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572. Bienaventurados los que trabajan por la Paz

Bienaventurados los que trabajan por la Paz
Mensaje de Benedicto XVI para la celebración de la XLVI Jornada Mundial de la Paz (1 de Enero de 2013).
Vaticano. 1. Cada nuevo año trae consigo la esperanza de un mundo mejor. En esta perspectiva, pido a Dios, Padre de la humanidad, que nos conceda la concordia y la paz, para que se puedan cumplir las aspiraciones de una vida próspera y feliz para todos.
Trascurridos 50 años del Concilio Vaticano II, que ha contribuido a fortalecer la misión de la Iglesia en el mundo, es alentador constatar que los cristianos, como Pueblo de Dios en comunión con él y caminando con los hombres, se comprometen en la historia compartiendo las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias [1], anunciando la salvación de Cristo y promoviendo la paz para todos.
En efecto, este tiempo nuestro, caracterizado por la globalización, con sus aspectos positivos y negativos, así como por sangrientos conflictos aún en curso, y por amenazas de guerra, reclama un compromiso renovado y concertado en la búsqueda del bien común, del desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre.
Causan alarma los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado. Aparte de las diversas formas de terrorismo y delincuencia internacional, representan un peligro para la paz los fundamentalismos y fanatismos que distorsionan la verdadera naturaleza de la religión, llamada a favorecer la comunión y la reconciliación entre los hombres.
Y, sin embargo, las numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo atestiguan la vocación innata de la humanidad hacia la paz. El deseo de paz es una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda. En otras palabras, el deseo de paz se corresponde con un principio moral fundamental, a saber, con el derecho y el deber a un desarrollo integral, social, comunitario, que forma parte del diseño de Dios sobre el hombre. El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios.
Todo esto me ha llevado a inspirarme para este mensaje en las palabras de Jesucristo: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
La bienaventuranza evangélica
2. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) son promesas. En la tradición bíblica, en efecto, la bienaventuranza pertenece a un género literario que comporta siempre una buena noticia, es decir, un evangelio que culmina con una promesa. Por tanto, las bienaventuranzas no son meras recomendaciones morales, cuya observancia prevé que, a su debido tiempo –un tiempo situado normalmente en la otra vida–, se obtenga una recompensa, es decir, una situación de felicidad futura. La bienaventuranza consiste más bien en el cumplimiento de una promesa dirigida a todos los que se dejan guiar por las exigencias de la verdad, la justicia y el amor. Quienes se encomiendan a Dios y a sus promesas son considerados frecuentemente por el mundo como ingenuos o alejados de la realidad. Sin embargo, Jesús les declara que, no sólo en la otra vida sino ya en ésta, descubrirán que son hijos de Dios, y que, desde siempre y para siempre, Dios es totalmente solidario con ellos. Comprenderán que no están solos, porque él está a favor de los que se comprometen con la verdad, la justicia y el amor. Jesús, revelación del amor del Padre, no duda en ofrecerse con el sacrificio de sí mismo. Cuando se acoge a Jesucristo, Hombre y Dios, se vive la experiencia gozosa de un don inmenso: compartir la vida misma de Dios, es decir, la vida de la gracia, prenda de una existencia plenamente bienaventurada. En particular, Jesucristo nos da la verdadera paz que nace del encuentro confiado del hombre con Dios.
La bienaventuranza de Jesús dice que la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana. En efecto, la paz presupone un humanismo abierto a la trascendencia. Es fruto del don recíproco, de un enriquecimiento mutuo, gracias al don que brota de Dios, y que permite vivir con los demás y para los demás. La ética de la paz es ética de la comunión y de la participación. Es indispensable, pues, que las diferentes culturas actuales superen antropologías y éticas basadas en presupuestos teórico-prácticos puramente subjetivistas y pragmáticos, en virtud de los cuales las relaciones de convivencia se inspiran en criterios de poder o de beneficio, los medios se convierten en fines y viceversa, la cultura y la educación se centran únicamente en los instrumentos, en la tecnología y la eficiencia. Una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral y del presupuesto de una moral totalmente autónoma, que cierra las puertas al reconocimiento de la imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre. La paz es la construcción de la convivencia en términos racionales y morales, apoyándose sobre un fundamento cuya medida no la crea el hombre, sino Dios: « El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz », dice el Salmo 29 (v. 11).
La paz, don de Dios y obra del hombre
3. La paz concierne a la persona humana en su integridad e implica la participación de todo el hombre. Se trata de paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación. Comporta principalmente, como escribió el beato Juan XXIII en la Encíclica Pacem in Terris, de la que dentro de pocos meses se cumplirá el 50 aniversario, la construcción de una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia [2]. La negación de lo que constituye la verdadera naturaleza del ser humano en sus dimensiones constitutivas, en su capacidad intrínseca de conocer la verdad y el bien y, en última instancia, a Dios mismo, pone en peligro la construcción de la paz. Sin la verdad sobre el hombre, inscrita en su corazón por el Creador, se menoscaba la libertad y el amor, la justicia pierde el fundamento de su ejercicio.
Para llegar a ser un auténtico trabajador por la paz, es indispensable cuidar la dimensión trascendente y el diálogo constante con Dios, Padre misericordioso, mediante el cual se implora la redención que su Hijo Unigénito nos ha conquistado. Así podrá el hombre vencer ese germen de oscuridad y de negación de la paz que es el pecado en todas sus formas: el egoísmo y la violencia, la codicia y el deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras injustas.
La realización de la paz depende en gran medida del reconocimiento de que, en Dios, somos una sola familia humana. Como enseña la Encíclica Pacem in Terris, se estructura mediante relaciones interpersonales e instituciones apoyadas y animadas por un «nosotros» comunitario, que implica un orden moral interno y externo, en el que se reconocen sinceramente, de acuerdo con la verdad y la justicia, los derechos recíprocos y los deberes mutuos. La paz es un orden vivificado e integrado por el amor, capaz de hacer sentir como propias las necesidades y las exigencias del prójimo, de hacer partícipes a los demás de los propios bienes, y de tender a que sea cada vez más difundida en el mundo la comunión de los valores espirituales. Es un orden llevado a cabo en la libertad, es decir, en el modo que corresponde a la dignidad de las personas, que por su propia naturaleza racional asumen la responsabilidad de sus propias obras [3].
La paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible. Nuestros ojos deben ver con mayor profundidad, bajo la superficie de las apariencias y las manifestaciones, para descubrir una realidad positiva que existe en nuestros corazones, porque todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo. En efecto, Dios mismo, mediante la encarnación del Hijo, y la redención que él llevó a cabo, ha entrado en la historia, haciendo surgir una nueva creación y una alianza nueva entre Dios y el hombre (cf. Jr 31,31-34), y dándonos la posibilidad de tener «un corazón nuevo» y «un espíritu nuevo» (cf. Ez 36,26).
Precisamente por eso, la Iglesia está convencida de la urgencia de un nuevo anuncio de Jesucristo, el primer y principal factor del desarrollo integral de los pueblos, y también de la paz. En efecto, Jesús es nuestra paz, nuestra justicia, nuestra reconciliación (cf. Ef 2,14; 2Co 5,18). El que trabaja por la paz, según la bienaventuranza de Jesús, es aquel que busca el bien del otro, el bien total del alma y el cuerpo, hoy y mañana.
A partir de esta enseñanza se puede deducir que toda persona y toda comunidad –religiosa, civil, educativa y cultural– está llamada a trabajar por la paz. La paz es principalmente la realización del bien común de las diversas sociedades, primarias e intermedias, nacionales, internacionales y de alcance mundial. Precisamente por esta razón se puede afirmar que las vías para construir el bien común son también las vías a seguir para obtener la paz.
Los que trabajan por la paz son quienes aman, defienden
y promueven la vida en su integridad
4. El camino para la realización del bien común y de la paz pasa ante todo por el respeto de la vida humana, considerada en sus múltiples aspectos, desde su concepción, en su desarrollo y hasta su fin natural. Auténticos trabajadores por la paz son, entonces, los que aman, defienden y promueven la vida humana en todas sus dimensiones: personal, comunitaria y transcendente. La vida en plenitud es el culmen de la paz. Quien quiere la paz no puede tolerar atentados y delitos contra la vida.
Quienes no aprecian suficientemente el valor de la vida humana y, en consecuencia, sostienen por ejemplo la liberación del aborto, tal vez no se dan cuenta que, de este modo, proponen la búsqueda de una paz ilusoria. La huida de las responsabilidades, que envilece a la persona humana, y mucho más la muerte de un ser inerme e inocente, nunca podrán traer felicidad o paz. En efecto, ¿cómo es posible pretender conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más débiles, empezando por los que aún no han nacido? Cada agresión a la vida, especialmente en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables al desarrollo, a la paz, al ambiente. Tampoco es justo codificar de manera subrepticia falsos derechos o libertades, que, basados en una visión reductiva y relativista del ser humano, y mediante el uso hábil de expresiones ambiguas encaminadas a favorecer un pretendido derecho al aborto y a la eutanasia, amenazan el derecho fundamental a la vida.
También la estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad, dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad.
Estos principios no son verdades de fe, ni una mera derivación del derecho a la libertad religiosa. Están inscritos en la misma naturaleza humana, se pueden conocer por la razón, y por tanto son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia al promoverlos no tiene un carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa. Esta acción se hace tanto más necesaria cuanto más se niegan o no se comprenden estos principios, lo que es una ofensa a la verdad de la persona humana, una herida grave inflingida a la justicia y a la paz.
Por tanto, constituye también una importante cooperación a la paz el reconocimiento del derecho al uso del principio de la objeción de conciencia con respecto a leyes y medidas gubernativas que atentan contra la dignidad humana, como el aborto y la eutanasia, por parte de los ordenamientos jurídicos y la administración de la justicia.
