonable estabilidad de precios”.
El BIRF,
más tarde conocido como el Banco Mundial, fue creado para apoyar la inversión y
el desarrollo a largo plazo.
La
participación de la mano de obra en la producción aumentó a medida que otras
desigualdades disminuían. Esta Edad de Oro también tuvo una mayor inversión en
salud, educación y demás servicios públicos, como la protección social. El
consenso de posguerra perduró más de 25 años antes de colapsar en la década de
1970.
El mejor
momento de Estados Unidos
Al final de
la Segunda Guerra Mundial, el secretario de Estado estadounidense, George
Marshall, anunció el plan para reindustrializar a la Europa devastada por la
guerra. Políticamente, el llamado Plan Marshall tenía la intención de crear un
cordón sanitario para contener la propagación del comunismo en el inicio de la
Guerra Fría.
Esta
generosa infusión de ayuda de Estados Unidos y la aceptación favorable de las
políticas nacionales de desarrollo aseguró el renacimiento de la Europa
moderna. Muchos europeos siguen considerando que este fue el mejor momento de
Washington.
En las
décadas subsiguientes, el Plan Marshall se convirtió en lo que quizá sea el
proyecto de asistencia para el desarrollo económico más exitoso de la historia.
Otras
políticas de desarrollo económico similares se aplicaron en Japón, Taiwán y
Corea del Sur tras la fundación de la República Popular de China y la guerra de
Corea.
Esta
experiencia ofrece lecciones valiosas hoy en día.
Europa y el
nordeste de Asia se industrializaron con políticas que incluyen intervenciones
económicas del Estado, como tasas elevadas, cuotas y otras barreras no
arancelarias. El libre comercio solo sería justo después de haberse alcanzado
la competitividad internacional.
Marshall
sabía que el desarrollo económico compartido es el único camino hacia la paz
permanente. También hizo hincapié en que la ayuda debe ser verdaderamente para
el desarrollo, no fragmentada o paliativa. Las capacidades y aptitudes de las
naciones en vías de desarrollo productivos deben sembrarse.
La
contrarrevolución
Cada época,
no importa su éxito, siembra las semillas de su propia destrucción.
A
principios de la década de 1980, después de la mezcla de inflación y
estancamiento económico de Occidente en los años 70, el neoliberal Consenso de
Washington – la política económica que vincula al gobierno estadounidense con
las instituciones de Bretton Woods, ubicadas en Washington – surgió para
liderar la contrarrevolución contra la economía del desarrollo, la economía
keynesiana y las intervenciones estatales progresistas.
Así
avanzaron la desregulación, la privatización y la globalización económica. Se
suponía que esas medidas impulsarían el crecimiento, que se derramaría hacia el
resto de la población y reduciría la pobreza, y por lo tanto, no habría que
preocuparse por la desigualdad.
Las
políticas macroeconómicas se enfocaron casi exclusivamente en equilibrar el
presupuesto anual y lograr una inflación de un solo dígito, en lugar del
énfasis anterior puesto en el crecimiento sostenido y el pleno empleo con una
estabilidad de precios razonable.
Pero las
medidas “neoliberales” no lograron generar crecimiento sostenido. En cambio,
las crisis financieras y bancarias se hicieron más frecuentes, con
consecuencias más devastadoras, exacerbadas por una mayor tolerancia a la
desigualdad y la miseria.
La
experiencia y los análisis recientes refutaron la presunción anterior de que la
redistribución progresiva retarda el crecimiento. La desigualdad y la exclusión
social demostraron que son perjudiciales para la paz civil y social.
Las nuevas
prioridades globales al final de la Segunda Guerra Mundial siguen siendo
relevantes hoy en día.
Tras las
últimas tres décadas de regresión, tenemos que volver a comprometernos con la
ética más inclusiva e igualitaria de la Declaración de Filadelfia, la
conferencia de Bretton Woods y el Plan Marshall, con un Nuevo Trato Mundial
para nuestros tiempos.
Para que el
sistema y las instituciones internacionales de la ONU sigan siendo pertinentes,
deberán demostrarlo al reformarse a sí mismos a medida que las circunstancias
cambian, con el fin de abordar mejor los desafíos globales contemporáneos y
futuros.
Jomo Kwame
Sundaram. Coordinador de Desarrollo Económico y Social de la Organización de
las Naciones Unidas para la Alimentación la Agricultura (FAO).
Jomo Kwame
Sundaram. IPSNoticias.net, Italia, 22/05/15