Entre los derechos humanos fundamentales, también para la vida pacífica de los pueblos, está el de la libertad religiosa de las personas y las comunidades. En este momento histórico, es cada vez más importante que este derecho sea promovido no sólo desde un punto de vista negativo, como libertad frente –por ejemplo, frente a obligaciones o constricciones de la libertad de elegir la propia religión–, sino también desde un punto de vista positivo, en sus varias articulaciones, como libertad de, por ejemplo, testimoniar la propia religión, anunciar y comunicar su enseñanza, organizar actividades educativas, benéficas o asistenciales que permitan aplicar los preceptos religiosos, ser y actuar como organismos sociales, estructurados según los principios doctrinales y los fines institucionales que les son propios. Lamentablemente, incluso en países con una antigua tradición cristiana, se están multiplicando los episodios de intolerancia religiosa, especialmente en relación con el cristianismo o de quienes simplemente llevan signos de identidad de su religión.
El que trabaja por la paz debe tener presente que, en sectores cada vez mayores de la opinión pública, la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia insinúan la convicción de que el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales. Estos derechos y deberes han de ser considerados fundamentales para la plena realización de otros, empezando por los civiles y políticos.
Uno de los derechos y deberes sociales más amenazados actualmente es el derecho al trabajo. Esto se debe a que, cada vez más, el trabajo y el justo reconocimiento del estatuto jurídico de los trabajadores no están adecuadamente valorizados, porque el desarrollo económico se hace depender sobre todo de la absoluta libertad de los mercados. El trabajo es considerado una mera variable dependiente de los mecanismos económicos y financieros. A este propósito, reitero que la dignidad del hombre, así como las razones económicas, sociales y políticas, exigen que « se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan » [4]. La condición previa para la realización de este ambicioso proyecto es una renovada consideración del trabajo, basada en los principios éticos y valores espirituales, que robustezca la concepción del mismo como bien fundamental para la persona, la familia y la sociedad. A este bien corresponde un deber y un derecho que exigen nuevas y valientes políticas de trabajo para todos.
Construir el bien de la paz mediante un nuevo modelo de desarrollo y de economía
5. Actualmente son muchos los que reconocen que es necesario un nuevo modelo de desarrollo, así como una nueva visión de la economía. Tanto el desarrollo integral, solidario y sostenible, como el bien común, exigen una correcta escala de valores y bienes, que se pueden estructurar teniendo a Dios como referencia última. No basta con disposiciones de muchos medios y una amplia gama de opciones, aunque sean de apreciar. Tanto los múltiples bienes necesarios para el desarrollo, como las opciones posibles deben ser usados según la perspectiva de una vida buena, de una conducta recta que reconozca el primado de la dimensión espiritual y la llamada a la consecución del bien común. De otro modo, pierden su justa valencia, acabando por ensalzar nuevos ídolos.
Para salir de la actual crisis financiera y económica – que tiene como efecto un aumento de las desigualdades – se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la creatividad humana para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y un nuevo modelo económico. El que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad. Desde otra perspectiva, sin embargo, el éxito auténtico y duradero se obtiene con el don de uno mismo, de las propias capacidades intelectuales, de la propia iniciativa, puesto que un desarrollo económico sostenible, es decir, auténticamente humano, necesita del principio de gratuidad como manifestación de fraternidad y de la lógica del don [5]. En concreto, dentro de la actividad económica, el que trabaja por la paz se configura como aquel que instaura con sus colaboradores y compañeros, con los clientes y los usuarios, relaciones de lealtad y de reciprocidad. Realiza la actividad económica por el bien común, vive su esfuerzo como algo que va más allá de su propio interés, para beneficio de las generaciones presentes y futuras. Se encuentra así trabajando no sólo para sí mismo, sino también para dar a los demás un futuro y un trabajo digno.
En el ámbito económico, se necesitan, especialmente por parte de los estados, políticas de desarrollo industrial y agrícola que se preocupen del progreso social y la universalización de un estado de derecho y democrático. Es fundamental e imprescindible, además, la estructuración ética de los mercados monetarios, financieros y comerciales; éstos han de ser estabilizados y mejor coordinados y controlados, de modo que no se cause daño a los más pobres. La solicitud de los muchos que trabajan por la paz se debe dirigir además – con una mayor resolución respecto a lo que se ha hecho hasta ahora – a atender la crisis alimentaria, mucho más grave que la financiera. La seguridad de los aprovisionamientos de alimentos ha vuelto a ser un tema central en la agenda política internacional, a causa de crisis relacionadas, entre otras cosas, con las oscilaciones repentinas de los precios de las materias primas agrícolas, los comportamientos irresponsables por parte de algunos agentes económicos y con un insuficiente control por parte de los gobiernos y la comunidad internacional. Para hacer frente a esta crisis, los que trabajan por la paz están llamados a actuar juntos con espíritu de solidaridad, desde el ámbito local al internacional, con el objetivo de poner a los agricultores, en particular en las pequeñas realidades rurales, en condiciones de poder desarrollar su actividad de modo digno y sostenible desde un punto de vista social, ambiental y económico.
La educación a una cultura de la paz:
el papel de la familia y de las instituciones
6. Deseo reiterar con fuerza que todos los que trabajan por la paz están llamados a cultivar la pasión por el bien común de la familia y la justicia social, así como el compromiso por una educación social idónea.
Ninguno puede ignorar o minimizar el papel decisivo de la familia, célula base de la sociedad desde el punto de vista demográfico, ético, pedagógico, económico y político. Ésta tiene como vocación natural promover la vida: acompaña a las personas en su crecimiento y las anima a potenciarse mutuamente mediante el cuidado recíproco. En concreto, la familia cristiana lleva consigo el germen del proyecto de educación de las personas según la medida del amor divino. La familia es uno de los sujetos sociales indispensables en la realización de una cultura de la paz. Es necesario tutelar el derecho de los padres y su papel primario en la educación de los hijos, en primer lugar en el ámbito moral y religioso. En la familia nacen y crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor [6].
En esta inmensa tarea de educación a la paz están implicadas en particular las comunidades religiosas. La Iglesia se siente partícipe en esta gran responsabilidad a través de la nueva evangelización, que tiene como pilares la conversión a la verdad y al amor de Cristo y, consecuentemente, un nuevo nacimiento espiritual y moral de las personas y las sociedades. El encuentro con Jesucristo plasma a los que trabajan por la paz, comprometiéndoles en la comunión y la superación de la injusticia.
Las instituciones culturales, escolares y universitarias desempeñan una misión especial en relación con la paz. A ellas se les pide una contribución significativa no sólo en la formación de nuevas generaciones de líderes, sino también en la renovación de las instituciones públicas, nacionales e internacionales. También pueden contribuir a una reflexión científica que asiente las actividades económicas y financieras en un sólido fundamento antropológico y ético. El mundo actual, particularmente el político, necesita del soporte de un pensamiento nuevo, de una nueva síntesis cultural, para superar tecnicismos y armonizar las múltiples tendencias políticas con vistas al bien común. Éste, considerado como un conjunto de relaciones interpersonales e institucionales positivas al servicio del crecimiento integral de los individuos y los grupos, es la base de cualquier educación a la auténtica paz.
Una pedagogía del que trabaja por la paz
7. Como conclusión, aparece la necesidad de proponer y promover una pedagogía de la paz. Ésta pide una rica vida interior, claros y válidos referentes morales, actitudes y estilos de vida apropiados. En efecto, las iniciativas por la paz contribuyen al bien común y crean interés por la paz y educan para ella. Pensamientos, palabras y gestos de paz crean una mentalidad y una cultura de la paz, una atmósfera de respeto, honestidad y cordialidad. Es necesario enseñar a los hombres a amarse y educarse a la paz, y a vivir con benevolencia, más que con simple tolerancia. Es fundamental que se cree el convencimiento de que « hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar » [7], de modo que los errores y las ofensas puedan ser en verdad reconocidos para avanzar juntos hacia la reconciliación. Esto supone la difusión de una pedagogía del perdón. El mal, en efecto, se vence con el bien, y la justicia se busca imitando a Dios Padre que ama a todos sus hijos (cf. Mt 5,21-48). Es un trabajo lento, porque supone una evolución espiritual, una educación a los más altos valores, una visión nueva de la historia humana. Es necesario renunciar a la falsa paz que prometen los ídolos de este mundo y a los peligros que la acompañan; a esta falsa paz que hace las conciencias cada vez más insensibles, que lleva a encerrarse en uno mismo, a una existencia atrofiada, vivida en la indiferencia. Por el contrario, la pedagogía de la paz implica acción, compasión, solidaridad, valentía y perseverancia.
Jesús encarna el conjunto de estas actitudes en su existencia, hasta el don total de sí mismo, hasta « perder la vida » (cf. Mt 10,39; Lc 17,33; Jn 12,35). Promete a sus discípulos que, antes o después, harán el extraordinario descubrimiento del que hemos hablado al inicio, es decir, que en el mundo está Dios, el Dios de Jesús, completamente solidario con los hombres. En este contexto, quisiera recordar la oración con la que se pide a Dios que nos haga instrumentos de su paz, para llevar su amor donde hubiese odio, su perdón donde hubiese ofensa, la verdadera fe donde hubiese duda. Por nuestra parte, junto al beato Juan XXIII, pidamos a Dios que ilumine también con su luz la mente de los que gobiernan las naciones, para que, al mismo tiempo que se esfuerzan por el justo bienestar de sus ciudadanos, aseguren y defiendan el don hermosísimo de la paz; que encienda las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión, para perdonar, en fin, a cuantos nos hayan injuriado. De esta manera, bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhelada paz [8].
Con esta invocación, pido que todos sean verdaderos trabajadores y constructores de paz, de modo que la ciudad del hombre crezca en fraterna concordia, en prosperidad y paz.
Vaticano, 8 de diciembre de 2012
BENEDICTUS XVI
[1] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.
[2] Cf. Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 265-266.
[3] Cf. ibíd.: AAS 55 (1963), 266.
[4] Carta enc., Caritas in veritate (29 junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666-667.
[5] Cf. ibíd., 34. 36: AAS 101 (2009), 668-670; 671-672.
[6] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994 (8 diciembre 1993), 2: AAS 86 (1994), 156-162.
[8] Cf. Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 304

507. Bienaventurados los que buscan la Paz: Tema del mensaje para la 46 Jornada Mundial de la Paz

Vaticano. Para la celebración de la 46ª Jornada Mundial de la Paz del próximo 1 de enero de 2013, el Papa Benedicto XVI ha elegido el tema: "Bienaventurados los que buscan la paz".En un comunicado dado a conocer hoy se informó que el mensaje anual del Papa, que aún no ha sido divulgado, "en el complejo contexto actual desea animar a todos para que se sientan responsables respecto de la construcción de la paz".
"El mensaje abrazará, por tanto, la plenitud y multiplicidad del concepto de paz, a partir del ser humano: la paz interior y la paz exterior, para luego poner en evidencia la emergencia antropológica, la naturaleza e incidencia del nihilismo y, al mismo tiempo, los derechos fundamentales, en primer lugar la libertad de conciencia, la libertad de expresión y la libertad religiosa".
El texto del Santo Padre, indica el comunicado, "ofrecerá una reflexión ética sobre algunas medidas que se están adoptando en el mundo para contener la crisis económica y financiera, la emergencia educativa, la crisis de las instituciones y de la política, que es también –en muchos casos– preocupante crisis de la democracia".El mensaje también se referirá al 50º aniversario del Concilio Vaticano II
y de la Encíclica del Papa Juan XXIII, Pacem in terris, de acuerdo a la cual el primado corresponde siempre a la dignidad humana y a su libertad, para la edificación de una ciudad al servicio de cada ser humano, sin discriminación alguna.
Algunos de los temas anteriores de los mensajes del Papa fueron: "Combatir la pobreza, construir la paz" (2009); "Si quieres promover la paz, protege la creación" (2010); "La libertad religiosa, camino para la paz" (2011) y "Educar a los jóvenes en la justicia y en la paz" (2012).

438. "El aparentar dominan el mundo y lo esclaviza": Benedicto XVI

 El Papa alerta sobre abuso del poder de finanzas y medios de comunicación
Vaticano. El Papa Benedicto XVI alertó sobre el abuso del poder de las finanzas y los medios de comunicación, que cuando son mal usados oprimen al hombre e impiden que sea verdaderamente libre.
En su visita ayer al Pontificio Seminario Romano Mayor de Roma para reunirse con los seminaristas y rezar una lectio divina (oración con una meditación bíblica) en preparación a la fiesta de Nuestra Señora de la Confianza, que se celebra el 18 de febrero, el Papa explicó el significado de la palabra "mundo".
"De una parte el mundo creado por Dios, amado por Dios, hasta el punto de darse a sí mismo y a su Hijo por este mundo", y de otra el mundo "que está en el mal, que está en el poder del mal, que refleja el pecado original".
Hoy en día, dijo el Santo Padre, "vemos este poder del mal por ejemplo, en dos grandes poderes que por sí mismos son útiles y buenos, porque pueden ser útiles y buenos, pero que son abusivos con facilidad: el poder de la finanza y el poder los medios de comunicación".
El Papa indicó que a pesar de ser "ambos necesarios, porque pueden ser útiles, también pueden ser tan abusivos que a menudo se convierten en lo contrario de sus verdaderas intenciones".
"Vemos como el mundo de la finanza puede dominar al hombre, que el tener y el parecer dominan el mundo y lo esclavizan. El mundo de la finanza no representa más un instrumento para favorecer el bienestar, para favorecer la vida del hombre, sino que se convierte en un poder que lo oprime, que debe ser casi adorado: ‘la riqueza’, la verdadera divinidad falsa que domina el mundo".
Benedicto XVI dijo que "contra este conformismo del sometimiento a este poder, debemos ser inconformistas: ¡no contra el tener, sino contra el ser! No nos sometamos a esto, usémoslo como medio, pero con la libertad de los hijo de Dios".
En referencia al poder de la vida pública, señaló que ciertamente se necesita información y conocimiento de la realidad del mundo, pero sin caer en la apariencia, porque a veces "lo que es dicho se convierte en más importante que la realidad"
"La apariencia se superpone a la realidad, se hace más importante, y el hombre no sigue más la verdad de su ser, sino que quiere sobre todo aparentar, ser conforme a esta realidad".
"También contra esto está el inconformismo cristiano: no queremos siempre ‘ser conforme’, adorados, no queremos la apariencia, sino la verdad, y esto nos da la verdadera libertad cristiana", explicó.
El Santo Padre recordó que el "inconformismo del cristiano, nos restituye en la verdad". Es necesario "liberarse de esta necesidad de gustar , de hablar como las masas piensan que debería ser, y tener la libertad de la verdad, y así recrear el mundo en modo que no sea oprimido de la opinión, de la apariencia que no deja más emerger la misma realidad", exhortó.
Hay que luchar contra el "mundo virtual", que cada vez "se hace más verdadero, más fuerte y no se ve más el mundo real de la creación de Dios", lamentó.
"Oremos –alentó– al Señor para que nos ayude a ser hombres libres en este inconformismo que no está contra el mundo, sino que es el verdadero amor del mundo".
Finalmente, el Santo Padre resaltó que actualmente los medios no hablan realmente de lo que significa la Iglesia, hablando de asuntos que nada o poco tienen que ver con ella: "oremos al Señor para que podamos hacer que se hable no de muchas cosas, sino de la fe de la Iglesia Romana".
"Aprended un nuevo modo de pensar, que es el modo que no obedece a poder ni al haber, a la apariencia etcétera, sino que obedecer a la verdad de nuestros ser que habita profundamente en nosotros y nos es dada en el Bautismo", concluyó.
El Santo Padre estuvo acompañado por 190 seminaristas; 16 jóvenes que frecuentan el año propedéutico, las religiosas Hijas de San José de Mons. Luigi Caburlotto; las Religiosas de la Familia de Corde Iesu, que se ocupan de la enfermería; entre otros.
ACI Prensa.com. 16/02712

 El “poder del mal” en la apariencia
Vaticano. El Santo Padre advirtió sobre el “poder del mal”, que puede manifestarse en las finanzas y los medios de comunicación, tras una visita al Seminario Romano Mayor con motivo de la fiesta de su patrona, la Virgen de la Confianza, que se celebrará el sábado.
El Papa rezó en la capilla de la Confianza y, seguidamente, entró en la capilla mayor, donde lo esperaban los obispos auxiliares, los superiores de los seminarios diocesanos y 190 seminaristas.
En el lugar, el Sumo Pontífice se refirió al “poder del mal”, que, en el mundo de hoy, puede manifestase “en dos grandes poderes, el poder de la finanza y el poder de los medios de comunicación, que en sí mismos son buenos y útiles, pero de los que se puede abusar fácilmente, por lo que a menudo pueden ver tergiversadas sus verdaderas intenciones”.
Benedicto XVI indicó que “hoy vemos cómo el mundo de la finanza puede dominar al hombre. El tener y el aparentar dominan al mundo y lo esclavizan. La finanza ya no es un instrumento para favorecer el bienestar y la vida del hombre, sino que se convierte en un poder que lo oprime, que debe ser casi adorado”.
Al respecto, invitó a “no ser conformistas. No es el tener lo que cuenta, sino el ser. El cristiano no debe someterse a este poder, sino que ha de usarlo como un medio, pero con la libertad de los hijos de Dios”.
Sobre el poder de la opinión pública, subrayó que “tenemos una gran necesidad de información, de conocimiento de la realidad del mundo, pero existe un poder de la apariencia que al final cuenta más que la realidad misma”.
“La apariencia se superpone a la realidad y se hace más importante que ella, de forma que el hombre ya no sigue la verdad, sino que quiere, sobre todo, aparentar”, agregó.
El Papa aseguró que “no queremos la apariencia, sino la verdad, que nos da la verdadera libertad”.
El Vocero.com. 16/02/12

 Discurso completo de Benedicto XVI en su visita al seminario romano mayor con ocasión de la virgen de la Confianza 
"Lectio Divina" 
"Eminencia,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos seminaristas,
queridos hermanos y hermanas:
Para mí siempre es una gran alegría ver, en el día de la Virgen de la Confianza, a mis seminaristas, los seminaristas de Roma, en camino hacia el sacerdocio, y ver de este modo a la Iglesia del mañana, la Iglesia que vive siempre.
Hoy hemos escuchado un texto —lo escuchamos y lo meditamos— de la Carta a los Romanos: san Pablo habla a los Romanos y, por lo tanto, nos habla a nosotros, porque habla a los romanos de todos los tiempos. Esta Carta no es sólo la más grande de san Pablo, sino que es también extraordinaria por su peso doctrinal y espiritual. Es extraordinaria también porque se trata de una carta escrita a una comunidad que él no había fundado y tampoco había visitado. Escribe para anunciar su visita y expresar el deseo de visitar Roma, y anuncia los contenidos esenciales de su kerygma; de este modo prepara a la ciudad para su visita. Escribe a esta comunidad, a la que no conoce personalmente, porque es el Apóstol de los paganos —del paso del Evangelio de los judíos a los paganos— y Roma es la capital de los paganos y, por tanto, también el centro, en definitiva, de su mensaje. Aquí debe llegar su Evangelio, para que llegue realmente al mundo pagano. Llegará, pero de modo diverso de como lo había pensado. San Pablo llegará encadenado por Cristo y precisamente encadenado se sentirá libre de anunciar el Evangelio.
En el primer capítulo de la Carta a los Romanos, dice también: de vuestra fe, de la fe de la Iglesia de Roma se habla en todo el mundo (cf. 1, 8). Lo memorable de la fe de esta Iglesia es que se habla de ella en el mundo entero, y podemos reflexionar cómo está hoy. También hoy se habla mucho de la Iglesia de Roma, de muchas cosas, pero esperamos que se hable también de nuestra fe, de la fe ejemplar de esta Iglesia, y pidamos al Señor que logremos que no se hable de tantas cosas, sino de la fe de la Iglesia de Roma.
El texto leído (Rm 12, 1-2) es el principio de la cuarta y última parte de la Carta a los Romanos y comienza con las palabras «Os exhorto» (v. 1). Normalmente se dice que se trata de la parte moral, que sigue a la parte dogmática, pero en el pensamiento de san Pablo, y también en su lenguaje, no se pueden dividir así las cosas: esta palabra, «exhorto», en griego parakalo, contiene en sí la palabra paraklesis – parakletos; tiene una profundidad que va mucho más allá de la moralidad; es una palabra que ciertamente implica amonestación, pero también consuelo, atención al otro, ternura paterna, más aún, materna. La palabra «misericordia» —en griego oiktirmon y en hebreo rachamim, seno materno— expresa la misericordia, la bondad, la ternura de una madre. Y cuando san Pablo exhorta, todo esto está implícito: habla con el corazón, habla con la ternura del amor de un padre y no sólo habla él. San Pablo dice «por la misericordia de Dios» (v. 1): se hace instrumento del hablar de Dios, se hace instrumento del hablar de Cristo; Cristo nos habla a nosotros con esta ternura, con este amor paterno, con este atención a nosotros. Y así no sólo apela a nuestra moralidad y a nuestra voluntad, sino también a la Gracia que está en nosotros, para que dejemos actuar a la Gracia. Es casi un acto en el que la Gracia dada en el Bautismo se hace operante en nosotros, debería ser operante en nosotros; así la Gracia, el don de Dios, y nuestra cooperación van juntos.
¿A qué exhorta, en este sentido, san Pablo? «Ofreced vuestros cuerpos como sparaklesis – parakletos» (v. 1). «Ofreced vuestros cuerpos»: habla de la liturgia, habla de Dios, de la prioridad de Dios, pero no habla de liturgia como ceremonia, habla de liturgia como vida. Nosotros mismos, nuestro cuerpo; nosotros en nuestro cuerpo y como cuerpo debemos ser liturgia. Esta es la novedad del Nuevo Testamento, y lo veremos también después: Cristo se ofrece a sí mismo y así sustituye todos los demás sacrificios. Y quiere «atraernos» a nosotros mismos a la comunión de su Cuerpo: nuestro cuerpo juntamente con el suyo se convierte en gloria de Dios, se transforma en liturgia. Así la palabra «ofrecer» —en griego parastesai— no es sólo una alegoría; alegóricamente también nuestra vida sería una liturgia, pero al contrario, la verdadera liturgia es la de nuestro cuerpo, de nuestro ser en el Cuerpo de Cristo, como Cristo mismo hizo la liturgia del mundo, la liturgia cósmica, que tiende a atraer a todos hacia sí.
«En vuestro cuerpo, ofrecer el cuerpo»: esta palabra indica al hombre en su totalidad indivisible —al final— entre alma y cuerpo, entre espíritu y cuerpo; en el cuerpo somos nosotros mismos, y el cuerpo animado por el alma, el cuerpo mismo, debe ser la realización de nuestra adoración. Y pensemos —tal vez yo diría que cada uno de nosotros después reflexione sobre esta palabra— que nuestro vivir diario en nuestro cuerpo, en las cosas pequeñas, debería estar inspirado, impregnado, inmerso en la realidad divina, debería convertirse en acción juntamente con Dios. Esto no quiere decir que debemos pensar siempre en Dios, sino que debemos estar realmente penetrados por la realidad de Dios, de forma que toda nuestra vida —y no sólo algunos pensamientos— sea liturgia, sea adoración. San Pablo dice luego: «Ofreced vuestros cuerpos como sacrifico vivo» (v. 1): la palabra griega es logike latreia y así aparece en el Canon Romano, en la primera plegaria eucarística, «rationabile obsequium». Es una definición nueva del culto, pero preparada tanto en el Antiguo Testamento, como en la filosofía griega. Por así decir, son dos ríos que llevan hacia este punto y se unen en la nueva liturgia de los cristianos y de Cristo. Antiguo Testamento: desde el inicio comprendieron que Dios no tiene necesidad de toros, de cabritos, de estas cosas. En el Salmo 50 [49], Dios dice: ¿Comeré yo carne de toros? ¿Beberé sangre de cabritos? Yo no necesito estas cosas, no me agradan. Yo no bebo y no como estas cosas. No son sacrificio para mí. Sacrificio es la alabanza de Dios; si vosotros venís a mí, es alabanza de Dios (cf. vv. 13-15.23). Así el camino del Antiguo Testamento va hacia un punto en el que estas cosas exteriores, símbolos, sustituciones, desaparecen y el hombre mismo se transforma en alabanza de Dios.
Lo mismo sucede en el mundo de la filosofía griega. También aquí se comprende cada vez más que no se puede glorificar a Dios con estas cosas —con animales y ofrendas—, sino que sólo el «logos» del hombre, su razón convertida en gloria de Dios, es realmente adoración, y la idea es que el hombre debería salir de sí mismo y unirse al «Logos», a la gran Razón del mundo y así ser verdaderamente adoración. Pero aquí falta algo: el hombre, según esta filosofía, debería dejar —por decirlo así— el cuerpo, espiritualizarse; sólo el espíritu sería adoración. El cristianismo, en cambio, no es simplemente espiritualización o moralización: es encarnación; o sea, Cristo es el «Logos», es la Palabra encarnada, y él nos recoge a todos, de forma que en él y con él, en su Cuerpo, como miembros de este Cuerpo nos convertimos realmente en glorificación de Dios. Tengamos presente esto: por una parte ciertamente salir de estas cosas materiales por un concepto más espiritual de adoración de Dios, pero llegar a la encarnación del espíritu, llegar al punto en que nuestro cuerpo sea reasumido en el Cuerpo de Cristo y nuestra alabanza de Dios no sea pura palabra, pura actividad, sino que sea realidad de toda nuestra vida. Creo que debemos reflexionar sobre esto y pedir a Dios que nos ayude para que el espíritu se convierta en carne también en nosotros, y la carne se llene del Espíritu de Dios.
Encontramos la misma realidad también en el capítulo cuarto del Evangelio de san Juan, donde el Señor dice a la samaritana: En el futuro no se adorará en esa colina o en aquella otra, con estos u otros ritos; se adorará en espíritu y en verdad (cf. Jn 4, 21-23). Ciertamente, es espiritualización, salir de estos ritos carnales, pero este espíritu, esta verdad no es cualquier espíritu abstracto: el espíritu es el Espíritu Santo, y la verdad es Cristo. Adorar en espíritu y en verdad quiere decir realmente entrar a través del Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, en la verdad del ser. Y así llegamos a ser verdad y nos transformamos en glorificación de Dios. Llegar a ser verdad en Cristo exige nuestra implicación total.
Y luego continuamos: «Santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual» (Rm 12, 1). Segundo versículo: después de esta definición fundamental de nuestra vida como liturgia de Dios, encarnación de la Palabra en nosotros, cada día, con Cristo —la Palabra encarnada—, san Pablo prosigue: «No os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente» (v. 2). «No os amoldéis a este mundo». Existe un no conformismo del cristiano, que no se deja conformar. Esto no quiere decir que nosotros queramos huir del mundo, que a nosotros no nos interese el mundo; al contrario, queremos transformarnos nosotros mismos y dejarnos transformar, transformando así el mundo. Y debemos tener presente que en el Nuevo Testamento, sobre todo en el Evangelio de San Juan, la palabra «mundo» tiene dos significados e indica por tanto el problema y la realidad de la que se trata. Por una parte, el «mundo» creado por Dios, amado por Dios, hasta el punto de darse a sí mismo y dar su Hijo por este mundo; el mundo es criatura de Dios, Dios lo ama y quiere darse a sí mismo para que el mundo sea realmente creación y respuesta a su amor. Pero está también el otro concepto de «mundo», kosmos houtos: el mundo que está en el mal, que está bajo el poder del mal, que refleja el pecado original. Hoy vemos este poder del mal, por ejemplo, en dos grandes poderes, que por sí mismos son útiles y buenos, pero de los que se puede abusar fácilmente: el poder de las finanzas y el poder de los medios de comunicación social. Ambos son necesarios, porque pueden ser útiles, pero se puede abusar de ellos tan fácilmente que a menudo se convierten en lo contrario de sus verdaderas intenciones.
Vemos cómo el mundo de las finanzas puede dominar al hombre, cómo el tener y el aparentar dominan el mundo y lo esclavizan. El mundo de las finanzas no representa ya un instrumento para favorecer el bienestar, para favorecer la vida del hombre, sino que se transforma en un poder que lo oprime, que debe ser casi adorado: «Mammona», la verdadera divinidad falsa que domina el mundo. Contra este conformismo de la sumisión a este poder debemos ser no conformistas: no cuenta el tener; lo que cuenta es el ser. No nos sometamos a este poder, más bien utilicémoslo como medio, pero con la libertad de los hijos de Dios.
Luego está el otro poder, el de la opinión pública. Ciertamente, tenemos necesidad de informaciones, de conocimientos de la realidad del mundo, pero puede ser también un poder de la apariencia; al final, cuanto se ha dicho cuenta más que la realidad misma. Una apariencia se superpone a la realidad, llega a ser más importante, y el hombre ya no sigue la verdad de su ser, sino que quiere sobre todo aparentar, ser conforme a estas realidades. Y también contra esto está el no conformismo cristiano: no queremos siempre «ser conformados», alabados; no queremos la apariencia, sino la verdad, y esto nos da libertad, la verdadera libertad cristiana: el librarse de esta necesidad de agradar, de hablar como la masa cree que debería ser, y tener la libertad de la verdad, y así recrear el mundo de una manera que no se vea oprimido por la opinión, por la apariencia que ya no deja aflorar la realidad misma; el mundo virtual se vuelve más verdadero, más fuerte, y ya no se ve el mundo real de la creación de Dios. El no conformismo del cristiano nos redime, nos restituye a la verdad. Pidamos al Señor que nos ayude a ser hombres libres en este no conformismo, que no está contra el mundo, sino que es el verdadero amor al mundo.
Y san Pablo continúa: «Transformaos por la renovación de vuestra mente» (v. 2). Dos palabras muy importantes: «transformar», del griego metamorphon, y «renovar», en griego anakainosis. Transformarnos a nosotros mismos, dejarnos transformar por el Señor en la forma de la imagen de Dios, transformarnos cada día de nuevo, a través de su realidad, en la verdad de nuestro ser. Y «renovación»; esta es la verdadera novedad: que no nos sometamos a las opiniones, a las apariencias, sino a la Gracia de Dios, a su revelación. Dejémonos formar, plasmar para que aparezca realmente en el hombre la imagen de Dios.
«Por la renovación —dice san Pablo de modo sorprendente para mí— de vuestra mente». Así pues, esta renovación, esta transformación comienza con la renovación de la mente. San Pablo dice «o nous»: es necesario renovar todo nuestro modo de razonar, la razón misma. Es necesario renovarla no según las categorías de lo acostumbrado; renovar quiere decir realmente dejarnos iluminar por la Verdad que nos habla en la Palabra de Dios. Así, finalmente, aprender el nuevo modo de pensar, que es el modo que no obedece al poder y al tener, al aparentar, etc., sino que obedece a la verdad de nuestro ser que habita profundamente en nosotros y que se nos da nuevamente en el Bautismo.
«Renovación de la mente»: cada día es una tarea precisamente en el camino del estudio de la teología, de la preparación para el sacerdocio. Estudiar bien la teología, espiritualmente, pensarla a fondo, meditar la Escritura cada día; este modo de estudiar la teología con la escucha de Dios mismo que nos habla es el camino de renovación de la mente, de transformación de nuestro ser y del mundo.
Y, por último, dice san Pablo: «para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (v. 2). Discernir la voluntad de Dios: Esto sólo lo podemos aprender en un camino obediente, humilde, con la Palabra de Dios, con la Iglesia, con los sacramentos, con la meditación de la Sagrada Escritura. Conocer y discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno. Esto es fundamental en nuestra vida.
Y, en el día de la Virgen de la Confianza, vemos en ella precisamente la realidad de todo esto, la persona que es realmente nueva, que es realmente transformada, que es realmente sacrificio vivo. La Virgen ve la voluntad de Dios, vive en la voluntad de Dios, dice «sí», y este «sí» de la Virgen es todo su ser, y así nos muestra el camino, nos ayuda.
Por lo tanto, en este día oremos a la Virgen, que es el icono vivo del hombre nuevo. Que ella nos ayude a transformar, a dejar transformar nuestro ser, a ser realmente hombres nuevos, y a ser también después, si Dios quiere, pastores de su Iglesia. Gracias".
Benedicto XVI
Capilla del Seminario
Miércoles 15 de Febrero de 2012

400. El mundo necesita más que nunca una Cultura de Paz

Madrid, España. Escribo estas primeras líneas cuando comienza el año, fecha de la celebración de la Jornada Mundial de la Paz desde hace 45 años. El evento coincide con circunstancias difíciles para la concordia: permanecen viejos conflictos regionales, no se cierran las heridas de otros, y la amenaza se cierne sobre países de África, mientras la postura radical de Irán aporta auténticos riesgos de una gran guerra: la comunidad internacional no aceptará sin respuesta un cierre del tráfico marítimo en Ormuz.
La historia relativamente reciente del planeta ha conocido momentos de máximo optimismo y esperanza, truncados pronto por las dos terribles guerras mundiales del siglo XX, increíbles monstruos de la razón política. Con las tiranías inhumanas de la Alemania nazi y de la URSS, dieron la puntilla al mito del progreso perenne e irreversible, basado en una fe casi ciega en la razón y en la ciencia, elemento esencial de la Ilustración.
Muchos recordarán cómo el miedo a los “absolutos” contribuyó al nacimiento de la cultura “postmoderna” y del pensamiento “débil”. Coincidió pronto con el avance de la globalización, que estableció condiciones para aferrarse a nuevos motivos de optimismo. El punto crucial, que parece ahora más irreal que nunca, fue la difundida tesis sobre “el fin de la historia”. Entre Fukuyama y Friedman, ya desaparecidos, fue progresando otro pensamiento “único”, que ponía como ejes del mundo futuro el avance conjunto de la democracia y del libre mercado.
Los medios de comunicación vuelven a hablar estos días, en sus balances informativos de 2011, de los “indignados”. Nunca me agradó que se dedicase tanto tiempo y espacio a unas posturas de escasísimo fuste intelectual y de gran conformismo práctico, a pesar de su aparente rebeldía. Pero, desde luego, es un síntoma más de que el futuro no se construye por sí solo. Muy en concreto, la convivencia pacífica entre las personas y las comunidades políticas exige mucho esfuerzo por parte de todos.
Hace falta sentido crítico. No caben bobaliconerías que magnifican eventos sin calibrar su origen y sus consecuencias. Basta pensar en el desconcierto de las potencias occidentales que han contribuido a la “primavera” de Túnez, Egipto o Libia. Habrá quien recuerde el triunfo electoral del partido islamista en Argelia en 1992, cortado de raíz por el golpe de estado militar tan bien acogido entonces en Europa. Dentro de unos días se cumplirán veinte años de la dimisión del presidente, Chadli Benyedid: teóricamente para salvaguardar los intereses del Estado, se evitó el acceso al poder de los fundamentalistas musulmanes.
El futuro de la democracia en África no es tan fácil como parecía. Ni en el espacio de la Liga Árabe ni en el resto del continente. Somalia sigue su curso de guerra civil y depauperación. La escisión de Sudán en dos Estados no ha logrado la paz. La región congoleña de los Grandes Lagos puede ver el recrudecimiento de una guerra civil nunca cerrada. En varios Estados de la federación de Nigeria se decreta el estado de excepción ante el incremento del terrorismo islamista. Menos mal que parece avanzar hacia la concordia la en su día emblemática Costa de Marfil.
Una mirada a Oriente no es más esperanzadora. Se ha truncado el proceso de paz en Israel, que condiciona toda la región. Los ejércitos occidentales dejan Iraq en una inestabilidad endémica, mientras el mundo se “acostumbra” al terrorismo “rutinario”. Ya he mencionado a Irán. Y, en la zona, la cuestión kurda dista de haberse encauzado. Poco se puede añadir a la continua información sobre Afganistán y Pakistán, o sobre el cambio de líder en Corea del norte, un país militarizado y hambriento.
A pesar de todo, se impone abrir 2012 con una actitud de confianza, como recomendó Benedicto XVI en su mensaje para la jornada mundial de la paz de este año. Aunque reconoce con realismo que “el año que termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas. Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día”.
Ciertamente, como señala el Pontífice, el mundo necesita una verdadera “educación en la paz y en la justicia”, desde la familia a la escuela, en la sociedad y en las instituciones políticas. Sus bases están en la búsqueda de la verdad y en el respeto de los derechos humanos. Pero el futuro debe ser construido con el esfuerzo y la libertad de todos. No es “moralina”, sino aceptación de que no hay fórmulas mágicas para superar las crisis económicas, fortalecer la participación democrática o conseguir la concordia entre los pueblos. Ciertamente, frente a la tensión y las crispaciones, el mundo necesita más que nunca una cultura de la paz.
Salvador Bernal. El Confidencial Digital.com. 3/12/12

399. Recibe Benedicto XVI el 2012 con un llamado a educar en la paz

Vaticano. El Papa Benedicto XVI recibió el 2012 con un llamado a todos a promover la educación para la paz, especialmente de las jóvenes generaciones, en un mundo que –dijo- a menudo empuja a actuar con prepotencia.
El obispo de Roma presidió su primera misa del 2012 en la Basílica de San Pedro del Vaticano, justo cuando la Iglesia recuerda la memoria litúrgica de María madre de Dios y celebra la Jornada Mundial de la Paz.
Al recordar, durante el sermón, que la jornada de este año reflexiona sobre el tema "Educar a los jóvenes en la justicia y en la paz", aseguró que esa es una tarea que corresponde a todos y destacó que la humanidad ha mostrado conciencia de ella, especialmente tras las grandes guerras mundiales.
"Ante las sombras que hoy oscurecen el horizonte del mundo asumir la responsabilidad de educar a los jóvenes en el conocimiento de la verdad, a los valores fundamentales de la existencia, significa mirar al futuro con esperanza", dijo.
"Se trata de ayudarlos a desarrollar una personalidad que una un profundo sentido de la justicia con el respeto del otro, con la capacidad de afrontar los conflictos sin prepotencia, con la fuerza interior de atestiguar el bien aún cuando cuesta sacrificio, con el perdón y la reconciliación", agregó.
Según el Papa los adolescentes de hoy crecen en un mundo que se ha vuelto más pequeño, donde los contactos entre las diferentes culturas y tradiciones, aunque no siempre directos, son constantes.
Por eso indicó que, para ellos y más que nunca, es indispensable aprender el valor y el método de la convivencia pacífica, del respeto recíproco, del diálogo y la comprensión.
"Los muchachos son, por su propia naturaleza, abiertos a estas actitudes pero justamente la realidad social en la cual crecen puede llevarlos a pensar y a actuar en modo opuesto, incluso intolerante y violento", estableció.
"Sólo una sólida educación de su conciencia puede ponerlos a salvo de estos riesgos y hacerlos capaces de luchar siempre y sólo contando con la fuerza de la verdad y del bien", afirmó.
Explicó que el educar para la paz es parte de la misión de la Iglesia, en una época actual -fuertemente caracterizada por la mentalidad tecnológica- donde la cultura dominante "relativista" cuestiona el sentido profundo de la educación.
En este contexto, urge el empeño por una educación integral que incluya la formación a la justicia y al diálogo, para que los jóvenes.
Grupo Fórmula.com.mx. 1/12/12

 Jornada mundial de la paz 2012: los jóvenes
Quito, Ecuador. Pío XII en sus Mensajes Navideños nos dejó un rico magisterio eclesial, que fue una fuente del Concilio Vaticano II. Paulo VI inició los mensajes de Año Nuevo. Juan Pablo II saludó y, actualmente, Benedicto XVI saluda a los creyentes y a las personas de buena voluntad con un mensaje que clarifica el significado de paz y de justicia y alienta para construirlas en el hoy siempre nuevo.
“Paz no es solo ausencia de guerra y equilibrio de fuerzas adversas; es fruto de la justicia y efecto de la caridad”.
“No es posible ni positivo sustraer al concepto de justicia sus raíces trascendentes de la caridad, de la solidaridad, de la gratuidad y de la misericordia”.
El mensaje 2012 está dirigido principalmente a los jóvenes.
Los jóvenes experimentan “profundos deseos de felicidad, verdad, belleza y amor verdadero”; pero realizarlos “exige superar injusticias y la corrupción”.
“La paz no es un bien ya logrado, sino una meta, a la que todos debemos aspirar”. Exige a todos ser conscientes de sus capacidades, pero no para encerrarse, sino para salir a “trabajar por un futuro luminoso para todos”.
La paz no está hecha ni se la hace una vez para siempre; la paz es tarea de cada generación.
Como el Papa no quiere adularlos, sino servirlos, pide a los jóvenes que “tengan valor de vivir ellos mismos lo que piden a los que están en su entorno, como su gran responsabilidad”. “El yo pido, tú pagas” debilita y finalmente destruye a la sociedad.
Los jóvenes son los forjadores de una nueva etapa de paz. Realizarán esta tarea en la medida en que reciban una educación integral para ser personas, es decir sujetos positivamente críticos, libres, creativos, responsables; que no reciban solo educación para hacer cosas, sin valores. Recibirán esta educación, no de “simples dispensadores de reglas, o informaciones, sino de testigos auténticos”, de quienes se guían por valores humanos fundamentales y no exclusivamente por los criterios de utilidad, del beneficio y del tener.
Entre los valores humanos el Papa señala con detenimiento la libertad, que “no es ausencia de vínculos, o el dominio del libre albedrío; no es el absolutismo del yo”. “El uso recto de la libertad es central en la promoción de la justicia y de la paz; que requieren el respeto a uno mismo y hacia el otro, aunque se distancie de la propia forma de ser y de vivir".
Benedicto XVI piensa en los jóvenes, al defender la libertad de educación: “A nadie se le niegue el derecho a la instrucción y a las familias no se les niegue el derecho de elegir libremente las estructuras educativas”. La libertad tiene concreciones básicas, como la libertad de los hijos en el descubrimiento y elección de su vocación o tarea en la sociedad. Han de ser ayudados, pero no suplantados por sus padres y por otros educadores.
Comprendo que a gobiernos totalitarios y a padres posesivos desagrade la defensa radical de las libertades, la libertad educativa.
José Mario Ruiz Navas. El Universo.com. 2/1/12

 Educar a los jóvenes en la justicia y la paz
Tegucigalpa, Honduras. Comienza el Papa Benedicto invitándonos a abrir el año 2012 con actitud de confianza, a pesar de que en el año que termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad. Aun en medio de la oscuridad, el corazón del hombre no cesa de esperar la aurora; esta esperanza se percibe de manera especialmente viva en los jóvenes. Por eso, el Papa les dedica el mensaje con el lema “educar a los jóvenes en la justicia y en la paz”.
Responsables de la educación
La educación, es la aventura más fascinante y difícil de la vida. Entran en juego la responsabilidad del discípulo, que ha de estar abierto a dejarse guiar al conocimiento de la realidad, y la del educador, que ha de estar dispuesto a darse a si mismo.
El primer lugar donde los jóvenes aprenden los valores humanos y cristianos que permiten una convivencia constructiva y pacífica es la familia. Ella es la primera escuela donde se recibe educación para la justicia y la paz.
Los responsables de las instituciones dedicadas a la educación han de preocuparse de que se respete y valore la dignidad de cada persona, de que cada joven pueda descubrir la propia vocación en la construcción de una sociedad más humana y fraterna, de que el ambiente educativo favorezca la apertura a los otros y al Otro, a Dios.
A los responsables políticos les pide el Papa que ayuden a la familias e instituciones educativas a ejercer su derecho-deber de educar, de modo que a nadie se le niegue el derecho a la instrucción y las familias puedan elegir las estructuras educativas que consideren más idóneas.
Hace un llamamiento al mundo de los medios para que den su aportación educativa, ya que no sólo informan sino que también forman el espíritu de sus destinatarios, entre los que están los jóvenes.
Finalmente, el mensaje recuerda a los jóvenes que ellos son responsables de la propia educación en la justicia y la paz.
Educar en la verdad y en la libertad
Para educar en la verdad, es necesario saber quién es la persona. Conocer su naturaleza. Esta es la cuestión fundamental: ¿Quién es el hombre? El hombres es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por eso, a partir de esta convicción, la primera educación lleva a tener un profundo respeto por cada ser humano y a ayudar a otros a vivir según esta dignidad.
Sólo en esta relación con Dios comprendemos el significado de la propia libertad, que no es la ausencia de vínculos ni el absolutismo del yo. El hombre es un ser en relación con los otros y con Dios y es en esa relación donde se educa y realiza la libertad. El recto uso de esta libertad solidaria es central en la promoción de la justicia y la paz, que implican confianza recíproca, diálogo, caridad mutua, etc.
Educar en la justicia
El Papa invita a educar en una justicia que no se reduzca a una simple convención humana, a un acuerdo social sobre lo que es justo sino que hunda sus raíces en la visión integral del ser humano, como abierto a una dimensión transcendente y abierto a los demás en unas relaciones de gratuidad, de misericordia y comunión.
Educar en la paz
La paz es fruto de la justicia y efecto de la caridad. Y ante todo don de Dios. En consecuencia, no puede alcanzarse sin la salvaguarda de la dignidad de la persona y de sus bienes, sin la libre comunicación entre los seres humanos, sin la práctica de la fraternidad.
La paz es también una obra que se ha de construir. Es tarea de todos y ninguno puede eludir este compromiso, según las propias competencias y responsabilidades. “Invito de modo particular a los jóvenes, dice el Papa, a tener la paciencia y la constancia de buscar la justicia y la paz, aun cuando esto pueda comportar sacrificio”.
Levantar los ojos a Dios
Ante este difícil desafío nos podemos preguntar: “¿de dónde me vendrá el auxilio?” El Papa responde: “deseo decir con fuerza a todos y particularmente a los jóvenes que no son las ideologías las que salvan al mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y autentico…, mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y al mismo tiempo, es el amor eterno”.
Angel Garachana. La prensa.hn. 31/11/12

 Jóvenes, justicia y paz  
Santo Domingo, República Dominicana. Los ecos del mensaje del Papa, con motivo de la Jornada Mundial del primero de enero del 2012, según su costumbre desde hace muchos años, ya desde los días de Juan Pablo II, aún resuenan en nuestros oídos.
El Papa dedicó su mensaje de Año Nuevo 2012 a los jóvenes, y tituló este mensaje: “Educar a los jóvenes para la justicia y para la paz”. Qué hermoso título, qué hermoso mensaje, qué actualidad encierra ese mensaje.
El Papa quiso de esa manera mostrar cómo se hace necesario el que en un mundo en el que hay tantos aires de guerra, se piense en la paz y se piense en la educación de los jóvenes. Al respecto dice textualmente: “Una cuestión urgente en el mundo de hoy: escuchar y valorar las nuevas generaciones en la realización del Bien Común y en la afirmación de un orden social, justo y pacífico, donde puedan ser plenamente expresados y realizados los derechos y las libertades fundamentales del ser humano”.
Para poder alcanzar esta meta, es necesario la educación para la paz. Las generaciones actuales ñque son los jóvenesñ quieren realmente un mundo de paz. Sin embargo, los adultos de esta época los quieren empujar, embarcar en la guerra, pero a los jóvenes hay que decirles: digan no a la guerra; pero todavía más: hay que educarlos para que ellos no caigan en la mala costumbre de sus antepasados, de organizar, propiciar y apoyar guerras.
Ramón Benito De La Rosa y Carpio. Listin Diario.com.do. 3/12/12

 Urgencia de paz, desafío educativo
Madrid, España. En el primer día del año, el Papa nos ha recordado que la paz, en su sentido más pleno y alto, es la suma y la síntesis de todas las bendiciones. La Iglesia invoca este bien supremo en la Jornada Mundial de la Paz, que celebra cada 1 de enero.
Este año, Benedicto XVI ha querido poner el acento en la relación que existe entre educación y paz. Educar a los jóvenes en la justicia y la paz es la tarea que atañe a cada generación y, gracias a Dios, como ha subrayado el Papa, la familia humana, después de las tragedias de las dos grandes guerras mundiales, ha mostrado tener cada vez mayor consciencia de ello.
Para la comunidad eclesial, educar para la paz forma parte de la misión que ha recibido de Cristo, forma parte integrante de la evangelización, porque el Evangelio de Cristo es también el Evangelio de la justicia y la paz. En este sentido, la Iglesia en los últimos tiempos se ha hecho portavoz de una exigencia que implica trabajar por la paz desde el desafío urgente que plantea la educación. Hay que educar, no solo instruir y hay que hacerlo incidiendo en una cultura relativista que pone encima de la mesa la base del mismo desafío: ¿Tiene sentido todavía educar?
En efecto, tiene sentido. La Iglesia lo afirma con voz clara. Frente a las sombras que hoy oscurecen el horizonte del mundo, asumir la responsabilidad de educar a los jóvenes en el conocimiento de la verdad y en los valores fundamentales, significa mirar al futuro con esperanza. Y en este compromiso por una educación integral, entra también la formación para la justicia y la paz.
Cope.es. 2/12/12

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